—Entonces ¿sabías que podíamos venir solos? —le preguntó Polgara.
—Por supuesto. Sólo era cuestión de tiempo. Tarde o temprano teníais que cumplir con vuestra triple tarea.
—¿Tarea?
—Era algo muy sencillo para una persona de vuestro talento, Polgara. Sin embargo, debía poneros a prueba.
—No creo recordar...
—Como ya os he dicho, era algo tan simple que seguramente lo habréis olvidado.
—Refréscanos la memoria —dijo Beldin con rudeza.
—Por supuesto, honorable Beldin —sonrió ella—. Habéis encontrado este lugar, habéis superado la oposición de los elementos para conseguirlo y Polgara ha dicho las palabras idóneas para merecer entrar.
—Más acertijos —dijo él con amargura.
—A veces los acertijos son la mejor manera de volver perceptiva la mente. —El anciano hechicero gruñó—. Era necesario que descifrarais los acertijos y cumplierais la tarea para que la ubicación de este sitio os fuera revelada. —Se puso de pie—. Ahora marchémonos y bajemos a Kell. Mi guía y querido compañero llevará el gran libro que debe ser entregado al venerable Belgarath.
El gigante mudo se aproximó a un estante situado al fondo de la lúgubre habitación y tomó un enorme libro encuadernado en piel negra. Lo puso bajo el brazo, cogió la mano de su ama y los condujo fuera de la casa.
—¿A qué viene tanto misterio, Cyradis? —le preguntó Beldin a la joven de los ojos vendados—. ¿Por qué las videntes os escondéis aquí en lugar de vivir en Kell?
—Pero esto es Kell, honorable Beldin.
—¿Y entonces cómo se llama la ciudad del valle?
—También Kell —sonrió ella—. Siempre ha sido así entre nosotros. A diferencia de otras comunidades, nuestras ciudades están diseminadas. Ésta es la morada de las videntes, pero hay muchos otros sitios en la montaña: la morada de los magos, la morada de los nigromantes, la morada de los adivinos... y todos forman parte de Kell.
—No hay como un dalasiano para inventar complicaciones innecesarias.
—Los demás pueblos construyen sus ciudades con otros propósitos, Beldin. Algunas para el comercio, otras para la defensa... Nuestras ciudades han sido construidas para el estudio.
—¿Cómo puedes estudiar si tienes que andar un día entero para poder hablar con tus colegas?
—No hay necesidad de andar, Beldin. Podemos hablarnos unos a otros en cualquier momento. ¿Acaso no conversáis así el venerable Belgarath y vos?
—Eso es distinto —gruñó Beldin.
—¿En qué sentido?
—Nuestras conversaciones son privadas.
—Nosotros no necesitamos vida privada. Los pensamientos de uno son los pensamientos de todos.
Cuando por fin salieron de la caverna y se encontraron con la cálida luz del sol ya era casi mediodía. Guiando con ternura a Cyradis, Toth los condujo hacia la grieta del peñasco, y una vez allí descendieron la abrupta senda que cruzaba el prado. Después de una hora de viaje, entraron en un fresco y lozano bosque donde los pájaros cantaban y los insectos se arremolinaban como chispas encendidas bajo los rayos oblicuos del sol.
El camino seguía siendo escarpado y Garion pronto descubrió las desventajas de caminar colina abajo durante un período prolongado. Se le había formado una ampolla grande y dolorosa sobre uno de los dedos del pie izquierdo y unas breves punzadas en el pie derecho le indicaban que pronto tendría otra haciendo juego. Apretó los dientes y continuó el viaje cojeando.
Cuando llegaron a la rutilante ciudad del valle, ya atardecía. Garion notó con satisfacción que Beldin también cojeaba mientras andaban por la calle de mármol que los conducía a la casa donde los había alojado Dallan.
Cuando llegaron, los demás estaban cenando. Por casualidad, Garion miró la cara de Zakath justo en el momento en que el emperador descubrió que los acompañaba Cyradis. La piel oliveña de su rostro palideció ligeramente, pero la barba corta que se había dejado crecer para ocultar su identidad hizo que aquella palidez resultara más evidente.
