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Authors: Juan Francisco Ferrándiz

Tags: #Histórico, Relato

Las horas oscuras (27 page)

BOOK: Las horas oscuras
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Mientras, numerosas partidas de artesanos y canteros habían centrado sus esfuerzos en el edificio principal. Habían restaurado el refectorio y reconstruido las cocinas anejas. En la parte norte del edificio, la más ruinosa, las obras proseguían en el antiguo
scriptorium
y las plantas superiores.

Dana recordaba los extraños planos ocultos en el interior de la Virgen negra. El monasterio de San Columbano se ajustaba a un diseño preciso proyectado mucho tiempo atrás. Sin embargo, ninguno de aquellos monjes había pisado ese lugar con anterioridad; ni siquiera el afable Eber conocía la región. Había nacido en la norteña provincia de Ulster, embarcó hacia Iona muy joven y desde allí viajó al continente; nunca había recorrido la agreste región de El Burren y Clare. Sin embargo, y eso era lo sorprendente, no había visto que el joven monje catalán vacilase en ningún momento en cuanto al emplazamiento, el tamaño y la forma de ninguna construcción, ni siquiera de las auxiliares.

Desde lo alto de la torre, Dana observó a Brian abajo; estaba contemplando con orgullo la soberbia campana cuando sus miradas se cruzaron, ella sonrió y el asintió con gesto agradecido. A su lado, Michel estaba tan serio como de costumbre. Un leve malestar germinó en el pecho de la joven. Michel era distinto del resto de los
frates
, y no solamente por la palidez de su piel y su aspecto inquietante…, un aura oscura lo envolvía. A pesar de su rigurosa disciplina y su concienzudo trabajo de copista, parecía atrapado por un pasado de siniestros tintes. Era patente la desconfianza que aún sentía hacia ella; aunque desde la noche del capítulo no había manifestado nada en su contra, la vigilaba discretamente. Pero los
frates
tenían una fe ciega en él; Michel era el equivalente a Finn o a Eithne entre los druidas.

Al lado de Dana, el hermano Adelmo abrió los brazos con expresión exultante y exclamó:

—¡Nuestro monasterio será una oración en piedra que perdurará durante siglos!

Dana se volvió y asintió en silencio. Todavía le causaba perplejidad ver a aquel atractivo veneciano, de negros rizos y cautivadora mirada, exaltar sus votos con tanto fervor. Guibert, por el contrario, se movía entre la gente cabizbajo, como si temiera no poder controlar sus ojos ante el insinuante contoneo de alguna sirvienta camino del arroyo.

La mirada de Dana se alejó hasta detenerse en la techumbre grisácea de su pequeña vivienda, en el exterior del recinto, adosada a la muralla, y sonrió. Recordaba los días en que Brian y ella la habían levantado. Qué lejos quedaba aquel tiempo en que reinaba la paz en la planicie y la tempestad en su alma… Por suerte, ya no era la misma, aunque a veces añoraba la soledad. A los ojos de los casi trescientos habitantes del campamento, era una joven sirvienta del monasterio, encargada del huerto y de atender a los hermanos. Algunos sabían su historia, pero la actitud de los monjes contenía las lenguas. Para ella las puertas del monasterio siempre estaban abiertas y no sólo las de la muralla. Pero aunque le permitían estar presente cuando extraían de los arcones códices y viejas vitelas, manejados casi con el mismo respeto que tenían hacia la Eucaristía, ella sabía que sólo había atisbado parte del misterio que envolvía a aquellos monjes y, en especial, a Brian.

El tiempo pasaba y tamizaba sus inquietudes, pero el hermano Michel se encargaba de recordarles a diario que el paso del tiempo sólo los acercaba al inexorable ataque.

En la base de la torre, Brian observaba ensimismado la trenza de cabellos rubios suspendida en el vacío. La expresión admirada de Dana lo colmaba de dicha. Su presencia había introducido un intenso matiz a la austeridad de la regla monástica, el único modo de vida que había conocido.

Le había resultado imposible alejarla cuando llegó la comunidad y había dado gracias al Altísimo de que los monjes, incluso el suspicaz Michel, la aceptaran. En los meses que siguieron, la joven irlandesa había demostrado estar a la altura de lo exigido. Brian siempre encontraba un momento para instruirla en la lectura y ya era capaz de leer lentamente versos de la
Eneida
de Virgilio y el
Fénix
del devoto Lactancio. «En sus textos encontrarás una fe firme como la roca y un profundo conocimiento de los clásicos —le había dicho en una ocasión el hermano Michel, que había permanecido escuchando a sus espaldas—. Llegó a ser el tutor de Crispo, el primogénito del emperador Constantino. Esta vitela es copia fiel del poema original…» Las letras se convertían en palabras reconocibles a sus oídos, y lentamente los versos se enlazaron con soltura en sus labios. A Brian le conmovía el giro que Dana había dado a su vida y la lección que Dios le había mostrado. La pasión por preservar los libros no podía hacerles olvidar que el alma humana es infinitamente más valiosa. Él había contribuido a salvar aquélla. La mujer de oscuro pasado, la prostituta, había logrado ganarse el respeto de aquellos rectos hombres de Dios. Además, se esforzaba por implicarse en la vida de la comunidad y ayudaba al hermano Eber en el herbolario. Juntos, siempre en gaélico, desentrañaban las maravillosas recetas del
Dioscórides
. El hermano irlandés le pedía las mixturas y ungüentos aprendidos en el bosque y sus ojos destellaban admirados ante los profundos conocimientos que aún poseían los últimos druidas de la isla.

