La vidente de Kell (45 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—No, que yo sepa.

—Has olvidado pedir primero mi consentimiento.

—¿De verdad? ¿Cómo he podido olvidarlo? No pensarías rechazarme, ¿verdad?

—Por supuesto que no.

—Bien, entonces...

—Esto no se acaba aquí, Kheldar —añadió ella con tono amenazador.

—Creo que he comenzado mal —observó él.

—Muy mal —asintió ella.

Encendieron una enorme fogata en el anfiteatro, junto al colosal cadáver del dragón. Durnik había usado sus poderes para teletransportar una considerable cantidad de leños desde diversas playas del arrecife. Garion miró la montaña de madera con aire crítico.

—Recuerdo varias tardes lluviosas en que Eriond y yo nos pasamos interminables horas buscando leña seca —le dijo a su viejo amigo.

—Ésta es una ocasión especial —explicó Durnik con expresión culpable—. Además, si hubieses querido hacerlo de este modo, podrías haberlo hecho tú solo, ¿no es cierto?

Garion lo miró fijamente y luego soltó una sonora carcajada.

—Sí, Durnik —admitió—, supongo que sí, pero no es necesario que se lo digamos a Eriond.

—¿Crees que él no lo sabe?

Charlaron hasta muy tarde. Habían sucedido infinidad de cosas desde la última vez que se habían visto y todos querían ponerse al día. Por fin, se fueron quedando dormidos uno a uno.

Poco antes del amanecer, Garion se despertó sobresaltado.

No lo había despertado un ruido, sino una luz. Un intenso rayo azul bañaba el anfiteatro con su resplandor. Pronto se le unieron otros rayos —rojos, amarillos, verdes o de colores indefinibles— que descendían desde el cielo nocturno como enormes columnas luminosas. Las columnas formaron un semicírculo junto a la orilla del mar, y en el centro de aquella luz matizada con todos los tonos del arco iris, el albatros de inmaculada blancura planeaba sobre sus alas de serafín. Las figuras incandescentes que Garion había visto en Cthol Mishrak comenzaron a aparecer en las columnas de luz. Aldur, Mara, Issa, Nedra, Chaldan y Belar estaban allí con expresiones de dicha en sus rostros.

—Es la hora —suspiró Poledra, sentada, protegida por los brazos de Belgarath.

Se soltó con firmeza del abrazo de su marido y se incorporó.

—No —protestó Belgarath con la voz cargada de angustia y los ojos llenos de lágrimas—. Todavía hay tiempo.

—Ya sabías que esto tenía que suceder, Viejo Lobo —repuso ella con ternura— Tiene que ser así.

—No voy a perderte dos veces —declaró él y también se levantó—. Esto ya no tiene sentido. —Se volvió hacia su hija—. Pol —dijo.

—¿Sí, padre? —respondió Polgara mientras se incorporaba junto con su marido.

—Ahora tendrás que ocuparte de todo. Beldin, Durnik y los gemelos te ayudarán.

—¿Permitirás que me quede huérfana de padre y madre a la vez? —preguntó ella con la voz ahogada por las lágrimas contenidas.

—Tienes la fortaleza necesaria para superarlo, Pol. Tu madre y yo estamos orgullosos de ti. Cuídate.

—No seas tonto —dijo Poledra con firmeza.

—No lo soy. No pienso volver a vivir sin ti.

—No está permitido.

—Nadie puede evitarlo, ni siquiera mi Maestro. No te irás sola, Poledra, yo me iré contigo. —Apoyó un brazo sobre los hombros de su esposa y miró fijamente sus ojos dorados—. Será mejor así.

—Como tú quieras, esposo mío —dijo ella por fin—. Sin embargo, debemos actuar ahora, antes de que llegue UL. Él sí puede evitarlo, por fuerte que sea tu resolución.

Entonces Eriond se acercó a ellos.

—¿Lo has pensado bien, Belgarath? —preguntó.

—He tenido mucho tiempo para hacerlo en estos tres mil años. Sin embargo, tenía que esperar a que Garion cumpliera su misión. Ahora ya no hay nada que me retenga aquí.

