»Tenemos además unos cincuenta mil soldados veteranos que vagan arriba y abajo por todo el país, ¡incluida esta ciudad!, sin los medios para establecerse, al llegar a la mediana edad, y convertirse en pacíficos y productivos ciudadanos capaces de procrear legítimamente y proporcionarle a Roma los soldados del futuro, en lugar de engendrar mocosos sin padres que van por ahí colgados de las faldas de mujeres indigentes. Si nuestras conquistas nos han enseñado algo, es, desde luego, que somos los romanos quienes mejor luchamos, quienes damos las victorias a nuestros generales, quienes sabemos mirar con ecuanimidad la perspectiva de un asedio de diez años de duración, quienes sabemos levantarnos después de sufrir pérdidas y sabemos empezar a luchar otra vez desde el principio.
»Lo que yo propongo es una ley que distribuya hasta el último
iugerum
de tierra pública de esta península, salvo las doscientas millas cuadradas del Ager Campanus y las cincuenta millas cuadradas de tierra pública adyacentes a la ciudad de Capua, que son el principal campo de entrenamiento de nuestras legiones. Ello incluye, pues, las tierras públicas adyacentes a lugares como Volaterra y Aretio. Cuando yo vaya a poner mojones a lo largo de las rutas del ganado trashumante de Italia, quiero saber que éstas son el único terreno público que quede en la península, aparte de Campania. ¿Y por qué no incluir también las tierras de Campania? Sencillamente porque llevan mucho tiempo en arrendamiento, y resultaría repugnante para aquellos que las tienen arrendadas tener que pasar ahora sin ellas. Eso, naturalmente, incluye al maltratado caballero Publio Servilio, el cual espero que ya haya vuelto a plantar sus viñas y les haya aplicado tanto estiércol como esas delicadas plantas sean capaces de tolerar.
Ni siquiera aquello suscitó ningún comentario. Como la silla curul de Bíbulo quedaba ligeramente detrás de la de César, éste no podía verle la cara, pero le resultaba interesante que permaneciera callado. También Catón estaba silencioso; volvía a no llevar túnica debajo de la toga desde que aquel Mono suyo, Favonio, había entrado en la Cámara para imitarlo. Como era cuestor urbano el Mono podía asistir a todas las sesiones del Senado.
—Sin desposeer a ninguna persona que en el presente ocupe nuestro
ager publicus
bajo las condiciones que establecía una
lex agraria
anterior, he calculado que las tierras públicas disponibles proporcionarán parcelas de diez
iugera
cada una para quizás treinta mil ciudadanos que cumplan los requisitos que les dan derecho a ello. Lo cual nos deja con la tarea de encontrar tierras suficientes que en la actualidad sean de propiedad privada para otros cincuenta mil beneficiarios. Estoy contando con que puedan establecerse cincuenta mil soldados veteranos más treinta mil pobres urbanos de Roma. Sin incluir a cuantos veteranos puedan encontrarse dentro de la ciudad de Roma, treinta mil habitantes urbanos pobres trasladados a productivas parcelas en áreas rurales supondrán un alivio para el Tesoro de setecientos veinte talentos al año en dinero de subsidios para el grano. Si añadimos veintitantos mil veteranos que están en la ciudad, el ahorro se aproxima a la carga adicional que la ley de Marco Porcio Catón echó sobre los fondos públicos.
»Pero incluso contando con la adquisición de tantas tierras como son ahora propiedad privada, el Tesoro puede proporcionar la ayuda financiera necesaria a causa de los ingresos, enormemente aumentados, que recibe ahora procedentes de las provincias orientales… aunque, por ejemplo, los contratos de recaudación de impuestos fueran reducidos, digamos, en una tercera parte. Yo no espero que los veinte mil talentos de beneficio neto que Cneo Pompeyo Magnus añadió al Tesoro alcancen para comprar tierras a causa de la relajación de las tarifas y aranceles impuesta por Quinto Metelo Nepote, un gesto munificente que ha privado a Roma de unos ingresos que necesita desesperadamente.
¿Obtuvo aquello alguna respuesta? No, no la obtuvo. El propio Nepote se encontraba todavía gobernando Hispania Ulterior, aunque Celer estaba sentado entre los consulares. Se tomaba tiempo para ir a gobernar su provincia, la Galia Ulterior.
—Cuando examinéis mi
lex agraria
, encontraréis que no es arrogante. No puede ejercerse presión de ningún tipo sobre los actuales propietarios de las tierras para que se las vendan al Estado, ni hay implícita una reducción de los precios de la tierra. Las tierras que qompre el Senado deben pagarse según el valor que establezcan nuestros estimados censores Cayo Escribonio Curión y Cayo Casio Longino. Las escrituras de propiedad existentes deberán aceptarse como completamente legales, sin ningún recurso ante la ley que las desafíe. En otras palabras, si un hombre ha cambiado sus lindes y nadie se ha querellado por dicha acción, entonces esas piedras de linde son las que definen la extensión de su propiedad puesta en venta.
