—Recuerda a una ballena varada —dijo Glokta con voz ausente. El albino agarró a Rews por debajo del brazo, lo alzó y volvió a arrojarlo sobre la silla. Tenía un corte en la mejilla del que brotaba un reguero de sangre, pero la expresión de sus ojos porcinos se había endurecido.
Los golpes ablandan a la mayoría de los hombres, pero los hay que se endurecen. Nunca habría tomado a este tipo por un hombre duro. En fin, la vida está llena de sorpresas
.
Rews escupió sangre sobre la mesa.
—¡Has ido demasiado lejos, Glokta, ah, sí! ¡Los Sederos somos un gremio muy respetable, tenemos influencias! ¡No tolerarán esto! ¡Soy un hombre muy conocido! ¡En este preciso instante mi esposa estará presentando una petición al Rey para que se ocupe de mi caso!
—Ah, tu esposa —Glokta sonrió con tristeza—. Tu esposa es una mujer muy bella. Muy bella y muy joven. Me temo que tal vez demasiado joven para ti. Me temo que ha aprovechado la oportunidad para librarse de ti. Me temo que fue ella quien vino a traer tus libros de cuentas. Todos los libros.
Rews empalideció.
—Hemos estado echando un vistazo a esos libros —añadió Glokta señalando a su izquierda una pila imaginaria de papeles—. Hemos echado un vistazo en el Tesoro —dijo señalando otra a la derecha—. Puedes imaginarte nuestra sorpresa al comprobar que las sumas no cuadraban. Y luego están todas esas visitas nocturnas de tus empleados a los almacenes del barrio viejo, esos pequeños barcos sin licencia, esos pagos a funcionarios, esos documentos falsificados. ¿Debo seguir? —inquirió Glokta meneando la cabeza en un gesto de desaprobación. El gordo tragó saliva y se humedeció los labios.
Se puso a disposición del prisionero pluma y tinta, así como el pliego de la confesión, rellenado al detalle con la hermosa y cuidada caligrafía de Frost y a falta tan sólo de la firma.
Ya está, ahora sí que le tengo
.
—Confiesa, Rews —susurró suavemente Glokta—, y haz que este lamentable asunto concluya de una forma indolora. Confiesa y danos los nombres de tus cómplices. Sabemos quiénes son. Será mejor para todos. No quiero hacerte daño, créeme, no me produce ningún placer.
Nada me lo produce
. Confiesa. Confiesa y salvarás la vida. El exilio en Angland no es tan malo como te han hecho creer. Estando allí, la vida aún te reportará algún placer, y siempre está la satisfacción de trabajar honradamente al servicio de tu Rey. ¡Confiesa!
Rews miraba al suelo y se pasaba la lengua por el diente. Glokta se recostó en su asiento y suspiró.
—O no lo hagas —dijo—, y regresaré con los instrumentos —Frost dio un paso adelante y su enorme sombra se proyectó sobre el rostro del gordo—. Hallado un cadáver flotando junto a los muelles —Glokta tomó aliento—, hinchado por el agua y horriblemente mutilado... absolutamente... irreconocible.
Ya está listo para cantar. Cebado, maduro y listo para reventar
. ¿Le infligieron las heridas antes o después de muerto? —preguntó con despreocupación dirigiéndose al techo—. ¿Se sabe siquiera si el misterioso difunto era un hombre o una mujer? —Glokta se encogió de hombros—. ¿Cómo saberlo?
Un golpe seco sonó en la puerta. Rews alzó bruscamente la cabeza con renovada esperanza.
¡Ahora no, maldita sea
! Frost se acercó a la puerta y la entreabrió. Tras un breve intercambio de palabras, la puerta volvió a cerrarse. Frost se inclinó hacia delante para susurrarle algo al oído a Glokta.
—Ez Zeverar —masculló con un ceceo, que hizo deducir a Glokta que Severard aguardaba en la puerta.
¿Ya?
Glokta sonrió y asintió con la cabeza, como si se trataran de muy buenas noticias. El rostro de Rews se demudó levemente.
