La vidente de Kell (27 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—¿Por qué vuestra ama no realizó por sí misma la tarea que le había sido asignada a ella y no a vos? —preguntó Cyradis con dureza.

—Zandramas debía ocuparse de otros asuntos. Yo era su mano derecha y todo lo que hacía era como si lo hubiera hecho ella misma.

—Su espíritu comienza a alejarse, sagrada vidente —dijo la nigromante con su voz natural—. Apresuraos a interrogarlo, pues muy pronto ya no podré obtener más respuestas de él.

—¿Cuáles eran los asuntos que impidieron a vuestra ama buscar personalmente la respuesta al último acertijo, tal como se le había ordenado?

—Cierto jerarca de Cthol Murgos, Agachak, había llegado a Mallorea en busca del Lugar que ya no Existe, con la esperanza de suplantar a mi ama. Él era el único miembro de nuestra raza con suficiente poder para desafiarla. Lo encontró junto a las tierras yermas de Finda y lo mató allí mismo. —La voz sorda se interrumpió para convertirse en un grito desesperado—. ¡Zandramas! —gritó la voz—. ¡Dijiste que no moriría! ¡Me lo prometiste!

La última palabra pareció perderse en un abismo inimaginable.

La nigromante dejó caer su encapuchada cabeza hacia adelante y comenzó a temblar con violencia.

—Su espíritu se ha ido, sagrada vidente —dijo con voz fatigada—. La medianoche ha pasado y ya no puedo alcanzarlo.

—Os agradezco vuestro esfuerzo —le respondió Cyradis con sencillez.

—Sólo espero haberos ofrecido una modesta ayuda en vuestra imponente tarea. ¿Puedo retirarme? El contacto con esta mente me ha agotado.

Cyradis asintió con un breve gesto y la nigromante se retiró en silencio de la capilla.

El rey de Perivor se dirigió al féretro con expresión sombría pero resuelta. Cogió el paño dorado que cubría a Naradas y lo arrojó al suelo.

—Un trapo sería más adecuado —dijo con los dientes apretados—. No quiero volver a contemplar la cara de este maldito grolim.

—Veré lo que puedo hallar —dijo Durnik con voz comprensiva mientras se dirigía al pasillo.

Los demás permanecieron en silencio junto al rey, que miraba la pared del fondo de la capilla con aire ausente y los dientes apretados.

Unos instantes después, Durnik regresó con un tosco trozo de arpillera, manchado de óxido y moho.

—He encontrado un almacén al fondo del pasillo, Majestad —dijo— y este trapo estaba bloqueando una ratonera. ¿Os parece apropiado?

—Perfecto, amigo mío. Y ahora, si no os importa, arrojadlo sobre la cara de esa carroña. Declaro aquí, ante vosotros, que no habrá funeral para este bribón. Su tumba se reducirá a un foso cubierto con varias paladas de tierra.

—Será mejor que sean muchas paladas, Majestad —aconsejó Durnik con prudencia—. Ya ha corrompido bastante vuestro reino, y no quisiéramos que lo contaminara más, ¿verdad? Con vuestro permiso, yo me ocuparé de todo.

—Me agradáis mucho, amigo —dijo el rey—. Y si no os importa, ¿podríais enterrar a este grolim boca abajo?

—Así lo haremos, Majestad —prometió Durnik.

Luego le hizo un gesto a Toth y entre los dos levantaron con brusquedad el cuerpo de Naradas y lo arrastraron por los hombros fuera de la capilla, mientras sus sandalias golpeaban el suelo de forma poco ceremoniosa.

Seda se acercó a Zakath.

—Urgit estará encantado de enterarse de la muerte de Agachak —le dijo en un murmullo—. Me preguntaba si estarías dispuesto a enviar un mensajero para darle la noticia.

—Las tensiones entre tu hermano y yo aún no se han relajado tanto, Kheldar.

