La vida perra de Juanita Narboni (20 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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¿Lo ves cómo cuando se tienen los nervios templados no ocurre nada? Papá —que en Gloria esté— siempre lo decía: en las situaciones peligrosas hay que templar los nervios. Aquí está la llave. La introduzco en la cerradura, sin temblar, Juani, la puerta cede, se abre, como de costumbre. ¡Ay, guos por mí se haga! Algo me rozó las piernas, algo peludo, ¡es él, él! Se ha metido en casa, no haya un mal. Y hasta que llegue a la cocina y encuentre las cerillas, tiempo le da de atacarme, de saltarme los ojos. No, no quiero morir aunque ya no esté precisamente en la flor de la edad. Me resisto a morir y menos de esa forma. No. Yo no entro. Cerraré. Me acercaré a la casa de Mona. Sabe Dios el destrozo que me estará haciendo y lo peor es que me he dejado la puerta del dormitorio abierta. Si hay alguien más infeliz que yo, que venga Dios y lo vea. ¿Es esto la Justicia Divina? Pues lo es, Juani. Porque si tuvieras otra lengua y otros pensamientos, nada de esto te hubiera ocurrido. Ahora, como de costumbre, Mona no estará. Desde que se le casó el hijo no para en casa un minuto. ¿Y cuándo paró? Muchas veces le he dado a entender que me gustaría salir con ella, pero se ha hecho la sorda. No es amiga mía, las cosas como son. Esther tampoco la tragaba. Menos mal que ahora tengo a Dedé. ¡No vuelvas, luz maldita, no vuelvas nunca! ¡Toma, ya volvió! Menos mal. Pero dentro tengo al visitante nocturno. De buena gana me iba ahora mismo al Café Fuentes. ¿Estás loca, Juani? Entra en casa de una vez y a escobazos limpios lo arrojas de casa. Con la luz todo es más fácil. Nada. Lo que te decía, esta preta, se le caiga el massaj, no está. Nunca está. ¿Y a quién llamo? No pasa ni un alma. Y aunque pasara. Si esa maldita de Hamruch se quedara a dormir en casa a mí no me ocurrirían estas cosas. Su presencia me envalentona. Ella es más cobarde que yo. ¡Adelante, Juani!, ¿no te acuerdas? ¡En avant! Bueno, en el pasillo no está. La puerta de la cocina está cerrada. No, si lo único que me dejé abierto fue la puerta del dormitorio. Pues esta noche la paso yo en una silla, o me acuesto en el dormitorio de la marrana. Promesa hice de no poner un pie en ese antro, pero cuando Dios quiere probar nuestra humildad... Ya veremos. Juani, Juani... ¡Minino, minino! ¡Y si fuera a la cocina y le diera un jurelito de los que sobraron este mediodía? ¡Lo que faltaba!

Entonces es cuando no se iba de casa ni a tiros. Se instalaba para siempre aquí. El Hotel Minzah gatuno iba a ser esto. No. Ésa no es la táctica. Bueno, abriremos el paquete de Dedé. Antes cerraré rápidamente la puerta del dormitorio. Eso es. Ese hijo de su madre se ha subido a mi cama, seguro. Preta suerte la mía. Nunca intentó subirse ningún hombre y a la vejez se me sube un gato. Lo que faltaba es que tuviera esa enfermedad que tienen los gatos y me dejara la colcha perdida de escamas. Me pasaré la noche entre el comedor, la cocina y el despacho de papá, hasta que llegue Hamruch por la mañana y lo eche. Desinfectaremos el dormitorio. Lo que me quedaba que ver, como si yo fuera una apestada. Me estoy viendo a los bomberos fumigando la habitación. ¡Qué horror! Acabaré como Dolly Morish, que al ver que un bombero entraba en su habitación por la ventana, creyó que era un hombre que venía a violarla y se murió. Se murió del susto, la pobrecita. No. Eso no me pasaría a mí, desde luego que no. Yo me abriría de brazos, gritando: ¡Tuya, Mohamed, Porfirio, Isaac o lo que fuera!... ¡Soy tuya, soy tuya! ¡Llévame de una vez, llévame en tus brazos, sácame de este infierno! Ni lo uno ni lo otro, Juani, sino que muy correcta, muy bien educada, obedecería sus órdenes. Point. En mala hora te conocí, Dedé. Todo esto me está pasando por culpa tuya. Bueno, eso no es verdad, pobrecito, ¿qué culpa tiene él? Voy a tomarme una copita de algo. Si es que queda algo que se pueda tomar. Marcada quedó nuestra amistad, marcada por los arañazos de un gato. Abriré el paquete. ¡Qué bien atado está el perverso! Iré por unas tijeritas. De un tironazo ¡A bueno está con tanto chichi! ¡Ea! ¡Qué barbaridad! ¡Más de medio paquete de galletas y canapés de todas clases! Este hombre está loco... ¡Esto es demasiado! Me distraeré comiendo. Tengo los nervios tan destrozados... Larga es la noche, y ventosa, la preta. Mejor será que tenga a mano unas cuantas