Gavila miró a Boris: él era el experto en comunicación. El joven agente asintió y se colocó detrás de Sarah Rosa, para sugerirle qué escribir.
—Dile que estás aquí.
Y ella escribió:
—Si, estoy aqui.
Esperaron unos instantes, hasta que en el monitor apareció otra frase.
—no creía q estuvieras vivo, estaba preocupado.
—Bien, está «preocupado», así que es un hombre —declaró Boris, satisfecho. Luego le dictó a Sarah Rosa la siguiente respuesta. Pero le recomendó usar sólo letras minúsculas, como hacía su interlocutor, y luego le explicó que algunas personas se sienten intimidadas por el uso de las mayúsculas. Ellos querían, sobre todo, que quien estuviera al otro lado se sintiera cómodo.
—he estado muy ocupado, tu como estas? —me an echo un montón de preguntas pero yo no e dicho nada.
¿Alguien le había hecho preguntas? ¿Sobre qué? La impresión de todos, y en particular de Goran, es que parecía que el hombre con el que estaban hablando estuviera implicado en algo sospechoso.
—Quizá haya sido interrogado por la policía, pero no han creído oportuno detenerlo —sugirió Rosa.
—O quizá no tenían pruebas suficientes —convino Stern.
En sus mentes empezaba a perfilarse la figura de un cómplice de Bermann. Mila pensó en lo que le había ocurrido en el motel, cuando le pareció que alguien la seguía por la plaza empedrada. No le había dicho ni una palabra a nadie, por temor a que se tratara sólo de una impresión.
Boris decidió preguntarle al misterioso interlocutor:
—qien te ha hecho las preguntas?
Pausa.
—ellos.
—ellos qienes?
No hubo respuesta. Boris decidió ignorar ese silencio e intentó rodear el obstáculo preguntando algo diferente. —qe les has dicho?
—les e contado la historia que tu me dijiste y a funcionado.
Más que la oscuridad de aquellas palabras, era la presencia de frecuentes errores gramaticales lo que preocupaba a Goran.
—Podría ser una especie de código de reconocimiento —explicó—. Quizá espera que nosotros también hagamos faltas. Y si no las hacemos, podría cortar la comunicación.
—Tiene razón. Copia su lenguaje e inserta sus mismos errores —le sugirió Boris a Rosa.
Mientras tanto, en la pantalla apareció:
—e preparado todo como tu querías no veo el momento me dirás tu cuando?
Esa conversación no estaba llevándolos a ninguna parte. Boris le pidió a Sarah Rosa que contestara que pronto sabría «cuándo», pero que de momento era mejor repasar todo el plan para estar seguros de que funcionaría.
A Mila le pareció una buena idea, así recuperarían la desventaja respecto de su interlocutor. Poco después, éste respondió:
—el plan es: salir de noxe xq asi n me ve nadie, cuando sean las 2. ir final de la calle, esconderme entre los matojos. esperar, las luces del coche se encenderán 3 veces, entonces puedo salir.
Nadie entendía nada. Boris miró a su alrededor en busca de sugerencias e interceptó la mirada de Gavila:
—¿Usted qué piensa, doctor?
El criminólogo estaba reflexionando.
—No lo sé… Hay algo que se me escapa. No logro encajarlo. —También yo tengo la misma sensación —dijo Boris—. El tío que está hablando parece…, parece un disminuido psíquico o alguien con un fuerte déficit psicológico.
Goran se acercó más a Boris:
—Tienes que hacerlo salir al descubierto.
—¿Y cómo?
—No lo sé… Dile que ya no estás seguro de él y que estás pensando en mandarlo todo al traste. Dile que «ellos» también están encima de ti, y luego pídele que te dé una prueba… ¡Eso: le pides que te llame por teléfono a un número seguro!
Rosa se apresuró a teclear la pregunta. Pero en el espacio para la respuesta sólo brilló el led durante un buen rato.
Luego en la pantalla empezó a componerse algo.
—no puedo hablar por telefono, ellos me escuchan.
Era evidente: o era muy listo o realmente tenía miedo de ser espiado.
—Insiste, dale vueltas. Quiero saber quiénes son «ellos» —dijo Goran—. Pregúntale dónde se encuentran en este momento…
La respuesta no se hizo esperar demasiado. —ellos están cerca.
—Pregúntale: ¿cómo de cerca? —insistió Goran. —están aqui a mi lado.
—¿Y eso qué cono significa? —protestó Boris, llevándose las manos a la nuca en un gesto de exasperación.
Rosa se dejó caer contra el respaldo de la silla y sacudió la cabeza, desalentada.
—Si «ellos» están tan cerca y lo tienen vigilado, ¿por qué no pueden ver lo que está escribiendo?
—Porque él no ve lo que estamos viendo nosotros.
Fue Mila quien lo dijo. Y notó complacida que no se habían vuelto a mirarla como si hubiera hablado un fantasma. Por el contrario, su consideración reavivó el interés del grupo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Gavila.
