Lo que no te mata te hace más fuerte (57 page)

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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—Ya lo supongo.

—Pero no hace mucho le pedí a un chico de la FRA que me mandara ese viejo material y, con la distancia que dan los años, nos pusimos a repasarlo de un modo diferente a como se había hecho en su momento. ¿Sabes que para ser un buen
hacker
no hace falta que seas grande, ni gordo, ni que te afeites por las mañanas? Yo he conocido a chavales de doce o trece años que son verdaderos hachas, con una pericia que no veas, y por eso para mí era obvio que había que estudiar a cada uno de los niños que estaban ingresados en la clínica por aquel entonces. En el material figuraba la lista completa, así que ordené a tres de mis chicos que investigaran a todos los ingresados, de arriba abajo, de pies a cabeza… ¿Y sabes lo que encontramos? Que uno de ellos era la hija del viejo espía y gánster Zalachenko, que en aquella época era objeto de un enorme interés por parte de nuestros colegas de la CIA, y entonces, de pronto, todo se puso muy interesante. Como quizá sepas, existen puntos de contacto entre esa red criminal tras la que andaba la
hacker
y el viejo sindicato del crimen de Zalachenko.

—Pero eso no tiene por qué significar que haya sido Wasp la que os atacó.

—No, en absoluto. Pero seguimos indagando en la vida de esa chica. ¿Y qué quieres que te diga? Tiene un pasado muy interesante, ¿verdad? Bien es cierto que mucha información relativa a su persona ha sido borrada misteriosamente de los archivos oficiales. Pero aun así obtuvimos suficientes datos y, no sé, puede que me equivoque, pero me da la sensación de que todo esto se origina a partir de un hecho concreto, algo así como un trauma de fondo. Nos topamos con un pequeño apartamento en Estocolmo y una madre soltera que trabaja en la caja de un supermercado y que lucha por sacar adelante a sus dos hijas. De modo que en un nivel nos encontramos muy alejados del gran mundo, pero en el otro…

—… ese gran mundo estaba presente.

—Sí. Cada vez que el padre hacía una de sus visitas, el gélido viento de la política internacional de alto nivel recorría ese apartamento…

Tras unos instantes de silencio añadió:

—Mikael, tú no sabes ni una mierda de mí.

—No.

—Pero te puedo decir que sé perfectamente cómo se siente un niño al sufrir de cerca la violencia.

—¿Ah, sí?

—Sí, y sé aún más cómo se siente cuando la sociedad no mueve ni un dedo para castigar a los culpables. Duele, tío, duele que es un horror, o sea que no me sorprende lo más mínimo que la mayoría de los chicos que padecen esa experiencia acaben hundiéndose. Se convierten en unos destructivos hijos de puta cuando son adultos.

—Sí, una pena, pero así es.

—Pero unos pocos, Mikael, se hacen fuertes, muy fuertes, salen a flote y devuelven los golpes. Wasp era una persona así, ¿verdad?

Mikael asintió con la cabeza pensativo, mientras aumentaba la velocidad del vehículo un poco más.

—La encerraron en un manicomio e intentaron destruirla una y otra vez. Pero ella nunca se dejó vencer. ¿Y sabes lo que pienso? —continuó Ed.

—No.

—Que se hizo cada vez más fuerte. Que resistió en su infierno y creció. Pienso, si te soy sincero, que se volvió peligrosísima y que no creo que haya olvidado nada de lo que sucedió. Todo se ha quedado grabado a fuego en su alma, ¿a que sí? Quizá fuera incluso toda esa locura de su infancia la que echó a rodar la bola.

—Puede ser.

—Yo creo que sí. Tenemos a dos hermanas a las que algo terrible les afectó de forma muy dispar y que se convirtieron en enemigas acérrimas, pero, sobre todo, contamos con la herencia de un importante imperio criminal.

—Lisbeth no tiene nada que ver con eso. Ella odia todo lo que guarde relación con su padre.

