—¿Ha querido decir que no roba? —preguntó Zakath.
—No —respondió Eriond—, sólo que nadie lo ha visto hacerlo. —Esbozó una sonrisa afectuosa—. Tiene algunos malos hábitos, pero estamos intentando corregirlo.
Hacía mucho tiempo que Garion no oía hablar a su joven amigo. Por alguna razón, Eriond se había vuelto muy reservado, incluso introvertido, y eso lo preocupaba. Siempre había sido un joven extraño, capaz de percibir cosas que los demás no veían. Garion se estremeció al recordar las fatídicas palabras de Cyradis en Rheon: «Vuestra misión encerrará grandes peligros, Belgarion, y uno de vuestros compañeros perderá la vida en su realización».
Entonces, como si la hubiera convocado telepáticamente, la vidente de Kell salió de la habitación donde las mujeres hablaban con las modistas. Detrás de ella venía Ce'Nedra, vestida sólo con una enagua muy corta.
—Es un vestido perfectamente decoroso, Cyradis —protestaba la joven reina.
—Tal vez lo sea para vos —respondió la vidente—, pero esos atavíos no son apropiados para mí.
—¡Ce'Nedra! —exclamó Garion escandalizado—. ¡No estás vestida!
—¿Y eso qué importa? —replicó ella—. No será la primera vez que vean a una mujer desnuda. Sólo intento razonar con nuestra mítica amiga. Cyradis, si no te pones ese vestido, me enfadaré mucho contigo. Además, debemos hacer algo con tu pelo.
La vidente se acercó a la menuda reina sin equivocar el camino y la estrechó con afecto entre sus brazos.
—Mi querida, querida Ce'Nedra —dijo con dulzura—, vuestro corazón es más grande que vos misma, y vuestras preocupaciones son también las mías. Sin embargo, me siento feliz con este sencillo atuendo. Tal vez con el tiempo mis gustos cambien; entonces me someteré con alegría a vuestras amables sugerencias.
—¡No hay forma de convencerla! —exclamó Ce'Nedra alzando los brazos.
Luego se giró, agitando con coquetería la enagua, y volvió a entrar en la habitación de donde había salido.
—Deberías alimentarla mejor —le dijo Beldin a Garion—. Está esquelética, ¿sabes?
—Me gusta tal como es —respondió Garion, y se volvió hacia Cyradis—. ¿Quieres sentarte, sagrada vidente?
—Si me lo permitís.
—Por supuesto.
Toth fue instintivamente al auxilio de su ama, pero Garion lo apartó con un gesto y guió a la joven hasta un cómodo sillón.
—Os lo agradezco, Belgarion —dijo ella—. Sois tan amable como valiente. —La vidente sonrió y fue como si saliera el sol. Luego se llevó una mano al pelo—. ¿Tan mal aspecto tiene mi cabello? —preguntó.
—Está bien, Cyradis —respondió Garion—. Ce'Nedra suele exagerar y le apasiona disfrazar a la gente..., casi siempre a mí.
—¿Y os molestan sus esfuerzos, Belgarion?
—En realidad, creo que no. Tal vez si no lo hiciera, lo echaría de menos.
—Estáis atrapado en los lazos del amor, rey Belgarion. Sois un poderoso hechicero, pero estoy convencido de que vuestra menuda reina os supera, pues os tiene en la palma de su pequeña mano.
—Supongo que es verdad, pero eso no me preocupa.
—Si esto se vuelve más empalagoso, creo que voy a vomitar —gruñó Beldin.
En ese momento regresó Seda.
—¿Alguna novedad? —preguntó Belgarath.
—Naradas se te ha adelantado. He pasado por la biblioteca y el encargado...
—El bibliotecario —corrigió Belgarath con aire ausente.
—Como se llame. Bueno, me ha dicho que Naradas saqueó la biblioteca en cuanto llegó.
