La vida perra de Juanita Narboni (18 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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¿Pero qué guós de mierda es esto? Llevo una hora aquí plantada. Las cosas como son, muerta de miedo. Noche cerrada. Como que ya han pasado todos los cabreros del mundo, hasta las cabritas duermen. Por supuesto, ya no encontraré nada abierto. Compraré una lata de atún en algún bacalito
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, un tomate quedó en la fresquera. Dios quiera que a Hamruch no le haya dado por entomatarse. Si apareciera alguien... Hasta la luna me mira con cara de guasa. Ni un maldito taxi. Claro, hoy es la verbena de las Viudas y Huérfanos del Ejército. ¿Cuándo organizarán una verbena para las desgraciadas solteras como yo? Huelga de autobuses, no me extrañaría, porque tengo un massaj... Me comeré un bizcochito. Sombras. Cabileños con sus burros
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, menos mal. Mamá, tú siempre lo dijiste, en esta ciudad no violan a quien no quiere. Eso me tranquiliza, porque en estos momentos, maldita la gana. Alguien se acerca. Que sea para bien. Hombre es. No le veo bien la cara. Algún obrero. Español. «Buenas noches, caballero, ¿me podría decir la hora que es? ¡Qué disparate, las nueve y veinte! Una hora llevo esperando. Una avería, seguro. Sí, tiene usted razón, es que ni siquiera pasa un taxi... ¿Muy lejos vive usted? Por la almadraba. ¡Bendito Dios! ¿A qué hora va a llegar usted a su casa? No hay derecho. No sé para qué han puesto autobuses nuevos. Por los niños, claro, sí, hijo sí. Se gana de todo aquí, pero ¿de qué sirve? Sale usted al amanecer... ¿Muchos hijos? Siete. Que Dios se los conserve. Eso, menos mal que ha dado con una buena mujer porque en estos tiempos hay cada pieza... Gracias a Dios. ¿Ella trabaja también? Sí, claro, si no no se podría. ¿Una casita en el pueblo? Hay que pensar en el día de mañana, tiene razón. Sí, hijo, sí, acabará marchándose todo el mundo. Este bienestar no puede durar. ¿Es usted andaluz? Se nota. Yo soy andaluza por parte de madre. ¿De Montejaque? ¡No me diga! Mi pobre mamá era de San Roque. A mí me gusta mucho Andalucía, lo llevo en la sangre, no lo puedo remediar...» Juani, que te estás pasando. ¡Hace una noche tan bonita! Breve encuentro... «Ronda me encanta. Sí, eso dicen que el corcho se da bien (qué entenderé yo de corchos). No me extraña, en cambio la aceituna la pagan de lo peor (cultura general estás adquiriendo esta noche, Juanita).» ¡Aquí está el autobús, gracias a Dios, menos mal, porque ahora se me estaban apeteciendo unas aceitunitas! ¿Se sentará a mi lado? Es discreto, el pobre, esto va vacío. Pues mira lo que te digo, Juani, me hubiera encantado. Pero no, al pobrecito le da miedo, como yo soy una señorita. Las señoritas con los señoritos, las pobrecitas con los pobrecitos. ¡Menuda mierda! De esa forma... Una sonrisa, Juani, una sonrisa, es lo menos que se merece, y no es feo el hombre, lo que le ocurre es que está gastado y no precisamente por el vicio, sino por el trabajo. ¡Qué mal repartido está el mundo! No divagues, Juani, no divagues. Contempla ese paisaje a la luz de la luna, contempla las colinas y las sombras de los árboles, nunca te sentirás comprometida contemplando esas cosas. Le vrai bonheur c'est le bonheur des autres. ¡Cómo viven estos hijos de su madre! ¡Y cómo corre este cabrón de chófer! ¡Claro, como vamos dos! ¿Qué más le da? Capaz es de dejarnos tirados en la cuneta. No estaría mal. Yo desvanecida, al abrir los ojos, me encuentro entre los brazos de ese hombre. ¡Juani, por amor de Dios, no tienes remedio! Me bajaré en la plaza de Francia. ¿Y si le ofreciera un bizcochito como la que no quiere la cosa? No, no lo comprendería, o lo comprendería del todo y sería lo peor. Amargo bizcochito el que me llevo a la boca porque es el manjar nunca compartido. ¡Deja ya de disparatar! Que lleguemos con bien, porque a la velocidad que nos lleva este loco... Estará cansado el pobre, deseando de terminar para estar con los suyos. Mujer, hijos, y yo deseando no acabar nunca porque al final de este trayecto no me espera nadie. Mira, el Consulado español lleno de luces, y el Grupo Escolar... Farolillos. Se me hace un nudo en la garganta, si esa bastarda hubiera sido una mujer normal esta noche vendríamos las dos juntas... No, no llores, Juani, está prohibido. Ya hemos llegado a la plaza de Francia. «Pare aquí, por favor.» Lo saludaré. Haré un tour de force que no es ningún tour de force porque bien sabe Dios que lo hago de corazón. «Adiós, buenas noches, saludos a su señora y besos a los niños.» Eso es, hijo, «vaya usté con Dios». Eso quisiera yo, ir con Dios esta noche, pero me parece que más bien con quién voy es con el demonio. Tiene los ojos bonitos.

