—Sois los más gloriosos caballeros de la historia, señores —los saludó con una reverencia—, y la noble posición de vuestros compañeros revelan mejor que las palabras que también sois hombres de alta alcurnia, tal vez incluso reyes. ¿Acaso estáis prometido, caballero? —le preguntó a Garion con una mirada ardiente.
Garion supo que estaba ante otra repetición.
—Casado, mi señora —respondió.
Por fortuna, esta vez sabía como manejar la situación.
—Ah —dijo con evidente decepción y luego se volvió hacia Zakath—. ¿Y vos, mi señor? ¿Estáis casado o quizá prometido?
—No, mi señora —respondió Zakath con perplejidad.
Los ojos de la dama se iluminaron y Garion consideró que era el momento de intervenir.
—Es hora de que toméis otra dosis de esa horrible pócima, amigo mío.
—¿Pócima? —preguntó Zakath con asombro.
—Según veo, vuestra enfermedad progresa —dijo Garion con fingida compasión—. Mucho me temo que estos olvidos vuestros sean sólo los signos preliminares de los síntomas más violentos que sin duda aparecerán. Ruego a los siete dioses que podamos acabar nuestra misión antes de que vuestra locura hereditaria, maldición de vuestra familia, se haya apoderado por completo de vos.
La joven de aspecto decidido retrocedió, con los ojos desorbitados de terror.
—¿De qué diablos hablas, Garion? —murmuró Zakath.
—Ya he pasado por esto en otras ocasiones. Esa joven estaba buscando un marido.
—Eso es absurdo.
—Para ella no.
En ese momento comenzó la danza, y los dos amigos se apartaron a mirar.
—Es un pasatiempo estúpido, ¿no crees? —observó Zakath—. Nunca he comprendido por qué hay hombres sensatos que pierden tiempo haciendo algo así.
—Porque a las damas les encanta bailar —respondió Garion—. Aún no he conocido a ninguna a la que le disguste hacerlo. Creo que lo llevan en la sangre. —Miró hacia el trono y vio que el rey Oldorin estaba solo. Sentado en el trono, movía un pie al ritmo de la música—. Vayamos a buscar a Belgarath y luego a hablar con el rey. Podría ser un buen momento para preguntarle por el mapa.
Belgarath estaba recostado sobre uno de los contrafuertes, observando a los bailarines con una expresión de profundo aburrimiento en la cara.
—Abuelo —le dijo Garion—, el rey está solo en este momento. ¿Por qué no vamos a preguntarle por el mapa?
—Buena idea. Esta fiesta puede durar hasta bien entrada la noche, así que no tendremos oportunidad de pedirle una audiencia privada.
Se aproximaron al trono y saludaron con una reverencia.
—¿Podríamos hablar un momento con vos, Majestad? —preguntó Garion.
—Por supuesto, mi señor. Vos y vuestro compañero sois mis campeones y sería una grosería de mi parte no prestaros la debida atención. ¿Cuál es el asunto que os preocupa?
—Es sólo una pequeñez, Majestad. El maestro Garath —Garion le había quitado el «Bel» al hacer las presentaciones—, como ya os había dicho antes, es mi más antiguo consejero y ha guiado mis pasos desde mi más tierna infancia. Además, es un erudito distinguido y desde hace un tiempo se interesa por el estudio de la geografía. Ahora bien, hay una vieja disputa entre los geógrafos acerca de la configuración del mundo en la antigüedad. Quiso el azar que el maestro Garath oyera hablar de un antiquísimo mapa que, según le aseguró su informador, se encuentra en Perivor. Movido por una imperiosa curiosidad, el maestro Garath me ha rogado que os preguntara si sabéis si ese mapa aún existe, y en tal caso, si tendríais a bien concederle permiso para examinarlo.
—Por supuesto, maestro Garath —respondió el rey—, puedo aseguraros que vuestro informante no se ha equivocado. El mapa que buscáis es una de nuestras más preciadas reliquias, pues es el mismo que guió a nuestros ancestros a estas costas miles de años atrás. En cuanto me sea posible, tendré el honor de llevaros ante él para que podáis proseguir con vuestros estudios.
En ese momento, Naradas salió de detrás de la cortina púrpura situada junto al respaldo del trono.
—Me temo que habrá poco tiempo para estudios por ahora, Majestad —dijo con presunción—. Perdonadme, mi rey, pero no he podido evitar oír vuestro último comentario mientras me aproximaba a traeros terribles noticias. Un mensajero ha llegado del este para informarnos que el malvado dragón ha atacado la aldea de Dal Esta, a escasos quince kilómetros de aquí. Esta bestia es impredecible y podría ocultarse en el bosque durante días antes de salir afuera otra vez. Sin embargo, he pensado que quizás este trágico incidente pueda resultar ventajoso para nosotros. Es el momento de atacar. ¿Qué mejor oportunidad que ésta para que nuestros dos valientes caballeros salgan en su busca y nos liberen para siempre de este estorbo? Además, como veo que ambos confían ciegamente en el consejo de este anciano, creo que sería conveniente que él los acompañara para guiarlos.