—¿Hay algo capaz de hacerte cambiar de opinión?

—Nada. No pienso volver a separarme de ella.

—Entonces supongo que tendré que ocuparme de esto.

—Está prohibido, Eriond —protestó Poledra—. Yo acepté las condiciones cuando me asignaron mi tarea.

—Las condiciones siempre pueden volver a negociarse, Poledra —dijo él—. Además, mi padre y mis hermanos olvidaron comunicarme su decisión, de modo que tendré que actuar sin su consentimiento.

—Tú no puedes desafiar la voluntad de tu padre —protestó ella.

—Pero aún no conozco su voluntad. Por supuesto, luego le pediré disculpas. Estoy seguro de que no se enfadará demasiado. Además, nadie se enfada para siempre, ni siquiera mi padre, y ninguna decisión es irrevocable. Si es necesario, le recordaré que él también cambió de opinión en Prolgu, cuando el Gorim logró apaciguarlo.

—Esos argumentos suenan muy familiares —le dijo Barak a Hettar en un murmullo—. Parece que el nuevo dios de Angarak ha pasado demasiado tiempo junto a nuestro querido príncipe Kheldar.

—Podría ser contagioso —asintió Hettar.

En el corazón de Garion había brotado una esperanza imposible.

—¿Puedo pedirte prestado el Orbe una vez más, Garion? —preguntó Eriond.

—Por supuesto —respondió el joven, y prácticamente arrancó la piedra de la empuñadura para entregársela al joven dios.

Eriond se acercó a Belgarath y a su esposa con el Orbe en la mano. Extendió un brazo y rozó con la piedra la frente de cada uno de ellos. Garion, consciente de que el contacto con el Orbe significaba la muerte, dio un salto al frente con un grito ahogado, pero ya era demasiado tarde.

Un aura azul rodeó las figuras de Belgarath y Poledra, que no dejaban de mirarse fijamente a los ojos. Entonces Eriond devolvió el Orbe a Garion.

—¿Esto te ocasionará problemas? —preguntó Garion.

—No te preocupes —respondió Eriond—. En los próximos años tendré que romper muchas reglas, así que será mejor que vaya acostumbrándome.

Un vibrante acorde de órgano surgió de los incandescentes haces de luz, junto a la orilla del mar. Garion alzó la vista hacia los dioses y notó que el albatros se había vuelto tan brillante que su resplandor lo enceguecía.

De repente, el albatros desapareció y el padre de los dioses ocupó su lugar, en medio de sus hijos.

—Muy bien hecho, hijo —dijo UL.

—Tardé un tiempo en advertir lo que deseabais —se disculpó Eriond—. Lamento haber sido tan estúpido.

—Aún no estáis acostumbrado a estas cosas, hijo mío —lo disculpó UL—. Sin embargo, el empleo del Orbe de vuestro hermano no estaba previsto y fue un acto muy ingenioso. —Una tenue sonrisa se dibujó en los labios de aquel rostro eterno— Aunque no hubiera estado dispuesto a acceder, ese simple hecho me habría inclinado a cambiar de opinión.

—Supuse que sería así, padre mío.

—Poledra —dijo UL—, os ruego que perdonéis mi cruel engaño. Sabed, sin embargo, que no intentaba engañaros a vos, sino a mi hijo. Siempre ha tenido una naturaleza humilde y se ha mostrado reacio a imponer su voluntad. Sin embargo, su voluntad dominará este mundo y debe aprender a usarla o contenerla, según considere justo.

—Entonces ¿era una prueba, reverendísimo? —preguntó la voz de Belgarath con un deje extraño.

—Todas las cosas que ocurren son pruebas, Belgarath —explicó UL con calma—. Creo que os alegrará saber que vos y vuestra esposa habéis actuado muy bien. Fue vuestra decisión la que obligó a mi hijo a tomar la suya, de modo que habéis seguido prestando vuestros servicios incluso una vez concluida vuestra misión. Bien, ahora, Eriond, os ruego que os unáis a mí y a vuestros hermanos. Queremos daros la bienvenida a este mundo, que desde hoy ponemos en vuestras manos.