—Ya lo sé, Mikael, ya lo sé. Pero ¿qué pasó con la herencia? ¿No es eso lo que anda buscando? ¿No es eso lo que quiere destruir, al igual que pretendió destruir a la persona que la originó?

—Y tú ¿qué es lo quieres? —dijo Mikael de repente con voz severa.

—Quizá un poco lo mismo que Wasp: poner las cosas en su sitio.

—Y detener a tu
hacker
.

—Quiero verla y echarle una bronca de mil demonios y tapar todos y cada uno de los malditos agujeros de seguridad. Pero, más que nada, lo que deseo es darles una buena paliza a ciertas personas que no me permitieron concluir mi trabajo sólo porque Wasp los dejó con el culo al aire. Y tengo motivos para creer que tú me vas a ayudar.

—¿Por qué?

—Porque eres un periodista cojonudo. Y a los periodistas cojonudos no les gusta que los trapos sucios que están ocultos permanezcan ocultos.

—¿Y Wasp?

—Wasp va a cantar. Va a cantar más de lo que lo ha hecho en toda su vida, y la verdad es que había pensado que también ahí me echaras una mano.

—¿Y si no accedo a ayudarte?

—Entonces encontraré una manera de enchironarla y de volver a convertir su vida en un infierno, te lo prometo.

—Pero de momento lo único que pretendes es hablar con ella.

—No voy a permitir que nadie vuelva a atacar mi sistema nunca más, Mikael, y por eso necesito entender exactamente cómo realizó esa intrusión. De modo que eso es lo que quiero que le comuniques. Estoy dispuesto a dejar libre a tu amiga con tal de que se siente conmigo un rato y me cuente cómo lo hizo.

—Se lo diré. Esperemos que… —empezó Mikael.

—Que siga viva —completó Ed, y acto seguido el coche, sin aminorar demasiado la velocidad, giró a la izquierda, hacia la playa de Ingarö.

Eran las 04.48. Habían pasado veinte minutos desde que Lisbeth Salander había enviado su mensaje de emergencia.

Era muy raro que Jan Holtser se equivocara tanto.

Jan Holtser tenía la idea romántica, poco racional, de que, incluso de lejos, se podía determinar si un hombre saldría airoso de una lucha mano a mano o de una dura prueba física. Por eso, a diferencia de Orlov o de Bogdanov, no se sorprendió cuando el plan previsto para Mikael Blomkvist no salió según lo esperado. Esos dos estaban cien por cien seguros: no había hombre sobre la faz de la tierra que no sucumbiera de inmediato a los encantos de Kira. Pero Holtser, a pesar de que sólo había visto al periodista a distancia y durante un vertiginoso instante en Saltsjöbaden, tenía sus dudas. Para él, Mikael Blomkvist era sinónimo de meterse en problemas. Daba la sensación de ser una persona a la que no se la podía engañar ni doblegar con facilidad, y nada de lo que Jan Holtser había visto u oído desde entonces le había hecho cambiar de opinión al respecto.

Pero el periodista joven era diferente. Éste tenía pinta de ser el típico chico débil y melindroso, una impresión que resultó completamente errónea: Andrei Zander había aguantado más que ningún otro hombre al que Jan Holtser hubiera torturado. A pesar del espantoso dolor que le había producido se negó a rendirse. Una especie de cualidad inquebrantable que parecía apoyarse en unos principios muy elevados brillaba en sus ojos, lo que hizo que Jan Holtser se preguntara durante un buen rato si no se verían obligados a parar; estaba claro que Andrei Zander preferiría soportar cualquier sufrimiento antes que cantar. Fue al jurarle solemnemente Kira que sometería a aquella misma tortura a Erika y a Mikael cuando Andrei se derrumbó.

