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Authors: Mariano F. Urresti

Tags: #Intriga

Las violetas del Círculo Sherlock (67 page)

BOOK: Las violetas del Círculo Sherlock
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—Inspector Diego Bedia —se presentó el policía.

Félix sintió el fuerte apretón de manos del policía. Le gustaba la gente que saluda de ese modo.

—Este es el inspector jefe Tomás Herrera —añadió Bedia. Félix no había reparado en aquel hombre, que estaba sentado al otro lado del despacho. Era algo mayor que el policía de las manos grandes. Era delgado, alto, llevaba el cabello gris cortado al modo militar y parecía estar en muy buena forma física. Félix lo saludó con un movimiento de cabeza.

—De modo que anoche vio usted algo extraño cerca del hospital —dijo Diego Bedia.

El cocinero necesitó solo unos minutos para hablarles de su terrible encuentro con una furgoneta negra.

—No, lo siento —dijo al final de su exposición—. No pude ver la matrícula. Llovía a mares, y bastante tuve con salvar la vida.

—Entiendo —dijo Bedia.

Cuando Félix Prieto abandonó la comisaría, Tomás Herrera y Diego se dieron el placer de ordenar por primera vez algo a Gustavo Estrada.

—Se trata de una furgoneta de la marca Citroën de color negro —le dijeron—. Tal vez alguien del Círculo Sherlock la haya comprado o alquilado en los últimos días.

Estrada se sintió humillado con aquel encargo, pero se mordió la lengua. El destino, pensó, es muy caprichoso, y él aún no había dicho su última palabra en aquel maldito asunto.

Sergio y Cristina hicieron el amor durante buena parte de la tarde. Se habían quedado profundamente dormidos cuando Diego Bedia llamó al teléfono de la joven.

Cristina cogió el teléfono y tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba en la cama con Sergio. El escritor dormía profundamente. Eran las siete de la tarde.

—¿Sí?

—¡Hola, Cristina! —dijo Bedia al otro lado del teléfono—. Soy Diego, el novio de Marja.

—Te he reconocido a la primera. —Cristina sonrió.

—Verás, me preguntaba si podría pedirte algo.

—¿De qué se trata?

—He pensado que, como no tenemos aún ninguna idea sobre la identidad de las dos mujeres que han matado esta noche, y como tú conocías a las otras dos, tal vez pudieras reconocerlas.

Cristina guardó silencio y suspiró profundamente. A su izquierda, Sergio se removió bajó las sábanas.

—¿Sigues ahí? —preguntó Diego.

—Sí, sí —contestó Cristina—. ¿Cuándo quieres que vaya?

—¿Podrías dentro de una hora?

Sergio acompañó a Cristina hasta el Centro Anatómico Forense.

—Tengo que advertirte que la segunda mujer está destrozada —anunció Diego.

Cristina asintió, pero cuando tuvo delante el cadáver estuvo a punto de derrumbarse. ¿Quién podía haber hecho algo así?

El final del día se saldó con dos noticias. En primer lugar, las mujeres muertas tenían nombre. La joven delgada, de piel clara y cabello rubio a la que habían degollado y cuyo cuerpo había sido colocado de un modo estudiado en la esquina entre las calles Alcalde del Río y Ansar se llamaba Martina Enescu. Tenía veinte años, era rumana y trabajaba a tiempo parcial en un locutorio situado no lejos de la Casa del Pan, en donde, de vez en cuando, comía.

La mujer cuyas heridas eran más terribles y había corrido una suerte similar a Catherine Eddowes se llamaba Aminata Ndiaye, una senegalesa que también acostumbraba a frecuentar la Casa del Pan.

La segunda gran noticia del día se produjo hora y media después del cierre de los colegios electorales: Jaime Morante había perdido las elecciones. Dos ediles lo separaban de alcanzar la alcaldía. Las expectativas que tenía en el distrito norte no se habían cumplido. Precisamente, había sido allí donde había perdido los comicios.

