La vidente de Kell (41 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—Esto es lo que conseguiré, Poledra. —Cerró su mano sobre la muñeca del niño, que luchaba por zafarse, y enseñó la palma del pequeño marcada con la señal del Orbe—. En el mismo instante en que la mano del hijo del Belgarion toque el Sardion, yo triunfaré.

Luego comenzó a andar paso a paso, con actitud implacable.

Garion alzó la espada y la apuntó con ella.

—Empújala hacia atrás —le ordenó al Orbe.

Un rayo de intensa luz azul surgió de la punta de la espada, pero se dividió al tocar el aura oscura y aunque envolvió a la sombra no logró detener el avance de Zandramas.

«¡Haz algo!», exigió Garion a la voz de su mente.

«No puedo interferir», respondió la voz.

—¿No se os ocurre nada mejor, Zandramas? —preguntó Poledra con calma.

Garion había oído aquel tono muchas veces en la voz de tía Pol, pero nunca con semejante determinación. Poledra alzó la mano con un gesto casi indiferente y dejó escapar la fuerza de su poder. Las vibraciones y el ruido hicieron temblar las rodillas de Garion. La hechicera de Darshiva, sin embargo, no vaciló y continuó su lento avance.

—¿Mataréis a vuestro hijo, Belgarion de Riva? —preguntó ella—. Pues no podéis lastimarme sin destruirlo a él.

«¡No puedo hacerlo!», exclamó Garion mentalmente con los ojos llenos de lágrimas. «¡No puedo!»

«Debes hacerlo. Ya se te había advertido que esto podría suceder. Si ella triunfa y pone la mano de tu hijo sobre el Sardion, él estará mucho peor que muerto. Haz lo que debas hacer, Garion.»

Garion alzó la espada, llorando de forma incontrolable, y Geran lo miró a los ojos, sin temor.

—¡No! —gritó Ce'Nedra. Cruzó la gruta y se colocó enfrente de Zandramas—. Si quieres matar a mi pequeño, primero tendrás que matarme a mí, Garion —dijo con voz ahogada.

Luego se volvió de espaldas a Garion e inclinó la cabeza.

—Tanto mejor —dijo Zandramas con regocijo—. ¿Mataréis a vuestra esposa y a vuestro hijo, Belgarion de Riva? ¿Cargaréis con ese remordimiento hasta el día de vuestra muerte?

La cara de Garion se desfiguró en una mueca de angustia mientras aferraba con más fuerza su llameante espada. Con un solo golpe, destruiría su vida entera.

Zandramas, todavía con Geran en brazos, lo miró con incredulidad.

—¡No lo haréis! —exclamó—. ¡No podéis hacerlo!

Garion apretó los dientes y alzó aún más su espada.

La incredulidad de Zandramas se trucó en terror. La hechicera se detuvo y comenzó a retroceder, por temor a aquella temible estocada.

—¡Ahora, Ce'Nedra! —gritó Polgara y su voz sonó como un latigazo.

La reina de Riva, que había estado acurrucada en actitud de aparente sumisión a su destino, reaccionó. Con un solo salto arrancó a Geran de las manos de Zandramas y volvió con él junto a Polgara.

Zandramas gritó e intentó seguirla con una expresión de odio en la cara.

—No, Zandramas —dijo Poledra—, si no os detenéis, os mataré... o lo hará Belgarion. Habéis revelado de forma inconsciente vuestras intenciones. Vuestra decisión ya ha sido tomada y ya no sois la Niña de las Tinieblas, sino una simple sacerdotisa grolim. Ya no os necesitamos aquí. Ahora sois libre de marcharos o de morir. —Zandramas se quedó paralizada—. Todos vuestros engaños y evasivas no han servido de nada, Zandramas. ¿Os someteréis ahora a la decisión de la vidente de Kell? —Zandramas la miró con una mezcla de temor y enorme odio—. Bien, Zandramas —continuó Poledra—. ¿Qué ocurrirá? ¿Moriréis tan cerca de vuestra esperada exaltación? —Poledra miró a la sacerdotisa grolim con sus penetrantes ojos dorados—. Ah, no —dijo con serenidad—, noto que no lo haréis. No podéis hacerlo. Pero preferiría oír esas palabras de vuestra propia boca, Zandramas. ¿Aceptaréis ahora la decisión de Cyradis?