—Entonces está claro —dijo Belgarath—. Zandramas no ha venido a la isla, sino que ha enviado a Naradas a hacer la búsqueda en su lugar. ¿Sigue buscando?
—Parece que no.
—Eso significa que ya ha encontrado lo que buscaba.
—Y tal vez lo haya destruido para evitar que caiga en nuestras manos.
—No, honorable Beldin —dijo Cyradis—. El mapa que buscáis aún existe, aunque no está en el sitio donde os proponíais buscarlo.
—¿No podrías darnos alguna pista? —preguntó Belgarath. La vidente negó con la cabeza—. Me lo temía.
—Has hablado de el mapa. ¿Quieres decir con eso que hay sólo una copia?
Ella asintió.
—Oh, bien —dijo el hechicero enano encogiéndose de hombros—. Al menos tendremos algo que hacer mientras esperamos que nuestros dos héroes salgan a abollar las armaduras de otros caballeros.
—Por cierto —le dijo Garion a Zakath—, tú no estás muy familiarizado con el uso de la lanza, ¿verdad?
—No.
—Entonces mañana tendremos que ir a algún sitio donde pueda darte lecciones.
—Me parece una idea muy sensata.
A la mañana siguiente, los dos amigos se levantaron temprano y abandonaron el palacio a caballo.
—Será mejor que nos alejemos de la ciudad —dijo Garion—. Hay un campo de prácticas cerca del palacio, pero allí habrá otros caballeros, y aunque no es mi intención ofenderte, todos solemos ser bastante torpes con la lanza cuando empezamos a usarla. Se supone que somos grandes caballeros, y no debemos permitir que se enteren de que eres un completo inepto.
—Gracias —dijo Zakath con sequedad.
—¿Prefieres hacer el ridículo en público?
—Creo que no.
—Entonces hagamos las cosas a mi manera.
Salieron de la ciudad y se dirigieron a unos prados situados a escasos kilómetros de distancia.
—Tienes dos escudos —observó Zakath—. ¿Es lo habitual?
—El otro es para nuestro contrincante.
—¿Contrincante ?
—Seguramente un árbol o un tronco. Necesitamos un objetivo —Garion tiró de las riendas—. Ahora bien —comenzó—, vamos a participar en un torneo formal. No se trata de matar a nadie, ya que eso es considerado de mala educación. Es probable que usemos lanzas romas, lo cual ayudará a evitar accidentes mortales.
—Pero a veces hay muertos, ¿verdad?
—No es extraño que suceda. El propósito de un torneo formal es derribar al contrincante del caballo. Corres hacia él y diriges tu lanza al centro de su escudo.
—Supongo que mientras tanto él hará lo mismo.
—Exactamente.
—Tengo la impresión de que será doloroso.
—Lo será. Después de unos pases, tendrás magulladuras de la cabeza a los pies.
—¿Y hacen eso para entretenerse?
—No sólo para eso. También es una forma de competición y lo hacen para comprobar quién es el mejor.
—Eso sí puedo entenderlo.
—Sabía que la idea te gustaría.
Amarraron el escudo extra a una rama baja y flexible de un cedro.
—Ésta es la altura adecuada —dijo Garion—. Yo haré el primer par de pases. Mírame atentamente y luego lo intentarás tú.
Garion se había vuelto bastante diestro con la lanza y dio de lleno en el escudo en los dos pases.
—¿Por qué te incorporas en el último segundo? —preguntó Zakath.
—Más que incorporarte debes inclinarte hacia adelante, para sostenerte sobre los estribos. De ese modo el peso del caballo se suma al tuyo.
—Muy ingenioso. Ahora déjame intentarlo.
En su primer intento, Zakath no alcanzó a tocar el escudo.
—¿Qué es lo que he hecho mal? —preguntó.
—Al incorporarte e inclinarte hacia adelante, has bajado la punta de la lanza. Tienes que afinar la puntería.