Ese bastón lo conozco yo. Esa cabecita de perro, de marfil, con los ojitos que son dos rubíes, la conozco yo. ¡A bueno está! Deja de reflexionar. Siempre estás pendiente del prójimo. ¿De cuándo el prójimo se ocupó de ti? Demasiado bien lo sabes, desde que ocurrió aquello. Y no creo que todavía haya dejado de ocuparse, me señala con el dedo, marcada siempre. Juani, por favor, amarás a tu prójimo como a ti misma. Lo sé, pero da la bendita casualidad de que yo no me amo mucho a mí misma. Yo me odio. Pecado. Pero ese bastón lo conozco yo. ¿Dónde demonios he visto yo ese bastón? ¡Niños, montos! ¿para eso quedaron los jardines de Ochoa, para que vosotros os meéis? La descansada de mamá siempre lo dijo: pena de darles perlas a los puercos. ¿Quiénes vivirán ahora en la Terraza Renschhausen? Siento como si me clavaran un enchufe eléctrico en la espalda, como a la pobrecita de Adelaida, que poco antes de morir le dio la locura de que se sentía enchufada por todas partes. Y mira tú a quiénes escogió para lo del enchufe, al padre Donato y al doctor Oñeda. Me la encontré una tarde por la cuesta del Sagrado Corazón como paralizada. Me dijo: «Perdona que no te salude, Juani, pero en estos momentos me están enchufando quienes tú sabes. Así llevo una semana. Quieren enterarse de todo lo que sé, si piensan que voy a decirles algo..., ni siquiera me atrevo a quitarme el corsé por las noches. En cuanto me descuido, me enchufan.» Pues así estoy yo ahora, como enchufada. Alguien me está mirando con unos prismáticos. Lo peor es que llevo una carrera en las medias. Me gustaría saber quién es. Me volveré con disimulo. También hay gente asomada en las ventanas de la casa de Rendo. Pobre mamá, siempre estuvo ilusionada por una casa frente al mar pero con el carácter de papá, que nunca quiso molestar a nadie, ni siquiera para nuestro bien, y ahora si vieras, mamá, si levantaras la cabeza, mejor será que te quedes donde estás. Gladiolos, nunca me gustaron. Arrancaron la buganvilla. Demasiado bajo vuelan las golondrinas... va a llover, me lo dice el cuerpo. La sirena de un barco; a estas horas el de Algeciras no puede ser... Aquellos barcos de la Compañía Paquet... Me sonríe. Esa cara también la conozco. Pobre... ¿quién será? Parece fino. Juani, encanto, hasta la memoria la estás perdiendo. Si estuviera aquí Esther, una mujer sola llama siempre la atención. Ya ni siquiera tenemos la tienda de Marinita Medina y la Purísima sólo la abren por las mañanas. Eran nuestros refugios. ¿Quién me dijo que al anochecer atracaban a las mujeres solas? ¿Para esto queríais la independencia? El dolor en las piernas no lo soporto, si estuviera vivo el doctor Many, la descansada de mamá tenía mucha fe en él. Yo, muchas veces, ni siquiera me creo que están muertos, ¡cuántos muertos, Señor, no puede una pronunciar un nombre!, me parece que los voy a ver pasar delante mía de un momento a otro pero sólo tropiezo con caras desconocidas, extrañas, que te miran como si fueras un bicho raro. Ese hombre... Su cara, sin embargo, no me es extraña, me trae de cabeza, me mira y se sonríe, lo que me faltaba era una conquista a mis años. ¿No se estará burlando de mí, el maldito? No lo creo. Tampoco él es un dechado de beldad que digamos. «Buenas tardes», inclinaré la cabeza, qué remedio. ¿Me conoces? Y yo a ti, mi rey, se te nota en la cara que estás deseando soltar prenda. ¡Claro que me conoces, soy más conocida que la Rita! Seguro. Debe de tener mi edad. «La que se le escapó la hermana» estarás pensando. Famosa me hizo la puta, malograda mi fama. «¿Me conoce usted? En efecto, soy la señorita Narboni.» La muerta viviente de la familia. «No, no, quisiera recordar pero no caigo. Perdone usted, pero en este momento es que no caigo. ¿Dedé Trilby? Me suena, me suena muchísimo.» Mira lo que te digo, Juani, me suena. «Perdone la pregunta: ¿usted no tenía dos hermanitas mellizas que murieron cuando lo de la gripe española?
