Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (32 page)

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Authors: Pablo Usset

Tags: #humor, #Intriga

BOOK: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
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—Oiga: ya le he dicho que el director no puede salir. Y si insiste voy a tener que llamar a la Guardia Urbana.

—Cumpla con su obligación, pero adviértales que traigan un par de esponjas porque van a poder abrir un banco de semen municipal con lo que voy a dejar pegado en esa pared. Llevo almacenando material desde hace dos semanas, amigo.

—Y a mí qué me explica.

»A ver, el siguiente, por favor.

El tipo se creía muy duro, pero no sabía con quién se la estaba jugando. Me di media vuelta, agarré la silla que había señalado, la puse en medio de la oficina haciendo todo el ruido que pude y me subí en ella no sin cierta dificultad dada mi constitución poco propicia a la escalada. Después, desde aquella atalaya que enfatizaba mi masa triunfante, hice unos cuantos pases de prestidigitador para asegurarme de que todo el mundo mirara antes de empezar el espectáculo desabrochándome lentamente la camisa:

—Cin-co lobi-tos tie-ne la lo-ba...

Ilustré la tonada con la derecha alzada, ensayando la conocida coreografía dígito-manual que suele acompañarla. Para cuando a la zurda le quedaban todavía por desabrochar dos botones de la camisa, vi que el tipo de la ventanilla se escabullía por una puerta hacia el interior invisible de la oficina. Enseguida bajé de la silla, la puse en su sitio, me abroché y, cuando el tipejo volvió a aparecer con su superior, yo ya parecía una persona aproximadamente normal que esperaba junto al mostrador. La superior en cuestión era una mujer de unos cuarenta y pico, con traje de chaqueta gris y una chapita de Correos colgada de la solapa: la estampa de la eficiencia. Le expliqué que debido a unas obras de remodelación en la finca de mi cuñada a su buzón le faltó la placa identificativa durante unos días, etcétera. Después de algunos titubeos terminó por entregarme el sobre a cambio de que le firmara un papelote y, además del DNI de
Lady First
, presentara el mío propio. Por suerte no le importó que estuviera caducado.

Volví a la Bestia y aparqué encima de una acera para examinar el sobre tranquilo.

Salió de allí una carpeta de cartulina llena de papeles. Muchos papeles. Lo primero era un informe de varias páginas redactado por un gabinete americano de informes comerciales. Me detuve un poco en él. Lo segundo fue un tríptico de propaganda de un aparato de gimnasia. Lo desestimé enseguida. ¿Metió
Lady First
los papeles en el sobre tal como salían del cajón?, me pregunté. Pero el oficio de detective no es tan fácil como parece: no sólo hay que hacerse buenas preguntas, hay que saber también qué significan las respuestas, y mi inteligencia silogística se ve estorbada por un exceso de imaginación, así que en cuanto llego a la única respuesta posible a un enigma enseguida se me ocurren otras veinticinco posibilidades que me la estropean. Total, durante un buen rato estuve simplemente pasando papeles ante mis ojos, a ver qué se me ocurría. Había de todo: copias de cartas a clientes, una tarjeta de visita (Bernardo Almáciga, Peluqueros), más informes comerciales, una factura de taller pijo por una puesta a punto y cambio de aceite de Bagheera (ochenta y tres mil pelas, IVA incluido), un catálogo de corbatas Gucci, consultas impresas desde Access, una nota manuscrita con la estupenda letra de mi Estupendo Hermano («La mitad es menos de lo que él piensa», decía la nota) y. .., hacia el final del montoncito, varios folios impresos y grapados que mostraban una larga lista de direcciones. Traía una fecha de cabecera: 22 de junio; direcciones concretas de varias ciudades europeas: Burdeos, Manchester... Enseguida, en la página 3 encontré ésta:

G. S. W. Amanci Viladrau

Password: 25th Montanyà St.;

08029-Barcelona (Spain)

Address: 15 th, Jaume Guillamet St.; 08029-Barcelona (Spain)

Y la encontré enseguida porque, además de que yo ya esperaba encontrarla, estaba envuelta en un círculo aproximado que le destacaba. Y en el exterior del círculo, trazado con el mismo lápiz y estupenda caligrafía, había escrita una sola palabra:

«Pablo.»

Me dio un repelús y estuve a punto de soltar el papel en un movimiento reflejo. Ver mi nombre allí me pareció cosa de malaje, no sé, una representación gráfica de mi persona ante aquel jardincillo cercado de la calle Guillamet, como una premonición nefasta que había empezado a cumplirse.

Ya arrancaba el motor cuando tuve una ocurrencia súbita: mi Estupendo Hermano me llama siempre Pablo José, como mi Señora Madre. Y lo hace sólo porque sabe que no me gusta que me llamen así, pero incluso en sus posits de uso privado escribe siempre
P. José
, lo mismo que en su agenda grababa en el teléfono. Y sólo de pensar en que mi Estupenda Cuñada hubiera falsificado esa nota imitando la letra de su marido con el propósito de que yo la viera y prestara atención a la dirección indicada, me daba una especie de vértigo.

