La velocidad de la oscuridad (38 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—Mi... una amiga me prestó este libro. Dijo que era el mejor sitio por donde empezar.

—¿Es la mujer de la que habla Emmy?

—No, otra persona. Es doctora; está casada con un hombre que conozco.

—¿Es doctora del cerebro?

—No lo creo.

—¿Por qué te dio el libro? ¿Le preguntaste por el proyecto?

—Le pregunté por un libro sobre el funcionamiento cerebral. Quiero saber qué van a hacer con nuestro cerebro.

—Las personas que no han estudiado no saben nada sobre cómo funciona el cerebro —dice Bailey.

—No sabía nada hasta que empecé a leer —digo yo—. Sólo lo que nos enseñaron en el colegio, y eso no fue mucho. Quise aprender por esto.

—¿Y has aprendido? —pregunta Cameron.

—Hace falta mucho tiempo para aprender todo lo que se sabe sobre el cerebro —digo—. Sé más de lo que sabía, pero no sé si sé lo suficiente. Quiero saber lo que ellos creen que pasará y qué puede salir mal.

—Es complicado —dice Chuy.

—¿Sabes algo del funcionamiento del cerebro? —pregunto.

—No mucho. Mi hermana mayor era médico, antes de morirse. Intenté leer algunos de sus libros cuando estaba en la facultad. Entonces vivía en casa con mi familia. Pero sólo tenía quince años.

—Quiero saber si crees que ellos pueden hacer lo que dicen que pueden hacer —dice Cameron.

—No lo sé. Quería ver lo que decía el doctor hoy. No estoy seguro de que tenga razón. Esas imágenes que mostraron son como las de este libro... —Palmeo el libro—. Él dijo que significaban algo diferente. Éste no es un libro nuevo y las cosas cambian. Necesito encontrar imágenes nuevas.

—Muéstranos las imágenes —dice Bailey.

Busco las páginas con las imágenes de la actividad cerebral y coloco el libro sobre la mesa. Todos miran.

—Dice que ésta es la actividad cerebral cuando alguien ve un rostro humano —digo—. Creo que es exactamente igual que la imagen que el doctor dijo que correspondía a ver una cara familiar en un grupo.

—Es la misma —dice Bailey, al cabo de un momento—. El promedio de la anchura de líneas respecto al tamaño general es exactamente el mismo. Los puntos de colores están en el mismo lugar. Si no es la misma ilustración, es una copia.

—Tal vez para un cerebro normal la pauta de activación sea la misma —dice Chuy.

No se me había ocurrido eso.

—Él dijo que la segunda imagen era de un cerebro autista mirando una cara familiar —dice Cameron—. Pero según el libro es la pauta de activación al mirar una cara desconocida compuesta.

—No entiendo eso de «desconocida compuesta» —dice Eric.

—Es una cara generada por ordenador usando los rasgos de varias caras reales.

—Si es cierto que la pauta de activación de los cerebros autistas que reconocen una cara familiar es la misma que la de los cerebros normales que miran una cara desconocida, ¿entonces cuál es la pauta de activación autista al ver una cara desconocida? —pregunta Bailey.

—Yo solía tener dificultades para reconocer a la gente que se suponía que conocía —dice Chuy—. Siempre tardo en aprenderme las caras de la gente.

—Sí, pero lo haces —dice Bailey—. Nos reconoces a todos, ¿no?

—Sí —dice Chuy—. Pero tardé mucho tiempo, y al principio os reconocía primero por las voces y el tamaño y esas cosas.

—Lo importante es que ahora lo haces. Si tu cerebro lo hace de un modo distinto, al menos lo hace.

—Ellos me dijeron que el cerebro puede seguir caminos distintos hasta la misma meta —dice Cameron—. Si alguien resulta herido, por ejemplo, le dan ese medicamento (no recuerdo cuál) y lo entrenan un poco y puede volver a aprender a hacer las mismas cosas usando una parte distinta del cerebro.