velas, no me extrañaría nada que volviera a apagarse la luz, y un apagón tal como yo tengo los nervios puede ser mortal. Un platito. ¿Dónde habrá un platito o una fuentecita? Nunca sé dónde me pone las cosas esa camella. Tiene la manía de cambiarlo todo de sitio. Aquí está una fuente. ¡Pobres macetitas mías, la noche que estarán pasando con este ventarrón! El coral sobre todo, que es tan frágil. No. No salgo al patio por nada del mundo, no vaya a ser que me esté esperando otro gato. Acosada. Que sea lo que Dios quiera. Mañana veremos. Y ese memloco, ¿qué estará haciendo en el Café Central una noche como ésta? Jugando al mus con los cadáveres que quedan, porque en esta ciudad ya no quedan más que cadáveres. El descansado de papá eso era lo que hacía cuando se iba de noche por ahí, eso y beber. Aunque tengo la impresión de que éste es abstemio. Ya no puedo más, siento tal flojedad en las piernas, que no tengo más remedio que tomarme una copa. Al menos, ya que veo gatos por todas partes, que haya un motivo. Tengo que buscarle los discos, se los llevaré. Eran de aquella perra, ¿para qué los quiero yo? Será un regalito que le gustará. ¡Cualquiera sabe dónde estarán! Lo dejaremos para mañana con luz del día. Mira, aquí está la botella de ginebra. Una copita, Juani. Cambia las ideas. ¡Qué nochecita! Si es que ya tenemos noviembre en puertas. Aquellos puestecitos de castañas que ponían en el Zoco Grande, ni eso. Mordisquearé esta galletita en forma de corazón rellena de mermelada. ¡Qué rica! ¡Hala, un traguito! Es una corriente de lava la que atraviesa mi garganta, es un calorcito más bueno. «Toda una vida estaría contigo...»
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. ¡Estás loca, Juani, hace unos momentos tan asustada y ahora cantando! ¿Acaso no te acuerdas del farajmá que te está esperando detrás de aquella puerta? Justo, mi vida, lo que pretendo es olvidarlo. Estos muebles del comedor no son feos, menos mal que conseguí que aquella perra no los vendiera, son de estilo, ahora no me acuerdo de qué estilo, pero mamá los apreciaba mucho. Dándoles una manita de cera. La alfombra es la que está de lo peor y no digamos nada de las butaquitas que compró la muy adúltera aquella tarde en Chocrón y Caro. No van nada. Ésas las quito yo de en medio como me llamo Juanita Narboni. ¡A la leñera! Y me traigo el sillón de mimbre y el que tiene papá en su despacho. Y esto parecerá otra cosa. ¡Tengo un hambre! El mal rato que he pasado me ha abierto el apetito. No hay mal que por bien no venga. No tengo sueño, gracias a Dios. ¿Cuál escojo ahora?

Ahora le toca el turno a un canapé. ¡Qué manos tiene este hombre para hacer las cosas! ¿De dónde sacará el dinero? Me tengo que enterar. ¡Igualito que tú, Juani, que tienes la casa hecha una pena! Mamá, la bendita, siempre lo dijo: la miseria trae miseria. Tú no sales de los jurelitos, el pan con aceite, los tomates crudos y los huevos duros. ¡Imaginación culinaria más desdichada nunca la vi! No tengo humor para nada, eso es lo que me ocurre, porque antes, en vida de mamá, no había quien preparara los rellenos y las salsas mejor que yo. Tienes que volver a vivir, Juani. ¿Crees que es normal esa clase de vida que llevas? Ya ni siquiera voy a la iglesia. No como antes. Se ha puesto todo tan difícil. Otra copita, mi bueno. Esto es alegría. ¡Qué mala está la puñetera! Papá siempre lo decía —y es que de fuerte entran ganas de vomitar—: Hay que saber beber, saborear las bebidas, yo saboreo esto y me entran las siete cosas. Como un purgante. Si no fuera por los efectos. Vuela la imaginación que es un gusto. Siempre tuve los ojos bonitos, si me cuidara un poquito más, tampoco estoy tan vieja. Otras a mi edad... ¡A bueno está, dejemos de pensar en otras, que acabaremos, como siempre, pensando en la misma! Sangre de mi sangre, ¿qué mal te hice yo? Eres peor que un gato rabioso. Eso es, acuérdate ahora del gato. ¿No será que la pobre mía ha muerto y este gato es ahora su reencarnación? Ya empezamos, Juani, ya empezamos. Guarda esa botella ahora mismo. Unas letritas, una cartita de nada, hermanita mía, y te juro que te lo perdono todo. ¿No te das cuenta de lo sola que estoy? Hay que tener malas entrañas. Tú me animabas, a la fuerza, pero al final siempre arrancabas conmigo, y te preocupabas de que yo fuera arregladita a todas partes. «Esos ojos, Juani —me decías—, sácale partido a esos ojos, y esas piernas, son las piernas de Marlene, mi reina...
