La vidente de Kell (17 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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—¿Creéis que vuestro pueblo o los sacerdotes de Torak los habrían dejado en paz si se hubiera conocido la verdad? —le preguntó Cyradis.

—Quizá no —admitió él—. Los melcenes, sobre todo, se habrían apresurado a emplear a los dalasianos al servicio de la burocracia.

—Eso habría interferido con nuestras misiones.

—Ahora lo comprendo. Cuando regrese a Mal Zeth, haré algunos cambios en la política del imperio con respecto a los protectorados dalasianos. Tu pueblo hace algo mucho más importante que cultivar remolachas y nabos para el resto de Mallorea.

—Si todo va bien, nuestra tarea estará cumplida después del encuentro, emperador Zakath.

—Pero continuaréis con vuestros estudios, ¿no es cierto?

—Eso será inevitable —sonrió ella—. Cuesta mucho dejar hábitos que han perdurado durante milenios.

Belgarath acercó su caballo al de Cyradis.

—¿Podrías darnos instrucciones más concretas sobre lo que debemos buscar al llegar a Perivor? —le preguntó.

—Ya os lo dije en Kell, venerable Belgarath. En Perivor debéis buscar el mapa que os guiará al Lugar que ya no Existe.

—¿Cómo es posible que los habitantes de Perivor sepan más al respecto que los del resto del mundo? —La vidente no respondió—. Parece que ésa es otra de las cosas que no piensas decirme.

—No puedo hacerlo ahora, Belgarath.

Beldin llegó planeando.

—Será mejor que os preparéis —dijo—. Hay una patrulla de soldados darshivanos un poco más adelante.

—¿Cuántos son? —se apresuró a preguntar Garion.

—Una docena. Llevan a un grolim con ellos. No he querido acercarme demasiado, pero creo que se trata del de los ojos blancos. Os han preparado una emboscada en un bosquecillo del próximo valle.

—¿Cómo han adivinado que vamos hacia allí? —preguntó Velvet, perpleja.

—Zandramas sabe que vamos a Perivor —respondió Polgara—, y ésta es la ruta más corta hacia allí.

—Una docena de darshivanos no representan una gran amenaza —dijo Zakath con confianza—, así que ¿cuál es el propósito de esa emboscada?

—Retrasarnos —respondió Belgarath—. Zandramas pretende llegar a Perivor antes que nosotros. Ella puede comunicarse con Naradas a través de grandes distancias, y es muy probable que le ordene llenar de trampas todo el camino hacia Lengha.

Zakath se rascó la barba corta con un gesto de concentración. Luego abrió una de las alforjas, sacó un mapa y lo consultó.

—Estamos a unos sesenta kilómetros de Lengha —dijo y se volvió hacia Beldin—. ¿Cuánto tiempo tardarías en recorrer esa distancia?

—Un par de horas. ¿Por qué lo preguntas?

—Allí hay una guarnición imperial. Te daré un mensaje con mi sello para el comandante. Él saldrá con sus hombres y rastreará las trampas. En cuanto nos unamos a sus tropas, Naradas dejará de molestarnos. —Entonces recordó algo—. Sagrada vidente —le dijo a Cyradis—, cuando estábamos en Darshiva me ordenaste que dejara atrás las tropas antes de venir a Kell. ¿La prohibición sigue vigente?

—No, Kal Zakath.

—Bien, entonces escribiré el mensaje.

—¿Y qué haremos con la patrulla que nos ha preparado la emboscada? —le preguntó Seda a Garion—. ¿O nos vamos a quedar aquí esperando a las tropas de Zakath?

—No lo creo. ¿Qué tal te sentaría un poco de ejercicio?

Seda respondió con una sonrisa maliciosa.

—Sin embargo, aún queda otro problema —dijo Velvet—. Si Beldin se va a Lengha, nadie podrá alertarnos sobre futuras emboscadas.

—Dile a la hembra de pelo amarillo que no se preocupe —le dijo la loba a Garion—. Yo puedo moverme sin que me vean, e incluso si me ven, los humanos no me prestarán atención.