—Bien dicho, Erezel —asintió con entusiasmo el estúpido rey—. Temía que esa bestia permaneciera escondida durante semanas, pero ahora todo habrá acabado en una noche. Que la suerte os acompañe, campeones y maestro Garath. Liberad a mi reino de este dragón y no os denegaré nada de lo que me pidáis.
—Vuestro feliz descubrimiento ha sido muy oportuno, maestro Erezel —dijo Belgarath, y aunque sus palabras parecieron amistosas, Garion conocía lo bastante bien a su abuelo para reconocer su doble sentido—. Como ya ha dicho Su Majestad, nos habéis ahorrado mucho tiempo esta noche. En cuanto tenga un momento, buscaré una forma de demostraros mi agradecimiento.
Naradas retrocedió unos pasos y una expresión aprensiva se dibujó en su rostro.
—No necesitáis agradecérmelo, maestro Garath —dijo—. Me limito a cumplir con mi obligación para con mi rey y su reino.
—Ah, sí —dijo Belgarath—, la obligación. Todos tenemos obligaciones, ¿verdad? Saludad a la Niña de las Tinieblas de mi parte la próxima vez que la invoquéis y avisadle que, tal como está previsto, volveremos a encontrarnos.
Con esas palabras se giró, seguido de cerca por Garion y Zakath, se abrió paso entre los bailarines y salió de la sala del trono. Mientras estaba rodeado de extraños, el anciano se había esforzado por mantener una expresión indiferente, pero en cuanto llegaron al pasillo desierto, comenzó a maldecir con furia.
—¡Estaba a punto de conseguir ese mapa! —exclamó—. Naradas se ha vuelto a burlar de mí.
—¿Quieres que vuelva a buscar a los demás? —preguntó Garion.
—No. Querrán venir y acabaremos discutiendo. Será mejor que les dejemos una nota.
—¿Otra vez?
—Las repeticiones se vuelven cada vez más frecuentes, ¿no es cierto?
—Esperemos que tía Pol no reaccione como la última vez.
—¿A qué os referís? —preguntó Zakath.
—Seda, el abuelo y yo nos escapamos de Riva para ir a encontrarnos con Torak —explicó Garion—. Entonces dejamos una nota, pero tía Pol no lo tomó muy bien. Según tengo entendido, abundaron toda clase de maldiciones y de explosiones.
—¿Polgara? Pero si es la educación personificada.
—No te engañes, Zakath —le dijo Belgarath—. Pol tiene un genio terrible cuando las cosas no salen como ella espera.
—Debe de ser un problema de familia —dijo Zakath con delicadeza.
—Muy gracioso. Bueno, ahora id al establo, decidle a los mozos que ensillen los caballos y averiguad dónde está esa aldea. Antes de irnos, quiero hablar un momento con Cyradis. Me reuniré con vosotros en el patio dentro de algunos minutos.
Diez minutos después, se montaron a los caballos. Garion y Zakath cogieron sus lanzas del armero situado en la pared del establo y los tres cabalgaron fuera del palacio.
—¿Has tenido suerte con Cyradis? —le preguntó Garion a Belgarath.
—Un poco. Me ha dicho que el dragón que está allí no es Zandramas.
—¿Entonces es el verdadero?
—Tal vez. A partir de ahí se volvió misteriosa y dijo que hay otro espíritu influyendo en el dragón. Eso quiere decir que ambos deberéis tener mucho cuidado. El dragón es muy estúpido, pero si lo guía un espíritu, podría volverse más perceptivo.
Una sombra emergió desde una calle lateral. Era la loba.
—¿Qué tal estás, pequeña hermana? —la saludó Garion con formalidad, recordando en el último momento que no debía llamarla «abuela».
—Estoy bien —respondió ella—. Veo que vais de caza, así que os acompañaré.
—Debo advertirte que la criatura que buscamos no puede comerse.
—Yo no cazo sólo para comer.
—Entonces nos sentiremos honrados con tu compañía.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Zakath.
—Quiere venir con nosotros.
—¿Le has advertido que podría ser peligroso?
—Creo que ya lo sabe.
—Como quiera —dijo Belgarath encogiéndose de hombros—. Es inútil intentar explicarle a un lobo lo que debe hacer.
Atravesaron las puertas de la ciudad y tomaron el camino que uno de los mozos le había indicado a Garion.
—Me ha dicho que está a unos doce kilómetros de aquí —observó Garion.
Belgarath escudriñó el cielo de la noche.
—Bien —dijo—, hay luna llena. Iremos al galope hasta un kilómetro antes de llegar a la aldea.
—¿Cómo sabremos que estamos cerca? —preguntó Zakath.
—Lo sabremos —respondió Belgarath con aire sombrío—. Habrá muchos incendios.
—¿No será verdad que arrojan fuego por la boca?
—Sí, lo hacen. Vosotros dos lleváis armaduras, así que estaréis algo más protegidos. Sus flancos y su vientre son un poco más blandos que su espalda, de modo que primero deberéis intentar clavarle las lanzas allí y luego lo remataréis con las espadas. No debemos demorarnos, pues quiero volver al palacio para ver ese mapa. Adelante.