3

28 de septiembre de 2009

L
os asesinatos de Martina Enescu y de Aminata Ndiaye acapararon las portadas de los periódicos del día siguiente. Ni siquiera las elecciones y sus apretados resultados lograron competir con la información que, a cuatro columnas, recogía todos los detalles de los sucesos ocurridos en la ciudad.

El nuevo Jack el Destripador sembraba el terror en el barrio y provocaba la ira entre los vecinos, que culpaban a la policía de todo lo ocurrido.

Pero, a pesar de que las ediciones de todos los rotativos llevaban a la portada lo sucedido, el diario al que Tomás Bullón vendía sus reportajes había conseguido hacerse con la mayor parte del pastel de las ventas, y es que Bullón no había defraudado a nadie en su entrega diaria. Lo que Bullón publicaba aún no lo sabía la policía ni nadie: ¡el periodista había recibido una nueva carta supuestamente escrita por el asesino!

Clara Estévez y Enrique Sigler desayunaban en el comedor de su hotel, el mismo en el que estaba hospedado desde hacía semanas Sergio Olmos, y leían atónitos la crónica de Bullón. Ambos habían sido interrogados por la policía la tarde anterior. El inspector Diego Bedia y un policía alto y tan fuerte que parecía un atleta de halterofilia les exigieron un detallado relato de cómo había transcurrido la cena de homenaje a Jaime Morante, y de lo que ambos habían hecho después de terminar ese acto.

Ambos se habían mostrado tranquilos en su declaración. No tenían nada que ocultar. Tomaron un taxi a la puerta del hotel donde tuvo lugar el provinciano homenaje a Morante, puesto que llovía intensamente, y fueron hasta el hotel. Conservaban el tique del taxi, de modo que la policía podía encontrar al taxista y confrontar su relato. Habían llegado al hotel alrededor de las doce y media de la noche.

Clara y Sigler tenían previsto abandonar aquella ciudad decadente y triste esa misma mañana. Nada los retenía allí. Sin embargo, no pudieron ocultar un escalofrío al leer la crónica que Bullón había firmado:

DOBLE ASESINATO DEL NUEVO JACK.

EL ASESINO ESCRIBE UNA SEGUNDA CARTA

El lunes había amanecido brumoso y poco hospitalario. Pero no llovía, algo que hizo que el ánimo de Víctor Trejo mejorara. También él, como Clara y Sigler, tenía previsto marcharse por la tarde. Tenía reserva para un vuelo que lo llevaría a Madrid, y desde ahí proseguiría el viaje en el tren de Alta Velocidad Española hacia Sevilla. Pero, antes, quería despedirse de los hermanos Olmos y de Guazo.

Trejo compró el periódico en un pequeño quiosco en la plaza Mayor. El impacto de las fotografías de la portada le hizo tambalearse. Cuando logró reponerse, preguntó al quiosquero dónde podía encontrar una cafetería, y el hombre apuntó con el dedo hacia la izquierda del puesto de prensa. Víctor caminó por una amplia acera unos cincuenta metros y encontró una cafetería con cierto sabor decimonónico situada en una esquina, junto a una calle peatonal.

Una vez dentro, buscó la mesa más alejada de la barra y pidió un café con leche y un zumo de naranja. Solo entonces se permitió leer lo que Bullón había escrito:

Poco antes de entregar esta crónica, he recibido una carta similar en sus formas y en sus expresiones a la que días antes proporcioné a la policía. Alguien la había deslizado por debajo de la puerta de mi habitación. Esta misma mañana se la entregaré a la policía. La carta dice así:

No estaba bromeando, querido viejo Jefe, cuando le di el pronóstico, oirás sobre la obra de Saucy Jack mañana doble evento esta vez número uno gritó un poco no pude acabarlo de un tirón. No tuve tiempo de conseguir las orejas para la policía.

Jack el Destripador

El texto, con la excepción de algunas frases finales que el autor no ha querido añadir, es una copia exacta de una postal que recibió la Agencia Central de Noticias de Londres el lunes 1 de octubre de 1888. Carecía de fecha, pero estaba sellada ese mismo día en el London East.