—No te preocupes, Liselle —dijo Garion—. La loba explorará el camino.

—Es una persona muy útil —sonrió Velvet.

—¿Una persona? —preguntó Seda.

—Bueno, ¿acaso no lo es?

Seda hizo un gesto de concentración.

—¿Sabes? Es probable que tengas razón. Es evidente que tiene personalidad, ¿no es cierto?

La loba sacudió la cola y se marchó corriendo.

—De acuerdo, caballeros —dijo Garion mientras aflojaba la espada de Puño de Hierro en su funda—. Vayamos a hacer una visita a esos darshivanos.

—¿Naradas no podría causarnos problemas? —preguntó Zakath y le entregó la nota a Beldin.

—Espero que lo intente —respondió Garion.

Sin embargo, Naradas ya no estaba entre los soldados darshivanos ocultos en la arboleda. Puesto que la mayoría de los soldados parecían mejores corredores que luchadores, la pelea acabó muy pronto.

—Aficionados —dijo Zakath con tono desdeñoso mientras limpiaba la cuchilla de su espada en la capa de uno de los caídos.

—Te estás volviendo muy competente con la espada, ¿sabes? —lo felicitó Garion.

—Parece que comienzo a recordar las instrucciones que recibí en mi juventud —respondió Zakath con modestia.

—Usa esa espada casi con la misma destreza que Hettar demuestra con el sable, ¿no crees? —observó Seda mientras sacaba una daga del pecho de un darshivano.

—Casi igual —asintió Garion—, y Hettar se entrenó con Cho-Hag, el mejor espadachín de Algaria.

—Taur Urgas tuvo oportunidad de comprobarlo de la forma más dura posible —añadió Seda.

—Habría dado cualquier cosa por presenciar esa pelea —dijo Zakath con tristeza.

—Yo también —dijo Garion—, pero en ese momento estaba ocupado en otra cosa.

—¿Entrando a hurtadillas en el templo de Torak? —sugirió Zakath.

—No creo que ésa sea la expresión adecuada, pues él me esperaba.

—Iré a buscar a las mujeres y a Belgarath —dijo Durnik.

—Beldin se ha comunicado conmigo —informó Belgarath mientras cabalgaban—. Naradas huyó volando del bosquecillo antes de que llegarais. Beldin consideró la posibilidad de matarlo, pero el pergamino que llevaba entre las garras le impidió hacerlo.

—¿Qué forma tomó Naradas? —preguntó Seda.

—La de un cuervo —respondió Belgarath, disgustado—. Por alguna razón, los grolims sienten predilección por los cuervos.

Seda soltó una repentina carcajada.

—¿Recordáis aquella ocasión en que el murgo Asharak se transformó en cuervo en la llanura de Arendia y Polgara llamó a ese águila para que se encargara de él? Llovieron plumas durante casi una hora.

—¿Quién es el murgo Asharak? —preguntó Zakath.

—Era uno de los secuaces de Ctuchik —respondió Belgarath.

—¿El águila lo mató?

—No —dijo Seda—. Garion se ocupó de eso más tarde.

—¿Con su espada?

—No, con la mano.

—Debe de haber sido un golpe muy fuerte. Los murgos suelen ser corpulentos.

—Sólo fue una bofetada —dijo Garion—. Lo incendié. —Hacía años que no pensaba en Asharak y, curiosamente, su recuerdo ya no lo turbaba. Sin embargo, Zakath lo miraba con horror—. Él mató a mis padres prendiéndoles fuego —le explicó Garion—, de modo que me pareció justo hacer lo mismo con él. ¿Seguimos cabalgando?

La infatigable loba descubrió dos nuevas emboscadas antes de la puesta de sol. Sin embargo, los supervivientes del primer ataque frustrado habían hecho correr la voz sobre el desenlace de la pelea y los dos grupos restantes de darshivanos huyeron, presas del pánico, en cuanto vieron a Garion.