Una hora después, avistaron un resplandor rojo y Belgarath tiró de las riendas de su caballo.
—Vayamos con cuidado —dijo—. Debemos descubrir su ubicación exacta antes de acercarnos.
—Yo iré a investigar —dijo la loba y se internó en la oscuridad.
—Me alegro de que haya venido —observó Belgarath—. Por alguna razón, me resulta reconfortante tenerla cerca.
La visera de Garion ocultó su sonrisa.
Dal Esta estaba situada en la cumbre de una colina y desde abajo podían ver las oscuras llamas rojas que se elevaban sobre las casas y los graneros incendiados.
Cabalgaron un trecho colina arriba y encontraron a la loba esperándolos.
—He visto a la criatura que buscamos —anunció—. Ahora mismo está comiendo al otro lado de la colina donde están las madrigueras de los humanos.
—¿Qué está comiendo? —preguntó Garion con aprensión.
—Una bestia igual a ésa sobre la que estás sentado.
—¿Y bien? —preguntó Zakath.
—El dragón está del otro lado del pueblo —tradujo Belgarath— y en estos momentos se está comiendo un caballo.
—¿Un caballo? Belgarath, éste no es un buen momento para sorpresas, así que dime ¿qué tamaño tiene esa criatura?
—El de una casa... aunque sin contar las alas, por supuesto.
Zakath tragó saliva.
—¿No podríamos reconsiderar esta acción? Hasta hace poco no me había divertido mucho en la vida y me gustaría saborearla un poco más.
—Me temo que estamos obligados a hacerlo —le dijo Garion—. No vuela muy rápido y tarda bastante en alzar el vuelo. Si lo sorprendemos comiendo, tal vez podamos matarlo antes de que nos ataque.
Mientras rondaban la colina con cuidado, repararon en los huertos pisoteados y en los cadáveres de las vacas a medio comer. También había otras criaturas muertas, pero Garion evitó mirarlas.
Entonces lo vieron.
—¡Por los dientes de Torak! —exclamó Zakath—. ¡Es más grande que un elefante!
El dragón sostenía el cadáver de un caballo con las patas delanteras, y más que comerlo, lo devoraba.
—Intentadlo —dijo Belgarath—. Cuando come suele estar distraído. Pero tened cuidado y apartaos en cuanto le hayáis clavado las lanzas. Y no permitáis que los caballos se acerquen, pues los mataría, y no es conveniente enfrentarse con un dragón a pie. Nuestra pequeña hermana y yo daremos la vuelta y lo atacaremos por la cola. Es su parte más sensible y podremos distraerlo con unas cuantas dentelladas.
Belgarath desmontó, se alejó un poco de los caballos y se transformó en un enorme lobo gris.
—Todavía no me acostumbro a verlo —admitió Zakath.
Garion observaba con atención al dragón.
—Observa que tiene las alas levantadas —dijo en voz baja—. Con la cabeza agachada como ahora, no puede ver nada a su espalda. Tú ve por aquel lado y yo iré por éste. Cuando estemos en la posición adecuada, yo silbaré y atacaremos. Actúa con la mayor rapidez posible e intenta colocarte debajo del ala. Clávale la lanza con todas tus fuerzas y déjala allí. Un par de lanzas clavadas servirán para dificultarle los movimientos. Una vez que lo hayas conseguido, date la vuelta y aléjate.
—Tienes mucha sangre fría, Garion.
—En estas situaciones es imprescindible tenerla. Si te detienes a pensar, no harás nada. Nos hemos visto forzados a hacer cosas aún más irracionales, ¿sabes? Buena suerte.
—Igualmente.
Se separaron y caminaron despacio a cierta distancia del dragón, hasta situarse a ambos lados de su cuerpo. Zakath clavó su lanza dos veces en el suelo para indicar que estaba en posición. Garion inspiró hondo y notó que le temblaban las manos. Intentó borrar cualquier pensamiento de su mente y se concentró en un punto detrás del hombro del dragón. Entonces emitió un silbido agudo, y él y Zakath atacaron.
Al principio, la estrategia de Garion pareció funcionar bastante bien. Sin embargo, la piel escamosa del dragón era mucho más dura de lo que esperaban y sus lanzas no penetraron con la profundidad necesaria. El joven rey hizo girar a Chretienne y se alejó a todo galope.
El dragón aulló y arrojó una bocanada de fuego mientras intentaba girarse hacia Garion. Tal como él había previsto, las lanzas clavadas en sus flancos le dificultaban los movimientos. Luego Belgarath y la loba atacaron, mordiendo y desgarrando con furia la escamosa cola. El dragón comenzó a agitar con desesperación sus alas grandes como velas y levantó vuelo laboriosamente sin dejar de aullar y arrojar fuego por la boca.
«¡Se escapa!», le dijo Garion a su abuelo con el pensamiento.
«Volverá. Es una bestia muy vengativa.»
Garion pasó junto al caballo muerto y volvió a unirse a Zakath.
—Las heridas que le hemos infligido podrían ser mortales, ¿no crees? —preguntó el malloreano, esperanzado.