—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó el rey—. ¿Acaso esa misión vuestra era otro engaño?

—Ha llegado el momento de revelaros nuestra identidad —dijo Cyradis con seriedad—. Ya no es necesario seguir guardando nuestro secreto, pues los espías que Zandramas ha enviado al palacio sin el conocimiento de Naradas no podrán comunicarse con ella sin ayuda del grolim.

—Muy propio de Zandramas —dijo Seda—. No se fía ni de sí misma.

Garion y Zakath se levantaron las viseras aliviados.

—Sé que tu reino está muy aislado —dijo Garion, volviendo a emplear su forma natural de hablar—, pero ¿qué sabes del mundo exterior?

—De vez en cuando los navegantes atracan en nuestros puertos —respondió el rey—, y nos traen noticias además de provisiones.

—¿Y qué sabes de los hechos que ocurrieron en el mundo en el pasado?

—Nuestros antepasados traían consigo muchos libros, caballeros, pues las horas en el mar son largas y tediosas. Entre esos libros, había algunos de historia y yo los he leído.

—Bien —dijo Garion—. Eso simplificará las cosas. Yo soy Belgarion, rey de Riva —se presentó.

El rey lo miró atónito.

—¿El justiciero de los dioses? —preguntó con temor reverente.

—Veo que ya has oído hablar de eso.

—Todo el mundo lo ha oído. ¿Es verdad que matasteis al dios de Angarak?

—Me temo que sí, amigo. Mi amigo es Kal Zakath, emperador de Mallorea.

—¿Qué asuntos tan importantes pueden haberos obligado a olvidar vuestra ancestral enemistad? —preguntó el rey temblando de forma notable.

—Ya llegaremos a eso, Majestad. Ese hombre servicial que está fuera enterrando a Naradas es Durnik, el último discípulo del dios Aldur. El hombrecillo bajito es Beldin, otro discípulo, y el de la barba es Belgarath, el hechicero.

—¿El hombre eterno? —preguntó el rey con voz ahogada.

—Ojalá no fueras contando eso por ahí, Garion —dijo Belgarath con voz plañidera—. La gente se impresiona.

—Pero también nos permite ahorrar tiempo, abuelo —respondió Garion—. La dama alta con el mechón de cabello blanco es la hija de Belgarath, la hechicera Polgara. La joven menuda y pelirroja es Ce'Nedra, mi esposa. La rubia es la margravina Liselle, sobrina del jefe del servicio de inteligencia de Drasnia, y la mujer de los ojos vendados que puso en evidencia a Naradas es la vidente de Kell. El gigantón que está ayudando a Durnik es Toth, el guía de la vidente, y éste es el príncipe Kheldar de Drasnia.

—¿El hombre más rico del mundo?

—Esa reputación es un poco exagerada, Majestad —dijo Seda con modestia—, pero hago todo lo posible por llegar a merecerla.

—El joven rubio se llama Eriond y es un amigo muy querido.

—Me complace hallarme en tan distinguida compañía. ¿Cuál de vosotros es el Niño de la Luz?

—Me temo que soy yo quien lleva esa pesada carga sobre los hombros, Majestad —dijo Garion—. Puesto que esto forma parte de la historia de las profecías alorns, supongo que ya sabrás que en el pasado hubo varios encuentros entre el Niño de la Luz y la Niña de las Tinieblas. Sin embargo, está a punto de suceder el último encuentro, que decidirá el destino de la humanidad. En estos momentos, nuestro problema es descubrir dónde se llevará a cabo.

—Vuestra misión es aún más importante de lo que imaginaba, rey Belgarion, y será un honor ayudaros en todo lo que esté en mis manos. Con sus engaños, el vil grolim Naradas me obligó a entorpecer vuestra tarea y ahora haré todo lo necesario para compensaros, al menos en parte, por ese error. Enviaré a mis barcos a buscar el lugar del encuentro, donde quiera que esté, desde las playas de Ebal al arrecife de Korim.