Eran las 03.30 horas. Fue uno de esos momentos de los que Jan Holtser pensó que le acompañarían para siempre. La nieve caía sobre las ventanas de las buhardillas. La cara del joven estaba deshidratada y ojerosa. La sangre le había salpicado desde el pecho y manchaba su boca y sus mejillas. Los labios, que llevaban horas tapados con cinta aislante, se hallaban agrietados y llenos de heridas. Estaba hecho un cristo. Aun así, se veía que se trataba de un hombre guapo, y a Jan le vino a la mente Olga. ¿Qué habría opinado su hija de él?

¿No pertenecía ese periodista al tipo de chicos que le gustaban a Olga, esos que luchaban contra las injusticias y se ponían de parte de los mendigos y los marginados? Meditó sobre eso, y también sobre otras circunstancias de su propia vida. Hizo la señal de la cruz, la rusa, donde un camino lleva al cielo y el otro al infierno, y luego miró de reojo a Kira. La vio más guapa que nunca.

Los ojos le brillaban con un ardiente destello. Se encontraba sentada en un taburete, junto a la cama —luciendo un vestido azul muy caro que se había salvado casi por completo de las salpicaduras de sangre—, y le estaba diciendo algo a Andrei en sueco, algo que sonaba lleno de ternura. Luego le cogió la mano. Él también se la cogió a ella. Sin duda a falta de algo mejor con lo que consolarse. Fuera, el viento aullaba en el callejón. Kira asintió con la cabeza y le sonrió a Jan. Nuevos copos de nieve cayeron sobre el alféizar de la ventana.

Después se metieron todos en un Land Rover y pusieron rumbo a Ingarö. Jan se sentía vacío, y no le gustaba nada el desarrollo de los acontecimientos. Pero no podía eludir el hecho de que había sido su propio error el que los había conducido a aquella situación, así que permaneció callado y escuchando a Kira, que se hallaba extrañamente exaltada y les hablaba con un fervoroso odio de la mujer a por la que iban. Jan pensó que ésa no era una buena señal, y si hubiera ejercido alguna clase de poder sobre ella le habría aconsejado que diera media vuelta y que abandonara el país.

Pero se quedó en silencio mientras la nieve seguía cayendo y avanzaban a través de la oscuridad. A veces, cuando miraba los resplandecientes y gélidos ojos de Kira, el miedo se apoderaba de él. Intentó no pensar en ello y, al hacerlo, constató que al menos tenía que darle la razón en un detalle: ella había acertado con una asombrosa celeridad.

No sólo había deducido quién se había lanzado sobre August Balder en Sveavägen y había salvado su vida. También había intuido quién podría saber dónde se ocultaban el niño y la mujer, y el nombre que mencionó fue nada más y nada menos que el de Mikael Blomkvist. Nadie entendió la lógica de su razonamiento. ¿Por qué un prestigioso periodista sueco iba a esconder a una persona que aparecía de la nada para llevarse a un niño del lugar de un crimen? Pero cuanto más indagaban más se iban convenciendo de que allí había algo. Resultó que la chica, que se llamaba Lisbeth Salander, tenía vínculos con el reportero, y que en la redacción de
Millennium
habían empezado a ocurrir cosas extrañas.

A la mañana siguiente de la misión de Saltsjöbaden, Yuri se había metido en el ordenador de Mikael Blomkvist para intentar comprender por qué Frans Balder lo había llamado en mitad de la noche. No le costó nada entrar. Pero desde el día anterior por la mañana ya no hubo manera de acceder a los mensajes del reportero, y… ¿cuándo fue la última vez que algo así había sucedido? ¿Cuándo no había sido Yuri capaz de meterse en el correo de un periodista? Por lo que Jan sabía, nunca. De buenas a primeras, Mikael Blomkvist había empezado a tomar precauciones extremas, y lo había hecho justo después de que la chica y el niño desaparecieran.

