Las brujas de Salem (11 page)

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Authors: Arthur Miller

Tags: #Teatro contemporaneo

BOOK: Las brujas de Salem
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(Proctor permanece donde está, tomando aire. Se oyen caballos y el ruido del carro.)

Hale
(con gran incertidumbre)
: Señor Proctor...

Proctor
: ¡Fuera de mi vista!

Hale
: ¡Por caridad, Proctor, por caridad! No temeré declarar ante el tribunal lo que he oído en favor de ella. Dios es testigo de que no puedo juzgarla culpable o inocente... no sé. Considera esto solamente: el mundo se enloquece y nada ganarás atribuyendo las causas a la venganza de una muchachita.

Proctor
: ¡Sois un cobarde! ¡Aunque hayáis sido ordenado con las propias lágrimas de Dios, ahora sois un cobarde!

Hale
: Proctor, no puedo creer que Dios sea provocado tan gravemente por una causa tan mezquina. Las cárceles están repletas...; nuestros más grandes jueces están ahora en Salem... y se ha prometido la horca. Debemos encontrar una causa proporcionada, hombre. ¿Se ha cometido un crimen, tal vez, que jamás ha visto la luz? ¿Alguna abominación? ¿Alguna secreta blasfemia que ofende al Cielo? Busca una causa, hombre, y ayúdame a descubrirla. Pues ése es tu camino, créelo, tu único camino cuando tal confusión cae sobre el mundo.
(Va hacia Giles y Francis)
: Deliberad entre vosotros; pensad en vuestro pueblo y en qué es lo que habrá desencadenado tan tonante ira del Cielo sobre todos vosotros. Pediré a Dios que os abra los ojos.
(Sale.)

Francís
(impresionado por el tono de Hale)
: Nunca supe de ningún crimen cometido en Salem.

Proctor
(tocado por las palabras de Hale)
: Déjame, Francis, déjame.

Giles
(sacudido)
: John, dime..., ¿estamos perdidos?

Proctor
: Vete a casa, Giles. Hablaremos de esto, mañana.

Giles
: Piénsalo. Vendremos temprano, ¿eh?

Proctor
: Bueno. Vete ahora, Giles.

Giles
: Buenas noches, entonces.
(Sale, con Francis.)

Mary
(después de un momento, con un tímido hilo de voz)
: Señor Proctor, parece que la dejarán volver a casa en cuanto tengan la adecuada evidencia.

Proctor
: Vendrás al tribunal conmigo, Mary, Se lo dirás al tribunal.

Mary
: No puedo acusar de asesinato a Abigail.

Proctor
(acercándose a ella, amenazador)
: ¡Le dirás al tribunal cómo vino a parar aquí ese muñeco y quién le clavó la aguja!

Mary
: ¡Ella me matará por decir eso!
(Proctor continúa acercándose a ella.)
¡Abby os acusará de adulterio, señor Proctor!

Proctor
(deteniéndose)
: ¡Te lo dijo!

Mary
: Yo lo sabía, señor. Os arruinará con eso, sé que os arruinará.

Proctor
(vacilando y con profundo odio hacia sí mismo)
: Bien. Entonces se acabó su santidad.
(Mary se aleja de él.)
Juntos caeremos en nuestro foso; le dirás al tribunal lo que sabes.

Mary
(con terror)
: No puedo, se volverán contra mí...
(Dando dos zancadas, Proctor la alcanza mientras ella repite)
: «¡No puedo, no puedo!».)

Proctor
: ¡Mi mujer no ha de morir por mí! ¡Te sacaré las entrañas por la boca, pero esa alma de Dios no morirá por mí!

Mary
(luchando por soltarse)
: ¡No puedo hacerlo, no puedo!

Proctor
(tomándola por el cuello como para estrangularla)
: ¡Házte a la idea! Ahora, el Cielo y el Infierno nos tienen agarrados por la espalda y toda nuestra vieja simulación nos ha sido arrancada...¡hazte a la idea!
(La arroja al suelo donde ella continúa diciendo, entre sollozos)
: «No puedo, no puedo...»
(Y ahora él, como para sí mismo, con la mirada extraviada y volviéndose hacia la abierta puerta)
: Paz. Es providencial, y no hay gran cambio; sólo somos lo que siempre fuimos, pero desnudos ahora.
(Se encamina como hacia un gran horror, encarando al cielo abierto.)
¡Sí, desnudos! ¡Y el viento, el viento helado de Dios... soplará el viento!

(Y ella continúa llorando y murmurando
: «No puedo, no puedo, no puedo...» mientras cae el TELÓN).

ACTO TERCERO

Primer cuadro

Un bosque. De noche. Un haz de luz ilumina un tronco a la izquierda. Por la izquierda aparece Proctor con un farol. Entra echando una mirada hacia atrás, luego se detiene, con el farol en alto. Por la izquierda aparece Abigail con una bata sobre el camisón, con él cabello suelto. Hay un momento de muda expectativa.

