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Authors: Liliana Bodoc
Han zarpado unas naves. La Magia de las Tierras Fértiles percibe confusas señales, no logra descifrar si debe recibirlas con la alegría del reencuentro o con la tristeza de las armas. Nada saben de la terrible amenaza que se cierne sobre el continente. No saben aún que nada volverá a ser como fue. El Bien y el Mal, como en todo gran relato épico, librarán una batalla terrenal, pero también habrá fuerzas intangibles, mágicas, cósmicas. La Cofradía del Aire Libre, el ejército del Venado, la magia de los Brujos y las Criaturas lucharán unidos por la libertad y el futuro de las Tierras Fértiles. Los hombres de paz se convertirán en guerreros, los guerreros en héroes. Habrá que sobreponerse a los largos viajes, al odio, a las traiciones. Al miedo en el corazón y al desamparo. Por su escritura implacable, por su poética imaginación, por la originalidad de las acciones, por el sabio desarrollo de la intriga, Los días del Venado es un relato único en lengua castellana. Un universo de historias y personajes deslumbrantes concebido por el sobrio y cálido humanismo de Liliana Boloc, que está llamado a ocupar, sin lugar a dudas, un lugar privilegiado entre las mejores novelas de las últimas décadas.
Liliana Bodoc
Los días del venado
La saga de los confines
ePUB v1.0
malditog15.09.11
© Liliana Bodoc, 2000
© Editorial Norma, 2000
en español para todo el mundo
A.A. 53550, Bogotá, Colombia
wwvv.norma.com
Prohibidala reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio, sin permiso escrito de la Editorial.
Primera edición: noviembre de 2000 Primera reimpresión; enero de 2001 Segunda reimpresión: agosto de 2001 Tercera reimpresión: junio de 2002 Cuarta reimpresión: febrero de 2003 Quinta reimpresión: agosto de 2003 Sexta reimpresión: febrero de 2004 Séptima reimpresión: abril de 2004 Octava reimpresión: agosto de 2004 Novena reimpresión: octubre de 2004 Décima reimpresión: enero de 2005 Decimoprimera reimpresión: mayo de 2005 Decimosegunda reimpresión: abril de 2006
Impreso en la Argentina - Prínted in Argentina
Ilustración de tapa: O'kif
Diseño de tapa e interior: Ariana Jenik
Diagramación: Daniela Coduto
ISBN: 987-9334-90-6 CC: 11342
A mi padre.
Y
ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuerdo. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer. Y aún cuando pudieran adentrarse en cuevas sepultadas bajo nuevas civilizaciones, nada encontrarían.
Lo que voy a relatar sucedió en un tiempo lejanísimo; cuando los continentes tenían otra forma y los ríos tenían otro curso. Entonces, las horas de las Criaturas pasaban lentas, los Brujos de la Tierra recorrían las montañas Maduinas buscando hierbas salutíferas, y todavía resultaba sencillo ver a los lulus, en las largas noches de las islas del sur, bailando alrededor de sus colas.
He venido a dejar memoria de una grande y terrible batalla. Acaso una de las más grandes y terribles que se libraron contra las fuerzas del Odio Eterno. Y fue cuando una Edad terminaba y otra, funesta, se extendía hasta los últimos refugios.
El Odio Eterno rondaba fuera de los límites de la Realidad buscando una forma, una sustancia tangible que le permitiera existir en el mundo de las Criaturas. Andaba al acecho de una herida por donde introducirse, pero ninguna imperfección de las Criaturas era grieta suficiente para darle paso.
Sin embargo, como en las eternidades todo sucede, hubo una desobediencia que fue herida, imperfección y grieta suficiente.
Todo comenzó cuando la Muerte, desobedeciendo el mandato de no engendrar jamás otros seres, hizo una criatura de su propia sustancia. Y fue su hijo, y lo amó. En ese vástago feroz, nacido contra las Grandes Leyes, el Odio Eterno encontró voz y sombra en este mundo.
Sigilosa, en la cima de un monte olvidado de las Tierras Antiguas, la Muerte brotó en un hijo al que llamó Misáianes. Primero fue una emanación que su madre incubó entre los dientes, después fue un latido viscoso. Después graznó y aulló. Después rió, y hasta la propia Muerte tuvo miedo. Después se emplumó para volar contra la luz.
Los vasallos de Misáianes fueron innumerables. Seres de todas las especies se doblegaron ante su solo aliento y acataron su voz. Pero también seres de todas las especies lo combatieron. Así, la guerra se arrastró hasta cada bosque, cada río y cada aldea.
Cuando las fuerzas de Misáianes atravesaron el mar que las separaba de las Tierras Fértiles, la Magia y las Criaturas se unieron para enfrentarlas. Estos son los hechos que ahora narraré, en lenguas humanas, detalladamente.
—Será mañana —canturreó Vieja Kush cuando escuchó el ruido de los primeros truenos. Dejó a un costado el hilado en el que trabajaba y se acercó hasta la ventana para mirar el bosque. No sentía ninguna inquietud, porque en su casa todo estaba debidamente dispuesto.
Días atrás, su hijo y sus nietos varones habían terminado de recubrir el techo con brea de pino. La casa tenía su provisión de harinas dulces y amargas, y su montaña de calabazas. Los cestos estaban colmados de frutos secos y semillas. En el leñero había troncos para arder todo un invierno. Además, ella y las niñas habían tejido buenas mantas de lana que, ahora mismo, eran un arduo trabajo de colores apilado en un rincón.