De nuevo saber más era saber menos, pero preferí no ofuscarme en la contemplación del abismo y conduje hacia el despacho de Robellades.

El tráfico era de puta pena, y el departamén d'educasió de la Yeneralitat debía de haber abierto ya las jaulas, porque un par de cachorros humanos con cartera escolar (o esos sustitutos modernos, con ruedas y toda clase de gachets) pretendieron acercarse a la ventanilla para mirar el interior de Bagheera. Les gruñí y salieron disparados hasta parapetarse en un buzón de correos, desde donde me dedicaron un ostentoso corte de mangas. Tenía razón Ignatius Really: ya no hay ni Geometría, ni Teología, ni leches en vinagre.

Llegué al despacho de Robellades media hora después. Resultó ocupar el segundo piso de un edificio viejo. La chica que encontré en recepción era la misma del teléfono. Me parece que le gusté en cuanto me vio, no sé, supongo que represento para las mujeres justo lo que les han enseñado a no desear y a veces noto que eso les da morbo. Pero se limitó a ser amable, dentro de la compunción a la que las luctuosas circunstancias obligaban. Recogí el sobre, le pagué los sesenta papeles de la minuta que también me entregó, y en un momento volví a estar abajo, ante un guardia que apuntaba la matrícula de la Bestia.

—¿Multa?

—Sí, señor: ha estacionado usted en una zona de carga y descarga, reservada a vehículos comerciales.

—¿Serviría de algo decirle que he venido a cargar este sobre?

—¿Y me va a decir también que éste es un vehículo comercial?

—Es un taxi kuwaití. Ya sabe cómo son estos jeques...

—Ya: le ponen a sus taxis deportivos matrícula de Barcelona.

—La B es de Burqan, al suroeste de país. Qué casualidad, ¿no?

—Buen intento. Pero tendrá que decirle al jeque que recurra la multa.

Ocho mil pelas. ¿Cuánto será en euros? Pensé en pagarla en ese mismo momento, pero preferí que le llegara a mi Estupendo Hermano para joderle un poco la reaparición. Di una vuelta a la manzana y me subí a otra acera amplia, en la Carretera de Sarrià, para leer el informe. El sobre era también de buen tamaño, pero más fino que el de correos: contenía sólo tres folios escritos a máquina:

Barcelona tal de tal: Sres. Molucas, informe preliminar de bla-bla-blá, desaparición de Eulalia Robles Miranda (¿de qué me sonaba a mí ese apellido?), etcétera, página y media de etcéteras que desestimé, y al final una conclusión en negrita:

«Consideramos, tomando las debidas reservas, que probablemente su desaparición está relacionada con la de Sebastián Miralles, que a su vez parece mantener cierto conflicto de intereses con una empresa inmobiliaria, con sede probable en Bilbao o sus alrededores, cuya resolución lo mantiene ilocalizable.

»Finalmente, por todo lo expuesto, no podemos descartar que las dos personas mencionadas viajen juntas por propia voluntad y se hallen en estas fechas en algún lugar del norte de España.»

La repera. El trabajo de los Robellades era bueno, me di cuenta en cuanto releí el informe entero, sin saltarme la exposición previa a las conclusiones, pero la última fuente con la que habían tenido tiempo de entrar en contacto había sido sin duda mi Señora Madre, la reina de la desinformación. Si el KGB hubiera contado con sus servicios, hoy día Tejas sería una República Socialista Soviética: sólo ella podía haber sugerido a Robellades lo de la inmobiliaria vasca: inmobiliaria que no podía ser otra, naturalmente, que la Ibarra que daba nombre a mi bote de mayonesa. Y por un momento, al comprobar que en, ninguna parte se hacía referencia a la casa de Jaume Guillamet, sentí que me liberaba de un peso invisible puesto que nada conducía a pensar que la muerte del chaval tuviera nada que ver con mi encargo. Sólo que enseguida me acordé de las huellas de los neumáticos y los cristalitos de intermitente a cincuenta metros de aquel jardincillo de Guillamet. Si era casualidad, era mucha casualidad. Parecía más acertado pensar que Robellades-hijo hubiera encontrado alguna nueva pista cuando su padre ya tenía un primer informe redactado, y decidió seguirla hasta el fondo de la excavación de un parquin, a doce metros bajo el nivel de la calle.

Aún me quedaba un puñado de billetes que me había metido en el bolsillo al salir de casa, pero me paré lo mismo en un cajero a por cien más. Después, retomando Travesera, se me ocurrió pasarme a ver al Nico. Quizá pudiera comprar algo de farlopa, y en cualquier caso no me vendría mal repostar costo, con tanto ajetreo el pedrusco de cinco talegos había menguado considerablemente. Paré un momento en doble fila y me adentré un poco en los jardines.

Ni rastro del Nico.

De vuelta a la Bestia me crucé con el Ángel de la Guarda que ya conocía de la gasolinera. Había bajado del Kadett tras de mí al verme desaparecer por los jardines.

—Perdona que te haya hecho correr, he parado sólo un momento a ver si encontraba a un amigo —le dije.