La prensa de la época se hizo eco de la existencia de esa postal. El periódico
Star
publicó lo siguiente:

Un bromista que firmaba como Jack el Destripador escribió a la Agencia Central de Noticias la semana pasada, amenazando con una elaborada ligereza que en breve iba a comenzar las operaciones de nuevo en Whitechapel. Dijo que cortaría las orejas de la mujer para enviarlas a la policía. Esta mañana la misma agencia recibió una postal manchada aparentemente con sangre sucia. Estaba escrita con tinta roja.

¿Estamos ante una broma? Esa pregunta se planteó en 1888. De todas formas, personalmente no creo que sea así. La carta anterior que alguien me envió era similar a la que los investigadores conocen como «Querido Jefe». Y creo muy probable que, al contrario que otras decenas de cartas que la policía recibió en aquellos años, fuera obra del auténtico asesino.

Como el lector recordará, aquella carta fue escrita antes del doble asesinato que Jack cometió el 30 de septiembre, y a mí me enviaron esa copia antes del doble crimen que ha tenido lugar en la ciudad hace solo unas horas. En la primera carta, Jack anticipó a la policía que le iba a cortar las orejas a las mujeres. Y, desde luego, una oreja de Catherine Eddowes fue mutilada, al igual que le sucedió hace unas horas a una de las dos mujeres asesinadas.

En la postal del día 1 de octubre, Jack señaló algo que solo el verdadero asesino podía conocer: que la primera víctima había gritado un poco y que no pudo completar su trabajo. Y, en efecto, Liz Stride solo fue degollada, pero no eviscerada. Exactamente igual que le ha ocurrido a Martina Enescu en la esquina entre las calles Ansar y Alcalde del Río…

Víctor Trejo separó la mirada del periódico. ¿Cómo era posible que Bullón fuera tan imbécil? ¿Cómo había podido tener la ocurrencia de publicar el contenido de esa carta que decía haber recibido antes de entregársela a la policía?

Sergio Olmos y Cristina habían dormido juntos aquella noche. Pero apenas las primeras luces del día se filtraron por la ventana, se ducharon, se vistieron y salieron a la calle. También ellos compraron el periódico. Sergio quería saber qué había escrito Bullón, el único periodista que estuvo en el lugar de ambos asesinatos minutos después de que se encontraran los cadáveres.

Cuando leyó la crónica de Bullón, Sergio sintió un enorme malestar. Lentamente, una idea fue abriéndose paso en su mente mientras Cristina devoraba el resto del artículo:

El 2 de octubre el
East Anglian Daily Times
publicó:

SE RECIBIÓ UNA POSTAL MANCHADA DE SANGRE

La Agencia Central de Noticias recibió ayer una postal que llevaba el sello de «Londres E». La dirección y el texto estaban escritos en rojo e indudablemente por la misma persona que envió la asombrosa carta ya publicada y que se recibió unos días antes. Como en la misiva anterior, esta también hace referencia a horribles tragedias en el este de Londres, de hecho, es una continuación de la primera carta… La postal estaba manchada por ambos lados de sangre, que evidentemente ha sido impresa por el pulgar o el índice del escritor, para distorsionar la superficie arrugada de la piel… No se debe asumir necesariamente que ha sido obra del asesino; la idea que se nos ocurre de un modo natural es que todo el asunto es una broma. Pero, al mismo tiempo, la escritura de una carta previa inmediatamente anterior a que se cometieran los dos asesinatos fue una coincidencia tan singular que parece razonable suponer que el villano frío y calculador que es responsable de los crímenes ha elegido convertir el correo en un medio a través del cual transmitir a la prensa su diabólico y despiadado humor.

Y así ocurrió. Tal y como anticipaba el articulista, las cartas comenzaron a ser una pesadilla para la policía. En aquellos tiempos, la ciencia de las huellas dactilares no estaba desarrollada lo suficiente. No se tomaban las huellas a los detenidos, de modo que no se podía rastrear al autor de la carta. El texto que yo he recibido carece de manchas de sangre y, seguramente, tampoco habrá en él huellas, como ocurrió con la primera carta.