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. Eran muy niñas. Habíamos ido juntas a la escuelita de Madame Pomfard. Una se llamaba Dorila, tal vez haya sido un poco indiscreta. ¿No? Gracias. Eran primas. Ya, hijo único. Claro, claro, hijo de Laurita Luzón. ¿Acaso era usted pariente de Herminia Luzón? Pariente lejano...» Ya decía yo que ese bastón lo conocía. ¡Mira a qué manos ha venido a parar la cabeza de perrito que a mí de niña me hechizaba! La pobre Herminia llevó bastón toda su vida. Las malas lenguas dijeron siempre que en el viaje de novios el marido la empujó por las escaleras de un hotel de Niza. Perrito, perrito, quién nos iba a decir que al cabo de tantos años íbamos a volver a encontrarnos. Bueno, deja de pensar en el perrito, mal educada, te está hablando este señor. «Perdone, estaba distraída, ¿qué me decía usted? ¿De Gibraltar? ¿Sus padres eran de Gibraltar? ¿Cómo no?» Ingleses, como yo. Su padre fue amigo íntimo de papá. Nunca me enteré, no lo sabía, papá nunca nos habló de sus amistades. Claro que si no hubieran sido de Gibraltar, lo serían de La Línea, Algeciras, Los Barrios, San Roque o Jimera de Libar, lo mismo da, ¡para lo que sirve eso ahora! Sí, hijo, sí, sí, bendito, todo ha cambiado tanto que en estos momentos me están entrando ganas de llorar. No queda nadie, la ida del fumo. Los que no se fueron por un lado, se fueron por otro. ¿Qué va a ser de nosotros? Eso mismo me pregunto yo a cada instante. «El Consulado, no me hables del Consulado, claro, como yo, ya no estamos para ir a ninguna parte. Mejor no hablar. Laisse tomber...» Este solecito es una bendición. «Sí, mira en lo que quedó, si te digo la verdad, nunca me gustaron. ¡Por favor, no faltaba más, siéntese, siéntese!» Lo prefiero antes de que lo haga un yibilo
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y me arranque el bolso. «Son unos jardines como de paso, en cambio los jardines ingleses...» «Por supuesto que no, pero los he visto siempre en las latas de galletas Crawford y en los calendarios. Este sol lo achicharra todo, hasta nosotros estamos achicharrados. ¿Las galletas «Crawford»? Hace años que no las pruebo. Me encantan. ¡Hemos dejado de probar tantas cosas buenas, que al final acabas acostumbrándote! Yo no sé si se acordará usted —o te acordarás— de aquellas medias que vendían por Navidad en las tiendas de ultramarinos, que venían de Gibraltar y que estaban llenas de juguetitos, golosinas y crackers, y aquellos sobrecitos de papel que eran japoneses y que cuando los echabas en un vaso o un jarrón lleno de agua, se convertían en una flor. ¡Calla, calla, todo esto ha sido un castigo de Dios! Los mimos, hijo, estábamos muy mal acostumbrados. No quede nada... ¿Esto? Sí, es una tela muy bonita, lo último que compré en Le Grand París. Es piedra, mi rey, toca, toca, si supieras las veces que la llevo lavada, y no pierde el color, ni el apresto... No. La hechura es de Apolinar, pobrecito, otro que se fue. El descansado me cobró un dineral, fue una locura, pero le tengo mucho cariño, como que no me lo pongo casi nunca. Antes sí, pero desde hace un tiempo no hay dónde ir, ni siquiera de tiendas. No encuentras nada. Bazares, pretos bazares, y tal como se ha puesto todo, como no salga una con un jaique, no se adonde vamos a parar. En las casas de la Cuesta, toda la vida, son unas casas muy antiguas, no tienen comodidades, pero una sola... ¿Mi hermana? ¡Ah sí! —Ya salió mi hermanita—. Está muy bien, gracias. —Le entre un mal—. En Casablanca, casada con un francés y con niños. —¡Toma, por si las moscas, mi bueno!