—¿Chalana? —protestó Barak con suavidad.
—No tiene importancia, Anheg —respondió Garion—. Cuando llegaron, ya había acabado todo.
—Entonces ¿has recuperado a tu hijo?
—Sí.
—Tendremos que verlo. Hemos hecho muchos esfuerzos para encontrarlo.
Ce'Nedra se adelantó con Geran y Anheg los estrechó a ambos en un gran abrazo.
—Majestad —saludó a la reina de Riva—, y Alteza —sonrió haciéndole cosquillas al pequeño, que rió divertido.
Ce'Nedra intentó hacer una reverencia.
—No hagas eso, Ce'Nedra —la riñó Anheg—. Harás caer al pequeño.
Ce'Nedra rió y luego sonrió al emperador Varana.
—Tío —le dijo.
—Ce'Nedra —respondió el emperador de cabello plateado—. Tienes buen aspecto. —Luego la miró con más atención—. ¿Son ideas mías, o has engordado un poco?
—Sólo es pasajero, tío. Ya te lo explicaré más tarde.
Mientras tanto Brador y Atesca se aproximaron a Zakath.
—¡Vaya, Majestad! —dijo Atesca con fingida sorpresa—. ¡Qué casualidad encontraros aquí!
—General Atesca —respondió Zakath—, ¿no nos conocemos lo suficiente para evitar estas triquiñuelas?
—Estábamos preocupados por ti —dijo Brador—, y como estábamos cerca... —dejó la frase en el aire y abrió los brazos.
—¿Y qué hacíais cerca de aquí? Si no recuerdo mal, os dejé a orillas del Magan.
—Surgió un imprevisto —intervino Atesca—. El ejército de Urvon se dispersó y los darshivanos parecían desconcertados. Brador y yo aprovechamos la oportunidad para recuperar Peldane y Darshiva para el imperio, y desde entonces hemos estado persiguiendo a los últimos miembros del ejército darshivano por todo el este de Dalasia.
—Muy bien, caballeros —aprobó Zakath—. Muy bien. Debería tomarme vacaciones más a menudo.
—¿Es ésta su idea de unas vacaciones? —murmuró Sadi.
—Por supuesto —respondió Seda—. Luchar contra dragones puede resultar muy estimulante.
Zakath y Varana se habían estado mirando con expresión inquisitiva.
—Majestades —dijo Garion con cortesía—. Debería presentaros. Emperador Varana, éste es Su Majestad Imperial, Kal Zakath de Mallorea. Emperador Zakath, éste es Su Majestad Imperial, Ran Borune XXIV del Imperio de Tolnedra.
—Habría bastado con decir Varana, Garion —dijo el tolnedrano—. Kal Zakath, hemos oído hablar mucho de ti —añadió extendiendo la mano.
—Supongo que nada bueno, Varana —respondió Zakath con una sonrisa mientras le estrechaba la mano con aprecio.
—Los rumores no suelen ser exactos, Zakath.
—Tenemos mucho de que hablar, Majestad Imperial —dijo Zakath.
—Desde luego que sí, Majestad Imperial.
El rey Oldorin parecía estar al borde de un ataque de nervios. De repente, su isla se había llenado de personajes reales. Garion hizo las presentaciones con tacto, intentando impresionarlo lo menos posible. El rey Oldorin sólo atinaba a murmurar vagos saludos, olvidando incluso las fiorituras del lenguaje. Garion se lo llevó a un lado.
—Ésta es una ocasión muy importante, Majestad —declaró—. La presencia en un mismo lugar de Zakath de Mallorea, Varana de Tolnedra y Anheg de Cherek presagia la posibilidad de dar grandes pasos hacia la paz universal, que hemos estado esperando durante milenios.
—Vuestra propia presencia aquí aumenta la importancia de la ocasión, Belgarion de Riva.
Garion hizo una reverencia de reconocimiento.