—Sagrada vidente —dijo.
—Emperador de Mallorea —respondió ella—. Como os prometí en la brumosa Darshiva, me entrego a vos como rehén.
—No hay necesidad de hablar de rehenes, Cyradis —dijo él avergonzado mientras sus mejillas se teñían de rubor—. En Darshiva hablé de forma impulsiva, pues no comprendía lo que debía hacer. Ahora estoy entregado a mi tarea.
—Sin embargo, sigo siendo vuestra rehén, porque así está previsto, y debo acompañaros al Lugar que ya no Existe para cumplir con la tarea que me ha sido asignada.
—Estaréis hambrientos —dijo Velvet—. Sentaos a comer a la mesa.
—Primero debo concluir un trabajo, Cazadora —dijo Cyradis. Extendió las manos y Toth apoyó sobre ellas el pesado libro que había traído de la montaña—. Venerable Belgarath —dijo en aquella extraña voz colectiva—, tal como las estrellas nos han ordenado, ponemos en vuestras manos nuestro libro sagrado. Leedlo con cuidado, pues sus páginas revelan vuestro lugar de destino.
Belgarath se apresuró a levantarse, se acercó a ella y cogió el libro con manos temblorosas de impaciencia.
—Te lo agradezco, Cyradis. Sé cuan valioso es este libro, de modo que lo cuidaré mientras esté en mis manos y te lo devolveré en cuanto haya encontrado lo que busco.
Después el anciano se dirigió a una mesa más pequeña, cerca de la ventana, y abrió el pesado volumen.
—Déjame sitio —le dijo Beldin mientras se acercaba a la mesa llevando otra silla.
Luego los dos ancianos inclinaron sus cabezas sobre las frágiles páginas y olvidaron el mundo que los rodeaba.
—¿Comerás ahora, Cyradis? —le preguntó Polgara a la joven de los ojos vendados.
—Sois muy amable, Polgara —respondió la vidente de Kell—. He ayunado desde vuestra llegada, preparándome para este encuentro, y el hambre me debilita.
Polgara la condujo a la mesa con delicadeza y la invitó a sentarse entre Ce'Nedra y Velvet.
—¿Mi pequeño se encuentra bien? —le preguntó Ce'Nedra con tono apremiante.
—Está bien, reina de Riva, aunque añora el día en que será devuelto a vuestros brazos.
—Me sorprende que me recuerde —dijo ella con amargura—, pues apenas era un bebé cuando Zandramas lo raptó. —Suspiró—. ¡He perdido tantas cosas, tantos momentos de su infancia que ya nunca veré! —añadió con labios temblorosos.
Garion se acercó a ella y la rodeó con un brazo en actitud protectora.
—Todo saldrá bien, Ce'Nedra —le aseguró.
—¿Es verdad, Cyradis? —preguntó la joven al borde de las lágrimas—. ¿Es cierto que todo saldrá bien?
—No os lo puedo asegurar, Ce'Nedra. Dos caminos distintos se abren ante nosotros, y ni siquiera las estrellas saben hacia cuál de ellos dirigiremos nuestros pasos.
—¿Qué tal fue el viaje? —preguntó Seda, y Garion intuyó que lo hacía más preocupado por superar aquel incómodo momento que movido por la curiosidad.
—Exasperante —respondió Garion—. No sé volar muy bien y nos encontramos con muy mal tiempo.
—Pero si es un día estupendo —dijo Seda con una mueca de asombro.
—No donde estábamos nosotros —dijo Garion. Luego miró a Cyradis y decidió no dar demasiada importancia a la peligrosa corriente descendente—. ¿Puedo hablarles sobre el lugar donde vivís? —le preguntó.
—Por supuesto, Belgarion —respondió ella—. Forman parte de vuestro grupo y no debéis ocultarles nada.
