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Authors: Christopher Paolini

Legado (32 page)

BOOK: Legado
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»Mi
Erôthknurl
está casi en ese punto. Cuando lo consiga, la llevaré a mi tienda y la dejaré al sol durante un buen rato. La luz y el calor le harán sudar hasta la última gota que tenga en el interior.

Luego le volveré a echar tierra encima y la limpiaré de nuevo. Después de hacerlo tres o cuatro veces, la superficie de mi
Erôthknurl
quedará tan dura como el costado de un nagra.

—¿Y todo eso solamente para conseguir una bola de barro seco?

—preguntó Eragon, asombrado.

Saphira compartía la misma extrañeza.

Orik cogió otro puñado de tierra y dijo:

—No, porque no acaba ahí. Luego es cuando el polvo es útil. Lo cojo y lo froto contra la superficie de la
Erôthknurl
, y así se forma una superficie dura y suave a su alrededor. Luego dejo la bola reposar y espero a que saque todavía más humedad. Luego más polvo, y espero; luego más polvo, y espero, y así continúo.

—¿Y cuánto tiempo se tarda?

—Hasta que el polvo ya no queda adherido a la
Erôthknurl
. La superficie que se crea es lo que le da a la
Erôthknurl
su belleza. A lo largo de un día va adquiriendo una pátina brillante, como si estuviera hecha de mármol pulido. Sin pulir, sin moler, sin magia: solo con el corazón, la cabeza y las manos, habrás hecho una piedra de tierra común. Una piedra frágil, es verdad, pero una piedra, al fin y al cabo.

A pesar de la insistencia de Orik, a Eragon le parecía difícil de creer que el barro que tenía a los pies pudiera transformarse sin la ayuda de la magia en algo parecido a lo que Orik describía.

¿Por qué estás haciendo una, Orik, rey enano?
—preguntó Saphira—.
Debes de tener muchas responsabilidades ahora que eres rey.

Orik gruñó.

—En este momento no hay nada que deba hacer. Mis hombres están preparados para ir la batalla, pero no hay ninguna batalla a la que ir. Y sería malo para ellos que yo los acosara como una gallina clueca. Tampoco quiero quedarme sentado solo en mi tienda mirándome crecer la barba… Por eso la
Erôthknurl
.

Orik se quedó callado, pero a Eragon le parecía que había algo que lo preocupaba, así que esperó a ver si el enano continuaba hablando.

Al cabo de un minuto, este se aclaró la garganta y dijo:

—Antes yo podía beber y jugar a los dados con los de mi clan, y no importaba que yo fuera el heredero adoptivo de Hothgar. Podíamos hablar y reír juntos sin que eso nos resultara incómodo. Yo no pedía ningún favor, ni tampoco ofrecía ninguno. Pero ahora es distinto. Mis amigos no pueden olvidar que soy el rey, y yo no puedo ignorar el hecho de que su comportamiento hacia mí ha cambiado.

—Eso era de esperar —dijo Eragon, que comprendía la situación de Orik puesto que él había experimentado lo mismo desde que se había convertido en un Jinete.

—Quizá sí. Pero el hecho de saberlo no hace que sea más fácil de soportar. —Orik soltó un bufido exasperado—. Ay, la vida es extraña, un viaje cruel a veces… Yo admiraba a Hothgar como rey, pero a menudo me parecía que se mostraba brusco en su relación con los demás sin motivo. Ahora comprendo mejor por qué era como era. —Orik sostuvo la bola de tierra con las dos manos y la contempló con las cejas fruncidas—. Cuando te encontraste con Grimstborith Gannel en Tarnag, ¿te explicó él el significado de la
Erôthknurl
?

—Nunca habló de ello.

—Supongo que había otros asuntos importantes de los que hablar… Pero, como uno de los Ingeitum, y como knurla adoptado, debes conocer la importancia y la simbología de una
Erôthknurl
. No es solo una manera de concentrar la mente, de pasar el tiempo y de crear un recuerdo interesante. No. El acto de fabricar una piedra con la tierra es sagrado. Al hacerlo, reafirmamos nuestra fe en el poder de Helzvog y le rendimos homenaje. Uno debe acometer esta tarea con reverencia e intención. Hacer una
Erôthknurl
es una forma de devoción, y los dioses no aprecian a quienes realizan los ritos de manera frívola. De la piedra, la carne; de la carne, la tierra; y de la tierra, la piedra otra vez. La rueda gira y nosotros solamente vemos un destello de la totalidad.

Ahora Eragon podía comprender el profundo desasosiego de Orik.

—Deberías tener a Hvedra a tu lado —le dijo—. Ella te haría compañía y evitaría que te sintieras tan apesadumbrado. Nunca te he visto tan feliz como cuando estabas con ella en la fortaleza de Bregan.

Orik, que miraba hacia el suelo, sonrió y unas finísimas arrugas se le formaron alrededor de los ojos.

—Sí… Pero ella es la
grimstcarvlorss
de los Ingeitum, y no puede abandonar sus obligaciones solo para consolarme. Además, yo no estaría tranquilo si ella se encontrara a menos de quinientos kilómetros de Murtagh y de Thorn; o, peor, de Galbatorix y su execrable dragón negro.