Como había sucedido en todos los inviernos recordados, regresaba a la tierra de los husihuilkes otra larga temporada de lluvias. Venía del sur y del lado del mar arrastrada por un viento que extendía cielos espesos sobre Los Confines, y allí los dejaba para que se cansaran de llover.
La temporada comenzaba con lloviznas espaciadas que los pájaros miraban caer desde la boca del nido; las liebres, desde la entrada de sus madrigueras y la gente de Los Confines, desde sus casas de techo bajo. Para cuando las aguas se descargaban, ningún ser viviente estaba fuera de su refugio. La guarida del puma, las raposeras, los nidos de los árboles y los de la cima de las montañas, las cuevas subterráneas, las rendijas del cubil, las gusaneras, las casas de los husihuilkes, todo había sido hábilmente protegido según una herencia de saberes que enseñaba a aprovechar los bienes del bosque y los del mar. En Los Confines, las Criaturas afrontaban lluvias y vientos con mañas casi tan antiguas como el viento y la lluvia.
—Será mañana que empezarán las aguas —repitió Kush. Y enseguida se puso a tararear entre dientes una canción de despedida. Kuy-Kuyen y Wilkilén fueron hasta el calorcito de la revieja.
—Vuelve a empezar, vuelve a empezar con nosotras —pidió la mayor de sus nietas.
Kush abrazó a las niñas, las atrajo hacia sí, y juntas recomenzaron la canción que entonaban los husihuilkes antes de cada temporada de lluvia. Cantó la voz cálida y quebrada de la raza del sur; cantó sin imaginar que pronto se harían al mar los que traían el final de ese tiempo de bienaventuranza.
Ellas cantaban esperando a los hombres que de un momento a otro aparecerían por el camino del bosque con las últimas provisiones. Vieja Kush y Kuy-Kuyen lo hacían al unísono, sin equivocarse jamás. Wilkilén, que sólo llevaba vividas cinco temporadas de lluvia, llegaba un poco tarde a las palabras. Entonces levantaba hacia su abuela una mirada grave, como prometiendo algo mejor para la próxima vez. Las husihuilkes cantaban hasta pronto....
Hasta pronto, venado.
¡Corre, escóndete!
Mosca azul vuela lejos
porque la lluvia viene.
Padre Halcón protege a tus pichones.
Buenos amigos, bosque amado,
volveremos a vernos
cuando el sol retorne a nuestra casa.
Los tres rostros que miraban desde la casa eran de colores oscuros en el cabello, la piel y los ojos.
La raza husihuilke se había forjado en la guerra. De allí la dureza de sus hombres; y de las largas esperas, los esmeros de sus mujeres. Los corales del mar enhebrados en las trenzas, engarzados en brazaletes y collares o ceñidos a la frente, eran el único bien que realzaba las vestiduras de las mujeres husihuilkes: túnicas claras que bajaban de las rodillas, sandalias y, según la estación, mantos de hilo o de lanas abrigadoras. Así lucían ahora la abuela y sus dos nietas, generosas en la belleza de su raza.
—¡Los lulus, allí están los lulus! —gritó Wilkilén—. ¡Vieja Kush, mira los lulus!
—¿Adónde los ves tú, Wilkilén? —preguntó su abuela.
—¡Allí, allí! —y señalaba con precisión un gran nogal que crecía a mitad de camino, entre la casa y el bosque.
Kush miró. En verdad, dos colas luminosas se enroscaban y se desenroscaban al tronco, como pidiendo atención. Una era de color rojo y otra era apenas amarilla. El color indicaba el tiempo de vida de los lulus, más viejos mientras más blanca la luz de sus colas.
La anciana husihuilke no se sorprendió. Los lulus venían en busca de tortas de miel y calabaza, igual que cada atardecer de la buena estación desde el día de la muerte de Shampalwe. Kush puso dos tortas tiernas en una cesta, salió sola de la casa y tomó el camino del nogal para dejárselas allí y regresar. Ellos nunca le hablaban, no lo habían hecho en los cinco años que llevaban sus visitas.
Los lulus no hacían amistad con los hombres y siempre que les era posible, huían de su presencia. En esas ocasiones abandonaban la posición erguida y corrían, veloces, sobre sus cuatro patas. Pero si eran sorprendidos en medio del bosque, los lulus permanecían inmóviles, con la cabeza agachada y las pezuñas agarradas a la tierra, hasta que el hombre se alejaba. Sin embargo, y a pesar de la mala amistad, fueron los lulus los que trajeron a Shampalwe hasta la casa, ya casi muerta por la mordedura de una serpiente, y la depositaron suavemente junto al nogal. Esa fue la primera vez que Kush vio de cerca los ojos de un lulu. "No pudimos hacer más por ella", así le habían dicho esos ojos. Ahora Vieja Kush marchaba a enfrentar una mirada parecida.
La revieja había depositado la cesta en el suelo y se disponía a volver con las niñas cuando el soplido de uno de los lulus la detuvo. Se rehizo del asombro y giró de inmediato, temiendo un ataque. En cambio, se encontró con los ojos del lulu de cola amarilla. La miraba igual que aquel lulu la había mirado el día en que murió Shampalwe. Kush supo que se avecinaba otro dolor, y lo enfrentó con la serenidad aprendida de su pueblo.