—Ahora la prioridad es restaurar la biblioteca —comentó el hermano Michel tocando el brazo del abad para arrancarle de su ensimismamiento.

Brian desvió su mirada; era difícil ocultarle los pensamientos al avezado monje.

—He de reconocer, estimado Brian, que la joven Dana se ha comportado con discreción y recato —comentó Michel en tono impasible pero estudiando la reacción del abad.

—Así es —respondió éste tratando de mantener un tono neutro.

—Pero sigue siendo una brecha por la que el mal puede colarse…

—¡No sigáis, hermano Michel! —exclamó el abad—. ¿Acaso no valoráis su esfuerzo? Ha aprendido a leer con fluidez y respeta nuestro sagrado juramento.

El monje asintió con gravedad mientras observaba a la mujer en lo alto de la torre. Su expresión —impenetrable, fría— impedía dilucidar sus verdaderos sentimientos hacia ella.

—Debes mantener velado lo que sólo los hermanos del Espíritu pueden conocer. Algún día su ignorancia puede salvarle la vida y salvar el monasterio.

Brian estaba de acuerdo; había meditado mucho sobre eso y quería dar un paso más.

—Deseo confiarle mi búsqueda, ella lo comprenderá y…

—¡No! —zanjó Michel con vehemencia—. Deja el pasado enterrado. Sabes que ese camino sólo deberás hollarlo cuando la biblioteca sea inexpugnable. El riesgo es demasiado alto.

La verde mirada de Brian se ensombreció, su intuición le decía que el juicio de Michel era sensato; les había salvado la vida muchas veces en el pasado.

El viejo monje, viendo la lucha interna del abad, le puso una mano en el hombro.

—Debemos permanecer alerta. Faltan poco más de dos años para el final del milenio. Dios te está sometiendo a una difícil prueba que se esconde bajo una cálida sensación en tu pecho… Si flaqueas, el esfuerzo de generaciones de hermanos podría malograrse.

Con una afable palmada, el
frate
se retiró hacia la capilla para recogerse en oración. Brian permaneció un tiempo inmóvil, con el rostro grave. Sus pensamientos volaron hacia los aspectos menos dichosos de la misión. La restauración del monasterio se estaba ejecutando con mayor rapidez de lo previsto, pero aún quedaban muchas sombras. Todos sus esfuerzos por encontrar la entrada al
sid
habían resultado infructuosos; empezaban a aceptar que se había hundido bajo el peso de los escombros. El legado del Espíritu de Casiodoro custodiado por Patrick había desaparecido, a excepción del Códice de San Columcille que había permanecido oculto en el monasterio de Bobbio. La fe inquebrantable de los druidas los había empujado a seguir buscando, tratando de comprender las marcas en los sillares y su correspondencia con los planos antiguos. Pero un año era demasiado tiempo.

Dana, desde lo alto de la torre, observó el cambio en el semblante de Brian y sospechó con cierto pesar que ella tenía algo que ver. Comenzaba a comprender el dilema al que se enfrentaba el monje y se prometió aliviarlo demostrando que era digna de compartir el misterio que guardaba celosamente.

—¿Vendrás tras la cena?

Dana dio un respingo y miró al risueño Adelmo.

—Esta noche es especial —prosiguió el monje—. Celebraremos la vigilia a medianoche,
mox ut gallus cantaverit
, pero después el abad permitirá un momento de solaz y una pequeña copa de vino para celebrar la natividad de Nuestro Señor. —En ese momento su mirada se perdió en la lejanía, a través de las ventanas de la torre, extasiado ante la visión soberbia de los acantilados que se alejaban en ambas direcciones—. La belleza de esta tierra es hechizadora, la envuelve el misterio…

—¿Por qué os ha traído Brian hasta aquí? —se atrevió ella a preguntar—. Supongo que habríais podido instalaros en cualquier otro lugar…

Adelmo se encogió de hombros.

—Todo ser humano guarda secretos. El abad no es una excepción.

Dana no replicó. La misma pregunta y la misma respuesta. Como un absurdo ritual. El hermano Adelmo la miró fijamente; sin duda adivinaba la frustración que la reconcomía, e intentó mostrarse solícito.

—Deseamos contar con tu compañía en esta noche tan especial.

Ella asintió, luego se dirigió hacia la trampilla y descendió de la torre.