—Hemos dado por sentado que él, como nosotros, tenía enfrente una pantalla negra. Pero, en mi opinión, su ventana de diálogo está insertada en una página web en la que hay otros elementos: quizá animaciones gráficas, escritos o imágenes de algún tipo… Por eso «ellos», a pesar de estar cerca, no pueden darse cuenta de que está hablando con nosotros.
—¡Tiene razón! —dijo Stern.
La habitación se llenó de nuevo de una extraña euforia. Goran se dirigió a Sarah Rosa:
—¿Podemos ver lo que ve él?
—Claro —respondió ella—, le mando una señal de reconocimiento y, cuando su ordenador me la devuelva, obtendremos la dirección de Internet a la que está conectado.
Mientras explicaba todo esto, la agente ya estaba abriendo su portátil para crear una segunda conexión a la red.
Poco después apareció en la pantalla principal:
—aun estas ahi?
Boris miró a Goran:
—¿Qué respondemos?
—Gana tiempo, pero sin que sospeche.
Boris escribió que esperara unos segundos porque habían llamado a la puerta y tenía que ir a abrir.
Mientras tanto, en el notebook, Sarah Rosa logró copiar la dirección de Internet desde la que el hombre se estaba comunicando.
—Aquí la tengo, ya está… —anunció.
Insertó los datos en la barra y pulsó enter.
Tras unos pocos segundos se cargó una página web.
Nadie habría sabido decir si fue el estupor o el horror lo que los dejó sin palabras.
En la pantalla, los osos bailaban junto a las jirafas, los hipopótamos golpeaban los bongos con buen ritmo, y un chimpancé tocaba el ukelele. La habitación se llenó de música, y mientras la selva se animaba a su alrededor, una mariposa multicolor les dio la bienvenida a la página web.
«Se llamaba Priscilla.»
Todos permanecieron atónitos durante unos instantes. Luego, Boris desplazó la mirada hacia la pantalla principal, donde todavía aparecía la pregunta:
—aun estas ahi?
Fue sólo entonces cuando el agente logró pronunciar aquellas durísimas cuatro palabras: —Joder… Es un niño.
La palabra que más se repite en los motores de búsqueda es «sex». La segunda es «God». Y cada vez que Goran pensaba en ello, también se preguntaba por qué alguien querría buscar a Dios precisamente en Internet. En tercer lugar, en realidad, hay dos palabras: «Britney Spears», que comparte su puesto con «death», la muerte.
Sexo, Dios, muerte y Britney Spears.
La primera vez que Goran introdujo el nombre de su mujer en un motor de búsqueda fue apenas tres meses antes. No sabía por qué lo había hecho; le salió así, de manera instintiva. No esperaba encontrarla y, en efecto, no la encontró. Pero ése era oficialmente el último lugar donde había pensado buscarla. ¿Era posible que supiera tan poco de ella? Y desde ese momento se despertó algo en su interior.
Comprendió por qué estaba siguiéndola.
En realidad no quería saber dónde estaba. En el fondo, no le importaba en absoluto. Lo que quería saber era si ella era feliz. Porque eso era lo que le daba rabia: que se hubiera deshecho de él y de Tommy para poder ser feliz en otro lugar. ¿Se puede ser capaz de herir tan profundamente a alguien para perseguir un deseo egoísta de felicidad? Evidentemente, sí. Ella lo había hecho y, lo que era peor, no había vuelto atrás para enmendarlo, para poner remedio a aquella lesión, a aquel jirón en la carne del hombre con quien ella misma había elegido compartir la vida, y en la carne de su misma carne. Porque se puede volver atrás, se debe volver atrás. Siempre hay un momento en que, a fuerza de avanzar y sólo mirar hacia adelante, se percibe algo, una llamada, y se vuelve un poco atrás para ver si allí todo sigue igual o si, en cambio, ha variado algo en quien hemos dejado a nuestras espaldas, o en nosotros mismos. Ese momento le llega a todo el mundo. ¿Por qué a ella no? ¿Por qué ni siquiera lo había intentado? Ni una sola llamada muda en plena noche. Ni una postal sin palabras.
Cuántas veces Goran se había apostado frente a la escuela de Tommy esperando sorprenderla espiando a su hijo a hurtadillas… Pero nada. Ni siquiera había ido para cerciorarse de que estaba bien. Y entonces Goran había empezado a preguntárselo: ¿qué tipo de persona había creído poder retener a su lado toda la vida?
¿En qué era él tan diferente entonces de Verónica Bermann?
También aquella mujer había sido engañada. Su marido se había servido de ella para crearse una fachada respetable, para que fuera ella quien cuidara de lo que él poseía: su nombre, su casa, sus pertenencias, cada cosa. Porque lo que él quería estaba en otro lugar. Pero, a diferencia de Goran, aquella mujer sospechaba el abismo que se abría bajo su vida perfecta, percibía el olor de algo putrefacto. Y había callado. Se había prestado al engaño, aunque sin tomar parte en él. Había sido cómplice en el silencio, compañera en la representación, esposa para lo bueno y para lo malo.
