La conversación siguió por ese ominoso derrotero, entre susurros que Dana no alcanzaba a oír. Tras las veladas advertencias del
frate
Michel, la joven sentía un peso en el alma. La voz aguda del hermano Roger disipó la atmósfera siniestra que se había instalado en la capilla.
—¡San Columbano debe tener un abad que nos guíe y ordene!
Los demás expresaron su conformidad y la cuestión se resolvió en un instante. Sin ninguna votación, por acuerdo unánime, el hermano Brian de Liébana fue elegido abad del monasterio. Michel incluso leyó una recomendación de Gerberto al respecto en la que, aparte de halagar su vida ejemplar, apuntaba que había secretos que sólo el hermano Brian y él compartían. En el exterior, la joven recordó estremecida el pequeño pájaro que murió junto a su
rath
, al que la gente también llamaba abadejo. Las finas hebras del destino se iban entrelazando entre ellos.
—Intentaré estar a la altura de los elogios del obispo Gerberto de Aurillac, que Dios le bendiga y premie su bondad —comentó Brian tras escuchar la misiva del influyente prelado.
Dana notó una oscilación en la voz, como si se acercara a la puerta de la capilla; temió que la descubriera, pero el monje no llegó a asomarse.
—Somos una comunidad pequeña y el cenobio está por reconstruir, pero debemos repartirnos las obligaciones y cumplir la regla de nuestro fundador como en cualquier otro.
—Sorprendednos, abad —indicó Eber arrancando leves risas entre los monjes.
—Nos conocemos desde hace años —prosiguió Brian—, y son evidentes las habilidades que Dios ha conferido a cada uno. Hermano Adelmo, te encargarás de las puertas del monasterio y de proveer a la comunidad de todo lo que necesite obtener del exterior; serás el rostro de la comunidad más allá de sus muros. El hermano Eber estará, como en la abadía de Bobbio, al cuidado del huerto y del herbolario, velando para que nuestro cuerpo se mantenga tan sano como nuestro espíritu; pero, además de eso, dado que eres el único irlandés de la comunidad, prestarás ayuda a Adelmo como intérprete.
—Todos habéis estudiado gaélico —apuntó Eber—. Podréis haceros entender con la gente de la isla, pero hay otros aspectos igual de importantes que la lengua para comprender nuestra forma de ser y entender la vida. Irlanda quedó a salvo de la conquista romana, siempre ha considerado su aislamiento como una bendición, sus costumbres son antiguas y arraigadas, por eso el evangelizador san Patricio las respetó y tanto san Columcille como san Columbano las alentaron. El irlandés ha acogido la verdadera fe, y aunque sabe que los antiguos dioses sólo son ídolos, siente un profundo respeto por ellos y se sobrecoge cuando observa los túmulos, los dólmenes y los menhires que salpican la isla. Por fortuna, esta simbiosis de lo antiguo con lo nuevo no nos ha convertido en extraños en nuestra propia patria.
—Que es lo que acaba ocurriendo cuando un pueblo desprecia su pasado —aseguró Michel con firmeza.
—Ahora las costumbres están cambiando debido a la influencia de los vikingos normandos y daneses que controlan las ciudades portuarias —concluyó el irlandés.
—Respetaremos sus tradiciones y usos, hermano Eber —afirmó Brian con rotundidad—. Queremos ser aceptados para poder desempeñar nuestra labor en paz.
—
Amen
.
Desde el exterior, parecía que el abad deambulaba por la iglesia, como si se tomara su tiempo antes de proseguir con sus indicaciones. Dana ignoraba si los había puesto al corriente de sus contactos con los druidas del bosque.
—El hermano Roger de Troyes —dijo por fin Brian—, además de copiar los textos se encargará de la cocina y del cuidado del culto. No debe faltar aceite en la lámpara de la iglesia ni vino para la Eucaristía. Junto con Adelmo, administrará los recursos económicos del monasterio y la importante obra que vamos a acometer.
—Hemos traído suficientes peniques de plata y oro —indicó Berenguer—. El lamentable incidente con el rey Cormac que nos habéis explicado esta tarde no retrasará el inicio de las obras.
—El hermano Michel y nuestro novicio Guibert se encargarán de la custodia de los arcones —prosiguió el abad, complacido—, hasta que reconstruyamos el
scriptorium
en el edificio principal y restauremos la biblioteca del
frate
Patrick O’Brien. No hace falta que recuerde que su protección es cometido de todos. Incluso en los momentos de mayor actividad durante las obras, la puerta siempre estará vigilada. —Tras escuchar un asentimiento general, continuó—: La labor con los libros también debe iniciarse de inmediato. Revisad los textos o fragmentos que por su estado requieran atención especial o sea menester efectuar una copia inmediata. Adquiriremos vitelas de distintas calidades para las copias y buena tinta.
—Tal vez debimos aguardar en Bobbio, en su
scriptorium
trabajaríamos en mejores condiciones —se atrevió a decir Guibert, contraviniendo la norma que imponía el silencio para los novicios durante el capítulo.