Capítulo 26

El sol del amanecer parecía un disco dorado suspendido en el cielo, al este del horizonte. El firmamento tenía un intenso color azul y la suave aunque persistente brisa que soplaba desde el oeste coronaba las olas de blanca espuma. El tenue olor a humedad de la neblina del día anterior todavía se rezagaba sobre las piedras de la extraña pirámide, que se alzaba sobre el mar en el centro del arrecife.

Garion se sentía mareado por el agotamiento. Su cuerpo necesitaba un descanso urgente, pero la confusión de ideas, impresiones e imágenes que ocupaba su mente lo mantenía absorto y no le permitía conciliar el sueño. Ya llegaría la hora de pensar en todo lo que había ocurrido en el Lugar que ya no Existe, aunque tal vez tuviera que modificar su impresión sobre ese tema, pues nunca había estado tan seguro de la existencia de un lugar como lo estaba de la de aquél. Korim era más eterno y real que Tol Honeth, Mal Zeth o Val Alorn. Garion estrechó con más fuerza a su esposa y a su hijo dormidos. Olían bien. El pelo de Ce'Nedra tenía la habitual fragancia floral y Geran olía como todos los niños pequeños del mundo..., aunque quizá necesitara un baño. En el caso de Garion, esa necesidad era perentoria, pues acababa de vivir un día especialmente extenuante.

Sus amigos se habían reunido en pequeños grupos en distintos puntos del anfiteatro. Barak, Hettar y Mandorallen hablaban con Zakath. Liselle peinaba a Cyradis con aire ausente. Las mujeres parecían decididas a animar a la vidente de Kell. Sadi y Beldin bebían cerveza tendidos sobre las escaleras, cerca del cadáver del dragón. Aunque su expresión era amable, resultaba evidente que el eunuco bebía aquel brebaje por cortesía más que por gusto. Unrak exploraba el lugar, seguido de cerca por Nathel, el joven y atontado rey de los thulls. El archiduque Otrath estaba solo, cerca del portal de la gruta, con la cara llena de horror. Kal Zakath aún no había considerado oportuno hablar con su pariente y era obvio que Otrath tampoco aguardaba con impaciencia aquella charla. Eriond, rodeado por una extraña aureola de luz pálida, conversaba en voz baja con tía Pol, Durnik, Belgarath y Poledra. Seda no estaba a la vista.

De repente, el hombrecillo apareció a un costado de la pirámide. Tras él, al otro lado del pico, se elevaba una nube de humo oscuro. Bajó la escalera hasta el anfiteatro y se aproximó a Garion.

—¿Qué hacías? —le preguntó Garion.

—He encendido una señal para el capitán Kresca —res­pondió Seda—. Él conoce bien el camino de regreso a Perivor. Ya he visto a Barak maniobrar en aguas accidentadas. La Gaviota fue diseñada para navegar en mar abierto.

—Herirás sus sentimientos cuando se lo digas, ¿sabes?

—No pensaba decírselo —respondió el hombrecillo mientras se tendía junto a Garion y su familia.

—¿Liselle ya ha hablado contigo? —preguntó Garion.

—Creo que se reserva la charla para otra ocasión. Es obvio que espera a que tengamos mucho tiempo libre, sin riesgo de interrupciones. ¿El matrimonio siempre es así? ¿Vives con un temor permanente a esa clase de conversaciones?

—Es lo habitual, pero tú aún no estás casado.

—Estoy más cerca del matrimonio de lo que jamás hubiera imaginado.

—¿Te arrepientes?

—No, en realidad no. Liselle y yo somos tal para cual. Tenemos mucho en común. Lo único que me molesta es que me haga sentir siempre culpable. —Miró alrededor del anfiteatro con expresión de amargura—. ¿Es imprescindible que brille así? —preguntó señalando a Eriond.

—Tal vez ni siquiera sepa que lo hace. Es nuevo en el oficio, ya mejorará con el tiempo.

