Las brujas de Salem (18 page)

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Authors: Arthur Miller

Tags: #Teatro contemporaneo

BOOK: Las brujas de Salem
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Hale
: Os ruego, dejadlos, Excelencia.

Danforth
(apartando impacientemente a Hale)
: Señor Proctor, habéis sido notificado, ¿no es así?
(Proctor está silencioso, mirando fijamente a Elizabeth.)
Veo claridad en el cielo, señor; consultad con vuestra esposa y ojalá que Dios os ayude a volverle la espalda al Infierno.
(Proctor está silencioso, mirando a Elizabeth.)

Hale
(con calma)
: Excelencia, dejad que...

(Danforth sale violentamente, rozando a Hale. Hale lo sigue. Cheever vacila y lo imita; Hathorne también. Sale Herrick. Parris, desde prudente distancia, ofrece)
:

Parris
: Si deseáis un vaso de sidra, señor Proctor, estoy seguro de que...
(Proctor le echa una mirada helada y él se interrumpe. Parris eleva las manos hacia Proctor.)
Dios os guíe ahora.
(Sale.)

(Solos. Proctor va hacia ella, se detiene. Es como si estuviesen en el centro de un torbellino. Más allá, por encima del dolor. El extiende su mano como hacia una corporización no del todo real, y al tocarla sale de su garganta un extraño sonido, suave, mitad risa y mitad asombro. Le palmea la mano. Ella le cubre la mano, a su vez. Y entonces, débil, él se sienta. Luego se sienta ella, de frente a él.)

Proctor
: ¿El niño?

Elizabeth
: Crece.

Proctor
: ¿No hay noticias de los chicos?

Elizabeth
: Están bien. Sam, el de Rebecca, los cuida.

Proctor
: ¿No los has visto?

Elizabeth
: No...
(Percibe un debilitamiento en sí misma y lo vence.)

Proctor
: Eres una... maravilla. Elizabeth.

Elizabeth
: ¿Has... sido torturado?

Proctor
: Sí.
(Pausa. Ella no se deja ahogar por el mar que la amenaza.)
Ahora vienen por mi vida.

Elizabeth
: Lo sé.

(Pausa.)

Proctor
: ¿Nadie... confesó todavía?

Elizabeth
: Hay muchos que confesaron.

Proctor
: ¿Quiénes son?

Elizabeth
: Dicen que son como cien, o más. La señora Ballard es una; Isaías Goodkind es uno. Hay muchos.

Proctor
: ¿Rebecca?

Elizabeth
: Rebecca, no. Ella está casi en el Cielo; ya nada puede dañarla.

Proctor
: ¿Y Giles?

Elizabeth
: ¿No te has enterado?

Proctor
: En donde me tienen no me entero de nada.

Elizabeth
: Giles está muerto.
(El la mira incrédulo.)

Proctor
: ¿Cuándo lo colgaron?

Elizabeth
(con calma, simplemente)
: No fue ahorcado. No quiso contestar ni sí ni no a su acusación; porque si negaba el cargo, con seguridad lo colgaban y remataban su propiedad. Así es que se mantuvo mudo y murió como un cristiano en buena ley. Y así sus hijos podrán conservar su granja. La ley dice que no puede ser condenado como hechicero si no responde a la acusación, sí o no.

Proctor
: Entonces, ¿cómo murió?

Elizabeth
(suavemente)
: Lo aplastaron, John.

Proctor
: ¿Aplastaron?

Elizabeth
: Le fueron poniendo grandes piedras sobre el pecho hasta que dijera sí o no.
(Con una sonrisa de ternura para el anciano.)
Dicen que sólo les concedió dos palabras. «Más peso", dijo. Y murió.

Proctor
(helado; es otro hilo tejido en su agonía)
: «Más peso".

Elizabeth
: Sí. Era un hombre bravo, Giles Corey.

(Pausa.)

Proctor
(con gran fuerza de voluntad, pero sin mirarla directamente)
: Estuve pensando en confesarles, Elizabeth.
(Ella no trasluce nada.)
¿Qué dices tú? ¿Si les concedo eso?

Elizabeth
: Yo no puedo juzgarte, John.

(Pausa.)

Proctor
(simplemente; es una mera pregunta)
: ¿Qué querrías que yo hiciese?

Elizabeth
: Como tú lo quieras, así lo querré yo.
(Breve pausa.)
Te quiero con vida, John. Esa es la verdad.

Proctor
(después de una pausa, con un rayo de esperanza)
: ¿La mujer de Giles? ¿Confesó ella?

Elizabeth
: Ella no confesará.

(Pausa.)

Proctor
: Es una simulación, Elizabeth.

Elizabeth
: ¿El qué?

Proctor
: No puedo subir al patíbulo como un santo. Es un fraude. Yo no soy tal hombre.
(Ella calla.)
Mi honradez está rota, Elizabeth; no soy un hombre bueno. Nada, que no estuviese ya podrido, se perderá ahora si les concedo esa mentira.