»Ninguno de los que reciban una concesión de terreno podrá venderla o abandonarla en un período de veinte años.
»Y por último, padres conscriptos, la ley propone que la adquisición y asignación de los terrenos resida en una comisión de veinte caballeros
seniors
y senadores. Si esta Cámara me concede un
consultum
para llevarlo al pueblo, entonces esta Cámara tendrá el privilegio de elegir a esos veinte caballeros y senadores. Si no me concede un
consultum
, entonces ese privilegio será para el pueblo. También habrá un comité de cinco consulares encargados de supervisar el trabajo de los comisionados. Yo, no obstante, no tomo parte en nada de ello. Ni en la comisión ni en el comité. No debe existir ninguna sospecha de que Cayo Julio César se propone enriquecerse o convertirse en el patrono de aquellos a quienes la
lex Iulia agraria
conceda parcelas. —César suspiró, sonrió y levantó las manos—. Basta por hoy, honorables miembros de esta Cámara. Os doy doce días para leer el proyecto de ley y prepararos para el debate, lo cual significa que la próxima sesión para tratar de la
lex Iulia agraria
tendrá lugar dieciséis días antes de las calendas de febrero. La Cámara, no obstante, se reunirá de nuevo dentro de cinco días, que es el día séptimo antes de los idus de enero. —César puso una cara aviesa—. Como no me gustaría pensar que ninguno de vosotros va sobrecargado de trabajo, he dado instrucciones para que doscientas cincuenta copias de la ley se entreguen en las casas de los doscientos cincuenta miembros de este cuerpo de mayor categoría. ¡Y, por favor, no os olvidéis de los senadores de categoría inferior! Aquellos de vosotros que leáis con rapidez, pasad la copia a otro en cuanto hayáis terminado. De lo contrario, ¿puedo sugerir que los hombres de categoría inferior acudan a sus superiores para pedirles que les dejen compartir la copia?
Después de lo cual disolvió la sesión y se marchó en compañía de Craso; al pasar junto a Pompeyo, saludó al Gran Hombre con una solemne inclinación de cabeza, nada más.
Catón tuvo más que decir mientras Bíbulo y él salían juntos de lo que había tenido que decir mientras se celebraba la reunión.
—Pienso leer hasta la última línea de esos innumerables rollos buscando las trampas —anunció—, y te sugiero que tú hagas lo mismo, Bíbulo, aunque odies leer leyes. En realidad, creo que todos debemos leerlo.
—No ha dejado mucho campo para que critiquemos la ley en sí, si es que es tan respetable como César nos quiere hacer ver. No habrá ninguna trampa.
—¿Estás diciendo que tú estás a favor? —rugió Catón.
—iPues claro que no! —repuso Bíbulo con brusquedad—. Lo que estoy diciendo es que si bloqueamos la ley parecerá una acción movida por el rencor más que constructiva.
Catón pareció perplejo.
—¿Y eso te importa?
—En realidad no, pero esperaba que Sulpicio o Rulo elaborasen una nueva versión… algo en lo que pudiéramos intervenir. De nada sirve hacernos más odiosos para el pueblo de lo necesario.
—Es demasiado bueno para nosotros —dijo Metelo Escipión con aire fúnebre.
—¡No, no lo es! —gritó Bíbulo—. ¡César no ganará, no ganará!
Cuando la Cámara se reunió cinco días después, el tema que salió a la palestra fue el de los
publicani
para Asia; esta vez no hubo cubos llenos de capítulos, simplemente un único rollo que César llevaba en la mano.
—Este asunto lleva estancado más de un año, durante el cual un grupo de hombres desesperados, recaudadores de impuestos, ha estado destruyendo el buen gobierno de Roma en cuatro provincias orientales: Asia, Cilicia, Siria y Bitinia-Ponto —dijo César en tono duro—. Las cantidades que los censores aceptaron en nombre del Tesoro no se han alcanzado, sin embargo. Cada día que este desgraciado estado de cosas continúe, es un día más durante el cual a nuestros amigos los
socii
de las provincias del Este se les exprime inexorablemente, un día más durante el cual nuestros amigos los
socii
de las provincias del Este maldicen el nombre de Roma. Los gobernadores de esas provincias se pasan el tiempo, por una parte aplacando delegaciones de airados
socii
, y por la otra teniendo que proporcionar lictores y tropas para ayudar a los recaudadores de impuestos a que puedan seguir exprimiendo.
»Tenemos que reducir nuestras pérdidas, padres conscriptos. Así de simple. Tengo aquí un proyecto de ley para presentárselo a la Asamblea Popular en el que le pido que reduzca los ingresos por impuestos procedentes de las provincias del Este en un tercio. Concededme un
consultum
hoy. Dos tercios de algo es infinitamente preferible a tres tercios de nada.
Pero, naturalmente, César no obtuvo su
consultum
. Catón prolongó la reunión e impidió que se pudiera llevar a cabo la votación; soltó un discurso sobre la filosofía de Zenón y las adaptaciones que había impuesto sobre ella la sociedad romana.