—Lo haré —dijo Zandramas con los dientes apretados.

Capítulo 24

Los truenos todavía crepitaban y rugían fuera, mientras el viento que acompañaba aquella tormenta, concebida en el momento de la creación del mundo, gemía en el pasillo que conducía a la gruta desde el anfiteatro. Garion volvió a envainar la espada, y al hacerlo, comprendió de una forma un tanto abstracta lo que sucedía en su mente. Había ocurrido tantas veces en el pasado que se preguntó por qué no lo habría previsto. Las circunstancias le exigían tomar una decisión, y el hecho de que, en lugar de concentrarse en ella, se dedicara a hacer un meticuloso examen de todo lo que lo rodeaba, indicaba que ya había hecho su elección aunque no fuera consciente de ello. Admitía que había una buena razón para su comportamiento. Pensar sobre la crisis o el enfrentamiento inminente sólo conseguiría alterarlo o distraerlo con toda una serie de hipótesis o dudas que lo paralizarían en un angustioso estado de indecisión. Acertada o no, la decisión ya había sido tomada, y no servía de nada preocuparse por ella. Sabía que la elección no dependía sólo de una reflexión escrupulosa sino de emociones profundas, y la paz que lo embargaba probaba que, fuera cual fuese la elección, había sido la correcta. Volvió a concentrar su atención en la gruta con absoluta serenidad.

Aunque la persistente luz del Sardion no le permitía ver con claridad, los muros de piedra parecían formados por una especie de basalto fragmentado en innumerables superficies planas con bordes abruptos. El suelo era especialmente liso, quizá como consecuencia de la milenaria y paciente erosión del agua o simplemente por voluntad de Torak, que había residido allí durante su enfrentamiento con UL, su padre, a quien por fin había rechazado. El goteo del agua en el charco era un verdadero misterio. Aquél era el pico más alto del arrecife y por consiguiente el agua debería ir hacia abajo, y no brotar hacia arriba hasta el manantial oculto tras el muro. Quizá Beldin o Durnik pudieran explicárselo. Garion era consciente de que debía permanecer alerta y no quería desviar su atención hacia los enigmas de la hidráulica.

Entonces, la mirada casi indiferente del joven se posó inevitablemente en el Sardion, única fuente de luz de aquella gruta. No era una piedra bonita. Formada por apretadas franjas alternadas de color blanco nacarado y naranja, ahora también estaba teñida por la temblorosa luz azul del Orbe. Era tan lisa y lustrosa como su piedra rival, el Orbe bruñido por Aldur. Sin embargo, ¿quién había pulido el Sardion? ¿Un dios desconocido? ¿Una tribu de hombres primitivos, acuclillados con ojos ausentes sobre la piedra; entregados generación tras generación a la sola e incomprensible tarea de alisar aquella superficie naranja y blanca, con uñas rotas y manos encallecidas más similares a patas que a extremidades humanas? Sin duda aquellas criaturas irracionales, intuyendo el poder de la piedra, la habían considerado un dios —o al menos un objeto divino—, de modo que el absurdo acto de pulirla habría constituido un acto de fervor religioso.

Luego los ojos de Garion se pasearon por los rostros de sus compañeros, los rostros familiares de aquellos que, en respuesta a designios escritos en las estrellas desde el comienzo de los tiempos, lo habían acompañado hasta aquel lugar en el día señalado. La muerte de Toth había respondido a la única pregunta pendiente y ya todo estaba en orden.