Proctor
(buscando. Yendo hacia el tronco)
: Debo hablar contigo, Abigail.
(Ella, mirándolo fijamente, no se mueve.)
¿Quieres sentarte?

Abigail
: ¿Cómo vienes?

Proctor
: Como amigo.

Abigail
(mirando a su alrededor)
: No me gusta el bosque de noche. Por favor, acércate.
(El se acerca, aunque se mantiene distante en espíritu.)
Sabía que eras tú. Lo supe al oír los guijarros en la ventana, antes de abrir los ojos.
(Se sienta sobre el tronco.)
Pensé que vendrías mucho más pronto.

Proctor
: Muchas veces estuve a punto de venir.

Abigail
: ¿Por qué no viniste? Ahora estoy tan sola en el mundo.

Proctor
(como si nada; sin amargura)
: ¿De veras? He oído decir que en estos días viene la gente desde muy lejos para verte la cara.

Abigail
: Mi cara, sí. ¿Puedes verme tú la cara?

Proctor
(acercándole el farol al rostro)
: ¿Estás afligida, entonces?

Abigail
: ¿Has venido para burlarte de mí?

Proctor
(depositando el farol, se sienta junto a ella)
: No, no, sólo que oigo decir que todas las noches vas a la taberna y juegas al tejo con el Comisionado, y allí te dan sidra.

Abigail
(como si eso no tuviera importancia)
: He jugado al tejo, una o dos veces. Pero no me divierte.

Proctor
(la está sondeando)
: Eso me sorprende, Abby. Pensé encontrarte más alegre. Me dicen que en estos días un montón de muchachos te sigue los pasos dondequiera que vayas.

Abigail
: Sí, me siguen. Pero de los muchachos sólo recibo miradas lascivas.

Proctor
: ¿Y eso no te gusta?

Abigail
: No puedo soportar más miradas lascivas, John. Mi ánimo ha cambiado completamente. Miradas piadosas merecería, ya que sufro por ellos como estoy sufriendo.

Proctor
: ¿Sí? ¿Cómo sufres, Abby?

Abigail
(se recoge el vestido)
: Mira mi pierna. Estoy llena de pinchaduras de sus malditas agujas y alfileres.
(Tocándose el estómago)
: Sabes, el pinchazo que me dio tu mujer no se ha curado todavía.

Proctor
(viendo ahora su locura)
: ¿Ah, no?

Abigail
: Creo que a veces, mientras duermo, ella vuelve a pincharme para abrirme la herida.

Proctor
: ¿Ah, sí?

Abigail
: Y George Jacobs...
(arremangándose)
vuelve una y otra vez y me golpea con su bastón... en el mismo sitio, todas las noches, durante toda esta semana. Mira el moretón que tengo.

Proctor
: Abby... George Jacobs hace un mes que está en la cárcel.

Abigail
: ¡A Dios gracias! ¡Y bendito sea el día en que lo cuelguen y me deje dormir en paz otra vez! ¡Oh, John, el mundo está tan lleno de hipócritas!
(Atónita, sublevada.)
¡Rezan en la cárcel! ¡Me dicen que todos ellos rezan en la cárcel!

Proctor
: ¿No deben rezar?

Abigail
: ¿Y torturarme en mi cama mientras de sus bocas salen palabras sagradas? ¡Oh, será preciso Dios mismo para limpiar este pueblo debidamente!

Proctor
: Abby, ¿todavía piensas acusar a otros?

Abigail
(adelantándose)
: Si vivo, si no me matan, ciertamente lo haré, hasta que muera el último hipócrita.

Proctor
: Entonces, ¿no hay nadie que sea bueno?

Abigail
(dulcemente)
: Sí, hay uno. Tú eres bueno.

Proctor
: ¿Yo? ¿Por qué soy bueno?

Abigail
: Pues... me enseñaste la bondad, por lo tanto eres bueno. Fue un incendio por donde me condujiste, y en él se quemó toda mi ignorancia. Era fuego, John, llamas las que nos envolvían. Y desde aquella noche ya ninguna mujer se atreve a llamarme mala pues yo sé qué contestarle. Antes lloraba yo por mis pecados, cada vez que el viento levantaba mis polleras; y enrojecía de vergüenza porque una Rebecca cualquiera me llamaba perdida. Pero entonces viniste tú y quemaste mi ignorancia. ¡Y pude verlos a todos, desnudos como árboles en invierno... yendo a la iglesia como santos, corriendo a alimentar a los enfermos, pero hipócritas en el fondo! ¡Y Dios me dio fuerzas para llamarlos mentirosos, y Dios hizo que los hombres me escuchasen, y, por Dios, por su amor barreré este mundo hasta que quede limpio! ¡Oh, John, qué esposa seré para ti cuando el mundo esté limpio otra vez!
(Ella le besa la mano con gran emoción.)
Te asombrará verme cada día como una luz del cielo en tu casa, una...
(El se pone de pie y retrocede asustado, atónito.)
¿Por qué estás tan frío?

Proctor
(con tono formal, pero con inquietud, como ante algo sobrenatural)
: Mi mujer comparece ante el tribunal mañana, Abigail.