—¡Ante las suspicaces miradas de curas y obispos! —exclamó Adelmo.
—¡Y con la siniestra amenaza de los Scholomantes! —cargó a su vez Michel con vehemencia—. Con la llegada del milenio, el terror se está apoderando de los fieles y aquéllos se alimentan de ese miedo. ¡No lo olvidéis!
Dana imaginó al joven monje ruborizado y encogiéndose ante la reprimenda, pero inmediatamente después oyó la voz de Brian en tono conciliador.
—Nuestro amor a los textos, no sólo a los píos, levanta recelos entre muchos monjes. Antes de que yo me fuera ya se alzaban voces acusándonos de influencias satánicas. Aparte de nuestros enemigos declarados, la ignorancia es el peor adversario para muchas de estas obras, recuérdalo Guibert. —No le reprendió, pero quiso disipar las dudas del muchacho con firmeza—. Era cuestión de tiempo que nos exigieran destruir esas obras o que nos atacara algún
strigoi…
Algunas obras son únicas, su pérdida aumentaría la oscuridad que ha descendido sobre la humanidad. Aquí, en Irlanda, están a salvo; hay decenas de monasterios, como Kells, Glendalough o Kildare, que considerarían un regalo de Dios tenerlos en sus bibliotecas.
—A esta isla bendecida vino a refugiarse la memoria clásica de griegos y romanos —añadió Eber, no sin orgullo—. ¡Irlanda salvó el mundo clásico y lleva dos siglos irradiando esa cultura de nuevo al continente! ¡Con nuestro legado aún se enriquecerá más!
—Si aquí hubiera problemas, la nueva biblioteca encontraría refugio fácilmente. En cambio, en cualquier otro lugar del orbe no tardaría en ser pasto de las llamas —sentenció Brian, convencido.
—Pero pasará mucho tiempo antes de que consigamos reconstruir San Columbano… —insistió Guibert.
—¿Es necesario que te recuerde lo que hemos pagado en dolor y vidas por recuperar algunos de estos pergaminos? —preguntó Michel, molesto ante la insistencia impropia de un novicio—. No pondremos en peligro a monjes inocentes si no es necesario. Debemos ser virtuosos y discretos para que nuestra obra se preserve.
Dana se asomó lo justo para ver al muchacho asentir un tanto cohibido. Adelmo le pasó el brazo por los hombros y lo sacudió con gesto afectuoso.
—Por último, el hermano Berenguer será el encargado de dirigir la construcción del monasterio. Lleva años preparándose para este momento…
—Una oración de piedra… —musitó Roger con voz emocionada.
—Sé cuál es la pregunta que os ronda a todos por la cabeza, pero debo confesar que resulta difícil saber cuándo podremos consagrar los edificios del monasterio —explicó el pragmático monje catalán—. Depende de la disponibilidad de las canteras y de la mano de obra que reunamos. En el edificio principal hay muros y cimientos aprovechables. Preservaremos la capilla, el cementerio y la esbelta torre de vigilancia, en la que situaremos la campana. Pasarán años, pero tal vez menos de los que había imaginado.
—Mientras —prosiguió Brian—, alzaremos dos campamentos: uno en la pradera, para los artesanos, y el otro intramuros, para la comunidad. Mañana mismo quiero que los hermanos Adelmo y Eber partan hacia Mothair y recorran las aldeas y los pueblos cercanos para contratar a cuantos obreros, picapedreros y carpinteros estén disponibles. La miseria es grande en esta región y seréis bien acogidos. También le prometí eso al rey Cormac.
Durante un rato, Dana no oyó ninguna voz. Los monjes reflexionaban o rezaban en voz baja para que el Altísimo les permitiera llevar sus planes adelante. Fue el hermano Michel quien quebró el silencio.
—Abad Brian, ¿habéis hallado restos de la biblioteca original? ¿Se salvó algo?
Dana, que recordaba las constantes pesquisas de Brian entre los escombros, aguzó el oído.
—El edificio está en mal estado, ya lo habéis visto. Buena parte del techo y las tres plantas superiores están derruidas, sólo quedan intactos los muros exteriores. La planta baja ha resistido, pero, salvo el antiguo refectorio, está sepultada bajo los cascotes. Puede que Patrick llegara a levantar parte del trazado circular, pero apenas queda nada.
—Tal vez algún nicho quedara fortuitamente sellado por el derrumbe —señaló, esperanzado, Roger.
—De ser así, no he sido capaz de hallarlo —se lamentó el abad—. En las pilastras del
scriptorium
he descubierto relieves y señales; será necesario reconstruir la sala y limpiar la piedra para determinar su valor. Sospecho que ahí puede estar la clave de determinadas ubicaciones… —Calló un instante y luego añadió—: Los druidas creen que el
sid
sobre el que se alza el monasterio aún puede existir.
Los monjes murmuraron entre sí, agitados.
