—¿Estás bien?
—He ido a la panadería —explicó, levantando las bolsas.
Las manos le temblaban tanto que el plástico crujía.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Katherina, preocupada.
Jon se sentó a la mesa de la cocina y le contó su experiencia en la panadería. Justo en ese momento se dio cuenta de que todavía tenía las bolsas en la mano y no se había quitado la chaqueta.
—Creo que eso es perfectamente normal —lo tranquilizó Katherina—. A Iversen le gusta contar lo que le ocurrió cuando fue activado. Tenía la sensación de que era atacado por todos los libros que antes habían sido sus mejores amigos. —Cogió las bolsas de sus manos—. Sólo se tiene esa sensación al principio. Cuando uno se acostumbra, ya se puede controlar la situación.
La respiración de Jon había vuelto a la normalidad, pero permaneció sentado en la silla mientras se quitaba los zapatos y la chaqueta. Katherina regresó a la sala. Él se frotó la cara con las palmas de las manos. ¿Qué habría sucedido si hubiera leído aquel periódico? ¿Podría volver a leer algo alguna vez sin correr riesgos? ¿O solamente era en Libri di Luca cuando resultaba un peligro para quienes lo rodeaban?
—¿Cómo volvimos aquí ayer? —gritó Jon.
—Querrás decir anteayer —respondió Katherina, también gritando—. Has dormido durante treinta y seis horas.
Volvió a la cocina, ya completamente vestida.
—Nos trajo Kortmann. El chófer te subió hasta aquí en volandas. No pudimos despertarte.
—¿Y tú has estado aquí todo el tiempo?
—No tenía otra cosa que hacer —respondió, sonriendo con cierta incomodidad.
Jon la miró fijamente. Se daba cuenta de que no había dormido demasiado y se la imaginó sentada a su lado mientras él descansaba. Tal vez le había acariciado suavemente la frente con la yema de los dedos con expresión preocupada en sus ojos verdes.
Se aclaró la garganta y bajó la vista.
La información de que había dormido un día y medio sin interrupción pareció despertar a su estómago y de pronto sintió hambre. Se levantó para hacer café.
Mientras comían, Katherina le contó lo que había ocurrido en la librería cuando él se quedó dormido otra vez. Habían pasado casi todo el tiempo hablando sobre si la Organización Sombra existía o no, y no habían llegado a ningún acuerdo. Clara estaba convencida y pidió una reunión de las dos facciones, mientras que Kortmann y Paw se negaban a creer en ella. La discusión había terminado con una especie de compromiso. Jon iba a tener que buscar a Remer para confirmar o negar su relación con la Organización Sombra, y después decidirían qué hacer.
—¿Y cómo vamos a encontrarlo? —preguntó alegremente Katherina.
Jon buscó en los bolsillos de su chaqueta, que estaba todavía colgada del respaldo de la silla.
—Este tipo nos puede proporcionar alguna ayuda —dijo, poniendo un llavero sobre la mesa de la cocina.
El Pitufo Filósofo estaba entre las llaves con una expresión meditabunda en su rostro.
—Nuestro pasaporte para el caso Remer. Olvidé devolver las llaves cuando me despidieron. —Se puso de pie—. Pero primero me voy a dar una ducha. Creo que la necesito.
Los productos frescos de la panadería y el café habían surtido efecto. Jon ya no sentía hambre y el café le había servido de estimulante. Mientras el agua de la ducha caía sobre él, no pudo evitar sonreír, ya que se sentía descansado y contento, y pronto también se sentiría limpio. Le proporcionaba un gran placer sentir el agua caliente sobre la piel. Cerró los ojos y volvió la cara hacia la ducha.
Tal vez por eso no se dio cuenta de que Katherina había entrado hasta que ella lo envolvió con los brazos y apretó el cuerpo contra su espalda. Notaba la calidez de ella, mucho más que la del agua. Él canturreó con satisfacción y dejó que sus manos se deslizaran sobre las de ella. Lo besó en la espalda y le acarició el pecho y el vientre. Cuando él trató de volverse, ella lo sujetó con fuerza. Él la dejó hacer, inclinándose hacia delante con las dos manos en la pared delante de él. Las manos de la chica se deslizaron hacia abajo por el vientre hacia las caderas, luego a los muslos. Hizo volver las manos por el mismo camino, rozándolo con las puntas de los dedos, tal como él la había visto acariciar los lomos de los libros la primera vez que la vio en Libri di Luca. Apoyó las manos en las caderas de él y lo hizo girar para mirarse cara a cara. Jon abrió los ojos y los fijó en los de ella. La visión de su cabello rojo, los ojos verdes y la piel blanca le hizo contener la respiración. Se inclinó hacia delante y con cuidado le besó la cicatriz que tenía en la barbilla. Ella suspiró y él la besó en los labios. Con un tirón ligeramente más brusco, Katherina lo abrazó con más fuerza y le devolvió el beso.