Cyradis, con la cara todavía mojada por las lágrimas y desfigurada por la pena, se aproximó al altar.

—Se acerca el momento —dijo con voz clara y firme—. El Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas deben tomar sus decisiones. Todo tiene que estar preparado para cuando llegue la hora de mi elección. Sin embargo, debéis saber que una vez tomada vuestra decisión no podréis volveros atrás.

—Mi decisión fue tomada al principio de los tiempos —declaró Zandramas—. El nombre del hijo de Belgarion ha retumbado en los infinitos pasadizos del tiempo, pues él ha tocado a Cthrag Yaska, que abrasa las manos de todos los hombres, excepto las del propio Belgarion. En el mismo instante en que Geran toque a Cthrag Sardius, se convertirá en un dios omnipotente, superior a todos los demás, y dominará la creación entera. Dad un paso al frente, Niño de las Tinieblas. Ocupad vuestro lugar frente al altar de Torak y esperad allí la elección de la vidente de Kell. En cuanto ella os elija, extended vuestra mano y asid vuestro destino.

Era la última prueba. Garion por fin tomó conciencia de la decisión que había tomado en el silencio de su mente y supo que era la adecuada. Geran caminó hacia el altar de mala gana, luego se detuvo y se giró con una expresión de absoluta seriedad en su cara pequeña.

—Y ahora, Niño de la Luz —dijo Cyradis—, ha llegado la hora de vuestra elección. ¿En cuál de vuestros compañeros delegaréis la tarea?

Garion no tenía mayores cualidades para el melodrama. Ce'Nedra e incluso tía Pol eran capaces de dar un aire teatral a casi cualquier situación, pero él, como cauto y práctico sendario, prefería los actos directos y poco ostentosos. Sin embargo, estaba convencido de que Zandramas sabía cuál debería ser su elección y de que, a pesar de su aparente aceptación a la elección de la vidente de Kell, la hechicera de Darshiva aún era capaz de poner en práctica un último truco desesperado. Por lo tanto, decidió hacer algo que la sorprendiera y la hiciera dudar. Si él fingía estar a punto de tomar la decisión equivocada, la hechicera se alegraría y pensaría que había ganado. Entonces, en el último instante, él podría hacer la elección correcta. El disgusto de la Niña de las Tinieblas la paralizaría y le daría tiempo a detenerla. Garion estudió con cuidado la posición de Geran y de Otrath. Geran estaba a unos tres metros del altar y Zandramas pocos pasos detrás. Otrath, por su parte, retrocedía hacia la rugosa pared de la gruta.

Era necesario calcularlo todo a la perfección. Primero tenía que crear un suspenso intolerable para Zandramas y luego destruir todas sus esperanzas de un solo golpe. Ensayó una artística mueca de angustiosa indecisión, luego comenzó a caminar entre sus amigos con una expresión de fingida perplejidad. De vez en cuando se detenía un instante para mirar fijamente alguna cara e incluso llegó a levantar la mano, como si estuviera a punto de tomar la decisión incorrecta. Cada vez que lo hacía, podía percibir la poderosa sensación de júbilo que embargaba a Zandramas, quien ya ni siquiera se esforzaba por esconder sus sentimientos. Su enemigo había dejado de ser una criatura racional.

—¿Qué haces? —preguntó Polgara en un susurro cuando Garion se detuvo frente a ella.

—Te lo explicaré más tarde —murmuró él—. Esto es necesario... e importante, tía Pol.

Siguió avanzando, y cuando llegó a Belgarath, intuyó el temor de Zandramas. Él Hombre Eterno ya era una persona importante por sí sola, pero si además se convertía en Niño de la Luz y potencial divinidad, podría transformarse en un serio adversario.

—¿Quieres acabar con esto? —murmuró el anciano.

—Sólo intento confundir a Zandramas —respondió Garion con otro murmullo— Por favor, vigílala con atención cuando haya elegido. Podría intentar algo.