—Aunque la cortesía y hospitalidad de vuestro reino superan a la de cualquier otro del mundo conocido, Majestad —dijo—, sería imprudente de nuestra parte no aprovechar esta oportunidad para ocuparnos de una causa tan noble. Por consiguiente, os ruego que permitáis que mis amigos y yo nos separemos por un tiempo para explorar las posibilidades de este encuentro casual, que, sin embargo, no parece enteramente producto del azar. Creo que los propios dioses podrían haber intervenido en su realización.
—Estoy seguro de ello, Majestad —asintió Oldorin—. Hay salas de reuniones en la planta superior del palacio, rey Belgarion, y están a inmediata disposición de vos y de vuestros amigos reales. No dudo de la importancia de las decisiones que podrían surgir de este encuentro, y el honor de que esto suceda bajo mi propio techo me abruma.
La improvisada reunión se llevó a cabo en una sala de la planta superior del palacio. Por acuerdo general, Belgarath la presidió. Garion aceptó velar por los intereses de la reina Porenn y Durnik por los del rey Fulrach. Relg habló por Ulgo y Maragor. Mandorallen representó a Arendia y Hettar actuó como delegado de su padre. Seda participó en nombre de su hermano, Urgit; Sadi en el de Salmissra, y Nathel en el de los thulls, aunque sus intervenciones fueron escasas. Nadie demostró interés por representar a Drosta lek Thun, de Gar og Nadrak.
Antes de comenzar, y pese a la evidente reticencia de Varana, se acordó excluir las cuestiones comerciales de la discusión. Luego dieron por iniciada la reunión.
Al mediodía de la segunda jornada, Garion se recostó en el respaldo de su silla, escuchando sólo a medias las interminables negociaciones de Seda y Zakath sobre un posible tratado de paz entre Mallorea y Cthol Murgos. Garion suspiró con aire pensativo. Pocos días antes, sus amigos y él habían participado en el acontecimiento más importante de la historia del universo, y ahora estaban sentados alrededor de una mesa, enfrascados en problemas mundanos de política internacional. Aunque resultara decepcionante, Garion sabía que la mayoría de los habitantes del mundo estarían más preocupados por lo que sucedía alrededor de esa mesa que por lo ocurrido en Korim.
Por fin, se redactaron los Acuerdos de Dal Perivor, provisionales y basados en generalidades. Como es natural, deberían ser ratificados por los monarcas ausentes. Eran acuerdos vagos e inspirados en la buena voluntad, más que en el escabroso toma y daca de la auténtica negociación política. Sin embargo, Garion estaba convencido de que constituían una verdadera esperanza para la humanidad. Mandaron llamar a escribas para copiar las abundantes notas de Beldin y por fin se decidió firmar el documento con el sello del monarca anfitrión, el rey Oldorin de Perivor.
La ceremonia de la firma fue majestuosa, como corresponde a una ceremonia mimbrana.
Al día siguiente llegó el momento de las despedidas. Zakath, Cyradis, Eriond, Atesca y Brador partirían hacia Mal Zeth, mientras los demás iniciarían el largo viaje a casa a bordo de La Gaviota. Antes de marcharse, Garion mantuvo una larga conversación con Zakath, durante la cual acordaron escribirse y, si los asuntos de Estado se lo permitían, visitarse. Ambos sabían que la correspondencia no constituiría ningún problema, pero que las visitas serían mucho más problemáticas.
Luego Garion se unió a su familia para la despedida de Eriond. Garion acompañó al joven y aún desconocido dios de Angarak hasta el muelle, donde aguardaba el barco de Atesca.
—Hemos compartido juntos momentos muy importantes, Eriond —dijo.
—Sí —asintió Eriond.
—Aún te queda mucho por hacer, ¿verdad?
—Más de lo que imaginas, Garion.
—¿Estás preparado?
—Sí, Garion, lo estoy.
—Bien. Si alguna vez me necesitas, llámame. Iré a donde sea lo antes posible.