Pasaron el día siguiente haciendo el amor, durmiendo y comiendo alternativamente. Ignoraron todo lo demás; ni siquiera los mensajes de preocupación de Iversen en el contestador automático de Jon pudieron hacer que manifestaran algún interés por el mundo que existía fuera del apartamento. Aunque Katherina siempre le había parecido a Jon reservada y precavida, ahora se mostraba abierta y cariñosa, y le resultaba irreal que hasta hacía sólo dos semanas ignoraran la existencia el uno del otro.
Ambos sabían que no podían aislarse para siempre, pero pospusieron la decisión tanto como les fue posible y siguieron encontrando nuevas excusas, sobre todo relacionadas con el sexo, para mantenerse alejados del mundo. Aparte del hecho de que era estupendo esconderse con Katherina, Jon estaba también preocupado por su forma de funcionar en el exterior, donde sus nuevos poderes podrían manifestarse. Katherina estaba segura de que él iba a ser capaz de controlarlos después de haberse concienciado de las consecuencias, pero él no estaba tan convencido. La activación debería haber sido únicamente una cuestión formal. Habían evitado cuidadosamente toda lectura desde que él había vuelto de la panadería, pero en algún momento tendría que salir del apartamento. Katherina sugirió que empezaran con algunas lecturas controladas.
Para mayor seguridad, ella telefoneó a Iversen, que se mostró aliviado al saber que estaban bien. También creía que era una buena idea hacer un poco de entrenamiento antes de que Jon pudiera moverse libremente.
Jon jamás había comprado una obra de ficción. La ruptura con Luca le había hecho odiar los libros hasta tal punto que sólo leía obras de no ficción, pero tenía un par de novelas policíacas que le habían regalado. Las había dejado olvidadas en el fondo del armario. Mientras Katherina les quitaba el polvo, decidió que no había peligro de que estuvieran cargadas. Era muy probable que nunca hubieran sido leídas, de modo que estaban «muertas» a los ojos de un Lector.
—Primero tienes que familiarizarte con tus poderes —le recomendó Katherina, tratando de parecer seria, aunque estaban tendidos desnudos en la cama de Jon—. Como ya te habrás dado cuenta, un texto puede ocupar mucho espacio en la mente. No puedes ignorar tus poderes, pero puedes aprender a silenciarlos cuando no los estés usando.
—Entonces, ¿qué hacemos exactamente? —quiso saber Jon.
—Tú comienzas a leer y yo intervengo si las cosas empiezan a salirse de su cauce —respondió—. Lo más importante es que lo tomes con calma y no trates de forzar esos poderes ni de hacer grandes desvíos. Tengo que poder seguirlos todo el tiempo.
—En un minuto me dirás que es exactamente como andar en bicicleta —bromeó Jon.
Katherina se rió y se ruborizó.
—Vamos, empieza cuando estés listo —ordenó, entregándole uno de los libros—. Si percibes algún obstáculo, soy yo que te estoy sujetando, y eso quiere decir que debes detenerte.
Jon asintió y examinó la portada. Dio un respingo cuando el título se alzó hacia él como un anuncio tridimensional. Observó el fenómeno durante un instante, para acostumbrarse a la forma de palpitar de la tipografía, tanto en el color como en el tamaño.
—¿Estás bien? —preguntó Katherina.
Él hizo un gesto afirmativo y abrió el libro. Repentinamente todos los símbolos de la página se abalanzaron sobre él y tuvo que apartar la mirada. Notó que el sudor resbalaba por su frente. Tercamente se obligó a mirar la página otra vez y empezó a leer. Su percepción de las páginas del libro cambió de manera instantánea. Tuvo la impresión de que las palabras y las letras se estaban portando bien, esperando su turno para ser leídas, en lugar de tener todas las frases sobre la página en gran confusión como antes. Aliviado, Jon descubrió rápidamente un ritmo cómodo para la lectura, pero todavía no se atrevía a poner emoción en su lectura, y ocasionalmente lanzaba miradas a Katherina. Ella estaba echada boca abajo, con la cabeza apoyada en sus brazos y la cara vuelta hacia él. No había el menor rastro de preocupación en su expresión.
Esta vez desde el principio tuvo la sensación de que estaba sentado delante de una multitud de botones invisibles que podía ajustar para dar vida a su relato. Poco a poco, comenzó a añadir más sentimiento a su lectura; les dio más personalidad a los personajes y proporcionó más color a las descripciones. Tal como había ocurrido durante la activación, el fondo adquirió un aspecto semejante al cristal y las letras aparecieron más definidas, pero Jon vacilaba en atravesar la superficie blanca. Determinó que su percepción de la superficie blanca y las imágenes que creaba a partir del texto eran dos cosas diferentes. Las imágenes se formaban con sus conocimientos, y la interpretación del texto era un producto en parte de sus propias experiencias y también de la intensidad que podía otorgar a la escena en virtud de sus nuevos poderes. El relato tenía lugar en Copenhague, lo que hacía posible que añadiera detalles que no estaban en el texto, pero que eran el resultado de las asociaciones que él hacía.
