Las mujeres de César (108 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Las mujeres de César
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Una pregunta lógica y práctica. Era una pena que al formularla Pompeyo estuviera rechazando una oferta de lo que hubiera podido convertirse en una amistad profunda y duradera. Lo que César había estado haciendo era tenderle una mano, de un hombre superior a otro. Era una lástima, pues, que Pompeyo no fuera el hombre superior adecuado. El talento y las aficiones que tenía residían en otra parte. El impulso de César se apagó.

—Tenemos que meter a Craso en esto porque ni tú ni yo tenemos la Influencia que tiene él entre las Dieciocho —le explicó César con paciencia—, ni conocemos una milésima parte del número de caballeros de menos categoría que conoce Craso. Sí, tú y yo conocemos a muchos caballeros, unos importantes y otros menos importantes, así que no te molestes en decirlo. ¡Pero no estamos a la altura de Craso! El es una fuerza con la que hay que contar, Magnus. Ya sé que probablemente tú eres mucho más rico que él, pero no conseguiste tu dinero del mismo modo que lo gana él hasta el día de hoy. Es un ser completamente comercial, no puede remediarlo. Todo el mundo le debe a Craso algún favor. ¡Por eso es por lo que lo necesitamos! En el fondo todos los romanos son negociantes. Si no lo son, ¿por qué se levantó Roma para dominar el mundo?

—A causa de sus soldados y de sus generales —dijo Pompeyo al instante… y a la defensiva.

—Sí, eso también. Y ahí es donde entramos tú y yo. No obstante, la guerra es una situación temporal. Las guerras, además, pueden ser más inútiles y más costosas para un país que los malos negocios, por muchos que sean. Piensa en cuánto más rica podría ser Roma hoy si no hubiera ido a librar una serie de guerras civiles durante los últimos treinta años. Hizo falta tu conquista del Este para volver a poner en pie a Roma desde el punto de vista financiero. Pero la conquista ya está hecha. De ahora en adelante se trata de un negocio, como siempre. Tu contribución a Roma en relación al Este ya ha terminado. Mientras que Craso no ha hecho más que empezar. De ahí es de donde le viene su poder. Lo que ganan las conquistas, lo conserva el comercio. Tú ganas imperios para que Craso los conserve y los romanice.

—Muy bien, me has convencido —dijo Pompeyo mientras cogía la copa—. Digamos que nos unimos los tres, que formamos un triunvirato. ¿De qué servirá eso exactamente?

—Ello nos otorgará la influencia necesaria para derrotar a los boi-zi, porque nos proporciona los números que necesitamos para promulgar leyes en las Asambleas. No conseguiremos que el Senado lo apruebe, básicamente es un cuerpo diseñado para que los ultraconservadores lo dominen. Las Asambleas son las herramientas adecuadas para el cambio. Lo que tienes que entender es que los
boni
han aprendido mucho desde que Gabinio y Manilio legislaron tus mandós especiales, Magnus. Mira a Manilio. Nunca lograremos traerlo a casa, así que él es el principal ejemplo para los futuros tribunos de la plebe de lo que puede suceder cuando se desafía demasiado a los
boni
. Celer hizo pedazos a Lucio Flavio, por eso fracasó tu proyecto de ley de tierras: no fue derrotado en una votación, ni siquiera llegó tan lejos. Murió porque Celer os destrozó a ti y a Flavio. Lo intentaste a la antigua usanza. Pero hoy en día no se les puede tirar faroles a los
boni
. De ahora en adelante, Magnus, la que irnos mejor que si somos dos, simplemente porque tres tienen más fuerza que dos. Todos podemos hacer cosas por los otros dos si estamos unidos, y conmigo como cónsul
senior
tendremos de nuestro lado al más poderoso legislador que posee la República. No infravalores el poder consular sólo porque normalmente los cónsules no acostumbren a legislar. Yo pienso ser un cónsul que legisle, y tengo un hombre excelente que será mi tribuno de la plebe:

Publio Vatinio.