—¿El arrecife de qué? —exclamó Belgarath.

—Korim, venerable Belgarath. Está situado al noroeste de esta isla y aparece claramente señalado en el mapa que buscabais. Regresemos a mis habitaciones y os lo enseñaré.

—Creo que estamos llegando al final de este asunto, Belgarath. —dijo Beldin—. En cuanto veas el mapa, podrás irte a casa.

—¿A qué te refieres?

—Tu misión se acerca a su fin, viejo amigo. Quiero que sepas que apreciamos mucho los esfuerzos que has realizado.

—Espero que no te importe demasiado que os acompañe.

—Bueno, puedes hacer lo que quieras, por supuesto, pero no quisiéramos que abandonaras ningún asunto importante por nuestra culpa —dijo Beldin con una sonrisa maliciosa.

Hacer enfadar a Belgarath era uno de sus entretenimientos favoritos.

Cuando salían de la capilla, Garion vio a la loba sentada junto a la puerta. Sus ojos dorados tenían un brillo radiante y su lengua colgaba entre sus labios en una sonrisa lobuna.

Capítulo 17

Siguieron al rey a través de los oscuros y desiertos pasillos del palacio de Perivor. Garion sentía una intensa emoción. Aunque Zandramas había hecho todo lo posible para evitarlo, habían ganado. La respuesta al último acertijo se hallaba a unos pasos de distancia, y el encuentro se llevaría a cabo en cuanto la encontraran. No había poder en el mundo capaz de impedirlo.

«Para ya», le dijo la voz de su mente. «Tienes que permanecer tranquilo, muy tranquilo. Intenta pensar en la hacienda de Faldor. Eso suele calmarte.»

«¿Dónde has...?», comenzó Garion, pero enseguida se interrumpió.

«¿Dónde he hecho qué?»

«No tiene importancia. Esa pregunta siempre te molesta.»

«Es sorprendente. Has logrado recordar algo de lo que te he dicho. Pero ahora te he pedido que pensaras en la hacienda de Faldor, Garion. En la hacienda de Faldor.»

El joven hizo lo que le ordenaban. Aunque los recuerdos parecían haberse desvanecido con los años, de repente regresaron a su memoria con sorprendente claridad. Vio la casa, los establos, los graneros, la cocina, la herrería, el comedor de la planta baja, y la terraza del segundo piso, donde estaban las habitaciones... Todo alrededor del patio central. Podía oír el sonido metálico del martillo de Durnik procedente de la herrería y oler la cálida fragancia del pan recién hecho que venía de la cocina de tía Pol. Recordó a Faldor, al viejo Cralto e incluso a Brill. Vio a Doroon, a Rundorig y, por último, a Zubrette, rubia, hermosa y astuta. Lo embargó una profunda sensación de paz, similar a aquella que se había apoderado de él mucho tiempo antes, frente a la tumba del dios tuerto, en la Ciudad de la Noche Eterna.

«Eso está mejor», dijo la voz. «Intenta seguir así. En los próximos días tendrás que pensar con mucha claridad y no podrás hacerlo si saltas de una idea a otra con nerviosismo. Ya podrás estallar cuando todo esto haya acabado.»

«Eso será si sigo vivo.»

«La esperanza es lo último que se pierde», dijo la voz antes de desaparecer.

En cuanto los guardias que custodiaban la habitación del rey les abrieron las puertas, el monarca se dirigió directamente a un armario. Lo abrió y extrajo un rollo de pergamino viejo y ajado.

—Me temo que está bastante descolorido —dijo—. Hemos intentado protegerlo de la luz, pero es muy viejo. —Se dirigió a una mesa y lo desenrolló con cuidado, sosteniendo los extremos con unos libros. Una vez más, Garion se sintió presa de la emoción y volvió a buscar en su memoria las imágenes de la hacienda de Faldor, con la intención de tranquilizarse—. Aquí está Perivor —dijo el rey señalando un punto con un dedo—, y aquí el arrecife de Korim.