—A mí también me lo dijeron —digo yo—. Les pregunté por qué no me daban el medicamento y dijeron que conmigo no funcionaría. No dijeron por qué.

—¿Y este libro lo dice? —pregunta Cameron.

—No lo sé. No lo he leído entero todavía.

—¿Es difícil? —pregunta Bailey.

—Algunos trozos, pero no tan difícil como yo pensaba que iba a ser. Empecé por leer otras cosas. Eso me ayudó.

—¿Qué otras cosas? —pregunta Eric.

—Leí algunos de los cursos de Internet. Biología, anatomía, química orgánica, bioquímica. —Me está mirando; agacho la cabeza—. No es tan difícil como parece.

Nadie dice nada durante varios minutos. Puedo oírlos respirar; ellos me pueden oír respirar a mí. Todos oímos todos los sonidos, olemos todos los olores. No es como estar con mis amigos en la esgrima, donde tengo que tener cuidado con lo que advierto.

—Voy a hacerlo —dice Cameron de repente—. Quiero hacerlo.

—¿Por qué? —pregunta Bailey.

—Quiero ser normal —dice Cameron—. Siempre quise. Odio ser diferente. Es demasiado duro y es demasiado duro fingir ser como todos los demás cuando no lo soy. Estoy cansado de eso.

—«Pero ¿no estás orgulloso de ser quien eres?» —El tono de Bailey deja claro que está citando el eslogan del Centro: «Estamos orgullosos de ser quienes somos.»

—No —dice Cameron—. Yo fingía estarlo. Pero en realidad... ¿de qué hay que estar orgulloso? Sé lo que vas a decir, Lou. —Me mira. Está equivocado. No voy a decir nada—. Dirás que las personas normales hacen lo que nosotros hacemos, sólo que en cantidades más pequeñas. Montones de personas se autoestimulan, pero ni siquiera se dan cuenta. Dan golpecitos con el pie o se retuercen el pelo o se tocan la cara. Sí, pero ellos son normales y nadie les hace parar. Otras personas no establecen contacto ocular, pero son normales y nadie las obliga a establecerlo. Tienen algo que compensa la parte pequeñita de sí mismos que actúa de manera autista. Eso es lo que yo quiero. Quiero... quiero no tener que intentar con tanto esfuerzo parecer normal. Sólo quiero
ser
normal.

—«Normal» es un secador de pelo —dice Bailey.

—Normales son las otras personas. —El brazo de Cameron se estremece y él se encoge violentamente de hombros; a veces eso lo detiene—. Este... este estúpido brazo... Estoy intentado ocultar que está mal. Quiero que esté
bien
.

Su voz se ha vuelto más fuerte y no sé si se enfadará más si le pido que se tranquilice. Ojalá no lo hubiera traído aquí.

—De todas formas —dice Cameron, un poco más bajo—. Voy a hacerlo, y no podéis detenerme.

—No voy a intentar detenerte —digo.

—¿Vosotros vais a hacerlo? —pregunta. Nos mira a cada uno por turno.

—No lo sé. No estoy preparado para decirlo.

—Linda no lo hará —dice Bailey—. Dice que renunciará a su empleo.

—No sé por qué la pauta es la misma —dice Eric. Está mirando el libro—. No tiene sentido.

—¿Una cara familiar es una cara familiar?

—La cuestión es encontrar lo familiar en lo diferente. La pauta de activación debería ser más similar a la de encontrar una no-cara familiar entre diferentes no-caras. ¿Sale esa imagen en este libro?

—Está en la siguiente página —digo—. Dice que la pauta de activación es la misma, excepto que encontrar la cara activa la zona de reconocimiento facial.

—A ellos les importa más el reconocimiento facial —dice Eric.

—Las personas normales se preocupan por las personas normales —dice Cameron—. Por eso quiero ser normal.

—Las personas autistas se preocupan por las personas autistas —dice Eric.