—¿Te das cuenta de que estamos aquí sentados tan tranquilos, criticando a un dios?

—Antes que nada es un amigo. Las críticas de los amigos nunca resultan ofensivas.

—Vaya, esta mañana estás muy filosófico. Sin embargo, mi corazón estuvo a punto de detenerse cuando tocó a Belgarath y a Poledra con el Orbe.

—El mío también —reconoció Garion—. Pero es obvio que sabía lo que hacía —añadió con un suspiro.

—¿Qué es lo que te preocupa?

—Todo ha terminado. Creo que echaré de menos este tipo de vida..., al menos después que haya recuperado todo el sueño atrasado.

—Estos últimos días han sido muy emocionantes, ¿verdad? De todos modos, supongo que si nos ponemos a pensar, ya se nos ocurrirá algo mejor que hacer.

—Yo ya sé lo que voy a hacer yo —dijo Garion.

—¿Ah, sí? ¿Qué?

—Seré un padre muy ocupado.

—Tu hijo no será siempre un niño, Garion.

—Geran no será mi único hijo. Mi amigo —se señaló la cabeza— me ha advertido que tendré varias hijas.

—Bien. Eso te ayudará a sentar la cabeza. No pretendo criticarte, Garion, pero a veces eres un poco alocado. No pasa un solo año sin que viajes a algún confín del mundo con esa espada ardiente en la mano.

—¿Te crees gracioso?

—¿Yo? —preguntó Seda tendiéndose cómodamente hacia atrás—. No podrás tener tantas hijas. La época fértil de una mujer no dura toda la vida.

—Seda —dijo Garion con sarcasmo—, ¿recuerdas a Xbell, la dríada que encontramos en el río de Los Bosques, al sur de Tolnedra?

—¿Aquella a la que le gustaban tanto los hombres?, ¿todos los hombres?

—Exacto. ¿Dirías que aún está en su etapa fértil?

—Oh, por supuesto.

—Xbell tiene más de trescientos años y Ce'Nedra también es una dríada, ¿sabes?

—Bueno, entonces llegará el momento en que tú seas demasiado viejo para... —Seda se interrumpió y miró a Belgarath—. Oh, cielos. Tienes un problema, ¿no es cierto?

Era casi mediodía cuando embarcaron en La Gaviota. Barak había aceptado de mala gana seguir al capitán Kresca hasta Perivor. Sin embargo, después de conocerse e inspeccionar los dos barcos, las cosas comenzaron a marchar mucho mejor entre ellos. Kresca no había escatimado halagos hacia La Gaviota, y eso solía bastar para ganarse a Barak.

Mientras levaban anclas, Garion se apoyó sobre la barandilla de estribor a contemplar la extraña pirámide que emergía del mar y la nube de oleoso humo que se alzaba al norte del anfiteatro.

—Habría dado cualquier cosa por estar presente —dijo Hettar en voz baja mientras apoyaba los brazos sobre la barandilla, junto a Garion—. ¿Cómo fue?

—Muy ruidoso —respondió Garion.

—¿Por qué Belgarath insistió en quemar el dragón?

—Le daba pena.

—A veces se comporta de una forma extraña.

—Desde luego, amigo mío. ¿Cómo están Adara y los niños?

—Bien. Está embarazada otra vez, ¿sabes?

—¿Otra vez? Hettar, sois casi peores que Relg y Taiba.

—No tanto —respondió Hettar con modestia—. Aún nos llevan bastante ventaja. —Arrugó su cara de halcón, recortada sobre el resplandor del sol—. Sin embargo, creo que ellos hacen algún tipo de trampa. Taiba tiene hijos de a pares y tríos. Por eso Adara no logra alcanzarlos.

—No pretendo acusar a nadie, pero sospecho que Mara tiene algo que ver con eso. La repoblación de Maragor llevará bastante tiempo. —Miró hacia la proa, donde estaba Unrak con su sombra, Nathel, pegado a él—. ¿Por qué están siempre juntos? —preguntó.

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