—. Ni tiempo de escribir, está una tan atareada... No, no, nunca me gustó Casablanca. Yo he nacido aquí y aquí moriré, si es que Dios se digna recoger mi cuerpo. Gracias, lo bueno, pero son muchos años por más conservados que parezcan. Agua fresca y jabón era el secreto de la descansada de mamá. ¿De la tuya también? Las mujeres de antes, no eso que se ve ahora por las calles. ¿Hace mucho tiempo que murió? Hace seis años, pobrecita. Que Dios la tenga en Su Santa Gloria. De cáncer...» ¡Guos, guos, toca madera, Juani, ahora éste me va a contar los pormenores! Cortaré. «Yo también perdí a la mía en el mejor momento, cuando más falta estaba haciendo en nuestra casa. Es ley de vida, hijo. No, no gracias, de veras, otro día, es ya un poco tarde...» Juani, ¿será esto eso que se llama una proposición deshonesta? Pues mira lo que te digo, me gustaría aceptar. Yo sola con un hombre por esos callejones, lo que no diste que hablar en su momento lo ibas a dar ahora. ¡Lo que te faltaba! Juani, aléjalos, aleja esos malos pensamientos, por favor. «¡Aléjalos, aléjalos, por favor, a mí siempre me han dado mucho miedo los pájaros! No, serán gornones, pero tienen plumas...» Pobre hombre, parece buena persona. Que se te quite de la cabeza, Juani. Lo único que te faltaba era eso, tú sola con un hombre por los callejones. Acuérdate lo que lo criticaba mamá. El desgraciado me da pena, quiere enseñarme las cosas de su madre. La madre debió de ser bastante guapa, porque él no es feo. Un pretexto, ¿no será acaso un pretexto? Juani, por favor, estamos en un mundo civilizado. Ya lo sé, pero para ciertas cosas es mejor ser un poco antigua. Acuérdate de lo que le pasó a la moderna. Así te va, Juani. Así te ha ido siempre. Es mi sino. Ya tenemos bastante con mi hermanita, que se escapó con el primero que se encontró en la calle. ¡Y de pensar que tengo que volver a casa sola! Me están entrando unas tristezas... Acepta, Juani, es una obra de caridad. Lo consultaré con mi confesor. Otro día. «Sí, es verdad, antes teníamos el
Diario España
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, La Dépéche Marocaine
o el
Tangier Gazette
y se enteraba una de algo, pero ahora, eso es, vivimos aislados, como si estuviéramos envueltos en algodón. Tienes razón, hasta para comprar tejeringos tenemos que ir al quinto infierno. No, nunca me gustaron, son muy indigestos. A mí me gustan los tejeringos. Bueno, la chuparquía sí
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. Es muy empalagosa, pero sin abusar, me gusta. No, solita, vivo solita. No, no quiero perros, todo lo amigo del hombre que tú quieras, hijo, lo reconozco, pero exigen un sacrificio enorme y luego cuando se te mueren, te llevas el disgusto más grande de tu vida. ¿Los gatos? Me horrorizan, si te digo la verdad, más que los pájaros. Plantitas, tengo unas plantitas de nada. Eran de mamá, me acompañan muchísimo, me distraen, mamá para criarlas tenía mano de santo, como que muchas veces nos pedían nuestras plantas para adornar la entrada del Teatro Cervantes, sobre todo en los bailes de Carnaval y en los de fin de año. ¿Cómo? ¿Qué dices? ¿Adolfito? ¿Pero es que tú eras amigo de Adolfito?» No me digas, que te veo venir, a ver si va a resultar ahora que eres El Zorro. «Claro, claro, era una generación distinta.» Y tan distinta, mi rey, como que me están entrando ganas de ir a tu casa. ¡Pobre mío! «Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo que otro sabio iba comiendo las hierbas que él arrojó.» Este infeliz está más solo que yo.

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