Algo que, sin embargo, nadie podrá arrebatar al autor de aquellos dos textos fue el mérito de acuñar un nombre artístico extraordinario para el asesino: Jack the Ripper.

Desde aquel momento, su nombre fue sinónimo del mal. Un verdadero demonio se movía por Whitechapel con la misma asombrosa rapidez con la que ahora parece hacerlo su imitador en el distrito norte de esta ciudad.

La noche del 30 de septiembre, en la madrugada del último domingo de aquel mes, Jack pareció ser invisible. Entre las doce cuarenta y seis y las doce cincuenta y seis asesinó a Liz Stride en un callejón oscuro situado junto a Berner Street y a las puertas de un centro obrero. Estuvo a punto de ser sorprendido, pero logró escapar sin ser detenido. Sin que sepamos el motivo, decidió ir a Mitre Square. Si tardó poco más de quince minutos en cubrir ese trayecto, tuvo apenas treinta y dos minutos para encontrar a otra mujer, convencerla para ir a un lugar más sombrío, degollarla y mutilar su rostro, y luego extirpar determinados órganos.

La otra noche, a unos pasos de donde tal vez se encuentre usted ahora, lector, alguien fue capaz de dejar a una mujer degollada en la calle Ansar, y a pesar de la llegada de la policía cuando fue descubierto el cadáver de Martina Enescu, y corriendo un riesgo extraordinario, logró dejar el cuerpo de Aminata Ndiaye brutalmente mutilado a poco más de un kilómetro de distancia.

Y todo ocurrió, como en 1888, el último domingo del mes, aunque no coincidió en esta ocasión con el día 30…

Diego Bedia leía el artículo de Bullón con el rostro crispado por la ira. Aquel hijo de puta había sido capaz de publicar una segunda carta sin entregársela primero a la policía, y para colmo concluía el artículo de un modo irresponsable, atizando aún más los ánimos de los vecinos:

El juez de instrucción Samuel Frederick Langham dictó sentencia el día 4 de octubre de 1888 sobre el caso de Eddowes: «Homicidio premeditado por persona desconocida».

Lo mismo que se había dicho en los casos anteriores. Las gentes del East End salieron a la calle exigiendo seguridad y respuestas, y entre las clases acomodadas comenzó a extenderse el temor y la inquietud: ¿qué sucedería si todo acababa en una revuelta?

Por las noches, Whitechapel y Spitalfields eran lugares fantasmas. Nadie se atrevía a transitar por allí por miedo al cuchillo de Jack. Los policías se mostraban incapaces de atraparlo, a pesar de que tomaban precauciones infantiles como usar botas con suela de goma para no hacer ruido durante sus rondas. Sin embargo, eso no evitó que el martes 2 de octubre, dos días después del doble crimen, apareciera el torso de una mujer en los cimientos de la nueva sede de Scotland Yard en Embankment.

A pesar de que algunos autores crean que fue también víctima de Jack, la mayoría de los especialistas lo niegan. De igual modo que no creen que Jack tuviera nada que ver con la aparición de un brazo de mujer el día 11 de septiembre.

Sucedió que una mujer llamada señora Potter denunció que su hija Emma, una muchacha de diecisiete años que padecía cierto retraso, llevaba desaparecida varios días. La noticia de la aparición de aquel brazo hizo que la señora Potter temiera lo peor, pero Emma apareció sana y salva más tarde.

Aquel brazo amputado que había aparecido atado a una cadena en la orilla del Támesis, junto al puente ferroviario de Grosvenor, en Pimlico, no parecía haber sido cercenado por Jack. Aun así, el clima de terror era tal que todo lo que oliera a sangre en Londres comenzó a ser atribuido al enigmático criminal.

¿Sucederá lo mismo ahora? ¿La policía logrará algún día que la gente del barrio norte pueda dormir en paz?…

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