La vidente de Kell (10 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—Y también a través del tiempo —dijo Beldin con asombro—. ¿Recuerdas lo que tu gigantesco amigo mudo nos dijo cuando llegamos? Dijo que nada de lo que ellos han hecho ha sido olvidado y que los dalasianos vivos saben todo lo que sabían sus antepasados.

—Estás sugiriendo algo absurdo —dijo Belgarath con tono desdeñoso.

—No. Las hormigas y las abejas lo hacen.

—Nosotros no somos hormigas ni abejas.

—Yo puedo hacer cualquier cosa que haga una abeja —dijo el jorobado encogiéndose de hombros—, con la excepción de la miel. Y hasta creo que tú serías capaz de construir un hormiguero bastante aceptable.

—¿Alguien tiene la bondad de explicarme de qué están hablando? —preguntó Ce'Nedra disgustada.

—Están considerando la posibilidad de que los dalasianos tengan una mente colectiva, cariño —explicó Polgara con calma—. Aunque no sepan expresarse muy bien, es evidente que se refieren a eso. —Miró a los dos ancianos con una sonrisa condescendiente en los labios—. Hay ciertas criaturas, por lo general insectos, que individualmente no son inteligentes, pero como grupo pueden llegar a ser muy sabios. Una sola abeja es bastante tonta, pero un panal entero es capaz de recordar todo lo que le ha pasado a la comunidad.

La loba se acercó a ellos, tamborileando las uñas de las patas sobre el suelo de mármol. El cachorrillo la seguía retozando.

—Los lobos también lo hacemos —informó indicando que había escuchado la conversación desde la puerta.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Seda.

—Dice que los lobos también lo hacen —tradujo Garion y de repente recordó algo—. En una ocasión Hettar me comentó que los caballos hacen algo similar. No piensan en sí mismos como seres individuales, sino como parte de la manada.

—¿Es posible que un grupo de personas haga lo mismo? —preguntó Velvet con incredulidad.

—Sólo hay una forma de comprobarlo —dijo Polgara.

—No, Polgara —dijo Belgarath con firmeza—. Es muy peligroso. Si te quedaras atrapada, no podrías regresar.

—No, padre —respondió ella con calma—. Es probable que los dalasianos no me dejen entrar, pero no me harán daño ni me retendrán en contra de mi voluntad.

—¿Cómo lo sabes?

—Simplemente lo sé —dijo la hechicera y cerró los ojos.

Capítulo 6

La hechicera alzó su rostro perfecto y todos los demás la miraron con aprensión. Se concentró, con los ojos cerrados, y de repente sus facciones dibujaron un expresión extraña.

—¿Y bien? —preguntó Belgarath.

—Calla, padre, estoy escuchando.

Belgarath tamborileó los dedos con impaciencia sobre el respaldo de la silla mientras los demás observaban expectantes a la hechicera.

Por fin, Polgara abrió los ojos y suspiró con cierta tristeza.

—Es enorme —dijo en voz baja—. Alberga todos y cada uno de los pensamientos y recuerdos que ha tenido este pueblo. Recuerda incluso el momento de la creación, y todos los miembros de la raza comparten estos conocimientos.

—¿Y tú también has podido hacerlo? —preguntó Belgarath.

—Sólo por un instante, padre. Me permitieron echar un breve vistazo. Sin embargo, algunas partes permanecieron ocultas.

—Debimos haberlo imaginado —dijo Beldin, ceñudo—. No nos darán la menor ventaja. Han evitado hacerlo desde el comienzo de los tiempos.

Polgara volvió a suspirar y se sentó en un pequeño sofá.

—¿Te encuentras bien, Pol? —preguntó Durnik con preocupación.

—Estoy bien, Durnik —respondió ella—, aunque acabo de experimentar una sensación única. Sin embargo, sólo duró un instante, pues enseguida me pidieron que me marchara.

—¿Crees que les molesta que salgamos de la casa y echemos un vistazo a la ciudad? —preguntó Seda.