Eso en sí mismo, como era obvio, no constituía ninguna garantía de que el periodista conociera el paradero de Salander y del niño. Pero cuanto más tiempo pasaba, más indicios iban surgiendo de que así podría ser. En cualquier caso, Kira no precisaba más pruebas: ella quería ir a por Blomkvist. Y a falta de él, a por otra persona de la revista. Pero sobre todo deseaba, con una ambición más bien obsesiva, dar con la chica y el niño. Sólo eso debería haberles hecho sospechar. Aun así, la verdad era que Jan tenía que estarle muy agradecido.

Tal vez no entendiera del todo los motivos que Kira tenía. Sin embargo, ella iba a matar a ese crío más que nada para protegerlo a él, lo que no dejaba de ser un bonito gesto. Kira podría haberlo sacrificado a él, pero había elegido asumir unos considerables riesgos con tal de no perderlo, lo cual le alegraba, la verdad, por mucho que en esos momentos, con todos metidos en aquel coche, se sintiera, más que otra cosa, desanimado y con un ligero malestar.

Intentó sacar fuerzas pensando en Olga. Pasara lo que pasase, no podía permitir que ella se despertara un día con el dibujo de su padre en la portada de todos los periódicos, y una y otra vez volvió insistentemente a tratar de convencerse de que hasta aquel momento habían sido muy afortunados y de que lo más difícil ya había quedado atrás. Si Andrei Zander les había dado bien la dirección la misión resultaría de lo más fácil, pues eran tres hombres que portaban armas pesadas, cuatro si se incluía a Yuri, quien, como no podía ser de otra manera, se encontraba inmerso en su ordenador.

Se trataba de Jan, Yuri, Orlov y Dennis Wilton, un gánster que había pertenecido en su día a Svavelsjö MC y que ahora le hacía favores a Kira con cierta regularidad. Era también la persona que les había ayudado con la planificación de la operación en Suecia. Eran tres —o cuatro— hombres preparados más Kira, y en su contra tenían a una sola chica que, con toda probabilidad, estaría durmiendo y que encima debía proteger a un niño. No tendría que causarles mayores dificultades llevar a cabo la intervención con la máxima rapidez para luego abandonar el país de inmediato. Pero Kira, a pesar de todo, no paraba de martillearlos de forma obsesiva con aquella chica:

—¡No subestiméis a Salander!

Insistió en ello tantas veces que hasta Yuri, quien en circunstancias normales siempre se ponía de su parte, empezó a irritarse. Bien era cierto que Jan había visto en Sveavägen que esa tía parecía poseer una buena preparación física y que era rápida e intrépida, y a juzgar por lo que decía Kira, se trataba de una especie de supermujer. Era ridículo. Jan nunca había conocido a una mujer que en un combate cuerpo a cuerpo pudiera medir sus fuerzas con él. Ni tampoco con Orlov. A pesar de ello, se juró tener cuidado. Se comprometió a subir previamente para hacer un reconocimiento del terreno con el objetivo de preparar una estrategia, un plan. No se precipitarían ni caerían en ninguna trampa; Jan se lo aseguró una y otra vez. Cuando por fin aparcaron junto a una pequeña bahía, ante la pendiente de una colina y justo enfrente de un embarcadero abandonado, asumió de inmediato el mando. Ordenó a los demás que se prepararan detrás del coche mientras él iba por delante para averiguar la ubicación exacta de la casa. Al parecer, no era del todo fácil encontrarla.

A Jan Holtser le gustaban esas tempranas horas de la madrugada, le gustaban ese silencio y esa sensación de mudanza que había en el aire. Caminaba con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante y aguzando el oído. Le rodeaba una protectora oscuridad. No divisó a nadie ni percibió ningún tipo de iluminación. Pasó el embarcadero y la pendiente, y llegó a una valla de madera que lo condujo hasta una puerta desvencijada, justo al lado de un abeto y un arbusto espinoso de aspecto salvaje. Abrió la puerta y continuó subiendo por una escalera de madera muy empinada que tenía una barandilla en la parte derecha. Unos segundos después creyó vislumbrar la casa en lo alto de la colina.

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