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». ¿Pues no estoy llorando? Para eso me sirven estos ojos, para llorar, para soltar por ellos chorros de lágrimas. Esto no puede seguir así, Juani. Antes de guardar la botella me echo otra copita. No puedo resistir la tentación. Nada, que el cochino viento no para. Ni tampoco paran los recuerdos. Que de todo me voy a acordar yo esta noche. ¿Te acuerdas, mi vida, de aquella noche que fuimos las dos a la plaza de Francia a oír la Banda de la Legión y lloramos juntas oyendo «Las bodas de Luis Alonso»?
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. Lo que acabo de oír ahora mismo es un maullido. ¿No es eso un maullido, Juani? Me pareció. ¿O es el ladrón del viento? A lo mejor. Estas casas viejas... Ese hijo de su madre está ahí, en mi cuarto. A cualquiera que se le diga que una en su propia casa no pueda entrar en su alcoba por culpa de un gato sarnoso... ¡Vamos, eso se lo cuento yo a alguien y no se lo cree! O cree que estoy chiflada, mal rayo me parta. Porque chiflada estoy. ¿Y qué guós hago yo si me dan miedo los gatos? Si al menos fuera un perrito... Juani, si al abrir esta puerta se produjera un milagro y saliera un corderito triscando que viniera a refugiarse en tu regazo y te mirara con amor... ¡Oh, lo adoptaría! Le pondría un lacito de terciopelo rojo, lo llevaría a todas partes, lo cubriría de besos, lo perfumaría con Agua de Colonia Añeja, lo amaría para siempre, renunciaría a todo, ¡corderito mío!... Juani, esa botellita, hija, ya hace mucho tiempo que debería estar encerrada en ese armario. ¡Un corderito, un corderito triscando por toda la casa, llenándola de sol y alegría con sus balidos! Lo bañaría en agua de rosas. ¡Señor, haz ese milagro! ¡Haz que ese negro que está al otro lado de la puerta se convierta en un corderito saltarín, como uno de esos corderitos que se ven en las estampitas! ¡Hazlo, sé bueno, Señor! Mira, ¿sabes lo que te digo? Que ya no te pido nada. Para una vez que se me ocurre pedir algo... ¡Basta, Juani, deja de hacer la jeune filie mal élevée! ¡Al armario con esa botella! ¡Perdóname, Señor, porque no estoy buena de la cabeza! ¿A qué viene esa forma de desbarrar? Si estuviera vivo el padre Alfonso, tendrías que ir a confesarte ahora mismo. Merecías que el Señor convirtiera eso que está ahí dentro en una urraca o un cuervo, y que saliera revoloteando por toda la casa, y te arrancara los ojos y la lengua, y se llevara las alhajas de mamá —si es que te queda alguna—, porque eres muy mala, Juani, muy mala y muy pérfida, y no mereces la amistad de nadie, ni el amparo de nadie, ni la ayuda de nadie, sólo mereces una cosa, sí, una cosa que te espanta más que los gatos, los cuervos y el viento: soledad.