Con los ojos clavados en el rostro de Pompeyo, César dejó de hablar para considerar el efecto de sus argumentos. Sí, Pompeyo lo estaba asimilando. No era ningún tonto, aunque necesitaba mucho que le amasen.

—Piensa cuánto tiempo Craso y tú habéis estado esforzándoos denodadamente en vano. ¿Ha logrado algo Craso al cabo de casi un año de intentar conseguir que se enmienden los contratos de la recaudación de impuestos en Asia? No. ¿Has conseguido tú, después de un año y medio, que se ratifiquen los convenios que hiciste en el Este o las tierras para tus veteranos? No. Cada uno de vosotros dos habéis intentado con todas vuestras fuerzas y poder individuales mover la montaña de los
boni
, y cada uno de vosotros ha fallado. Unidos quizás hubierais tenido éxito. Pero Pompeyo Magnus, Marco Craso y Cayo César unidos pueden mover el mundo.

—Admito que tienes razón —dijo Pompeyo malhumorado—. Siempre me ha asombrado con qué claridad lo ves tú todo, incluso en el pasado, cuando yo creía que Filipo sería el que me conseguiría lo que yo quería. No fue así. Lo hiciste tú. ¿Tú eres político, matemático o mago?

—Mi mejor cualidad es el sentido común —le dijo César riendo.

—Entonces nos acercaremos a Craso.

—No, yo me acercaré a Craso —dijo suavemente César—. Después de la paliza que nos han dado hoy en el Senado a nosotros dos, no será una sorpresa para nadie que ahoguemos nuestras penas juntos en este momento. No se nos conoce como aliados naturales, así que dejemos que todo siga igual. Marco Craso y yo somos amigos desde hace años, parecerá lógico que yo forme una alianza con él. Y tampoco se alarmarán terriblemente los
boni
ante esa perspectiva. Si somos tres es cuando podremos ganar. Desde ahora hasta el final del año tu participación en nuestro triunvirato, ¡me gusta esa palabra!, es un secreto que sólo conoceremos nosotros tres. Deja que los
boni
crean que han ganado.

—Espero poder aguantarme el genio cuando tenga que tratar con Craso todo el tiempo.

—Pero si en realidad no tienes que tratar con él casi nada, Magnus. Eso es lo bueno de ser tres. Yo estoy ahí para hacer de intermediario, yo soy el eslabón que hace innecesario que Craso y tú os veáis con demasiada frecuencia. Ya no sois colegas en el consulado, sois
privati
.

—Muy bien, ya sabemos lo que quiero yo. Sabemos también lo que quiere Craso. Pero, ¿qué es lo que quieres conseguir tú con este triunvirato, César?

—Quiero la Galia Cisalpina e Iliria.

—Afranio sabe desde hoy mismo que tiene una prórroga.

—No tendrá prórroga, Magnus. Eso tiene que quedar entendido.

—Es cliente mío.

—Y hace el papel secundario después de Celer.

Pompeyo frunció el entrecejo.

—¿La Galia Cisalpina e Iliria durante un año?

—Oh, no. Durante cinco años.

Aquellos vivos ojos azules de pronto se pusieron a mirar hacia otra parte; el león que tomaba el sol sintió que ese sol se escondía tras una nube.

—¿Qué te propones?

—Un mando grandioso, Magnus. ¿Me lo reprochas tú?

Lo que Pompeyo sabía de César se iluminó ahora con un nueva forma de apreciación: cierta historia acerca de que había ganado una batalla cerca de Trales hacía años, una corona cívica por valentía, un cuestorado bueno pero pacífico, una brillante campaña en el norte de Iberia recién terminada, pero nada en realidad fuera de lo corriente. ¿Adónde se proponía ir? A la cuenca del Danubio, era de suponer. ¿A Dacia? ¿A Mesia? ¿A las tierras de los roxolanos? Sí, ésa sería una gran campaña, pero no como la conquista del Este. Cneo Pompeyo Magnus había batallado con formidables reyes, no con bárbaros ataviados con pintura de guerra y tatuajes. Cneo Pompeyo Magnus había estado en la marcha a la cabeza de ejércitos desde que contaba veintidós años de edad. ¿Dónde estaba el peligro? No podía haber ninguno.