—No, no les importará.

—Pues entonces yo diría que ése es el siguiente paso que deberíamos dar —sugirió el hombrecillo—. Sabemos que la decisión final depende de los dalasianos, o al menos de Cyradis, pero tal vez reciba las instrucciones de ese espíritu ciclópeo.

—Una expresión muy interesante, Kheldar —dijo Beldin.

—¿Cuál?

—«Espíritu ciclópeo.» ¿De dónde la has sacado?

—Siempre se me han dado bien las palabras.

—Es probable que aún quede alguna esperanza para ti. Algún día tendremos una larga charla.

—Estoy a tu disposición, Beldin —dijo Seda con una elegante reverencia—. Como decía —continuó—, ya que los dalasianos serán quienes decidan el curso de los acontecimientos, creo que deberíamos conocerlos mejor. De ese modo, si vemos que se inclinan en la dirección incorrecta, tal vez podamos persuadirlos de que cambien de idea.

—Una conducta artera muy propia de ti —murmuró Sadi—, aunque quizá tengas razón. Sin embargo, deberíamos dividirnos para cubrir mayor terreno.

—Lo haremos después del desayuno —dijo Belgarath.

—Pero, abuelo... —protestó Garion, impaciente por salir.

—Necesito comer algo, Garion. Cuando tengo hambre no puedo pensar con claridad.

—Eso explica muchas cosas —señaló Beldin—. Tal vez deberíamos haberte alimentado mejor cuando eras joven.

—¿Sabes que a veces puedes ser muy ofensivo?

—Pues la verdad es que sí, lo sé.

Cuando el mismo grupo de mujeres entró con el desayuno, Velvet llevó a un lado a la joven de ojos grandes y brillante cabello castaño e intercambió unas palabras con ella. Luego regresó a la mesa.

—Se llama Onatel —les informó—, y nos ha invitado a Ce'Nedra y a mí a conocer el lugar donde trabaja. Las mujeres jóvenes suelen hablar mucho, así que quizá podamos obtener algún dato útil.

—Aquella vidente que conocimos en la isla de Verkat, ¿no se llamaba también Onatel? —preguntó Sadi.

—Es un nombre muy común entre las mujeres dalasianas —dijo Zakath—. Onatel fue una de las hechiceras más queridas por su pueblo.

—Pero la isla de Verkat está en Cthol Murgos —señaló Sadi.

—No es tan extraño —dijo Belgarath—. Ya hemos visto que hay grandes posibilidades de que los dalasianos y los esclavos de Cthol Murgos estén emparentados y mantengan un contacto constante. Esta es sólo una nueva confirmación.

Salieron de la casa y se dispersaron bajo el sol cálido y radiante de la mañana. Garion y Zakath se habían quitado las armaduras, aunque el joven rey había tomado la precaución de llevar el Orbe en una bolsa atada a la cintura. Los dos hombres cruzaron un prado cubierto de rocío en dirección a un grupo de edificios más grandes, cerca del centro de la ciudad.

—Eres muy prudente con esa piedra, ¿verdad, Garion? —preguntó Zakath.

—No estoy seguro de que «prudente» sea la palabra exacta —respondió Garion—, aunque tal vez lo sea en un sentido más amplio. El Orbe es muy peligroso, y no quiero que haga daño a nadie.

—¿Qué puede llegar a hacer?

—No estoy seguro. Nunca lo he visto herir a nadie, excepto a Torak..., aunque es probable que en ese caso el daño lo haya infligido la espada.

—¿Eres la única persona en el mundo que puede tocarlo?

—Casi. Eriond lo llevó consigo durante un par de años e intentó dárselo a varios hombres, pero eran todos alorns y sabían que no debían cogerlo.

—Entonces ¿sólo podéis tocarlo tú o Eriond?

—Mi hijo también —dijo Garion—. Apoyé su manita sobre la piedra poco después de su nacimiento. La piedra se alegró de conocerlo.