—Entonces ¿ya sabes a quién vas a elegir?

—Por supuesto, pero intento no pensar en ello por si Zandramas me lee la mente.

—Hazlo a tu manera, Garion —dijo el anciano con una mueca de disgusto—, pero no tardes demasiado. Podrías impacientar a Cyradis, además de a Zandramas.

Garion asintió. Al pasar junto a Velvet y Sadi, intentó leer la mente de Zandramas. Sus emociones estaban desbocadas y era evidente que la intriga había llegado a un punto culminante. Ya no serviría de nada prolongar las cosas. Por fin se detuvo frente a Seda y Eriond.

—Mantente serio —le dijo en un susurro al hombrecillo con cara de rata—. No permitas que Zandramas descubra ningún cambio en tu expresión, haga lo que haga yo.

—Intenta no cometer un error, Garion —le advirtió Seda—. No estoy buscando un ascenso.

Garion asintió. Todo estaba a punto de acabar. Miró a Eriond, el joven que era casi su hermano.

—Lo siento, Eriond —se disculpó en un murmullo—. Tal vez no me agradezcas lo que voy a hacer.

—Está bien, Belgarion —sonrió Eriond—. Hace tiempo que sabía que iba a ocurrir y estoy preparado.

Era la última prueba. Eriond había respondido a la persistente pregunta «¿Estás preparado?», quizá por última vez. Por lo visto, el joven estaba preparado desde el día de su nacimiento. Ahora cada cosa encajaba en su sitio con tal precisión que nada ni nadie podría volver a alterar el orden.

—Elegid, Belgarion —lo apremió Cyradis.

—Ya lo he hecho, Cyradis —dijo Garion con sencillez mientras extendía la mano y la colocaba sobre el hombro de Eriond—. Ésta es mi elección. Éste es el Niño de la Luz.

—¡Perfecto! —exclamó Belgarath.

«¡Ya está!», asintió la voz de la mente de Garion.

Garion experimentó una violenta sacudida, seguida de una triste sensación de vacío. Ahora todo estaba en manos de Eriond, pero él sabía que aún le quedaba una última responsabilidad. Se giró despacio, intentando que su movimiento pareciera natural. La cara llena de luces de Zandramas expresaba una mezcla de ira, temor y frustración, confirmando que Garion había tomado la decisión adecuada. Entonces hizo algo que, aunque nuevo para él, se lo había visto hacer a tía Pol en varias ocasiones. No era buen momento para experimentos, así que procedió con sumo cuidado. Buceó en la mente de Zandramas, ya no para descubrir su estado de ánimo sino ideas muy concretas.

La mente de la hechicera de Darshiva era una confusión de sentimientos y pensamientos. El truco de Garion había surtido efecto y Zandramas se debatía en un mar de dudas, incapaz de concentrarse en su próximo paso. Sin embargo, debía dar ese paso. Garion notó que era incapaz de resignarse y dejar el asunto en manos de la vidente de Kell.

—Id, entonces, Niño de la Luz, a situaros junto al Niño de las Tinieblas, para que pueda elegir entre vosotros —dijo Cyradis.

—Ya está, Cyradis —dijo Poledra—. Todas las decisiones han sido tomadas, excepto la tuya. Éste es el día elegido y la hora señalada. Ha llegado el momento de que cumplas con tu tarea.

—Aún no, Poledra —dijo Cyradis con voz temblorosa—. Cuando llegue el momento de la elección, el Libro de los Cielos me dará una señal.

—Pero tú no puedes ver los cielos, Cyradis —le recordó la abuela de Garion—. Estamos bajo tierra. El Libro de los Cielos está oculto.

—Yo no necesito buscarlo —respondió ella—. El vendrá a mí.

—Meditad, Cyradis —dijo Zandramas con voz persuasiva—. Meditad sobre mis palabras. No hay otra opción posible que el hijo de Belgarion.

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