¡Dios mío! ¿será posible que sea ya de día? ¿Será posible que esté brillando el sol y entrando en el despacho como si no hubiera ocurrido nada? ¿Están llamando? ¡Ésa es Hamruch! Me he quedado dormida. ¡No, no entres ahí, Juani! Ya ha llegado Hamruch, gracias a Dios. ¡Hamruch, mi reina, mi cherifa de mi alma, mi corazón!... ¡Qué noche he pasado! Sí, hija, sí, un viento espantoso. No, no te quites el jaique; entra en mi cuarto y échame un gato negro que anoche se me coló en casa. Está ahí dentro. Coge la escoba. ¡Espera, espera que yo me encierre en la cocina! Se habrá cagado en la habitación. Lo habrá hecho todo el ladino. ¡Anda, date prisa! No te rías, mujer. ¿Tendrás descaro? Ten, toma la escoba. Ciérrame esa puerta. Entraré en el patio para ver cómo están mis macetitas. Mis niñas, mis niñitas, ¿cómo estáis? Pues os encuentro muy bien, muy bien a todas. Gracias a Dios, parece mentira, con la noche que ha hecho. Hamruch... ¿lo echaste ya? ¿Qué dices? No te entiendo. ¿Que no había nada en la habitación? ¿Has buscado bien? ¿Has mirado debajo de la cama? Voy, voy... ¡Dios se apiade de mí! No me fío un pelo de esta memloca. ¿Puedo pasar? La cama está impecable. ¿Has mirado bien debajo? ¡No puede ser! Era un gato negro, Hamruch, se escaparía por la ventana. Yo la dejé cerrada. ¿Tú la has abierto? De todas formas... Oler, no huele nada. ¡Qué extraño! Chuf, chuf... ¿qué quieres que mire? ¿La casa de la Gran Dama? Hay un gato negro en su puerta, aseándose, como si no hubiera roto un plato. ¡Qué cosa más rara! Una noche muy extraña... ¡Deja de hablar y no te quites nada! Vete ahora mismo por el pan. Juraría que se metió en casa, sentí el roce de su cuerpo entre mis piernas. ¿Es que no piensas parar de hablar? ¿Que el viento arrancó el tejado de tu casa? ¡Vaya por Dios! Anda, ve por el pan y luego me lo cuentas. La Aicha Candisha que andaba suelta. No me extraña. ¿Lo habré soñado? ¿Habré soñado lo del gato? El viento, el viento y dale con el viento. Hoy no tendrás otro tema de conversación. Al fin y al cabo, menos mal que no he soñado el viento.

Deja de hacer la idiota, Juani. ¿Es que no te das cuenta? Estás de lo peor. Bichitos de mierda... ¿No puedes controlar tus nervios? ¿A qué viene todo esto? La culpa es tuya. ¿Qué esperas? ¡Con este tiempo! Ni siquiera puedo acercarme a los jardines de la estación. Los bancos estarán mojados. ¿Qué quieres, mi reina, coger un enfriamiento? Ya se acabó la farmacia Bouchard con sus parches de Sor Virginia. Estás ahora como para coger enfriamientos. Buena edad. No puedo más. ¿De dónde saldrá tanto bichito? Lo peor son las babosas. ¡Que me dan un asco! Lo que yo tengo por dentro no es nada bueno, los nervios destrozados, eso es lo que yo tengo. Todo nervioso. Esperando una llamada, la llamada de la selva será ésta. No, no estoy buena de la cabeza, me disloqué. ¿Qué haces ahí parada como un soldado? Pareces un chauch de la Mendubía
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, mi bueno. No, no te vas, eso quisieras tú. Ya te buscaré algo para que te entretengas. Soy mala. La pobre mía, con la tarde encapotada, pero lo peor es que luego se acostumbra. Y no quiero. ¡Qué tristeza! ¡Noviembre es insoportable! Tendría que ir al cementerio. No, no puedo. No tengo ganas de nada, todo lo voy dejando para mañana. Que no me llame el malogrado, nunca me llame. Juani, ¡compréndelo!, razona, el tiempo no está para invitaciones. ¿Es que ese preto sol no piensa salir nunca? ¡Lo que ha llovido! Caracoles, hay hasta caracoles en el patio, no te digo más. ¡Mierda de tiempo! Maldita humedad, todo lo que se toca está pegajoso. Y tú, Juani, estás hecha una pegajosa de lo peor. ¡Qué pesada eres, hija! ¡Deja ya de pensar tonterías! Hamruch, ¿te importaría acercarte a la farmacia y traerme una cajita de «Aspro»? Tengo una jaqueca... que no me tengo. Anda, mi reina, yo pondré a hervir el agua para el té, sé buena, mi bien, no sabes cómo te lo agradezco. No tardes, aprovecha esta clarita. Así la entretengo un poco. No es bueno que esté parada. Es muy temprano, demasiado temprano para tomar el té. Creerá que estoy bujali. ¿Adonde voy a estas horas? ¡No haya un guós! La maldita impaciencia me come, devorada estoy por ella. Ya es hora de que sientes cabeza, mi vida. A tus años no puedes perderla, ya hubo quien la perdió a tiempo y salió ganando, la