Un escalofrío erizó el cabello del león; Pompeyo sonrió ampliamente.

—No, César, no te lo reprocho en absoluto. Te deseo suerte.

Cayo Julio César pasó por delante de los puestos que exhibían aquellos toscos bustos de Pompeyo el Grande, entró en el Macellum Cuppedenis y subió los cinco tramos de escaleras estrechas para ver a Marco Craso, que aquel día no había estado en el Senado, pues rara vez se molestaba en asistir. Se sentía herido en el orgullo, su dilema no estaba resuelto. La ruina financiera nunca era algo que había que tener en cuenta, pero allí estaba él con toda su influencia y completamente incapaz de cumplir lo prometido en lo que de hecho era una menudencia. Su posición como la mayor estrella y la más brillante del firmamento de los negocios de Roma estaba en peligro, su reputación en ruinas. Cada día importantes caballeros venían a preguntarle por qué no había logrado que se enmendasen los contratos de la recaudación de impuestos, y cada día tenía que intentar explicar que un pequeño grupo de hombres estaban guiando al Senado de Roma como quien guía a un toro con una anilla atravesada en la nariz. ¡Oh dioses, se suponía que él era ese toro! Y algo más que su
dignitas
estaba menguando; muchos de los caballeros sospechaban ahora que él tramaba algo, que estaba atascando deliberadamente las negociaciones de aquellos desgraciados contratos. ¡Y se le estaba cayendo el pelo como a un gato en primavera!

—¡No te acerques a mí! —le gruñó a César.

—¿Y por qué no? —preguntó César sonriendo mientras se sentaba en una esquina del escritorio de Craso.

—Tengo la sarna.

—Estás deprimido. Bueno, anímate, tengo buenas noticias.

—Hay demasiada gente aquí, pero estoy tan cansado que no puedo moverme. —Abrió la boca y soltó un bramido a las numerosas personas que llenaban la habitación—. ¡Venga, marchaos a casa todos! ¡Venga, a casa! ¡Ni siquiera os rebájaré la paga, así que venga, marchaos!

Se marcharon a toda prisa, encantados; Craso los obligaba a todos a trabajar cada minuto mientras hubiera luz de día, y los días iban siendo cada vez más largos, pues se iba acercando el verano, aunque todavía faltaba mucho. Desde luego, cada octavo día tenían fiesta, y también eran fiestas no laborables las Saturnalia, las Compitalia y los juegos mayores, pero no tenían paga. Si no trabajabas, Craso no te pagaba.

—Tú y yo vamos a formar sociedad —le dijo César.

—No servirá de nada —respondió Craso moviendo la cabeza de un lado a otro. —Servirá si somos un triunvirato Aquellos grandes hombros se pusieron tensos, aunque el rostro permaneció impasible.

—¡Con Magnus, no!

—Sí, con Magnus.

—No quiero, y ya está.

—Pues entonces despídete de todo el trabajo de años, Marco. A menos que tú y yo formemos una alianza con Pompeyo Magnus, tu reputación como patrono de la primera clase está completamente destruida.

—¡Tonterías! Una vez que seas cónsul lograrás que se reduzcan los contratos asiáticos.

—Hoy, amigo mío, me han adjudicado la provincia. Bíbulo y yo vamos a inspeccionar, medir y demarcar las rutas del ganado trashumante de Italia. Craso se quedó con la boca abierta.

—¡Eso es peor que no conseguir una provincia! Es como para convertirte en el hazmerreír! ¡Un Julio… y un Calpurnio para ese asunto…! ¿Obligados a realizar el trabajo de funcionarios de poca monta?