—Oh, ya veo. Déjame probar otra vez. —En el pase siguiente, el emperador asestó semejante golpe al escudo que lo hizo girar en círculos bajo la rama—. ¿Está mejor? —preguntó.
Garion negó con la cabeza.
—Habrías matado a tu contrincante. Si golpeas la parte superior del escudo de ese modo, la lanza se inclina hacia arriba y entra de lleno en la visera. Le habrías roto el cuello.
—Lo intentaré otra vez.
Al mediodía, Zakath había hecho considerables progresos.
—Ya es suficiente por hoy —dijo Garion—. Empieza a hacer calor.
—Yo estoy bien —protestó Zakath.
—Pensaba en tu caballo.
—Oh, está un poco sudado, ¿verdad?
—Más que un poco. Además, comienzo a sentir hambre.
El día del torneo amaneció claro y soleado. Los ciudadanos de Dal Perivor, vestidos con coloridos trajes, atestaban las calles de la ciudad en dirección al campo donde se llevaría a cabo el torneo.
—Acaba de ocurrírseme una idea —le dijo Garion a Zakath cuando abandonaban el palacio—. Ni tú ni yo estamos realmente interesados en ganar el torneo, ¿verdad?
—No te entiendo.
—Tenemos algo mucho más importante que hacer y sería un problema que nos rompieran unos huesos. Creo que deberíamos hacer unos cuantos pases, derribar a algunos caballeros y luego dejarnos arrojar del caballo. De ese modo, habremos salvado el honor sin arriesgarnos a sufrir heridas graves.
—¿Estás sugiriendo que perdamos deliberadamente? —preguntó Zakath incrédulo.
—Algo así.
—Nunca he perdido una contienda en toda mi vida.
—Cada día te pareces más a Mandorallen —suspiró Garion.
—Además —continuó Zakath—, creo que has olvidado algo. Se supone que somos poderosos guerreros comprometidos en una noble misión. Si no hacemos todo lo posible por ganar, Naradas le llenará la cabeza al rey con todo tipo de sospechas e insinuaciones. Si ganamos, por otra parte, lo habremos fastidiado.
—¿Si ganamos? —rió Garion—. Has aprendido con mucha rapidez durante esta semana, pero nos enfrentaremos a caballeros que llevan toda una vida de prácticas. No creo que corramos muchos riesgos de ganar.
—A no ser que empleemos alguna artimaña —sugirió Zakath con astucia.
—¿A qué te refieres?
—Si ganamos el torneo, el rey nos concederá cualquier cosa, ¿verdad?
—Suele ser así.
—¿No crees que estaría encantado en mostrarle ese mapa a Belgarath? Estoy seguro de que sabe dónde encontrarlo o que puede obligar a Naradas a dárselo.
—Supongo que tienes razón.
—Bueno, tú eres un hechicero, y podrías conseguir que ganáramos.
—Eso es trampa.
—Eres muy incoherente, Garion. Hace un momento sugeriste que nos arrojáramos deliberadamente de los caballos, ¿no habría sido trampa? Te diré una cosa, amigo mío: yo soy el emperador de Mallorea y te concedo permiso para hacer trampas. Ahora, ¿puedes hacerlo?
Garion reflexionó un momento y entonces recordó algo.
—¿Recuerdas que te conté que en una ocasión tuve que detener una guerra para que Mandorallen y Nerina se casaran?
—Sí.
—Bueno, así es como lo hice: la mayoría de las lanzas se rompen tarde o temprano. Cuando el torneo termine, la palestra estará llena de astillas. El día que detuve esa guerra, sin embargo, mi lanza no se rompió, pues la rodeé de una enorme fuerza. Fue muy efectivo. Aquel día ningún caballero, ni siquiera los mejores de Mimbre, lograron mantenerse en sus caballos.
—Creí que habías desatado una tormenta.