bastarda. ¿Qué es eso? ¡Hamruch, Hamruch! ¿Es el teléfono? ¡No me digas! ¡Deja, deja, no lo cojas tú! ¿Dígame? ¡Dedé, mi bueno! ¿eres tú? No. No esperaba que me llamases, con este tiempo, sí, eso parece, ha parado un momento. Será para volver a empezar con más fuerza. No, no tengo nada que hacer. No me digas, ahora mismito estaba pensando en ello. No sabes cómo te lo agradezco. Sí, hijo, yo quería ir al cementerio y arreglar lo de la lápida y encalar... Eres un ángel. No tengo palabras para agradecértelo. Estaba deprimida y todo. Ya me dirás lo que te costó. Sí, sí, bueno, después hablaremos. Dentro de una hora. Encantada, mi rey. Claro que sí. No hace falta, me conviene hacer ejercicio. Gracias, bendito. Hasta luego. Hamruch, ya no hace falta que vayas a la farmacia. No, no me mires así, parece que te enteras de todo, esa sonrisa con la boca tuerta me inquieta. ¡A bueno está o acabarás echándome el mal de ojo! ¡Quién iba a decir que aquel vestido que me teñí de mala gana cuando se fue mamá me iba a servir ahora! ¿Estás contenta? Te conozco. No me importa. Yo también estoy contenta. Me pasaré el peine y un toque de polvos. ¿Sabes lo que te digo, Juani? Que este vestido siempre te estuvo bien. ¡Barbarita tenía una planta! ¿Qué habrá sido de ella? El cuello es un poco descocado, pero si me pongo un broche... la abejita que me regaló Esther antes de irse y siempre me trajo suerte. Me da mucho miedo perderlo, pero tiene un buen cierre. Juani... ¿por qué no envejecen los ojos? Menos mal, algo tenía que perdurar. ¿No pareceré ridicula? Un poco de rouge, Juani, estás muy pálida. Hamruch, mi vida, puedes marcharte, no te necesito. Aprovecha esta clarita. Hasta mañana, mi bien. Debería llevarle algún regalito, con lo del gato se me olvidó buscar los discos, il est tellement gentil, pero no encuentro nada que merezca la pena... ¡A bueno está! Las mujeres no regalan. ¡Andando, Juani, antes de que le dé por llover! El paraguas, y un chal. ¿Vamos, Hamruch? Sal, ve delante, que eres una torpona. ¡Anda, anda, mi vida! Si no fuera por ti... Mira lo que te digo, está mejorando, mañana vamos a tener un buen día. ¡Adiós, adiós, yo me voy por aquí, aprovecha, mi bueno, justo es que llegues pronto a casa! ¡Qué aire más limpio! Huele a tierra mojada. ¿Quién es ésa? De espaldas me pareció Beba Denkes. Pobrecita, ¡qué vieja está! La encuentro muy estropeada. Ella es. Me haré la tonta, es una pesada. Siempre fue mayor, éramos nosotras unas niñas y ya estaba ella hecha una mujerona. Estudió en l'Ecole Profesionnelle. Luchando toda su vida, la desgraciada. Ya me vio. La cosa no tiene remedio. La saludaré. Beba mi reina, ¿cómo estás? ¿No me reconoces? Lo que me faltaba. Eso, Juanita, sí, hija. No, igual no. Los años no pasan en balde. Tú estás muy bien. Sí, mi vida, pero yo te veo con buenos ojos. Subiendo, como todos, hija. Esto no es ya lo que fue... En Casablanca, muy bien casada. Le entre un mal. No, con un francés. Pensará en el valenciano, la memloca. ¿Y tus sobrinos? En el Canadá. ¡Pobres familias judías, pasar de este sol y esta bendición de clima a las nieves eternas!
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. ¡Quién lo iba a decir! ¿Esperando? Sí, hija, sí, claro, te avisarán, la esperanza es lo último que se pierde. Bendita... ¿qué harías tú en el Canadá? De policía montada, seguro. De ilusión también se vive. Lo que esperan tus sobrinos es que te mueras, no estás tú ya para esos trotes. Aunque no me extrañaría, porque entre ellos se protegen tanto... Adiós, adiós, mi reina. Llevo prisa. Nos veremos, adiós, lo bueno, adiós, Rose-Marie... ¡pobre! Sigue siendo guapa, por lo menos de cara, tiene una carilla muy graciosa, siempre la tuvo. Marinita Medina la quería mucho, y todos, porque nunca su boca ofendió a nadie. Andando, Juani, que es tardísimo. Con lo puntual que es Dedé... Temblor me entra de pensar en esos escalones que te chafan un par de medias por menos de un pitillo. También éste podía haber escogido un primer piso... Soy yo, Dedé, mi vida, ¿cómo estás? ¿He tardado mucho? No ha sido culpa mía. Me entretuvo la de Denkes. ¿La conoces? Claro, hijo, amiga de tu mamá. Como siempre, envejecida pero despierta. Siempre fue muy simpática. Esperando que sus sobrinos la llamen para irse al Canadá. Yo creo que no la llamarán nunca, pero ¿quién le quita la ilusión?