—Me he fijado en que has dicho un Calpurnio. Así que tú crees que Bíbudo también lo hará. Pero sí, incluso está dispuesto a disminuir su
dignitas
sólo para ensuciarme a mí. Fue idea suya, Marco, y, ¿es que no te dice eso cuán seria es la situación? Los
boni
están dispuestos a tumbarse en el suelo para dejarse matar si ello significa que me matan a mí también. Por no decir a Magnus y a ti. Nosotros sobresalimos mucho en ese campo de amapolas, todo lo de Tarquinio el Soberbio se repite otra vez.

—Entonces tienes razón. Formaremos alianza con Magnus.

Y así de simple fue. No hubo necesidad de ahondar. Sólo hubo que ponerle debajo de la nariz los hechos y se dejó convencer. Incluso parecía que empezaba a ponerse contento acerca del proyectado triunvirato al darse cuenta de que, como tanto Pompeyo como él eran
privat
, no tendría que hacer ninguna aparición en público de la mano del hombre que más detestaba de toda Roma. Con César actuando de mensajero, las decencias se conservarían y aquella sociedad tripartita daría resultado.

—Será mejor que empiece yo a hacer campaña electoral en favor de Luceyo —dijo Craso cuando César se bajaba de la mesa donde estaba encaramado.

—No te gastes mucho dinero, Marco, ese caballo no galopará. Magnus lleva dos meses pagando fuertes sobornos, pero después de lo de Afranio nadie mirará a sus hombres. Magnus no es un político, no hace los movimientos adecuados en el momento adecuado. Labieno debería haber estado donde él puso a Flavio, y Luceyo debería haber sido su primer intento para asegurarse un cónsul dócil. —César le dio una alegre palmadita a Craso en la calva y se marchó—. Seremos Bíbulo y yo con toda seguridad.

Predicción que las Centurias confirmaron cinco días antes de los idus de
quintilis
: César arrasó y consiguió el consulado
senior
, pues tenía a su favor, literalmente, a todas las Centurias; Bíbulo tuvo que esperar mucho más, pues la pugna por el cargo de cónsul
junior
fue mucho más reñida. Los pretores fueron decepcionantes para los triunvires, aunque podían dar por seguro el apoyo del sobrino de Saturnino después del juicio de Cayo Rabirio, y nada menos que Quinto Fufio Caleno estaba haciendo propuestas, pues sus deudas empezaban ya a hacer que se viera metido en graves apuros. El nuevo Colegio de los Tribunos de la Plebe era una dificultad, porque Meteio Escipión había decidido presentarse, lo cual daba a los
boni
nada menos que cuatro aliados incondicionales: Metelo Escipión, Quinto Ancario, Cneo Domicio Calvino y Cayo Fanio. En la parte más brillante, los triunvires contaban definitivamente con Publio Vatinio y Cayo Alfio Flavio. Con dos buenos y fuertes tribunos de la plebe bastaría.

Luego transcurrió la larga y exasperante espera para el año nuevo, cosa empeorada aún más por el hecho de que Pompeyo tenía que mantenerse calladito mientras Bíbulo y Catón andaban por ahí pavoneándose, prometiéndole a todo el que estaba dispuesto a escucharles que César no lograría hacer nada. Su oposición se había hecho cosa del dominio público entre todas las clases de ciudadanos, aunque eran pocos, por debajo de la primera clase, los que comprendían exactamente qué pasaba. Lejanos truenos políticos retumbaban, nada más.

Sin inmutarse al parecer, César asistía a la Cámara todos los días en que había reunión en calidad de cónsul
senior
electo para dar su opinión acerca de muy pocas cosas; por lo demás, dedicaba su tiempo casi exclusivamente a redactar un nuevo proyecto de ley de tierras para los veteranos de Pompeyo. En noviembre le pareció que ya no había motivo para mantenerlo por más tiempo en secreto: que el núcleo irreductible se preguntase qué relación había entre Pompeyo y él, ya era hora de ejercer una cierta dosis de presión. Así que en diciembre envió a Balbo a ver a Cicerón en relación con el proyecto de ley de tierras. Si informar a Cicerón de lo que estaba tramando César no hacía que la noticia se extendiera a lo largo y a lo ancho, nada lo lograría.

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