—No es lo mismo —responde Cameron. Contempla al grupo—. Miraos. Eric está haciendo pautas con el dedo. Bailey se está mordiendo el labio. Lou intenta con tanta fuerza estarse quieto que parece un trozo de madera y yo estoy dando saltitos lo quiera o no. Vosotros aceptáis que doy saltitos, aceptáis que llevo dados en el bolsillo, pero no os preocupáis por mí. Cuando tuve la gripe la primavera pasada, no llamasteis ni me trajisteis comida.

Yo no digo nada. No hay nada que decir. No llamé ni le llevé comida porque no sabía que Cameron quería que hiciera eso. Creo que es injusto que se queje ahora. No estoy seguro de que la gente normal llame ni lleve comida a alguien cuando está enfermo. Miro a los demás. Todos apartan la mirada de Cameron, igual que yo. Me cae bien Cameron; estoy acostumbrado a Cameron. ¿Cuál es la diferencia entre que te caiga bien y estar acostumbrado a alguien? No estoy seguro. No me gusta no estar seguro.

—Tú tampoco —dice Eric por fin—. No has ido a ninguna reunión de la sociedad desde hace más de un año.

—Supongo que no. —La voz de Cameron es suave ahora—. Sigo viendo... no puedo decirlo... a los mayores, peores que nosotros. No a los jóvenes; a ellos los curan al nacer o antes. Cuando yo tenía veinte años resultó de gran ayuda. Pero ahora... ahora somos los únicos que quedan. Los autistas mayores que nosotros, los que no recibieron la atención a tiempo... no me gusta estar con ellos. Me hacen temer que yo pudiera volver a eso, a ser como ellos. Y no hay nadie para ayudarnos, porque no hay jóvenes.

—Tony —dice Bailey, mirándose las rodillas.

—Tony es el más joven y tiene... ¿cuántos, veintisiete? Es el único menor de treinta años. Todos los demás jóvenes del Centro son... diferentes.

—A Emmy le gustas —dice Eric. Lo miro; no sé qué quiere decir con eso.

—Si soy normal, nunca más tendré que ir a un psiquiatra —dice Cameron. Pienso en la doctora Fornum. No tener que verla es casi motivo suficiente para arriesgarse al tratamiento—. Puedo casarme sin un certificado de estabilidad. Tener hijos.

—Quieres casarte —dice Bailey.

—Sí —responde Cameron. Su voz vuelve a ser alta, pero sólo un poquito, y su cara está roja—. Quiero casarme. Quiero tener hijos. Quiero vivir en una casa corriente en un barrio corriente y tomar el transporte público corriente y vivir el resto de mi vida como una persona normal.

—¿Aunque no seas la misma persona? —pregunta Eric.

—Claro que seré la misma persona. Sólo que normal.

No estoy seguro de que eso sea posible. Cuando pienso en todo aquello en que no soy normal, no me imagino siendo normal y siendo el mismo. El objetivo de esto es cambiarnos, convertirnos en otra cosa, y sin duda eso implica también la personalidad, el yo.

—Lo haré yo solo si no lo hace nadie más —dice Cameron.

—Es tu decisión —dice Chuy, con su voz de citar.

—Sí. —La voz de Cameron baja—. Sí.

—Te echaré de menos —dice Bailey.

—Podrías venir tú también.

—No. Todavía no, al menos. Quiero saber más.

—Me voy a casa —dice Cameron—. Se lo diré a ellos mañana.

Se levanta, y puedo ver su mano en su bolsillo, agitando los dados, arriba y abajo, arriba y abajo.

No nos despedimos. No necesitamos hacerlo entre nosotros. Cameron sale y cierra la puerta con cuidado. Los otros me miran y luego apartan la mirada.

—A algunas personas no les gusta lo que son —dice Bailey.

—Algunas personas no son como los demás creen —dice Chuy.