Jon experimentó con colorear la esencia de las imágenes, y descubrió que cuando realmente se concentraba, las sombras comenzaban a aparecer detrás de la superficie de cristal. Esas imágenes se acercaban a las creadas por su subconsciente. Pero cada vez que llegaba a esa proximidad, era detenido, y no trató de abrirse camino a la fuerza. De este modo, probó varios efectos durante un tiempo, hasta que oyó a Katherina que lo llamaba.
Apartó la mirada del libro y la descubrió sentada a horcajadas sobre él.
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó, tirando a un lado el libro.
—Ha sido hermoso —respondió ella—. Tienes mucho talento.
—Gracias. Pero tengo que ser honesto y admitir que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo.
—Ya lo conseguirás —aseguró Katherina con convicción—. Creo que ha salido muy bien. Hay dos cosas que debes tener en cuenta. Primero, a los oyentes. Cada uno percibe el relato de manera diferente, en parte debido a sus experiencias, pero también porque en ese día en particular podría estar especialmente vulnerable o especialmente insensible. Ésa es la razón por la que el tono debe mantenerse dentro de cierto margen de seguridad; de ése modo, no producirás efectos demasiado violentos en los oyentes más débiles.
—¿Cómo puedo saber lo que los oyentes pueden tolerar?
—Con el tiempo aprenderás a percibir de qué manera la lectura está siendo recibida. Por eso tenemos que practicar.
Apretó su vientre contra el de él y sonrió impúdicamente.
—¿En qué clase de práctica estás pensando ahora? —preguntó Jon, riéndose—. Pero dijiste que había dos cosas.
—Lo segundo es más difícil —continuó Katherina seriamente—. Porque no sabemos cómo suceden… los fenómenos físicos que aparentemente tú puedes producir. Es importante que descubramos con exactitud en qué circunstancias ocurren y hasta dónde puedes llegar antes de que aparezcan. De otra manera, no podemos detenerte antes de que las cosas se compliquen.
—Muchas gracias.
Le habló sobre su percepción de la superficie de cristal y de cómo se había abierto paso a través de ella durante la activación. Katherina asintió con la cabeza.
—Ése podría muy bien ser el límite —sugirió.
—¿Entonces me he ganado un descanso? —preguntó Jon, poniendo sus manos sobre las caderas de ella.
—Te has ganado más que eso —le aseguró con una sonrisa, inclinándose hacia él.
—¿Por qué no le pedimos ayuda a Muhammed? —preguntó Katherina.
Habían salido para alquilar un coche, una furgoneta Suzuki, y se encaminaron luego a casa de Katherina, para recoger algo de ropa. En ese momento se dirigían a Libri di Luca en medio del tráfico de la hora punta. El vehículo hacía un ruido infernal y tenían que hablar alto para poder oírse.
—¿No podría él encontrar lo que queremos saber?
A Katherina no le atraía demasiado la idea de entrar por la fuerza en el despacho donde había trabajado Jon en busca de información sobre Remer.
—Seguro que podría —respondió Jon—. Pero tardaría demasiado tiempo. A diferencia de Tom Norreskov, Remer es un maestro en no dejar rastro. Los archivos nos proporcionarán por lo menos un punto de partida. Todo lo que el bufete sabe de él está reunido ahí: información sobre su imperio empresarial, sus propiedades, direcciones, inversiones, todo. —Apretó los dientes mientras cambiaba de marcha con involuntaria aspereza en el vehículo que le resultaba poco familiar—. Además, quiero mantener a Muhammed fuera de esto durante el mayor tiempo posible.
Habían pasado la mayor parte del día explorando los poderes de transmisor de Jon. A pesar de la limitada selección literaria que tenía en su casa, había logrado adquirir un cierto dominio de sus capacidades… Katherina podía darse cuenta de que ya era capaz de controlar sus poderes, pero sólo cuando él dijo que ya había adquirido una cierta confianza se aventuraron a salir. Quería entrenarlo con algunos de los libros cargados de la librería, pero no quería presionarlo demasiado. Le resultaba difícil. No estaba segura de si era debido a que se había enamorado de él o a sus poderes en general, pero cuando él leía, parecía como si una barrera infranqueable los rodeara, dejando fuera todo lo demás. Con los textos adecuados, él sería imposible de controlar, por lo menos para ella.
En cuanto a Jon, estaba más preocupado por pillar desprevenido a Remer. Su expresión se volvía fría cada vez que hablaba de su antiguo cliente; se reprochaba a sí mismo no haber sido más suspicaz desde el principio. En su entusiasmo por devolverle la jugada a Remer, habían decidido efectuar el robo esa misma noche. Katherina había insistido en acompañarlo, aunque sabía que no iba a resultar de mucha ayuda.