—Es decepcionante —dijo Sadi después de ahuyentar al segundo grupo, y guardó la pequeña daga envenenada en su funda.

—Espero que Naradas sea severo con ellos cuando descubra que se tomó tantas molestias para nada —añadió Seda con tono jocoso—. Es probable que sacrifique a unos cuantos en el primer altar que encuentre en el camino.

Al mediodía del día siguiente, se encontraron con los hombres de la guarnición imperial de Lengha. El comandante se acercó a Zakath y lo miró atónito.

—Majestad Imperial —dijo—, ¿de verdad sois vos?

—¡Oh! ¿Lo dices por esto? —preguntó Zakath rascándose la barba negra—. Fue una sugerencia de este anciano —señaló a Belgarath—. No queríamos que la gente me reconociera, y mi cara está grabada en todas las monedas de Mallorea. ¿Has tenido algún problema en el camino hacia el norte?

—Ninguno que valga la pena mencionar, Majestad. Nos encontramos con una docena de grupos de soldados darshivanos, casi siempre escondidos en arboledas. En todos los casos los rodeamos y se rindieron inmediatamente. Las rendiciones se les dan muy bien.

—También hemos notado que son excelentes corredores —sonrió Zakath.

El coronel miró al emperador con aire vacilante.

—No es mi intención ofenderos, Majestad —dijo—, pero habéis cambiado bastante desde la última vez que os vi en Mal Zeth.

—¿Ah sí?

—Para empezar, nunca os había visto armado.

—Son tiempos difíciles, coronel, muy difíciles.

—Y si me permitís decirlo, nunca os había oído reír.

—Nunca había tenido razones para hacerlo antes, coronel. ¿Continuamos el viaje hacia Lengha?

Cuando llegaron a Lengha, Cyradis, guiada por Toth, los condujo al puerto, donde los esperaba un barco de extraño aspecto.

—Gracias, coronel —le dijo Zakath al comandante de la guarnición—. Has sido muy amable al proporcionarnos un barco.

—Perdonadme, Majestad —respondió el coronel—, pero yo no he tenido nada que ver con el barco.

Zakath miró con asombro a Toth y el enorme mudo dedicó una pequeña sonrisa a Durnik.

—No lo creerás, Zakath —le dijo el herrero con una mueca de perplejidad—, pero este barco fue preparado hace miles de años.

—Eso significa que llegamos justo a tiempo —dijo Belgarath con una amplia sonrisa—. Odio llegar tarde a una cita.

—¿De veras? —preguntó Beldin—. Recuerdo que una vez llegaste a una cinco años después de lo acordado.

—Surgió un imprevisto.

—Siempre surgen imprevistos. ¿No fue en la época en que pasabas todo el tiempo con las chicas de Maragor?

Belgarath tosió y miró a su hija con expresión culpable. Polgara alzó una ceja, pero no dijo nada.

El barco estaba tripulado por el mismo tipo de hombres silenciosos que los habían llevado de la costa de Gorut, en Cthol Murgos, a la isla de Verkat. Una vez más, Garion experimentó la perturbadora sensación de que los hechos se repetían. En cuanto subieron a bordo, los marineros soltaron amarras y desplegaron las velas.

—Es curioso —observó Seda—. El viento sopla hacia la costa y sin embargo nosotros nos estamos internando mar adentro.

—Lo he notado —asintió Durnik.

—Supuse que lo habrías hecho. Parece que los dalasianos no se rigen por las leyes naturales.

—Belgarion —dijo Cyradis—, ¿tendríais la bondad de acompañarme al camarote de popa con vuestro amigo Zakath?

—Por supuesto, sagrada vidente —respondió Garion.

Cuando se dirigían hacia allí, el joven rey de Riva notó que Zakath guiaba a la vidente con la misma solicitud con que solía hacerlo Toth y entonces lo asaltó una idea extraña. Miró con atención a su amigo y vio que su cara irradiaba una curiosa placidez, y sus ojos tenían una expresión inusual. Aunque la idea pareciera absurda, Garion supo que estaba en lo cierto, pues los sentimientos del emperador se reflejaban en su rostro con absoluta claridad. El joven se esforzó por reprimir una sonrisa.