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. ¡Con lo que ha sido esa mujer! Trabajadora como nadie. Murió su hermana Luna y ella, la pobre, cargó con sus hijos y se quedó soltera, para cuidarlos. Una madre fue para ellos. No, no llueve, ponlo ahí. ¿Te gusta? Años... Mala cara tiene éste. Debe de haber pasado una noche... No te perdono, Esther, que no hayas contestado a mi carta pidiéndote informes. Hay algo en él que, con perdón, mamá, me recuerda a Adolfito, tal vez las ojeras, algo, algo, ¿qué más da? Una vena tiene. Eso es indudable. Normal, normal, lo que se dice normal no es. Para eso tengo yo mucha vista. No seas mal pensada, Juani. Estoy muy cansada, ¿dejas que me siente? Gracias, mi rey. No me atrevo a preguntarle, pero lo encuento muy desmejorado. ¿Se drogará? Y ese batín le sienta como un tiro. Tiene unas manos muy bonitas. Lo que tú quieras, mi bueno, ya sabes que conmigo no hay cumplidos. Pero... ¿tú bebes? Eso, de vez en cuando. ¡Dichoso tú! Una copita. De lo que tú quieras, menos de licor. ¡Qué bien se está aquí! ¿Sabes lo que te digo, Dedé? Que tienes una casa muy bonita. No puedo contenerme, se lo soltaré: Te encuentro muy desmejorado. ¿Has estado enfermo? Preocupaciones. Sí, tienes razón, repercuten en el hígado o en el sistema nervioso. Lo comprendo, preocupaciones no faltan, no me hables, que me lo pregunten a mí. No te pagan, claro. Los alquileres, no me digas más. Tampoco a mí me pagan la miseria de pensión que recibimos del Consulado. ¡No me digas! No sabía nada. Esta mañana he recibido una carta y no he querido abrirla. A lo mejor era eso. Le tengo un miedo a las cartas; cuando esperas lo mejor, resulta que son de propaganda. Tú, desde luego, estás enterado de todo, mi bien. ¿Cómo haces? Por un amigo. Tienes un retiro. Pues me alegro, no sabes el alegrón que me das. Está muy bueno este vino, de lo que ya no queda. ¿Dónde has encontrado estas almendritas? Ya, de Gibraltar. No me digas más, tu prima. ¿Y no tienes un abogado que te arregle lo de los alquileres? Ya, como todos. Desde que murió Saurin, y el cien mil veces bendito de maítre Cherif, los demás van a lo suyo. ¡Cuántas figuras benditas han desaparecido! Emilio Sanz, Many, Saurin, todos, todos los que hicieron la ciudad y nunca se aprovecharon. Se va lo bueno, y queda lo peor. ¡Meses y meses sin pagarte! No, ya lo sé. No puedes hacer nada. Son los intocables hijo, ahora tienen la sartén por el mango. Pero alguien le tiene que dejar a éste dinero, porque si no, no se podría vivir como él vive. ¿Por qué mentirá tanto la gente? Creerá este memloco que le voy a pedir prestado, no me conoce, tú no conoces a Juanita Narboni. Dinero no tendré, pero lo que es orgullo. Vas pero que muy equivocado. Dedé, no sabes cómo te agradezco lo del cementerio, porque este año, te lo juro, si no es por ti... Si quieres podemos ir esta semana. Ya me dirás lo que te debo, mi rey. No, no digas «no hablemos de eso» porque no. De esas cosas hay que hablar. Está bien. ¿Sabes lo que te digo? Que este vino entra bien. De veras. Llevo unos días desganada. Eso, otra copita. Cuando quieras. Toda la noche me la pasé soñando con las maravillas que tu mamá guardaba en el arca. Mejor será que no le cuente la noche que pasé con aquel maldito gato, me iba a tomar por chiflada. No, no, llegué muy bien. Sí, se apagaron las luces —no me lo recuerdes, maldito—. Un peligrazo. Sí, hijito, sí, en estos tiempos es un peligrazo. Pero ya te digo, sin novedad, gracias a Dios. ¿Sabes una cosa, Juani? Que me está entrando miedo. Será una tontería, pero ese afán por enseñarme las cosas de mamá no me gusta. No me gusta nada. ¿Habré tropezado con un loco? Ha leído una tantas cosas en los periódicos, lo que me faltaba era morir ahorcada con una media de Laurita. Buen final. El olor de esta habitación... huele a medicamentos. Pobrecito, tal vez conmigo se desahogue. Caridad, Juani. Si estuviera vivo el padre Alfonso... No lo puedo remediar, cada vez que atravieso esa puerta me tiemblan las piernas. ¿Las llaves? Pues no sé, hijo, tú sabrás. Está nervioso. Ya las encontró. Debajo de la falda de la muñequita de biscuit, la tapateléfono. Tiemblas demudado. Es la emoción. Sí, no puede