—¿Recuerdas el monte Kahsha en Cthol Murgos? —le preguntó Garion a su amigo.
—Intentaba olvidarlo.
—Bien, las videntes tienen una ciudad similar a la que los dagashi construyeron en Kahsha. Está dentro de una cueva enorme.
—Entonces me alegro de no haber ido.
Cyradis giró la cara hacia él y una pequeña arruga de preocupación se dibujó en su frente.
—¿Aún no habéis podido vencer ese miedo irracional que os domina, Kheldar?
—No, la verdad es que no. Pero yo no lo llamaría irracional. Créeme, Cyradis, tengo razones para tener miedo..., un montón de buenas razones —añadió estremeciéndose.
—Debéis armaros de valor, Kheldar, pues llegará el día en que deberéis penetrar a uno de esos sitios que tanto teméis.
—No lo haré si puedo evitarlo.
—Estaréis obligado a hacerlo, Kheldar. No tendréis otra opción.
Seda empalideció, pero no dijo nada.
—Dime, Cyradis —dijo entonces Velvet—, ¿fuiste tú quien interrumpió el proceso del embarazo de Zith?
—Demostráis gran inteligencia al notar una pausa en el más natural de los hechos —dijo la vidente—, pero yo no he sido responsable de ello. El mago Vard de la isla de Verkat le ordenó esperar hasta que concluyera su tarea en Ashaba.
—¿Vard es mago? —preguntó Polgara, sorprendida—. Yo siempre los detecto, pero en ese caso no me di cuenta.
—Es muy sutil —asintió Cyradis—. Tal como están las cosas en Cthol Murgos, debemos practicar nuestras artes con gran cautela. Los grolims de la tierra de los murgos están pendientes de las alteraciones que inevitablemente causan estos actos.
—En Verkat nos enfadamos contigo —dijo Durnik—, al menos antes de comprender los motivos de tu conducta. Me temo que traté muy mal a Toth durante un tiempo, pero él ha sido lo bastante bondadoso como para perdonarme.
El enorme mudo le sonrió y gesticuló.
—Ya no necesitas hacer eso —rió Durnik—. Por fin he descubierto cómo me hablas. —Toth bajó las manos y Durnik pareció escuchar durante unos instantes—. Sí —asintió—. Ahora que no tenemos que gesticular la comunicación resulta más sencilla... y también más rápida. Por cierto, Eriond y yo hemos encontrado un arroyo cerca de la ciudad. Tiene unas truchas fantásticas. —Toth esbozó una amplia sonrisa—. Sabía que te alegraría saberlo.
—Me temo que hemos corrompido a tu guía, Cyradis —se disculpó Polgara.
—No, Polgara —sonrió la vidente—, ha tenido esa pasión desde la infancia. En nuestros viajes siempre encontraba una excusa para permanecer un tiempo junto a un lago o un arroyo. Yo no puedo regañarlo, porque me gusta el pescado y él sabe prepararlo de una forma exquisita.
Cuando acabaron de cenar, permanecieron sentados alrededor de la mesa, charlando en voz baja para no molestar a Belgarath y a Beldin, que seguían estudiando los textos sagrados malloreanos.
—¿Cómo sabrá Zandramas adonde vamos? —le preguntó Garion a la vidente—. Ella es grolim, por lo tanto no puede acercarse aquí.
—No puedo responder a esa pregunta, Niño de la Luz. Sin embargo, ella llegará al sitio indicado en el momento previsto.
—¿Con mi hijo?
—Tal como ha sido vaticinado.
—Espero con impaciencia ese encuentro —dijo Garion con aire sombrío—. Zandramas y yo tenemos que saldar muchas cuentas.
—No permitáis que el odio os ciegue en vuestra misión —aconsejó ella con seriedad.
—¿Y cuál es esa misión, Cyradis?
—Eso lo sabréis cuando llegue el momento de cumplirla.
—¿No antes?
—No. Si tuvierais tiempo de meditar sobre ella con antelación, su cumplimiento se vería afectado.