Capítulo 30

Penetró en la oscura cámara, apenas iluminada por la luz del hogar. Era Nochebuena y en el salón contiguo se oía una animada conversación, pero allí reinaba un silencio tenso. Se quitó la capa, que había ido dejando regueros de agua en las baldosas, y se atusó el pelo, apelmazado por la lluvia. El frío de diciembre entró con él y las llamas vacilaron. El terror atenazaba su pecho; después de tanto tiempo, la hora del encuentro había llegado.

Otro hombre, de pie, calentaba sus manos ante el fuego y se volvió en silencio hacia el recién llegado.

—Rey Cormac…

—Creía que ya no regresarías, Ultán —susurró el monarca haciendo esfuerzos por contener la ira—. Dime, ¿debería despellejarte aquí mismo?

—Estuve enfermo, a punto de morir, señor —repuso el otro tratando de que la voz no sonara trémula por el pánico—. Me puse en camino en cuanto pude.

Cormac deseaba aplacar su curiosidad después de tanto tiempo aguardando noticias de su antiguo soldado.

Ultán quiso sonreír pero su boca se cerró al instante al percibir la repulsión que parecía provocar en el rey. La piel de su rostro colgaba flácida. Durante aquellos quince meses de ausencia había envejecido a ojos vista. Su mirada, acuosa y enrojecida, se desvió hacia una jarra de arcilla dispuesta sobre la alacena del fondo y no pudo evitar relamerse los labios agrietados.

—Todo a su tiempo, Ultán… —espetó Cormac al ver el famélico cuerpo del hombre estremecerse ante la imperiosa necesidad de echar un trago.

Mientras lo observaba, viejos recuerdos acudieron a su mente. Lo despreciaba por no haber tenido el valor de enfrentarse a él y rogarle que respetara a su bella esposa. De hecho, pensaba que tal vez habría accedido a la petición de haberla formulado a tiempo…, no faltaban buenas doncellas en sus territorios en las que satisfacer sus apetitos; podría haber evitado la humillación.

Sabía que Ultán no cejaría en su empeño de cumplir la misión que le había encomendado, pero había pasado tanto tiempo que ya lo daba por muerto. El anuncio de su regreso había reavivado su deseo de conocer el secreto de Brian de Liébana. No obstante, no le quedaba más remedio que reconocer que el monje y su comunidad habían traído prosperidad al
tuan
y ni siquiera él podía arrebatar el pan a sus súbditos sin una buena razón.

—Es cierto que ese monje procede de Hispania —comenzó sin rodeos el antiguo soldado. Había memorizado lo que iba a decir para no parecer vacilante. No podía revelar de qué modo humillante había obtenido la información—. Visité el monasterio de Liébana, en el reino astur, y me confirmaron que allí se crió. Lo abandonó tras profesar la regla de san Benito y ordenarse sacerdote. Luego viajó hasta los estados italianos y dicen que ha viajado por el orbe.

—¡Esos detalles tienen escaso interés para mí! —exclamó Cormac, desabrido—. ¿Qué más?

Ultán asintió levemente mordiéndose el labio.

—Brian fue acogido en el convento cuando era apenas un niño. —Rebuscó bajo la camisa y extrajo un pergamino que desprendía el mismo olor que su cuerpo—. Tras recibir mi donativo, los monjes me entregaron esta carta original —dijo tendiéndole el pergamino y acercándose anhelante a la jarra sobre la alacena.

El rey miró con aprensión la reblandecida piel. No sabía leer.

—¡Donovan! —llamó.

Por la puerta del fondo entró un encorvado anciano.

—Lee esto atentamente —ordenó el rey.

El viejo tesorero, conteniendo las náuseas, desenrolló la piel y leyó para sí el texto. Su tez se tornó lívida y brillante bajo la escasa luz de las llamas. Su mirada se había quedado fija en la última parte del pergamino. Un ligero temblor apareció en sus manos y la vitela osciló.

—¡Por Dios! —exclamó Cormac incapaz de contenerse—. ¿Nuestras sospechas eran ciertas?

Donovan aseveró con la cabeza, pero el monarca le hizo un gesto para que no hablara en voz alta delante de Ultán y de los soldados apostados en las esquinas de la sala. Una lúgubre sombra cubría su rostro.

—Entonces, ¿crees que Brian sabe algo? —susurró.

—Su presencia en este remoto rincón no es casual —respondió el tesorero con voz queda.

El fuego menguó y las tinieblas parecieron extenderse. De pronto el rey sacó la daga y amenazó con ella a Donovan.

—¡Nadie debe saber lo que contiene este pergamino, y menos que nadie el obispo Morann!

El tesorero mostró la serenidad propia de un anciano que no teme la muerte cercana. Pensó que el hecho de haber leído la carta lo había sentenciado.

—Eso sería un paso en falso. Es mucho lo que aquí no aparece relatado. Lo juicioso es mantener la vigilancia de ese monje y averiguar más detalles. De momento todo indica que su única intención es restaurar el viejo monasterio.

Cormac se revolvió, apretaba los puños. Sabía que su leal tesorero tenía mejor juicio que él.

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