Elizabeth
: Y sin embargo, no has confesado hasta ahora. Eso indica una virtud en ti.

Proctor
: Sólo el rencor me mantiene en mi silencio. Es difícil arrojarle una mentira a los perros.
(Pausa; por primera vez se vuelve directamente hacia ella.)
Quisiera tu perdón, Elizabeth.

Elizabeth
: No soy yo quien debe darlo, John; yo soy...

Proctor
: Quisiera que vieses alguna honradez en ello. Deja que los que nunca mintieron mueran ahora para salvar sus almas. Para mí es una simulación, una vanidad que no cegará a Dios ni apartará a mis hijos del viento.
(Pausa.)
¿Qué dices tú?

Elizabeth
(sobreponiéndose a un sollozo que siempre está por estallar)
: John, de nada servirá que yo te perdone si no te perdonas tú mismo.
(Ahora él se aparta un poco, torturado.)
No es mi alma, John, es la tuya.
(El se yergue, como presa de un dolor físico, poniéndose lentamente de pie, con el inmenso e inmortal anhelo de encontrar su respuesta. Ella está al borde de las lágrimas; le es difícil decir)
: Tan sólo ten la seguridad de esto, pues ahora lo sé: cualquier cosa que hagas, es un hombre bueno quien la hace.
(El vuelve hacia ella su inquisitiva e incrédula mirada.)
En estos tres meses he escrutado mi corazón, John.
(Pausa.)
Tengo que rendir cuentas de pecados propios. Es una esposa fría lo que empuja al libertinaje.

Proctor
(con gran dolor)
: Basta, basta...

Elizabeth
(abriendo su corazón ahora)
: ¡Es mejor que me conozcas!

Proctor
: ¡No quiero escuchar! ¡Te conozco!

Elizabeth
: Estás cargando con mis pecados, John.

Proctor
(torturado.)
: ¡No, cargo con los míos, los míos!

Elizabeth
: ¡John, yo me consideraba tan simple, tan poca cosa, que ningún amor puro podría ser para mí! Era la sospecha quien te besaba cuando yo lo hacía; nunca supe cómo decir mi amor. ¡Era una casa fría la que yo manejaba!
(Asustada, se aparta al entrar Hathorne.)

Hathorne
: ¿Qué decís, Proctor? Pronto saldrá el sol.

(Proctor, con el pecho agitado, mira fijamente; se vuelve a Elizabeth. Ella viene hacia él como para implorarle, con la voz trémula.)

Elizabeth
: Haz lo que quieras. Pero que nadie sea tu juez. ¡Bajo el Cielo no hay juez superior a Proctor! ¡Perdóname, perdóname, John...; nunca conocí tanta bondad en el mundo! (Se
cubre la cara llorando.)

(Proctor se aparta de ella hacia Hathorne; está como fuera de la tierra; con voz hueca)
:

Proctor
: Quiero mi vida.

Hathorne
(electrizado, con sorpresa)
: ¿Os confesaréis?

Proctor
: Quiero conservar mi vida.

Hathorne
(con tono místico)
: ¡Loado sea Dios! ¡Es providencial!
(Sale corriendo y su voz se oye gritando por el corredor.)
¡Va a confesar! ¡Proctor va a confesar!

Proctor
(gritando, y yendo hacia la puerta a zancadas)
: ¿Por qué lo gritáis?
(Con gran dolor, vuelve a Elizabeth.)
Hago mal, ¿no es cierto? Hago mal.

Elizabeth
(aterrorizada, llorando)
: ¡Yo no puedo juzgarte, John, no puedo!

Proctor
: ¿Entonces quién me juzgará?
(Repentinamente, juntando las manos)
: Dios del Cielo, ¿qué es John Proctor, qué es John Proctor?
(Se mueve como un animal y una furia lo atraviesa, una búsqueda atormentadora.)
A mí me parece honesto; así me parece; no soy ningún santo.
(Como si ella hubiese negado esto último le grita)
¡Que Rebecca pase por santa; para mí es todo fraude!

(Se oyen voces en el corredor, hablando a la vez con excitación reprimida.)

Elizabeth
: Yo no soy tu juez, no puedo serlo,
(como aliviándolo.)
¡Haz como quieras, haz como quieras!

Proctor
: ¿Les concederías una mentira como ésta? Dilo. ¿Tú les concederías eso?
(Ella no puede contestar.)
¡No lo harías; aunque lenguas de fuego te estuvieran chamuscando, no lo harías! Está mal. ¡Pues bien... está mal y yo lo hago!

(Entra Hathorne con Danforth y, con ellos, Cheever, Parris y Hale. Es una entrada directa, rápida, como si se hubiese roto el hielo.)

Danforth
(con gran alivio y gratitud)
: Dios sea loado, hombre, Dios sea loado; serás bendecido en el Paraíso por esto.
(Cheever ha corrido hacia el banco, con pluma, tinta y papel. Proctor lo mira.)
Y bien, comencemos. ¿Estáis listo, señor Cheever?

Proctor
(con helado horror ante su eficiencia)
: ¿Por qué hay que escribirlo?