¿Cómo se explica que un hombre cuya principal actividad es la ocultación sea incapaz de ocultar sus emociones en una sala como ésta?
Pero Glokta conocía la respuesta.
Es difícil mantener la calma cuando se está aterrorizado, indefenso, solo y a merced de unos hombres que no conocen el significado de la palabra compasión. ¿Quién sabe eso mejor que yo?
Exhaló un suspiro y, adoptando su tono de voz más hastiado, preguntó:
—¿Estás dispuesto a confesar?
—¡No! —Los ojos porcinos del prisionero habían recuperado una expresión retadora. Sostuvo la mirada, silencioso y alerta, y volvió a chuparse el diente.
Sorprendente. Muy sorprendente. Bueno, al fin y al cabo, esto no ha hecho más que empezar
.
—¿Te molesta ese diente, Rews? —Los dientes no tenían secretos para Glokta. Su propia boca había sido objeto de las atenciones de los mejores expertos.
O de los peores, según se mire
—. Al parecer, voy a tener que dejarte durante un rato, pero mientras esté fuera pensaré en tu diente. Meditaré detenidamente qué hacer con él —Glokta cogió su bastón—. Quiero que pienses en mí meditando sobre tu diente. Y también quiero que medites con calma si vas a firmar esa confesión.
Glokta se enderezó trabajosamente y sacudió su pierna dolorida.
—Creo, no obstante, que una sobria tanda de golpes no te sentará mal, así que voy a dejarte en compañía del Practicante Frost durante media hora. —La boca de Rews dibujó un silencioso círculo de sorpresa. El albino levantó en vilo la silla, con el gordo incluido, y le dio lentamente la vuelta—. No hay nadie mejor para este tipo de cosas. —Frost sacó un par de guantes de cuero desgastados y, con sumo cuidado, comenzó a ponérselos en sus manazas blancas, introduciendo los dedos de uno en uno—. Tú siempre has querido para ti lo mejor, ¿no es así Rews? —Glokta se dirigió a la puerta.
—¡Espera! ¡Glokta! —gimió Rews a sus espaldas—. Espera, yo...
El Practicante Frost cerró con una de sus manos enguantadas la boca del gordo y, llevándose un dedo hacia la máscara, dijo:
—Chizzzzzzzzzzz.
La puerta se cerró con un clic. Severard estaba recostado en la pared del pasillo, con un pie apoyado en el enlucido que tenía a su espalda, silbando desafinadamente bajo la máscara y acariciándose la lacia melena. Cuando Glokta apareció por la puerta, se irguió e hizo una leve reverencia. El brillo de sus ojos indicaba que estaba sonriendo.
Siempre está sonriendo
.
—El Superior Kalyne quiere verle —dijo con un acento cerrado y vulgar— y, a mi parecer, nunca le había visto tan enfadado.
—Pobrecito Severard, debes estar aterrorizado. ¿Tienes la caja?
—La tengo.
—¿Y has cogido algo para Frost?
—Así es.
—Y también algo para tu esposa, espero.
—Oh, sí —dijo Severard con ojos aún más sonrientes—. Mi esposa andará bien provista. Cuando la tenga.
—Perfecto. Démonos prisa en atender a la llamada del Superior. Cuando lleve cinco minutos con él, entra con la caja.
—¿Que entre así, sin más, en su despacho?
—Por mí como si entras a saco y le sueltas una puñalada en la cara.
—Eso está hecho, Inquisidor.
Glokta hizo un gesto de aprobación y se giró, pero luego volvió a darse la vuelta.
—Ahórrate lo de la puñalada, ¿eh, Severard?
Los ojos del Practicante sonrieron mientras envainaba su temible cuchillo. Glokta alzó la vista al techo y luego empezó a renquear, golpeteando las losas con el bastón y con la pierna palpitándole. Golpe, toque, dolor. Ese era el ritmo de su andar.