Garion sabía que si miraba durante demasiado tiempo aquel fatídico punto del mapa, la emoción y el sentimiento de triunfo volverían a apoderarse de él, de modo que le dedicó un breve vistazo y dejó que sus ojos vagaran por el resto del mapa. El joven notó que las palabras escritas en el pergamino eran misteriosamente arcaicas e instintivamente buscó su propio reino. Cuando lo encontró, descubrió que estaba señalado con el nombre de «Ryva». También reparó en las denominaciones de «Aryndia», «Kherech», «Tol Nydra», «Draksnya» y «Chthall Margose».

—Está mal escrito —observó Zakath—. El nombre correcto es «arrecife de Turim».

Beldin comenzó a explicárselo, pero Garion ya conocía la respuesta.

—Las cosas cambian —dijo el enano—, y también las palabras. Los sonidos varían a través de los siglos. No me cabe duda de que el nombre de ese arrecife habrá cambiado varias veces en los últimos milenios. Es un fenómeno muy común. Si Belgarath hablara tal como se hacía en la aldea donde se crió, ninguno de nosotros sería capaz de comprenderlo. Supongo que en una época el arrecife se llamó Torim, o algo similar, y al final se transformó en Turim. Es probable que cambie otra vez en varias ocasiones. Yo he realizado una investigación al respecto y he descubierto que...

—¿Quieres terminar de una vez por todas? —exclamó Belgarath.

—¿No estás interesado en ampliar tu educación?

—En estos momentos no.

—Bueno —continuó Beldin con un suspiro—, la escritura no es más que una forma de reproducir el sonido de una palabra, de modo que cuando el sonido cambia, también lo hace la palabra escrita. La diferencia puede explicarse con facilidad.

—Vuestra respuesta ha sido muy convincente, honorable Beldin —dijo Cyradis—, pero en este caso en particular, el sonido cambió como consecuencia de una imposición.

—¿Una imposición? —preguntó Seda—. ¿De quién?

—De las dos profecías, príncipe Kheldar. Ellas alteraron el sonido de la palabra con el fin de continuar con su juego y evitar que Belgarath y Zandramas descubrieran el lugar del encuentro.

—¿Su juego? —preguntó entonces Seda con incredulidad—. ¿Cómo pueden jugar con algo tan importante?

—Estas dos conciencias eternas no se parecen a nosotros, príncipe Kheldar. Se han enfrentado de innumerables formas. A menudo, una de ellas lucha por cambiar el curso de una estrella mientras la otra se esfuerza por sostenerla en su sitio. Si una intenta mover un grano de arena, la otra empleará toda su energía para hacerlo permanecer inmóvil. Estas batallas pueden llegar a durar eones enteros. El juego de acertijos que han practicado con Belgarath y Zandramas es sólo otra de las formas que ha tomado su conflicto, pues si alguna vez decidieran enfrentarse directamente, destruirían el universo.

De repente, Garion recordó una imagen que había aparecido en su mente en la sala del trono de Vo Mimbre, poco antes de revelar la identidad del murgo Nachak al rey Korodullin. Entonces había creído ver dos jugadores sin rostro participando en un juego tan complejo que su mente era incapaz de seguir sus movimientos. Con la absoluta seguridad de que había sido testigo de esa realidad superior de la que hablaba Cyradis, le preguntó a la voz de su mente:

«¿Lo hiciste adrede?»

«Por supuesto. En ese momento necesitabas un estímulo para hacer aquello que era necesario, y puesto que eres un chico competitivo, pensé que la imagen de un gran juego podría inspirarte.»

Entonces Garion tuvo otra idea.

—Cyradis —dijo—, ¿por qué nosotros somos tantos, mientras Zandramas lucha prácticamente sola?

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