—Lo recordaré.
—Y no dejes que las ocupaciones te absorban demasiado, o Caballo acabará engordando.
—No te preocupes —sonrió Eriond—, Caballo y yo aún debemos recorrer un largo camino juntos.
—Cuídate, Eriond.
—Tú también, Garion.
Se estrecharon las manos y Eriond se dirigió a la pasarela de su barco.
Garion suspiró y se encaminó hacia La Gaviota. Subió la pasarela y se unió a los demás, que observaban cómo el barco de Atesca se alejaba despacio del puerto, girando ligeramente alrededor del de Greldik, que aguardaba con la impaciencia de un perro amarrado.
Por fin los marineros de Barak soltaron amarras y comenzaron a remar fuera del puerto. Desplegaron las velas y La Gaviota dirigió su proa rumbo a casa.
El tiempo se mantenía claro y soleado, y una persistente brisa empujaba las velas de La Gaviota hacia el noroeste, tras la estela del deteriorado barco de guerra de Greldik. Por insistencia de Unrak, las dos naves se habían desviado hacia Mishrak ac Thull, para dejar a Nathel en su propio reino.
Los días eran largos, llenos de la radiante luz del sol y el penetrante aroma del agua salada. Garion y sus amigos pasaban casi todo el día en la bodega. El relato de los acontecimientos de Korim era largo y complejo, pero aquellos que no habían estado presentes querían conocer todos los detalles. Las abundantes preguntas e interrupciones provocaban largas digresiones, pero, pese a los frecuentes saltos hacia delante o atrás en el tiempo, la historia avanzaba. Un oyente común se habría mostrado escéptico ante muchos de los hechos relatados, pero Barak y los demás los aceptaban sin discutir. Habían pasado suficiente tiempo con Polgara y Garion para saber que no había nada imposible. La única excepción a esta regla era el emperador Varana, cuya obstinada incredulidad, según creía Garion, obedecía más a principios filosóficos que a una desconfianza genuina.
Antes de dejar al rey de los thulls en un puerto de su propio reino, Unrak le dio unos cuantos consejos, instándolo a ganar confianza en sí mismo y a liberarse del dominio de su madre. Sin embargo, el joven Unrak no parecía demasiado optimista sobre el futuro de su amigo.
Por fin La Gaviota giró hacia el sur, siempre tras la estela del barco de Greldik, y navegó junto a la rocosa y estéril costa de Goska, al norte de Cthol Murgos.
—Es patético, ¿no crees? —le dijo un día Barak a Garion, señalando el barco de Greldik—. Parece una ruina flotante.
—Greldik es bastante severo con su barco —asintió Garion—. He viajado con él en varias ocasiones.
—Ese hombre no siente ningún respeto por el mar —gruñó Barak—, y bebe demasiado.
Garion parpadeó, asombrado.
—¿Cómo has dicho? —preguntó.
—Oh, estoy dispuesto a admitir que bebo una jarra o dos de cerveza de vez en cuando, pero Greldik bebe en alta mar y eso es asqueroso, Garion, hasta podría calificarse de irreverente.
—Tú sabes más del mar que yo —admitió Garion.
El barco de Greldik y La Gaviota atravesaron el angosto estrecho que separaba Verkat de las costas australes de Hagga y Gorut. En aquellas latitudes era verano y el buen tiempo les permitía avanzar con rapidez. Tras pasar junto al peligroso archipiélago de islas rocosas, frente al extremo de la península de Urga, Seda subió a la cubierta.
—Vosotros dos os pasáis el día aquí —les dijo a Garion y a Barak.
—Me gusta estar en cubierta cuando hay tierra a la vista —respondió Garion— Cuando ves moverse la costa, tienes la impresión de que realmente vas a algún sitio. ¿Qué hace tía Pol?