El despacho del Superior era una sala amplia y profusamente decorada que se encontraba en la parte alta del Pabellón de los Interrogatorios, una sala en la que todo resultaba demasiado grande y demasiado recargado. Una aparatosa y descomunal ventana dominaba una pared recubierta de paneles de madera, ofreciendo una vista de los cuidados jardines del patio que había debajo. Un escritorio, igual de descomunal y ornamentado, se levantaba en el centro de una alfombra de vivos colores traída de algún lugar cálido y exótico. La cabeza de un animal feroz, procedente de algún lugar frío y exótico, se hallaba montada encima de una magnífica chimenea de piedra, en cuyo interior ardía un mísero y diminuto fuego que parecía estar a punto de apagarse.
Sin embargo, el propio Superior Kalyne hacía que la sala resultara un lugar pequeño y apagado en comparación. Era un hombre inmenso y rubicundo, de unos sesenta años, cuya incipiente calvicie quedaba sobradamente compensada por unas majestuosas patillas blancas. Incluso en el seno de la propia Inquisición, su presencia sobrecogía, pero Glokta no era de los que se asustaba fácilmente, y ambos lo sabían.
Detrás del escritorio había una silla grande y muy historiada, pero el Superior se encontraba dando vueltas por la sala, chillando y haciendo aspavientos. Glokta, por su parte, ocupaba un asiento que, pese a su indudable valor, había sido diseñado con el expreso propósito de hacer que su ocupante se sintiera lo más incómodo posible.
Poco puede importarme eso. La incomodidad es a lo más que puedo aspirar
.
Mientras el Superior echaba pestes contra él, se entretuvo imaginando que la cabeza de Kalyne reemplazaba a la del feroz animal que había encima de la chimenea.
Este viejo estúpido es idéntico a su chimenea de piedra. Impresionante por fuera, pero vacío por dentro. Me pregunto cómo reaccionaría ante un interrogatorio. Me parece que empezaría por esas ridículas patillas
. El semblante de Glokta, sin embargo, era una máscara de atención y respeto.
—¡Glokta, maldito lisiado, esta vez se ha superado usted a sí mismo! ¡Cuando se enteren los Sederos, le van a despellejar vivo!
—Ya he probado el despellejamiento, pero hace cosquillas.
Maldita sea, mantén la boca cerrada y sonríe. ¿Dónde se ha metido ese idiota silbador de Severard? En cuanto salga de aquí, haré que lo despellejen
.
—¡Bravo, Glokta, eso ha estado muy bien, sí, muy bien, mire cómo me río! ¿Conque evasión de los tributos del Rey? —Las patillas del Superior parecieron erizarse mientras le fulminaba con la mirada—. ¡Los tributos del Rey! —aulló, rociando a Glokta de saliva—. ¡Todos lo hacen! ¡Los Sederos, los Especieros, todos! ¡Todo idiota que tenga un barco!
—Pero, Superior, en este caso fue tan descarado... Era un insulto para nosotros. Tuve la impresión de que teníamos que....
—¡Tuvo la impresión! —El rostro de Kalyne estaba rojo y temblaba de ira—. ¡Tenía órdenes expresas de dejar en paz a los Sederos, de dejar en paz a los Especieros, de dejar en paz a todos los gremios principales! —Mientras iba de un lado para otro, sus zancadas cada vez iban adquiriendo más velocidad.
A este paso acabará desgastando la alfombra. Y los grandes gremios tendrán que comprarle una nueva
—. Conque tuvo la impresión, ¿eh? ¡Pues bien, hay que devolvérselo! ¡Tendremos que soltarlo, y ya puede irse preparando para pedir perdón de rodillas! ¡Es un desastre! ¡Me ha puesto usted en ridículo! ¿Dónde le tiene ahora?
—Le he dejado con el Practicante Frost.
—¿Con esa bestia inarticulada? —El Superior, desesperado, se mesó los cabellos—. Estupendo, estará usted contento ¿no? ¡A estas alturas ya estará hecho papilla! ¡No podemos devolverlo en esas condiciones! ¡Está usted acabado, Glokta! ¡Acabado! ¡Acudiré directamente al Archilector! ¡Directamente al Archilector!