—¿Y cuál es mi misión, sagrada vidente? —preguntó Zakath—. Prometiste darme instrucciones aquí, en Kell.
—Debo revelaros vuestra misión en privado, emperador de Mallorea. Sabed, sin embargo, que la tarea que os ha sido encomendada comenzará cuando vuestros compañeros hayan concluido las suyas, y os llevará el resto de vuestra vida.
—Ya que hablamos de misiones, ¿podrías decirme cuál es la mía? —preguntó Sadi.
—Vos ya habéis comenzado a cumplirla, Sadi.
—¿Lo estoy haciendo bien?
—Aceptablemente bien —respondió ella con una sonrisa.
—Tal vez podría hacerlo mejor, si supiera de qué se trata.
—No, Sadi. Como en el caso de Belgarion, vuestra tarea se truncaría si supierais de qué se trata.
—¿El sitio adonde vamos está muy lejos? —preguntó Durnik.
—Muy lejos, y aún queda mucho por hacer.
—Entonces tendré que pedir provisiones a Dallan. Y creo que deberíamos examinar los cascos de los caballos antes de salir. Podría ser un buen momento para volver a herrarlos.
—¡Eso es imposible! —exclamó Belgarath de repente.
—¿Qué ocurre, padre? —preguntó Polgara.
—¡Es en Korim! ¡Se supone que el encuentro se llevará a cabo en Korim!
—¿Dónde está eso? —preguntó Sadi, perplejo.
—En ninguna parte —gruñó Beldin—. Era una cadena montañosa que se hundió en el mar cuando Torak agrietó el mundo. El Libro de los Alorns la menciona como «las tierras altas de Korim, que ya no existen».
—Eso tiene una lógica maliciosa —observó Seda— y explica a qué se referían las distintas profecías cuando hablaban del Lugar que ya no Existe.
—Hay algo más —dijo Beldin mientras se rascaba una oreja con aire pensativo—. ¿Recordáis lo que nos contó Senji en Melcena sobre el erudito que robó el Sardion? Su barco fue visto por última vez rondando el extremo sur de Gandhar y nunca regresó, por lo cual Senji pensaba que se había ahogado en una tormenta cerca de la costa dalasiana. Pues al parecer tenía razón. Tenemos que ir en busca del Sardion y mucho me temo que éste descansa en una montaña sumergida bajo el mar desde hace cinco mil años.
La reina de Riva abandonó la brillante ciudad de mármol con aire pensativo. La extraña lasitud que se apoderó de ella mientras atravesaban el bosque en dirección al este de Kell parecía crecer con cada kilómetro recorrido. No participaba en las conversaciones y se limitaba a escuchar.
—No veo cómo puedes estar tan tranquila, Cyradis —le decía Belgarath a la vidente de los ojos vendados mientras cabalgaban—. Si el Sardion está sumergido en el fondo del mar, tu misión también fracasará. ¿Y por qué debemos desviarnos a Perivor?
—Allí comprenderéis por fin las instrucciones que habéis recibido del libro sagrado, venerable Belgarath.
—¿No podrías explicármelas tú? No tenemos mucho tiempo, ¿sabes?
—No puedo hacerlo. No puedo ofreceros ninguna ayuda que no haya ofrecido también a Zandramas. Descifrar este acertijo es tarea vuestra... y de ella. Está prohibido ayudar a uno y no al otro.
—Sabía que ibas a decir algo así —dijo él con tristeza.
—¿Dónde está Perivor? —le preguntó Garion a Zakath.
—Es una isla al sur de Dalasia —respondió el malloreano— y tiene unos habitantes muy extraños. Sus leyendas dicen que descienden de un pueblo del oeste que llegó a la isla después de un naufragio, hace unos dos mil años. Puesto que la isla no es gran cosa y los nativos son feroces guerreros, en Mal Zeth siempre hemos creído que no valía la pena intentar someterla. Urvon ni siquiera se preocupó por enviar grolims allí.