Eragon, para animarlo un poco, dijo:

—Me has hecho pensar en una adivinanza: un rey enano sentado en el suelo haciendo una piedra con tierra. No sé cómo sería exactamente, pero quizás algo parecido a: «Fuerte y fornido, trece estrellas en la frente, la piedra viva se sienta y convierte la tierra en piedra muerta». No rima, pero no puedes pretender que componga un buen verso en un instante. Creo que una adivinanza como esta puede hacer que más de uno se rasque la cabeza.

—Mmm —repuso Orik—. Pero no un enano. Incluso nuestros niños lo resolverían en un instante.

Un dragón también
—dijo Saphira.

—Supongo que tienes razón —asintió Eragon.

Entonces le pidió que le explicara todo lo que había sucedido entre los enanos después de que él y Saphira abandonaran Tronjheim para hacer su segunda visita al bosque de los elfos. Desde que los enanos habían llegado a Dras-Leona, Eragon no había tenido oportunidad de hablar mucho rato con él, y estaba ansioso por saber cómo le había ido a su amigo desde que había subido al trono.

A Orik le gustaba explicar los detalles de la intrincada política de los enanos. Mientras hablaba, su expresión se fue haciendo cada vez más alegre, y se pasó casi una hora contando las discusiones y las estratagemas que había habido entre los clanes de enanos antes de que reunieran al ejército para unirse a los vardenos. Los clanes eran muy quisquillosos, como muy bien sabía Eragon, e incluso Orik tenía dificultad en conseguir su obediencia.

—Es como intentar conducir a un rebaño de ocas —dijo Orik—: siempre hay alguna que intenta ir por su cuenta, monta un escándalo horroroso y te muerde la mano a la primera oportunidad que encuentra.

Mientras Orik hablaba, Eragon pensó en preguntarle por Vermûnd.

Siempre se había preguntado qué habría sido de ese jefe enano que había tramado su asesinato. Le gustaba saber dónde se encontraban sus enemigos, y en especial los que eran tan peligrosos como Vermûnd.

—Regresó a su pueblo natal, Feldarast —le contó Orik—. Allí, según dicen, se sienta a beber y maldice todo lo que es y todo lo que será. Pero nadie le hace caso. Los kurlans del clan Sweldn rak Anhûin son orgullosos y testarudos. En general, son fieles a Vermûnd y no se dejan influenciar por lo que otros clanes puedan hacer o decir, pero el intento de asesinar a un invitado es un delito imperdonable. Y no todos los del Az Sweldn rak Anhûin te odian como Vermûnd. No puedo creer que decidan apartarse del resto de los suyos solo para proteger a un grimstborith que ha perdido el honor. Quizás hagan falta años, pero al final se volverán contra él. Ya he oído decir que muchos del clan rechazan a Vermûnd, puesto que también ellos son rechazados.

—¿Qué crees que le sucederá?

—Tendrá que aceptar lo inevitable y dimitir si no quiere que un día alguien le envenene su jarra de hidromiel o, quizá, le clave una daga en las costillas. En cualquier caso, ya no es una amenaza para ti como líder del Az Sweldn rak Anhûin.

Orik y Eragon continuaron charlando hasta que el enano llegó a las últimas fases de su
Erôthknurl
y la dejó lista para dejarla reposar sobre un trozo de tela en su tienda, para que se secara. Orik se puso en pie, cogió el cubo de agua y el palo y dijo:

—Te agradezco la amabilidad que has tenido al escucharme, Eragon. Y tú también, Saphira. Por extraño que parezca, vosotros sois los únicos, además de Hvedra, con quienes puedo hablar libremente. Con los demás… —Se encogió de hombros—. Bah.

Eragon también se puso en pie.

—Eres nuestro amigo, Orik, seas el rey de los enanos o no.

Siempre nos ha gustado hablar contigo. Y ya sabes que no debes preocuparte por que podamos decir nada de lo que nos has contado.

—Sí, eso ya lo sé, Eragon —respondió Orik mirándolo con los ojos entrecerrados—. Tú participas en los sucesos del mundo, pero nunca te has dejado atrapar en las mezquinas intrigas de nadie.

—No me interesan. Además, hay cosas más importantes que hacer en este momento.

—Eso está bien. Un Jinete debe permanecer apartado de los demás. Si no, ¿cómo podría juzgar las cosas por sí mismo? Yo no apreciaba la independencia de los Jinetes, pero ahora sí lo hago, aunque solo sea por motivos egoístas.

—Yo no estoy del todo apartado —repuso Eragon—. Os he prestado juramento de lealtad a ti y a Nasuada.

Orik asintió con la cabeza.

—Eso es verdad. Pero no formas parte del todo de los vardenos, ni tampoco de los Ingeitum. Sea como sea, me alegro de poder confiar en ti.

Eragon sonrió.

—Yo también.

—Después de todo, somos medio hermanos, ¿no es así? Y los hermanos deben protegerse mutuamente.

«Deberían hacerlo», pensó Eragon, pero no lo dijo en voz alta.