—¿Cómo puede alegrarse una piedra?

—No es como otras piedras —sonrió Garion—. De vez en cuando se deja llevar por el entusiasmo y se comporta de forma estúpida. A veces tengo que tener cuidado con lo que pienso. Si decido que quiero algo, la piedra puede resolver actuar por sí sola para conseguirlo. —El joven se echó a reír—. En una ocasión, estaba pensando en el momento en que Torak agrietó la tierra, y el Orbe se apresuró a indicarme cómo arreglarla.

—¡Bromeas!

—Créeme, la piedra no tiene idea de lo que significa la palabra «imposible». Si yo lo deseara, sería capaz de escribir mi nombre con estrellas. —Sintió un pequeño tirón en la bolsa amarrada a su cinturón—. ¡Para! —le dijo con brusquedad al Orbe—. Era un ejemplo, no una orden.

Zakath lo miraba atónito.

—¿No sería una imagen grotesca? —observó Garion con ironía—. «Belgarion» escrito de un extremo al otro del horizonte en el cielo de la noche.

—¿Sabes una cosa, Garion? —dijo Zakath—. Siempre he creído que tú y yo acabaríamos enfrentándonos en una guerra. ¿Te sentirás muy decepcionado si no acudo a la cita?

—Creo que podré soportarlo —sonrió Garion—. Si no hay más remedio, empezaré sin ti. Tú podrás pasar de vez en cuando para ver cómo van las cosas. Ce'Nedra te hará la cena. No es muy buena cocinera, pero todos tenemos que hacer algún sacrificio, ¿verdad?

Se miraron un momento y luego los dos se echaron a reír a carcajadas. El proceso que había comenzado en Rak Urga con el idealista Urgit llegaba a su fin. Garion comprendió con satisfacción que había dado los primeros pasos para acabar con cinco mil años de odio constante entre los alorns y los angaraks.

Caminaban por las calles de mármol, junto a las fuentes cantarinas, sin que los dalasianos les prestaran mayor atención. Los habitantes de Kell seguían con sus actividades habituales en actitud silenciosa y contemplativa, con la mirada perdida en el vacío. Hablaban muy poco, pues era evidente que para ellos las palabras resultaban innecesarias.

—Es un sitio misterioso, ¿verdad? —observó Zakath—. No estoy acostumbrado a las ciudades donde nadie hace nada.

—Oh, pero ellos están haciendo algo.

—Ya sabes a qué me refiero. No hay tiendas ni nadie que limpie las calles.

—Supongo que es extraño —dijo Garion mirando alrededor—, pero lo más extraño es que no he visto a una sola vidente desde que llegamos. Creí que vivían aquí.

—Tal vez permanezcan dentro de las casas.

—Es posible.

El paseo matinal resultó infructuoso. En varias ocasiones intentaron trabar conversación con los ciudadanos de blancas túnicas, pero aunque todos se mostraban extremadamente corteses, ninguno parecía dispuesto a hablar demasiado y se limitaban a contestar sus preguntas con parquedad.

—Es frustrante, ¿no es cierto? —dijo Seda cuando él y Sadi regresaron a la casa—. Nunca había conocido a un pueblo con tan pocas ganas de hablar. Ni siquiera he encontrado a nadie dispuesto a charlar sobre el tiempo.

—¿Has visto hacia dónde iban Ce'Nedra y Liselle?

—Creo que se dirigieron hacia el otro extremo de la ciudad. Supongo que vendrán con esas jovencitas, cuando nos traigan la comida.

—¿Alguien ha visto a alguna de las videntes? —preguntó Garion mirando alrededor.

—No están aquí —respondió Polgara, que zurcía un calcetín de Durnik sentada junto a la ventana—. Una anciana me dijo que se alojan en un sitio especial, fuera de la ciudad.

—¿Cómo conseguiste que te contestara? —preguntó Seda.

—Fui bastante directa. A los dalasianos hay que forzarlos un poco para conseguir información.