ser otra cosa. No veo nada. Eso, descorre las cortinas, me tranquilizaré. Ahora se ve mejor. ¿Qué es esto? ¡Cuánta ropa! Ropa interior. Parece mentira. Seda natural, eso es seda natural, y encajes, nada de esto se lleva. Una loca, Laurita murió enloquecida. Esto no es normal. ¿Y esto qué es? Mejor no preguntarlo. Sostenes, ligueros, cucos... Me sospecho lo peor. ¿Qué pretende este loco? No entiendo nada. Muy bueno todo, mi rey, muy bueno y muy bonito. La mayoría de las prendas no las utilizaba. Ya. Le gustaba acariciarlas. ¡Guós por mí se haga! ¿Adonde vine a caer? Exquisito, de un gusto exquisito. Cada vez que veo ese retrato, no puedo remediarlo, desde el primer momento lo pensé: cara de loca. Los mismos ojos de enloquecida que los que tiene el hijo. Medias de seda, no, no quiero verlas. No las acaricies que me estremezco. Estoy a punto de gritar. Ya pasó. No sé por qué pienso lo peor. Siempre me perdió el exceso de imaginación, pero cuando Juani tiene una sospecha, nunca se equivoca, que no te equivocas, Juani, que está todo más claro que el agua. ¿Cómo no te has dado cuenta antes? ¡Qué más da! Si lo que yo pienso es cierto, que Dios me perdone, pero a estas alturas ¿qué importa? Mamá, sin querer, cuánto daño me hiciste. Y, ahora, yo queriendo, no parece sino que todo haya pasado y que las cosas ya no tengan tanta importancia. Sí, estoy extasiada, bendito. Extasiada. Para mí se queden los terrores que estoy pasando. Tarros y tarros de perfume. Me estoy poniendo malísima y al mismo tiempo mis ojos no se apartan de ese horror, de este armario que parece un mausoleo. ¿Qué es esto, mi rey? Un traje de disfraces. Eso me pareció. ¡No me digas! Una copia exacta del que lució Raquel Meller en
Violetas imperiales.
¡Qué bonito! ¿No me voy a acordar? Esas cosas nunca se olvidan. Con la descansada de mamá la vi. «Cuando voy a los bailes del duque de Osuna, con el miriñaque de rico moaré...» No me mires de ese modo, ya sé que no tengo voz. «Oigo que murmuran: no existe ninguna que tenga más breve, ni más lindo pie.» ¿Cómo sigue? No me acuerdo. Eso: «En el Madrid romántico, no se oye otra canción, Mariquita, Mariquita, doña Mariquita de mi corazón. Si al volver del Retiro cuando acaba el día, me encuentro con Larra, me causa placer... Espronceda me suele decir madrigales, que expresan el fuego de su admiración, y todos repiten muy sentimentales: doña Mariquita, doña Mariquita, de mi corazón.» Tienes muy buen oído y muy bonita voz. ¡Qué tiempos! ¡Nos reiremos, qué remedio! Mejor reír que no llorar. No, no Dedé. No es por eso, hombre, es que... resultará tan complicado, no es un vestido normal. ¿Y la pamela? Se perdió. No, no hables de mis ojos. No tienen nada que ver con la cosa. La verdad es que yo ya no me acuerdo de cómo eran los ojos de Raquel, pero sí recuerdo que en aquella película llevaba unos tirabuzones preciosos. Un orinal, el orinal de Laurita. Lavativas... Hijo, esto parece el vestíbulo del antiguo hospital español o el de la Gota de Leche. Perdona, pero estoy pensando lo peor. ¡Qué miedo me da todo esto! No sé por qué, pero me da miedo. Sobre todo cuando esos objetos pertenecieron a alguien que se fue. Tengo la vaga impresión de que la muerta va a aparecer de un momento a otro. No puedo remediarlo, soy demasiado sensible. Si hubiera venido con aquella marrana, nos hubiéramos echado a reír, pero yo sola... Mira lo que te digo, la cosa me da pena. ¡Pobre hombre, no tiene a nadie con quien desahogarse! Por lo menos, en ese sentido. Mira por dónde topó con la pobre de Juanita. Lo que a mí me cae... ¡Que la Providencia me asista! Luego dicen que las películas... Sigo insistiendo, se parece a alguien. La verdad es que no parece sino que el cementerio de Bubana ha llegado hasta aquí, se ha extendido por toda la ciudad y somos todos unos muertos. Ésa es la verdad. Una pastilla gastada de jabón que huele a violetas, la última pastilla de jabón de Laurita. Cómo seré de mal pensada, que pienso que muchas veces este ser se vestirá con la ropa de mamá, y dormirá en la camita de Laura. Películas, para mí se queden. Lo que no da el celuloide lo da la vida. Moritos habrá por la ciudad que huelan a violetas, para eso quedó el jabón