—Medio hermanos —asintió, dándole a Orik una palmada en el hombro.

El camino del conocimiento

Esa misma tarde, cuando ya quedaban pocas horas de luz y parecía improbable que el ejército de Dras-Leona lanzara un ataque contra los vardenos, Eragon y Saphira fueron al campo de entrenamiento que había detrás del campamento. Allí Eragon se encontró con Arya, tal como había estado haciendo cada día desde que habían llegado a la ciudad. Le preguntó cómo se encontraba, y Arya contestó, sin mayores explicaciones, que había mantenido una agotadora reunión con Nasuada y con el rey Orik desde antes del amanecer. Luego ambos desenfundaron las espadas y tomaron posición el uno frente al otro. Esta vez decidieron utilizar también los escudos, pues así el entrenamiento se parecía más a un combate real y, por otra parte, aportaba una agradable variación en el ejercicio.

Empezaron a dar vueltas el uno delante del otro con pasos cortos y medidos, como si fueran bailarines desplazándose sobre un suelo irregular, tanteando con los pies y sin mirar hacia abajo, sin apartar la mirada de su contrincante en ningún momento. Aquella era la parte que a Eragon más le gustaba. Encontraba una profunda intimidad en el hecho de mirar a Arya directamente a los ojos, sin parpadear, con insistencia, y en que ella también le devolviera la mirada con la misma concentración e intensidad. Era una sensación que le resultaba desconcertante, pero disfrutaba de la conexión que se establecía entre ellos.

Arya inició el primer ataque; en cuestión de un segundo, Eragon se encontró agachado en una extraña posición y con la espada de Arya contra el costado izquierdo del cuello. El chico se quedó inmóvil hasta que Arya decidió soltarlo y permitió que se irguiera.

—Has sido descuidado —dijo Arya.

—¿Cómo es que siempre me ganas? —gruñó Eragon, descontento.

—Porque —empezó a decir ella, fingiendo darle una estocada en el hombro derecho y haciendo que él se apartara de un salto levantando el escudo— llevo unos cien años practicando. Sería extraño que no fuera mejor que tú, ¿no te parece? Deberías estar orgulloso de haber sido capaz de plantarme cara. No son muchos los que pueden hacerlo.

Eragon dibujó un silbante arco en el aire con
Brisingr
dirigido hacia el muslo de Arya, y la elfa paró el golpe con el escudo. Ella contraatacó dándole un hábil golpe en la muñeca del brazo con que Eragon sujetaba la espada. La corriente de dolor le subió por todo el brazo y le llegó hasta la base del cráneo. Con una mueca, Eragon se apartó un instante para recuperarse. Uno de los retos de luchar contra un elfo consistía en que, a causa de su velocidad y su fuerza, eran capaces de alcanzar a su enemigo desde una distancia mucha mayor de la que era posible para un humano. Así que, para ponerse a salvo de Arya, tenía que separarse unos treinta metros de ella. Pero antes de que tuviera tiempo de alejarse mucho, ella, con la oscura melena ondeando al viento, dio dos largos saltos hacia el chico. Eragon reaccionó descargando la espada contra ella cuando Arya todavía estaba en el aire, pero la elfa, en pleno salto, consiguió esquivarlo. La espada de Eragon pasó rozando su cuerpo sin tocarlo. En cuanto tocó el suelo, Arya incrustó el borde de su escudo debajo del de Eragon y se lo arrebató con un gesto brusco, dejándole el pecho completamente descubierto. Con la rapidez del relámpago, la elfa colocó la punta de su espada bajo la barbilla de Eragon otra vez.

Arya lo mantuvo inmóvil, clavando los ojos en los de él con el rostro a pocos centímetros de distancia. La expresión de la elfa era de una ferocidad e intensidad difíciles de interpretar. Eragon se sintió un tanto amedrentado. Entonces le pareció que una sombra pasaba por encima de su rostro, y Arya bajó la espada, apartándose de él.

Eragon se frotó el cuello y le dijo:

—Si sabes luchar con la espada tan bien, ¿por qué no me puedes enseñar a ser mejor?

Arya lo miró. Sus ojos esmeralda parecían arder con aún más intensidad.

—Lo estoy intentando, pero el problema no está aquí —dijo, dándole un golpecito en el brazo derecho con la punta de la espada—. El problema reside aquí —añadió, ahora tocándole el yelmo con la espada—. Y no sé cómo enseñarte lo que necesitas aprender si no es mostrándote una y otra vez tus errores hasta que dejes de cometerlos. —Y, tras dar un par de golpecitos más sobre el yelmo, añadió—: Aunque eso signifique molerte a palos para que lo hagas.

El hecho de que ella lo derrotara continuamente hería el orgullo de Eragon, tanto que le costaba reconocerlo ante sí mismo, e incluso ante Saphira. Además, le hacía dudar de ser capaz de vencer a Galbatorix y a Murtagh, o a cualquier otro temible contrincante, si se encontraba solo en el combate, sin la ayuda de Saphira ni de su magia.

Con paso decidido, Eragon se alejó unos diez metros de Arya.

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