Tal como Seda había previsto, Velvet y Ce'Nedra regresaron con las jóvenes que traían la comida.

—Tienes una esposa brillante, Belgarion —dijo Velvet después de que las dalasianas se retiraran—. Ha hablado como si no tuviera un cerebro dentro de esa cabecita. Lleva toda la mañana cotilleando.

—¿Cotilleando? —protestó Ce'Nedra.

—¿No es verdad?

—Bueno, supongo que sí, pero «cotillear» es una palabra muy desagradable.

—Estoy seguro de que tenía una razón para hacerlo —sugirió Sadi.

—Por supuesto —dijo Ce'Nedra—. Enseguida me di cuenta de que esas jóvenes no iban a hablar mucho, así que intenté tapar los huecos de la conversación. Después de un rato, comenzaron a ablandarse. Hablé de ese modo para que Liselle pudiera estudiarles las caras. —Sonrió con orgullo—. Modestia aparte, creo que me ha salido bastante bien.

—¿Pudisteis sacarles información? —preguntó Polgara.

—Algo —respondió Velvet—. Nos dieron algunas ideas, aunque nada demasiado concreto. Creo que esta tarde podremos averiguar algo más.

—¿Dónde está Durnik? —preguntó Ce'Nedra mirando alrededor—. ¿Y Eriond?

—¿A ti qué te parece? —suspiró Polgara.

—¿Dónde han encontrado un arroyo donde pescar?

—Durnik es capaz de oler el agua a kilómetros de distancia —respondió Polgara con resignación—. Puede decirte qué tipo de peces hay en un río, cuántos son y hasta es probable que sepa sus nombres.

—El pescado nunca me ha gustado demasiado —comentó Beldin.

—Tampoco a Durnik, tío.

—¿Entonces por qué los molesta?

—¿Quién sabe? —respondió ella abriendo los brazos en un gesto de impotencia—. Los motivos de los pescadores son muy misteriosos. Sin embargo, puedo decirte una cosa.

—¿Ah sí? ¿De qué se trata?

—Has dicho varias veces que querías tener una larga conversación con él.

—Sí, así es.

—Entonces será mejor que aprendas a pescar. De lo contrario, no lograrás retenerlo el tiempo necesario.

—¿Ha venido alguien a traer algún mensaje de Cyradis? —preguntó Garion.

—Nadie —respondió Beldin.

—No podemos quedarnos mucho tiempo —dijo Garion con impaciencia.

—Tal vez yo pueda obtener alguna respuesta —ofreció Zakath—. Cyradis me ordenó que me presentara ante ella en Kell. —El emperador se sobresaltó—. No puedo creer lo que acabo de decir. Nadie me ha dado una orden desde que tenía ocho años. Bueno, vosotros ya sabéis a qué me refiero. Quizá pueda lograr que alguien me lleve con ella. De ese modo, estaría obedeciendo sus órdenes.

—Me extraña que no te hayas atragantado con esa palabra —dijo Seda, risueño—. La gente de tu posición suele tener dificultades para comprender el concepto de obediencia.

—Es un hombrecillo exasperante, ¿verdad? —le dijo Zakath a Garion.

—Ya lo he notado.

—¡Oh, Majestad! —exclamó Velvet con los ojos muy abiertos en un gesto de fingida inocencia—. ¡ Cómo os atrevéis a sugerir algo semejante!

—¿Tú no estás de acuerdo? —inquirió Zakath.

—Por supuesto que sí, aunque no está bien decirlo en voz alta.

—¿Queréis que me marche para que podáis criticarme con libertad? —preguntó Seda algo ofendido.

—Oh, no será necesario, Kheldar —respondió Velvet con los dos hoyuelos de sus mejillas marcados por una gran sonrisa.

Aquella tarde obtuvieron muy poca información, y al comprobar que sus esfuerzos habían resultado inútiles, todos se pusieron de pésimo humor.

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