—En el viaje desde Dyflin he observado varios túmulos —comentó Berenguer, circunspecto—. Son firmes, se construyeron acumulando diversas capas de tierra y piedras. Podrían soportar perfectamente los cimientos de una fortaleza, aunque tal vez los derrumbes y las continuas lluvias lo hayan hundido.
—¡Aun así, debemos tener fe y tratar de localizar el acceso! —afirmó Brian golpeándose con el puño la palma de la mano.
—En los planos había enigmáticas referencias al acceso —alegó Michel, pensativo.
—Los túmulos tienen una única entrada en su base —explicó el hermano irlandés—. Podría no encontrarse entre las construcciones en ruinas…
—Es más, incluso podría estar en alguna oquedad del acantilado —musitó Adelmo—. Eso sería estratégicamente impecable.
—¡Seamos pacientes y perseverantes, hermanos! —concluyó el abad, consciente de que quedaban otros temas importantes que debían tratar en el capítulo—. Si realmente el
sid
hubiera resistido, y Dios nos permitiera encontrar algunos restos de la biblioteca que acumuló Patrick O’Brien, significaría que nuestra empresa está llamada a cimas más altas de lo que imaginábamos. Pero no alberguemos vanas esperanzas, nuestro cometido fundamental es reconstruir el edificio y dar cobijo a la colección que hemos traído desde el continente.
—Emplearé todo el tiempo libre que disponga a la tarea de localizar la entrada —prometió Berenguer con su habitual determinación, evidenciando una madurez prematura.
—Que Dios te bendiga por ello, hermano —repuso Brian, satisfecho.
El silencio regresó de nuevo. Dana estaba extrañada; suponía que el capítulo estaba concluyendo y sabía que había una cuestión que no habían tratado y que no podía quedar pendiente. Al momento su corazón se aceleró.
—¿Y la mujer?
Era la voz del hermano Michel, grave y firme como siempre, sin denotar cuál era el sentimiento que escondía.
—Como os he anticipado esta tarde, los druidas le rogaron que viviera cerca del monasterio —respondió el abad en tono aséptico—. Pero ellos no entienden las renuncias y tribulaciones que a menudo acosan nuestro cuerpo, obligado a la contención por los sagrados votos de la orden. He de confesaros que deseo que permanezca con nosotros no sólo porque el monasterio necesitará más manos que las nuestras para su mantenimiento, sino porque… confío en ella. —Dana sintió un nudo en la garganta—. El modo en que Dios la puso en mi camino y las circunstancias posteriores me llevan a pensar que éste es su lugar. No obstante, tan delicada cuestión no debe quedar al arbitrio del abad. Si a alguno le incomoda su presencia, la invitaré a que abandone su cabaña y regrese al bosque.
Mientras Dana contenía la respiración, le parecía que el silencio se hacía eterno. ¿Cómo podía desear tanto quedarse? La paz del sagrado promontorio al filo del acantilado, la visión del mar ardiente cuando el sol moría mientras el melancólico lamento de la flauta de Brian cruzaba el aire… Todo pendía de un fino hilo; si uno de los monjes replicaba, todo el dolor que había logrado contener con tanto esfuerzo se derramaría y la ahogaría de nuevo. Era absurdo pensar que una comunidad masculina deseara la proximidad de una mujer joven para algo que no fuera desahogar los ardores del cuerpo. Ese malvado pensamiento iba cobrando fuerza con rapidez. Parecía que su futuro recién estrenado se le escapaba entre los dedos.
—Dijisteis que conoce el arte de sanar —murmuró Eber.
—Así es. Posee una habilidad innata, despertada por su abuela y alentada por los druidas.
—¿Es cristiana? —quiso saber Berenguer.
—Fue bautizada, pero la fatalidad la ha alejado del camino marcado por el Altísimo.
—Siempre hay una senda para retornar a la verdad —indicó Adelmo con solemnidad—. ¿No es ése el sentido del pasaje evangélico que hemos escuchado de vuestros labios, abad? —demandó con cierta sorna. Luego chasqueó la lengua, pensativo, y añadió—: Aquí podrá hallarlo.
Los ojos de Dana se llenaron de lágrimas.
—¿El odio que le profesa el rey Cormac podría afectar al monasterio? —inquirió entonces el cauto hermano Roger.
—Sin duda. Y esa misma animadversión me la profesa a mí —respondió Brian con cierto aire retador—. Aun así, no debemos guiarnos por el miedo.
—Pero sí por la prudencia —adujo el monje francés.
—Debí pensarlo la noche en que me interné en las mazmorras de la fortaleza del monarca. Entregar a un hombre de alma oscura los fondos que traje para levantar el monasterio fue un alto precio. El monarca debe entender que es voluntad de Dios que San Columbano vuelva a levantarse en su
tuan
. Así lo desean también los druidas del bosque. Su oposición podría acarrearle la desgracia.
Los monjes susurraron entre ellos, pero poco después se impuso la voz del hermano Michel.