—Teje —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Les está enseñando a Ce'Nedra y a Liselle. Entre las tres están produciendo verdaderas montañas de prendas diminutas.
—Me pregunto por qué lo harán —preguntó Garion muy serio.
—Tengo que pedirte un favor, Barak —dijo Seda.
—¿De qué se trata?
—Me gustaría detenerme en Rak Urga para entregarle una copia de los acuerdos a Urgit. Además, Zakath hizo un par de propuestas en Dal Perivor que mi hermano debería conocer.
—¿Me ayudarás a encadenar a Hettar al palo mayor cuando lleguemos al puerto? —le preguntó Barak.
Seda hizo una mueca de asombro, pero enseguida pareció comprender.
—Ah —dijo—, lo había olvidado. No sería buena idea llevar a Hettar a una ciudad llena de murgos, ¿verdad?
—Sería muy mala idea, Seda. Aunque tal vez «desastrosa» fuera un término más adecuado.
—Dejadme hablar con él —sugirió Garion—, es probable que pueda calmarlo.
—Si lo consigues, yo subiré a la cubierta y hablaré con la próxima tormenta que se nos presente —dijo Barak—. Hettar es casi tan irracional como el tiempo en lo que concierne a los murgos.
Sin embargo, el alto algario no se enfureció ni cogió su sable al oír la palabra «murgo». Durante el viaje, le habían revelado el verdadero origen de Urgit, y cuando Garion le comunicó con cierta reticencia sus intenciones de pasar por Rak Urga, su cara de halcón se llenó de curiosidad.
—Controlaré mis instintos, Garion —prometió—. Creo que me gustaría conocer al drasniano que logró convertirse en rey de los murgos.
Debido a la proverbial y casi instintiva aversión entre murgos y alorns, Belgarath les aconsejó actuar con prudencia.
—Ahora que las cosas están más tranquilas, no debemos crear problemas —dijo—. Barak, despliega una bandera de paz, y en cuanto puedan oírte desde el muelle, envía a buscar a Oskatat, el senescal de Urgit.
—¿Podemos confiar en él? —preguntó Barak con desconfianza.
—Eso creo. Sin embargo, no iremos todos al palacio de Drojim. Ordena que La Gaviota y el barco de Greldik se alejen de la costa cuando hayamos desembarcado. Ni el más fanático capitán murgo atacaría a un par de barcos de guerra chereks en alta mar. Estaré en contacto con Polgara, y si surge algún imprevisto, os enviaré ayuda.
Fueron necesarios varios e insistentes gritos para convencer al coronel murgo que estaba en el muelle de que enviara a buscar al senescal Oskatat al palacio de Drojim. Por fin el coronel aceptó la sugerencia cuando Barak ordenó cargar las catapultas de su barco. Aunque Rak Urga no era una ciudad muy bonita, era evidente que el coronel no deseaba verla convertida en ruinas.
—¿Ya habéis regresado? —gritó Oskatat desde el puerto cuando llegó al muelle.
—Pasábamos cerca de aquí y se nos ocurrió haceros una visita —dijo Seda con sarcasmo—. Si es posible, nos gustaría ver a Su Majestad. Nosotros controlaremos a estos alorns si tú puedes hacer lo mismo con tus murgos.
Oskatat repartió unas cuantas órdenes enérgicas, acompañadas por espantosas amenazas, y Garion, Belgarath y Seda embarcaron en una chalupa de La Gaviota. Los acompañaban Barak, que había dejado a Unrak al mando, Hettar y Mandorallen.
—¿Cómo os ha ido? —le preguntó Oskatat a Seda mientras el grupo, custodiado por la guardia personal del rey Urgit, cabalgaba hacia el palacio de Drojim.
—Todo ha salido bastante bien —sonrió Seda.
—Su Majestad se alegrará de esa noticia.
Cuando entraron al llamativo palacio, Oskatat los condujo hacia la sala del trono, a través de un pasillo alumbrado por humeantes antorchas.