Danforth
: Pues... para la buena información del pueblo, señor; ¡ésto será fijado en la puerta de la iglesia!
(A Parris, con urgencia.)
¿Dónde está el Alguacil?

Parris
(corre a la puerta y llama por el corredor)
: ¡Alguacil! ¡Rápido!

Danforth
: Entonces, señor, hablaréis despacio y yendo al grano, para bien del señor Cheever.
(Está ya en sesión y en realidad dicta a Cheever, quien escribe.)
Señor Proctor, ¿habéis visto alguna vez al Diablo?
(Proctor aprieta las mandíbulas.)
Vamos, hombre, hay claridad en el cielo; el pueblo espera al pie del patíbulo; quiero dar la noticia. ¿Habéis visto al Diablo?

Proctor
: Lo vi.

Parris
: ¡Dios sea loado!

Danforth
: Y cuando os vino a ver, ¿cuál era su pedido?
(Proctor calla. Danforth ayuda.)
¿Os mandó cumplir su obra en la tierra?

Proctor
: Eso mismo.

Danforth
: ¿Y os pusisteis a su servicio?
(Danjorth se vuelve al entrar Rebecca Nurse, con Herrick ayudándola a sostenerse; a duras penas puede caminar.)
¡Entrad mujer, entrad!

Rebecca
(iluminándose al ver a Proctor)
: ¡Ah, John! Estás bien entonces, ¿no?
(Proctor vuelve la cara a la pared.)

Danforth
: Coraje, hombre, coraje...; que ella sea testigo de vuestro buen ejemplo para que también ella vuelva al seno de Dios. ¡Escuchad bien, señora Nurse! Continuad, señor Proctor. ¿Os habéis puesto al servicio del Diablo?

Rebecca
(sorprendida)
: ¡Cómo, John!

Proctor
(entre dientes, evitando mirar a Rebecca)
: Así es.

Danforth
: Pues bien, mujer, no dudo que veréis ahora lo inútil de proseguir con esta conspiración. ¿Confesaréis junto con él?

Rebecca
: ¡Oh, John... Dios se apiade de ti!

Danforth
: Oídme, ¿os confesaréis, señora Nurse?

Rebecca
: Pero es mentira, es mentira; ¿cómo queréis que me condene? No puedo, no puedo.

Danforth
: Señor Proctor. Cuando el Diablo os fue a ver, ¿visteis con él a Rebecca Nurse?
(Proctor permanece en silencio.)
Vamos, hombre, tened coraje... ¿la habéis visto con el Diablo?

Proctor
(casi inaudible)
: No.

Danforth
(previendo dificultades mira a John, va hasta la mesa y recoge una hoja de papel; la lista de condenados)
: ¿Habéis visto alguna vez a su hermana, Mary Easty, con el Diablo?

Proctor
: No, no la vi.

Danforth
(sus ojos se entrecierran)
: ¿Habéis visto alguna vez a Martha Corey con el Diablo?

Proctor
: No la vi.

Danforth
(comprendiendo, depositando lentamente la hoja)
: ¿Habéis visto alguna vez a alguien con el Diablo?

Proctor
: No, nunca.

Danforth
: Proctor, os equivocáis conmigo. No tengo poder para cambiar vuestra vida por una mentira. Habéis visto sin duda a alguien con el Diablo.
(Proctor guarda silencio.)
Señor Proctor, mucha gente ha dado fe de haber visto a esta mujer con el Diablo.

Proctor
: Entonces ya está probado. ¿Por qué debo decirlo yo?

Danforth
: ¡Por qué «debéis" decirlo! ¡Pero es que os deberíais alegrar de decirlo si vuestra alma está realmente purificada de todo amor al Infierno!

Proctor
: Se proponen ir como santos. No quiero arruinarles su buen nombre.

Danforth
(preguntando, incrédulo)
: Señor Proctor, ¿creéis vos que van como santos?

Proctor
(evasivo)
: Esta mujer jamás pensó que cumplía la obra del Diablo.

Danforth
: Atended, señor. Creo que confundís vuestro deber aquí. Poco importa lo que pensó...; ella está convicta del asesinato antinatural de niños, y vos de haberle pasado vuestro espíritu a Mary Warren. Sólo vuestra alma es lo que aquí se debate, señor, y probaréis su pureza o no viviréis en tierra cristiana. ¿Me diréis ahora qué personas conspiraron con vos en compañía del Diablo?
(Proctor no habla.)
Según vuestro conocimiento, estuvo alguna vez Rebecca Nurse...

Proctor
: Digo mis propios pecados; no puedo juzgar a otro.
(Gritando, con odio.)
¡No tengo voz para ello!

Hale
(rápidamente, a Danforth)
: Excelencia, es bastante que confiese él mismo. ¡Haced que firme, haced que firme!

Parris
(febril)
: Es un gran servicio, señor. Es un nombre de peso; impresionará al pueblo que confiese Proctor. Os ruego, dejadlo firmar. ¡Se eleva el sol, Excelencia!

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