Poco después del amanecer del día siguiente César convocó a la Asamblea Popular, la llenó con los caballeros de Craso y sometió el asunto a votación.
—¡Porque si diecisiete meses de
contiones
sobre este tema no son suficientes, entonces diecisiete años de
contiones
tampoco bastarán! —dijo—. Hoy votamos, y eso significa que la liberación de los
publicani
no necesita tardar más de diecisiete días a partir de este momento en producirse.
Una mirada a los rostros que llenaban el Foso de los Comicios les dijo a los
boni
que oponerse resultaría tan peligroso como infructuoso; cuando Catón intentó hablar lo abuchearon, y cuando intentó hablar Bíbulo los puños se levantaron. En una de las votaciones más rápidas de la historia, los ingresos del Tesoro procedentes de las provincias del Este fueron reducidos en una tercera parte, y la multitud de caballeros vitoreó a César y a Marco Craso hasta quedarse roncos.
—¡Oh, qué alivio! —dijo Craso radiante.
—Ojalá todo fuera tan fácil —dijo César dejando escapar un supiro—. Si yo pudiera actuar con tanta rapidez con la
lex agraria
, se aprobaría antes de que los
boni
pudieran organizarse. Este asunto tuyo era el único sobre el que yo no tenía que convocar
contiones
. Los tontos de los
boni
no comprendieron que yo, sencillamente… ¡lo haría!
—Hay una cosa que me desconcierta, César.
—Qué es?
—Pues que los tribunos de la plebe llevan un mes en el cargo, y sin embargo tú todavía no has utilizado a Vatinio para nada. Y aquí estás promulgando tus propias leyes. Yo conozco a Vatinio. Estoy seguro de que es un buen cliente, pero te cobrará todos sus servicios.
—Nos cobrará, Marco —le dijo César suavemente.
—Todo el Foro está confuso. Un mes entero de tribunos de la plebe sin una sola ley ni un solo alboroto.
—Tengo trabajo de sobra para Vatinio y Alfio, pero todavía no. Yo soy el auténtico abogado, Marco, y me encanta. Los cónsules legisladores son raros. ¿Por qué habría yo de dejar que Cicerón se llevase toda la gloria? No, esperaré hasta que tenga auténticos problemas con la
lex agraria
, y entonces les echaré a Vatinio y a Alfio. Sólo para confundir el tema.
—De verdad tengo que leerme todo ese montón de papel? —le preguntó Craso. —No estaría mal, porque quizás tendrías algunas ideas brillantes. No hay nada malo en el documento desde tu punto de vista, desde luego.
—No puedes engañarme, Cayo. No hay manera de que puedas establecer a ochenta mil personas en diez
iugera
cada una sin utilizar el Ager Campanus y las tierras de Capua.
—Nunca pensé en engañarte a ti. Pero todavía no tengo intención de descorrer la cortina que abre la jaula de la bestia.
—Entonces me alegro de no estar metido en la agricultura y ganadería de los
latifundia
.
—¿Y por qué no te metiste en eso?
—Demasiados problemas y pocos beneficios. Todos esos
iugera
con unas cuantas ovejas y unos cuantos pastores, un montón de trifulcas para meter en vereda a las cuadrillas de trabajadores… los hombres que se dedican al campo son tontos, Cayo. Mira Ático. Por mucho que deteste a ese hombre, como lo detesto, es demasiado listo para tener medio millón de
iugera
en Italia. A ellos les gusta decir que poseen medio millón de
iugera
, y a eso es a lo que se reduce todo prácticamente. Lúculo es un ejemplo perfecto. Tiene más dinero que sentido común. O gusto, aunque él eso lo discutiría. No tendrás oposición por mi parte, ni por parte de los caballeros. Explotar las tierras públicas que el Estado les ha arrendado es una especie de diversión para senadores, no un negocio para caballeros. Puede que le de a un senador el censo de un millón de sestercios, pero, ¿qué es un millón de sestercios, César? ¡Unos nimios cuarenta talentos! Yo puedo ganar eso en un día con… —Sonrió y se encogió de hombros—. Mejor no decirlo. A lo mejor vas y se lo cuentas a los censores.
César se recogió los pliegues de la toga y echó a correr por el Foro inferior en dirección al Velabrum.
—¡Cayo Curión! ¡Cayo Curión! ¡No te vayas a casa, ve a la barraca de los censores! ¡Tengo información!
Ante la fascinada mirada de varios cientos de caballeros y asiduos del Foro, Craso se recogió los pliegues de la toga y salió detrás de César gritando:
—¡No! ¡No lo hagas!
Luego César se detuvo, dejó que Craso lo alcanzase y los dos se estuvieron riendo a grandes carcajadas antes de echar a andar en dirección a la dotnus publica. ¡Qué extraordinario! ¿Dos de los hombres más famosos de Roma corriendo por todo el Foro? ¡Y la luna ni siquiera estaba en cuarto creciente, ni mucho menos había luna llena!