—Nada, a tu rollo. Son gajes del oficio.

—¿Tienes hora?

—Las dos.

Hora de ir pensando en la manduca:

—Oye: os invito a comer.

—Ffff..., habrá que preguntárselo a López.

López resultó ser el otro Ángel de la Guarda, que se había quedado en el coche. Nos acercamos. Era un cincuentón barrigudo, vestido con una americana pasada de moda. Le repetí la invitación hablándole por la ventanilla.

—Gracias, pero no puede ser.

—Venga, hombre: tengo hambre y en cuanto entre en un restaurante tardaré un buen rato en salir. ¿Qué vais a hacer vosotros mientras, quedaros aparcados en la puerta y pedir una pidsa?

—No conviene que se nos vea juntos.

—Bueno, podemos quedar en algún sitio que esté un poco lejos y salimos zumbando hacia allí por separado. Dudo que nadie pueda seguirnos.

El tipo seguía dudando. Insistí:

—Mire, tengo mal día. Han secuestrado a mi hermano, atropellado a mi padre y asesinado al detective que contraté para que investigara. No me apetece comer solo.

Se ablandó. Me preguntó si me gustaba la paella, le dije que sí.

—¿Conoces los merenderos de Las Planas, enfrente de la estación? Vete para allí por la carretera de Vallvidrera. Te seguirá la moto. Nosotros nos rezagaremos un poco.

Tomó una radio de mano del soporte que la alojaba en el tablero central y dijo algo a alguien que escuchaba en algún sitio. Era un tipo listo, el barrigón: el continuo zig-zag de la carretera de Vallvidrera le daba ventaja a la moto sobre cualquier coche. Así que hubo paella, costillitas de cordero y vino barato del que se bebe en porrón, bien frío aunque sea tinto, mejor aún con una parte de gaseosa. Y también hubo estomacal, y farias, y buena conversación hecha de pura narrativa: episodios escabrosos a cargo de López, ex policía, y picaresca arrabalera de Antonio, ex quinqui robacoches. El motorista y yo hicimos sobre todo de oyentes. Buena gente. Nos volvimos a Barcelona despacio, un poco achispados: ellos con ganas de aparcar delante de mi portal y echar la siesta en el coche.

Yo también quise irme a dormir nada más llegar a casa, pero antes no pude evitar conectarme un momento a la Red.

Fui directo a
worm.com
, entré en el sait, introduje la contraseña «molucas_worm» en el casillero, y me encontré en la página de las preguntas referentes a
The Stronghold
. ¿Que qué llevaba Henry en la mano cuando conoció a la reina?: un
red kerchief
¿Que a qué se dedicaba el rey en el patio de armas?: a
training
; así hasta completar las veinte preguntas, no siempre tan triviales, que me obligaron a consultar dos o tres veces el texto impreso antes de elegir la opción pertinente en la lista de respuestas. Le di al
Submit
y crucé los dedos.

Bingo. Ahora, bajo el título, «Welcome to the Worm Gate», tenía a la vista tres frases en inglés moderno. Estas tres que traduzco:

EL CAMINO ES LARGO Y ESFORZADO. NO SIEMPRE UNA VIDA ES SUFICIENTE.

PREGUNTA A TU CONCIENCIA. POBRE DEL QUE SE APROXIME CON INTENCIONES IMPURAS. AUNQUE JAMÁS LLEGARÁ AL CORAZÓN DE WORM, SERÁ PERSEGUIDO.

PREGUNTA A TU CONCIENCIA. BIENVENIDO EL QUE SE APROXIME CON EL ALMA BLANCA. AUNQUE NO LLEGUE AL CORAZÓN WORM, SERÁ BIENAMADO.

O sea: tres anillos para los reyes elfos bajo el cielo y la abuela fuma. Sólo eso, un link con la dirección
[email protected]
y un botón que decía
First Contact
. Todo aquello era un poco pueril, de acuerdo, pero daba nosequé, y ahora tenía motivos para pensar que las amenazas no eran vanas. Bah: le di finalmente al botón: con un par de huevos. Por suerte la dirección postal que había escrito el día antes —al llenar el primer formulario para conseguir la clave de acceso— era, aunque falsa, próxima a la real, porque lo que se me mostró cuando terminó de cargarse la ventana emergente fue un nombre y un número de teléfono asignados por cercanía geográfica a mis señas. Concretamente, este nombre y este número de teléfono:

Villas, 93 430 13 21

Por supuesto, en cuanto hube dado un respingo sobre la silla, corrí a buscar el papelito en el que había apuntado los números grabados en la memoria del móvil de
The First
. Lo encontré:
Villas, 93 430 13 21.

Volví a la pantalla. «
Call this number and tell the Worm you are Molucas-worm
», decía la frase escrita bajo el número.

Demasiado rápido. De-ma-sia-do rá-pi-do. Calma. Tranquilidad. Pensemos. Había llamado ya a ese número: había llamado, habían contestado e inmediatamente habían colgado, me acordaba muy bien, había hecho dos o tres intentos. ¿Sería porque no di ninguna contraseña? Ahora la tenía, pero ¿era conveniente?

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