—Eso fue después. Los dos ejércitos estaban a punto de enfrentarse en un campo. Ni siquiera los mimbranos se atreven a correr por un campo donde los rayos están abriendo agujeros en la tierra. No son tan estúpidos.
—Has tenido una carrera extraordinaria, mi querido amigo —rió Zakath.
—Ese día me divertí mucho —admitió Garion—. Un hombre no suele tener muchas oportunidades en la vida de burlarse de dos ejércitos enteros. Sin embargo, más tarde tuve muchos problemas. Cuando uno manipula el tiempo nunca puede calcular las consecuencias. Belgarath y Beldin se pasaron los seis meses siguientes recorriendo el mundo para arreglar la situación. El abuelo estaba muy enfadado conmigo. Me dedicó todo tipo de insultos, entre los cuales «estúpido» fue el más suave.
—¿Qué es esa «palestra» que has mencionado?
—Clavan postes en el suelo y les amarran largas y pesadas varas en la parte superior. El poste llega a la altura del hombro de un jinete. Los caballeros que compiten en el torneo cabalgan unos hacia otros desde los dos extremos de la vara, según creo, para evitar que los caballos choquen entre sí. Un buen caballo cuesta mucho dinero. Ah, eso me recuerda que contaremos con ventaja, pues nuestros caballos son más grandes y fuertes que los locales.
—Es verdad. Sin embargo, me sentiré más cómodo si haces trampa.
—Yo también. Si hiciéramos esto de forma legítima, es probable que obtuviéramos tantas magulladuras que no podríamos salir de la cama por una semana, y tenemos que asistir a una cita..., si es que algún día descubrimos dónde.
El campo del torneo estaba decorado con brillantes guirnaldas de colores y ondulantes estandartes. Habían erigido una tribuna para el rey, las damas de la corte y los nobles demasiado viejos para participar en la competición. La plebe observaba el campo con interés desde el otro lado de la palestra. Un par de bufones con llamativos atuendos entretenía a la multitud mientras los caballeros concluían los preparativos. A cada extremo de la palestra se alzaban grandes tiendas con rayas de intensos colores: en unas se repararían las armaduras de los caballeros y en las otras se atendería a los heridos, pues los gemidos y aspavientos de los vencidos podrían empañar el divertido festejo.
—Volveré enseguida —le dijo Garion a su amigo—. Quiero hablar un momento con el abuelo.
Desmontó y caminó sobre la lozana hierba en dirección al sitio donde estaba sentado Belgarath. El anciano, vestido con una túnica blanca, parecía de pésimo humor.
—Estás muy elegante —dijo Garion.
—Alguien ha querido gastarme una broma pesada —dijo Belgarath.
—Tus años se reflejan con absoluta claridad en tu rostro, viejo amigo —dijo con descaro Seda, que estaba sentado detrás de él—, y la gente siente la necesidad instintiva de darte un aspecto lo más digno posible.
—¿Quieres parar de una vez? ¿Qué ocurre, Garion?
—Zakath y yo vamos a hacer trampa. Si ganamos, el rey nos concederá un deseo... como permitirte ver el mapa.
—Es cierto. Creo que podría funcionar.
—¿Cómo se puede hacer trampas en un torneo? —preguntó Seda.
—Hay formas de hacerlo.
—¿Estás seguro de que ganarás?
—Casi puedo garantizártelo.
Seda se incorporó de un salto.
—¿Adonde vas? —le preguntó Belgarath.
—Quiero hacer algunas apuestas —respondió el hombrecillo mientras se alejaba a toda prisa.
—Nunca cambiará —dijo Belgarath.
—Sin embargo, hay un problema. Naradas está allí. Él es grolim y sabe lo que hacemos. Por favor, intenta controlarlo. No quiero que interfiera en mis planes en un momento crucial.
—Yo me ocuparé de él —dijo Belgarath con voz taciturna—. Ahora vete y haz las cosas lo mejor que puedas, pero ten cuidado.