Goran, en cambio, no sospechó nunca que su mujer pudiera abandonarlo. Ni un aviso, ni una señal, ni siquiera una siniestra intuición sobre la que poder volver con la memoria y decir: «¡Sí! Era tan evidente, y yo, estúpido de mí, ni me di cuenta.» Porque habría preferido descubrir que era un pésimo marido, para luego culparse a sí mismo, a su negligencia, a su escasa atención. Habría querido encontrar en sí mismo las razones: así, al menos, las tendría. En cambio, no, sólo silencio. Y dudas. Al resto del mundo le ofrecía la versión más cruda de los hechos: ella se había ido, punto. Porque Goran sabía que cada uno vería lo que quisiera ver. Unos, al pobre marido. Otros, al hombre que por fuerza debió de hacerle algo para que huyese. Y en seguida se identificaba en esos papeles, pasando con soltura del uno al otro, porque cada dolor tiene su prosa, y debe ser respetada.
¿Y ella? ¿Durante cuánto tiempo había fingido ella? ¿Durante cuánto tiempo había madurado aquella idea? ¿Cuánto tiempo había necesitado para fecundarla con sueños inconfesables, con pensamientos escondidos bajo la almohada noche tras noche, mientras él dormía a su lado? Tejiendo ese deseo con los gestos cotidianos, de madre, de mujer, hasta convertir sus fantasías en un proyecto, un plan. Un diseño. Quién sabía cuándo había comprendido que lo que imaginaba era posible. La larva albergaba dentro de sí el secreto de aquella metamorfosis y, mientras tanto, seguía viviendo a su lado, junto a él y junto a Tommy. Y se preparaba, silenciosa, para el cambio.
¿Y dónde estaba ahora? Porque ella seguía viviendo, pero en otro lugar, en un universo paralelo, hecho de hombres y mujeres como los que Goran encontraba a diario, hecho de casas a las que hacer salir adelante, de maridos que soportar, de hijos que cuidar. Un mundo igual de banal, pero lejos de él y de Tommy, con nuevos colores, nuevos amigos, nuevas caras, nuevos nombres. ¿Qué buscaba ella en ese mundo? ¿Qué era eso que tanto necesitaba y que allí nunca había logrado encontrar? «En el fondo, todos viajamos a un universo paralelo en busca de respuestas —pensó Goran—. Como los que en la web buscan sexo, Dios, muerte y Britney Spears.»
Alexander Bermann, en cambio, navegaba por Internet a la caza de niños.
Todo se había aclarado en seguida. Desde la aparición de la web «Priscilla, la mariposa» en el ordenador de Bermann a la localización del servidor internacional que gestionaba dicho sistema, todo había empezado a asumir una forma.
Era una red de pedófilos con ramificaciones en varios estados.
Mila tenía razón: también estaba su profesor de música.
La Unidad Especial para Crímenes en Internet identificó casi un centenar de abonados. Se efectuaron las primeras detenciones, y continuarían realizándose en las siguientes horas. Pocos adeptos, pero muy selectos. Todos profesionales intachables, acomodados y, por tanto, dispuestos a desembolsar grandes sumas de dinero con tal de preservar su anonimato.
Entre ellos, Alexander Bermann.
Mientras volvía a casa esa tarde, Goran pensó en el hombre templado, siempre sonriente y moralmente íntegro que se deducía de las descripciones de los amigos y conocidos de Bermann. Una máscara perfecta. Quién sabía por qué habría establecido un paralelismo entre Bermann y su mujer. O quizá sí lo sabía, pero no quería admitirlo. En todo caso, una vez cruzado el umbral, dejaría aparte ese tipo de reflexiones y se dedicaría completamente a Tommy, como le había prometido por teléfono, cuando le anunció que regresaría antes a casa. Su hijo había recibido la noticia con entusiasmo y le había pedido si podían cenar pizzas. Goran había accedido sin dudarlo, sabiendo que bastaría esa pequeña concesión para hacerlo feliz. Los niños saben exprimir la felicidad de todo aquello que les ocurre.
Así que Goran se encontró pidiendo pizza de pimientos para él y con doble de mozzarella para Tommy. Hicieron juntos el pedido por teléfono, porque el de la pizza era un ritual que debía ser compartido. Tommy marcó el número y Goran hizo el pedido. Luego prepararon los platos grandes, que habían comprado a propósito para tal fin. Tommy bebería zumo de fruta, y Goran se permitió una cerveza. Antes de llevarlos a mesa, metieron los vasos en el congelador para que se enfriaran suficientemente antes de acoger las bebidas.
Pero Goran estaba de todo menos sereno. Su mente todavía corría por aquella perfecta organización. Los agentes de la Unidad Especial para Crímenes en Internet habían descubierto una base de datos con más de tres mil nombres de niños, con direcciones y fotografías. La red se servía de falsos dominios dedicados a la infancia para atraer a las víctimas hacia la trampa. «Priscilla, la mariposa» Animales, coloridos videojuegos, inocuas musiquitas hacían el resto… Muy parecidas a las de los dibujos animados que Goran y Tommy vieron juntos después de cenar en un canal de la televisión digital. El tigre azul y el león blanco. Mientras su hijo se acurrucaba contra él, muy concentrado en las aventuras de los dos amigos de la selva, Goran lo observó.