de mamá. Juanita de mi alma, deja de pensar en esos disparates. No puedo, no puedo, lo llevo en el alma. Lo que no tiene remedio, no lo tiene nunca. Dedé, mi vida, ¿te importaría ofrecerme una taza de té? No lo sé, hijo. Me he conmovido. ¡Con qué cuidado lo mima todo! Muy bien de la cabeza no anda el pobre, me recuerda a alguien, lo malo es que no sé de momento a quién. Mira, Dedé, está mejorando el tiempo. Lo que tiene es enfermizo, esa forma de mover las manos, ese temblor... No, no es normal. Tarde o temprano me enteraré. ¿Qué es esto? ¿Qué me estás enseñando? Mi hermana y yo en Villa Harris. ¿De dónde la sacaste? Esa foto nos la hicimos antes de la guerra española. ¡Qué vergüenza! ¿Cómo salió esto de casa? ¿Quién te la dio? No, no me lo digas, no quiero saber nada. El pasado que vuelve. La compraste en el Zoco de Fuera, peor y más negro. Vendidas en el mercado, como las esclavas. ¿Cómo salió de casa esta fotografía? Este retrato... Las dos... Nunca me enteré de nada. Las dos en la piscina de Villa Harris. ¿Para esto quedaste, Juanita? Aquella cerda memloca la perdería. Te la encontraste dentro de un libro que compraste. No puedo creerlo. Aunque eso ya es otra cosa. Por lo menos no estábamos tan a la vista. Sí, hijo, sí, antes de la guerra española. Sí, hijito, sí, muy guapa... y yo también —no intentes arreglarlo—. Ella siempre le gustó a toda clase de hombres. Algún día te explicaré quién era esa perra. Mejor que me contenga y me calle, no es el momento oportuno. No, gracias, mi bueno, una simple tacita de té. No, no quiero tomar nada. No se me apetece. Estoy peor que Carmencita Maude, que no fue a los funerales de su hermano porque no se lo pedía el cuerpo. Mira, está llegando el vapor-correo. Ya está mejorando, las gaviotas vuelan más alto. Esta tarde llega con retraso. Hay mar de fondo. ¡Me encanta, me encanta, pero te juro que por mí no lo hagas! ¿Lo has hecho tú? ¡No me digas! Tienes que darme la receta. Mamá, la descansada, lo hacía muy bien, pero no le daba este punto, te lo juro. Piñones molidos, claro, y estas pasas corintas que son una delicia. ¿Llevaría Laurita aquel vestido la misma noche en que yo me vestí de Colombina? ¡Qué misterio! Esther, Esther, nunca te lo perdonaré, necesito información, mi reina. ¿Quién guós sabe quiénes eran estas gentes? Dedé, está oscureciendo. ¿Vas a salir? No me gusta que andes por esas calles hasta las tantas. No, no te rías. Esto ya no es lo que fue. ¿Qué es eso? ¿No me lo quieres decir? Una sorpresa. Bueno está. Te lo prometo, no lo abriré hasta que no llegue a casa. Pero no me gusta que te metas en esto. No están los tiempos como para hacer derroche. El día que cobres todo lo que te deben de los alquileres, ese día lo festejaremos. Pero hasta entonces... Oye, ¿quedamos en lo del cementerio? Cuando tú me digas, pero ya sabes que tiene que ser este mes. Llevo un rato pensando a quién se parece y no doy con la persona. Y lo curioso es que se parece a alguien. Si estuviera aquí esa perra maldita, ya le hubiera sacado el parecido enseguida. Para eso se daba muy buena maña. La descansada de mamá también tenía muy buen ojo. Hubo un tiempo en que nos enamoramos del portero del American Cinema porque se parecía a Tyrone Power. La pécora aquélla seguro que lo arrastraría a algún portal... Con ese batín y esos ojos, miedo y risa me entran. Está loco por decirme que me pruebe algunas prendas de Laurita, pero no se atreve, no sabe cómo. La verdad es que si fuera ese abrigo, no me importaría. Le daré pie. ¡Qué maravilla, Dedé! ¡Qué piel más fina! Da gusto pasar la mano por él. ¿De nutria, dices? ¿Nutria auténtica? Debió costar un dineral. Perdona, soy una indiscreta. Se ríe, el cabrón. Satisfachado. Pero no me dice lo que costó. ¡Cómo me gustaría saber quién era Laurita! ¡Esther, Esther, no te lo perdono! ¿De veras? ¿De veras no te importa? Las mujeres somos insoportables. Perdona que te lo diga, pero no puedo resistir la tentación. Ayúdame. No sé si daré la estatura de la descansada de tu mamá. Es una delicia. ¿Quieres que dé un paseíto? Espera... Juani, hazlo bien, mi reina. Esos andares... Acuérdate de Constance Bennet

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