—Cameron estaba enamorado de una mujer que no lo amaba —dice Eric—. Ella dijo que no funcionaría. Fue cuando estaba en la universidad.

Me pregunto cómo sabe eso Eric.

—Emmy dice que Lou está enamorado de una mujer normal que va a arruinarle la vida —dice Chuy.

—Emmy no sabe de lo que está hablando —digo—. Emmy debería meterse en sus propios asuntos.

—¿Cree Cameron que esa mujer lo amará si es normal? —pregunta Bailey.

—Ella se casó con otro —dice Eric—. Él piensa que podría amar a alguien que le correspondiera. Creo que por eso quiere el tratamiento.

—Yo no lo haría por una mujer —dice Bailey—. Si lo hago, necesito una razón para mí.

Me pregunto qué diría si conociera a Marjory. Si yo supiera que con eso Marjory me amaría, ¿lo haría? Es un pensamiento incómodo; lo descarto.

—No sé cómo sería una vida normal. Las personas normales no parecen todas felices. Tal vez se sienten mal al ser normales, igual que siendo autistas. —La cabeza de Chuy se agita arriba y abajo, arriba y abajo.

—Me gustaría intentarlo —dice Eric—. Pero me gustaría poder volver a este yo si no funcionara.

—No funciona así —digo yo—. ¿Recuerdas lo que le dijo el doctor Ransome a Linda? Una vez formadas las conexiones entre las neuronas, permanecen así a menos que un accidente o algo rompa la conexión.

—¿Es eso lo que hacen, nuevas conexiones?

—¿Qué hay de las antiguas? ¿No será como cuando chocan las cosas? —Bailey agita los brazos—. ¿Confusión? ¿Estática? ¿Caos?

—No lo sé —digo. De pronto me siento engullido por mi ignorancia, tan enorme es no saber. De esa enormidad podrían salir muchas cosas malas. Entonces una imagen de una foto tomada desde uno de los telescopios emplazados en las estaciones espaciales viene a mi mente: la enorme oscuridad iluminada por las estrellas. Belleza, también, tal vez en lo desconocido.

—Yo creía que tendrían que desconectar los circuitos que ahora funcionan, construir nuevos circuitos y luego conectarlos. De esa forma sólo funcionarían las buenas conexiones.

—Eso no es lo que nos dijeron —dice Chuy.

—Nadie estaría dispuesto a que destruyeran su cerebro para construir uno nuevo —dice Eric.

—Cameron...

—No cree que eso vaya a suceder. Si lo supiera...

Eric hace una pausa, los ojos cerrados, y esperamos.

—Podría hacerlo de todas formas si es lo bastante infeliz. No es peor que el suicidio. Mejor, si se convierte en la persona que quiere ser.

—¿Y los recuerdos? —pregunta Chuy—. ¿Eliminarán los recuerdos?

—¿Cómo? —pregunta Bailey.

—Los recuerdos se almacenan en el cerebro. Si lo desconectan todo, los recuerdos se perderán.

—Tal vez no. Todavía no he leído los capítulos sobre la memoria —digo—. Los leeré; vienen a continuación.

Algunas cosas sobre la memoria ya han sido tratadas en el libro, pero no lo comprendo todo aún y no quiero hablar de ello.

—Además —digo—, cuando se desconecta un ordenador no toda la memoria se pierde.

—La gente no está consciente cuando la operan, pero no pierde todos sus recuerdos —dice Eric.

—Pero no recuerda la operación, y están esos medicamentos que interfieren en la formación de memoria —dice Chuy—. Si pueden interferir en la formación de la memoria, tal vez puedan eliminar recuerdos antiguos.

—Eso es algo que podemos buscar en la red —dice Eric—. Lo haré.

—Mover conexiones y formar otras nuevas es como el hardware —dice Bailey—. Aprender a usar las nuevas conexiones es como el software. Ya fue bastante difícil aprender a hablar la primera vez. No quiero pasar otra vez por eso.

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