En ese momento, la enorme puerta se abrió de una patada y Severard entró como si tal cosa, con una caja de madera en la mano.
Justo en el momento preciso
. Mudo de asombro y de ira, el Superior vio cómo Severard soltaba sobre el escritorio la caja que, al caer, produjo un ruido sordo acompañado de un tintineo.
—¿Qué demonios significa...? —Severard levantó la tapa, y Kalyne vio el dinero.
Todo ese maravilloso dinero
. Se detuvo en medio de su perorata y su boca quedó paralizada antes de completar la siguiente palabra. Pareció sorprendido, luego desconcertado y finalmente adoptó una actitud cautelosa. Frunció los labios y lentamente tomó asiento.
—Gracias, Practicante Severard —dijo Glokta—. Ya puede retirarse. —Mientras Severard salía, el Superior se acariciaba pensativamente las patillas; su tez iba recuperando poco a poco su habitual tono rosáceo—. Se le ha confiscado a Rews. Ahora, por supuesto, es propiedad de la Corona. Pensé que, siendo usted mi más inmediato superior, mi deber era entregárselo para que fuera usted quien se encargara de hacérselo llegar al Tesoro.
O lo emplee en comprarse un escritorio aún mayor, maldita sanguijuela
. —Glokta apoyó los brazos en las rodillas y se inclinó hacia delante—. Tal vez podría usted decir que Rews fue demasiado lejos, que la gente había empezado a hacerse preguntas, que había que dar un escarmiento. A fin de cuentas, tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados. Esto hará que los grandes gremios se pongan un poco nerviosos, los mantendrá a raya.
Se pondrán nerviosos y así podrás exprimirlos mejor
. O, si lo prefiere, puede decir que soy un tullido demente y echarme a mí las culpas.
Al Superior empezaba a gustarle el asunto, Glokta estaba seguro. Trataba de que no se le notara, pero, a la vista de todo aquel dinero, sus patillas se habían puesto a temblar.
—De acuerdo, Glokta, de acuerdo, está bien —alargó un brazo y cerró la tapa de la caja con sumo cuidado—. Pero si alguna vez vuelve a ocurrírsele hacer algo así..., hable conmigo primero, ¿quiere? No me gustan las sorpresas. —Haciendo un gran esfuerzo, Glokta se puso de pie y avanzó cojeando hacia la puerta—. Ah, una cosa más —Glokta se volvió con rigidez. Kalyne le dirigía una mirada severa por debajo de sus pobladas y estrambóticas cejas—. Cuando vaya a ver a los Sederos, necesitaré tener lista la confesión de Rews.
El rostro de Glokta dibujó una amplia sonrisa que dejó al descubierto los huecos de su dentadura.
—No creo que eso suponga ningún problema, Superior.
Kalyne estaba en lo cierto. No era posible dejar libre a Rews en aquel estado. Tenía los labios partidos y ensangrentados, los costados estaban cubiertos de unas magulladuras que empezaban a oscurecerse, su cabeza colgaba inerte hacia un lado y el rostro estaba tan hinchado que resultaba casi irreconocible.
En otras palabras, el aspecto de un hombre dispuesto a confesar
.
—Me imagino que no habrás disfrutado en exceso de esta última media hora, Rews. De hecho, me imagino que no la habrás disfrutado en absoluto. Es difícil asegurarlo, pero yo diría que ha sido la peor media hora de tu vida. He estado pensando en la razón por la que estás aquí, y la triste verdad es que... esto va a ser lo mejor que podamos ofrecerte. Esto es la buena vida —Glokta se inclinó hacia delante hasta que su rostro quedó a unos pocos centímetros de la masa sanguinolenta en que había quedado convertida la nariz de Rews—. Comparado conmigo, el Practicante Frost es una niñita —le susurró—. Un gatito. Una vez que haya empezado contigo, Rews, echarás de menos esto. Me rogarás que te deje media hora a solas con el Practicante. ¿Me entiendes? —Exceptuando el silbido que producía el aire al atravesar su nariz rota, Rews permanecía mudo—. Muéstrale los instrumentos —susurró Glokta.