En el camarote de popa encontraron dos brillantes armaduras, casi idénticas a las de los caballeros de Vo Mimbre.

—En Perivor deberéis llevar esta indumentaria —les dijo Cyradis.

—Supongo que habrá alguna razón para ello —respondió Garion.

—Por supuesto. Cuando nos acerquemos a la costa, deberéis bajar vuestras viseras y no levantarlas mientras estemos en la isla, a no ser que yo os dé permiso.

—Supongo que no nos explicarás el motivo de estas instrucciones, ¿me equivoco?

—Sólo debéis saber lo imprescindible —dijo ella con una dulce sonrisa, apoyándole una mano sobre el brazo.

—Sabía que diría algo así —le dijo Garion a Zakath. Luego se acercó a la puerta del camarote—. Durnik —llamó—, vamos a necesitar tu ayuda.

—Todavía no tenemos que ponérnosla, ¿verdad? —le preguntó Zakath.

—¿Alguna vez has usado una armadura completa?

—No, nunca.

—Entonces necesitarás un poco de tiempo para acostumbrarte a ella. Hasta Mandorallen refunfuñó un poco la primera vez que se la puso.

—¿Mandorallen? ¿Te refieres a tu amigo mimbrano?

Garion asintió con un gesto.

—Es el protector de Ce'Nedra.

—Creí que tú te ocupabas de protegerla.

—Yo soy su esposo. Las reglas son diferentes. —Miró con aire crítico la espada de Zakath, un arma liviana y de cuchilla fina—. Necesitará una espada más grande, Cyradis —dijo.

—Mirad en ese armario, Belgarion.

—Piensa en todo —dijo Garion con ironía mientras abría el armario. En el interior había una espada ancha, pesada y tan alta que casi llegaba al hombro de Garion. El joven la levantó con las dos manos—. Tu espada, Majestad —dijo y le ofreció la empuñadura a Zakath.

—Gracias, Majestad —sonrió Zakath, pero cuando intentó levantar el arma sus ojos se llenaron de asombro—. ¡Por los dientes de Torak! —exclamó casi soltando la enorme espada—. ¿Hay alguien capaz de usar armas semejantes para atacar a otras personas?

—Mucha gente. En Arendia, es la diversión favorita del pueblo. Si esa espada te parece pesada deberías levantar la mía. —Entonces Garion recordó algo—. Despierta —le dijo al Orbe con voz autoritaria. El murmullo con que respondió la piedra demostraba que se sentía ofendido—. No te pases —lo instruyó Garion—, pero la espada de mi amigo es algo pesada para él. Hagámosla más liviana, aunque poco a poco. —Miró a Zakath, que se esforzaba por levantar el arma—. Un poco más —le ordenó al Orbe. La punta de la espada se elevó despacio—. ¿Qué tal? —preguntó Garion.

—Eso está mejor —suspiró Zakath—, pero ¿no te da miedo hablarle a esa piedra de ese modo?

—Hay que ser firme. A veces se comporta como un perro o un caballo... O incluso como una mujer.

—No olvidaré ese comentario, rey Belgarion —dijo Cyradis con voz cortante.

—No esperaba que lo hicieras, sagrada vidente —replicó Garion con una amplia sonrisa.

—Un tanto a tu favor —dijo Zakath.

—¿Ves que útil resulta? —rió Garion—. Acabaré convirtiéndote en un auténtico alorn.

Capítulo 11

El barco continuó avanzando en sentido opuesto al viento, y cuando estaban a unas tres leguas del puerto, apareció un albatros, planeando sobre sus alas inmóviles, semejantes a las de un serafín. El pájaro profirió un grito y Polgara inclinó la cabeza en señal de respuesta. Luego el albatros se colocó delante del bauprés, como para guiar al barco.

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