Abigail
(distante)
: ¿Tu mujer?

Proctor
: ¿Sin duda lo sabías?

Abigail
(como despertando)
: Lo recuerdo ahora.
(Como por cumplido)
: Cómo... cómo... ¿ella está bien?

Proctor
: Tan bien como es posible... Treinta y seis días en ese sitio.

Abigail
: Dijiste que venías como amigo.

Proctor
: Abby, ella no será condenada.

Abigail
(Sublevados sus sentimientos sagrados. Pero ella es quien interroga)
: ¿Me sacaste de la cama para hablar de ella?

Proctor
: Vengo a decirte lo que haré mañana en la Corte. No quisiera tomarte por sorpresa, sino darte el tiempo necesario para que pienses en lo que has de hacer para salvarte.

Abigail
(incrédula y con un asomo de temor)
: ¡Salvarme!

Proctor
: Abby, si no liberas mañana a mi mujer, estoy preparado y decidido a arruinarte.

Abigail
(atónita, con un hilo de voz)
: Cómo... ¿Arruinarme?

Proctor
: Tengo documentos que prueban irrefutablemente que tú sabías que aquel muñeco no era de mi mujer; y que tú misma mandaste a Mary Warren clavar aquella aguja.

Abigail
(la violencia se agita en ella; he aquí una criatura indescriptiblemente frustrada, su voluntad impedida; pero aún lucha por dominarse)
: ¿Yo mandé a Mary Warren...?

Proctor
: ¡Tú sabes bien lo que haces, no estás tan loca!

Abigail
(clamando al cielo)
: Oh, hipócritas, ¿también a él lo habéis conquistado?
(Directamente a él)
: John, ¿por qué dejas que te manden?

Proctor
: Te prevengo, Abby.

Abigail
: ¡Ellos te mandan! Roban tu honradez y...

Proctor
: He hallado mi honradez.

Abigail
: ¡No, es tu mujer quien está suplicando, tu llorona mujer, tu envidiosa mujer! Esta es la voz de Rebecca, es la voz de Martha Corey. ¡Tú no eras ningún hipócrita!

Proctor
(la agarra de un brazo)
: ¡Voy a demostrar el fraude que eres!

Abigail
: ¿Y si te preguntan por qué habría de cometer Abigail un hecho tan criminal? ¿Qué les dirás?

Proctor
(sólo decirlo es difícil)
: Les diré el porqué.

Abigail
: ¿Qué dirás? ¿Confesarás haber fornicado? ¿En la Corte?

Proctor
: ¡Si así lo quieres, así lo diré!
(Ella deja escapar una risa incrédula.)
¡Te digo que lo haré!
(Ella ríe más fuerte, ahora convencida de que él jamás lo hará. El la sacude rudamente)
: ¡Si aún puedes oír, escucha esto! ¿Puedes oír?
(Ella está temblando, mirándolo fijamente, como si fuera él quien ha perdido el juicio.)
¡Le dirás al tribunal que eres ciega para los espíritus; no puedes verlos más, y no volverás a acusar de brujería a nadie o yo te haré famosa por lo ramera que eres!

Abigail
(asiéndolo por las ropas)
: ¡Nunca jamás! Te conozco, John... ¡En este momento estás cantando secretas aleluyas porque tu mujer será colgada!

Proctor
(arrojándola al suelo)
: ¡Estúpida, perra asesina!
(Va hacia la derecha.)

Abigail
(se levanta)
: ¡Oh, qué duro es cuando la máscara cae! ¡Pero cae, cae!
(Se arropa como para irse.)
Has cumplido con ella. Espero que sea tu última hipocresía. Ojalá vuelvas con mejores noticias para mí. Sé que así será... ahora que has cumplido tu deber. Buenas noches, John.
(Retrocede hacia la izquierda con la mano en alto, despidiéndose.)
Nada temas. Yo te salvaré mañana.
(Al mismo tiempo que se vuelve para salir.)
De ti mismo te salvaré.
(Vase.)

(Proctor queda solo, aterrado. Toma su linterna, y hace mutis, lentamente, mientras las luces se apagan y cae el TELÓN).

Segundo cuadro

La sacristía de la capilla de Salem, que ahora sirve de antesala de la Corte General. Al levantarse el telón, la habitación está vacía. Solamente entra el sol por las dos altas ventanas del foro. La pieza es solemne, hasta imponente. Pesadas vigas sobresalen y tablones de diversa anchura constituyen las paredes. Hay dos puertas a la derecha, que llevan a la capilla misma, en donde se reúne el tribunal. A la izquierda, otra puerta lleva al exterior.

Hay un banco simple a la izquierda, y otro a la derecha. En el centro, una mesa más bien larga, para las reuniones, con banquillos y un sillón de considerables dimensiones arrimados a ella.

A través de la pared divisoria, a la derecha, oímos la voz de un Fiscal Acusador, el Juez Hathorne, preguntando algo; luego, una voz de mujer, la de Martha Corey, replicando.

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