La velocidad de la oscuridad (30 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—Sé cuál es la hoja de balances —dice el señor Crenshaw—. No hay ninguna ley que pueda obligarnos a ir a la bancarrota por satisfacer a unas cuantas personas que creen necesitar tonterías como... como ésa...

Señala las espirales giratorias que cuelgan sobre mi mesa.

—Cuestan un dólar treinta y ocho —dice el señor Stacy—. A menos que las compre a un contratista de Defensa.

Eso es una tontería. Los contratistas de Defensa no venden espirales giratorias; venden misiles y minas y aviones. El señor Crenshaw dice algo que no oigo mientras intento comprender por qué el señor Stacy, que parecía saber de todo excepto de permutaciones, sugiere comprar espirales giratorias a un contratista de Defensa. Es una tontería. ¿Podría ser algún tipo de chiste?

—Pero ésa es la cuestión —está diciendo el señor Stacy cuando vuelvo a seguir la conversación—. El gimnasio: ya está instalado, ¿no? Probablemente cuesta una bagatela mantenerlo. Ahora supongamos que elimina toda esta sección (¿dieciséis, veinte personas tal vez?), y la convierte en... no se me ocurre nada aún mayor que un gimnasio que le haga ganar tanto dinero como para pagar el subsidio de desempleo de tanta gente. Por no mencionar la pérdida del certificado como mantenedor de esta clase de discapacitados, y estoy seguro de que además tienen una exención fiscal.

—¿Qué sabe usted de eso?

—Nuestro departamento también tiene empleados discapacitados —dice el señor Stacy—. Algunos discapacitados en plantilla y otros contratados. Tuvimos un concejal, hace unos años, que quería recortar costes deshaciéndose de lo que consideraba que era una carga. Me pasé muchas horas fuera de servicio estudiando las estadísticas para demostrar que perderíamos dinero si los despedíamos.

—Ustedes viven de los impuestos —dice el señor Crenshaw. Veo su pulso latiendo en una de las venas de su frente roja y brillante—. No tienen que preocuparse por los beneficios. Nosotros tenemos que buscar el dinero para pagar su maldito salario.

—Cosa que estoy seguro de que le amarga la cerveza —dice el señor Stacy. Su pulso late también—. Ahora, si nos disculpa, tengo que hablar con el señor Arrendale...

—Lou, tendrás que compensar este tiempo perdido —dice el señor Crenshaw, y sale, dando un portazo.

Miro al señor Stacy, que niega con la cabeza.

—Este sí que es un mal bicho. Tuve un sargento parecido, hace años, cuando no era más que un patrullero, pero lo trasladaron a Chicago, gracias a Dios. Bien puede empezar a buscar otro trabajo, señor Arrendale. Ese tipo está dispuesto a deshacerse de ustedes.

—No lo entiendo —digo—. Yo trabajo... todos trabajamos muy duro aquí. ¿Por qué quiere deshacerse de nosotros?

O convertirnos en otra cosa... Me pregunto si debo contarle al señor Stacy lo del protocolo experimental o no.

—Es un hijo de puta ansioso de poder —dice el señor Stacy—. Esos tipos siempre están dispuestos a parecer los buenos y a que todos los demás parezcan los malos. Usted está aquí sentado haciendo su trabajo en silencio, sin causar problemas. Parece alguien a quien puede putear sin problemas. Por desgracia para él, le ha sucedido esto otro.

—No me parece una suerte —digo yo—. Me parece peor.

—Probablemente. Pero no. De esta manera, su señor Crenshaw tiene que tratar conmigo... y así descubrirá que su arrogancia no llega lejos con la policía.

No estoy seguro de eso. El señor Crenshaw no es sólo el señor Crenshaw: es también la compañía, y la compañía tiene un montón de influencia en la política del Ayuntamiento.

—Voy a decirle una cosa. Volvamos a esos incidentes, para que pueda marcharme y no tenga que quedarse después. ¿Ha tenido algún otro encontronazo con Don, por trivial que sea, que indicara que pueda estar molesto con usted?

Parece tonto, pero le cuento aquella vez que Don se interpuso entre Marjory y yo en las prácticas y Marjory dijo que era una verdadera sanguijuela, aunque no puede ser literalmente una sanguijuela.

—Entonces lo que me está diciendo es que su amiga le protege de Don y deja claro que no le gusta cómo le trata, ¿no es así?

Yo no me lo había planteado de ese modo. Cuando él lo dice, veo la pauta tan claramente como en mi ordenador o en la esgrima, y me pregunto por qué no la he visto antes.

—Estaría triste —digo—. Estaría viendo que me trataban de manera diferente a él y...

Me detengo, golpeado de pronto por otra pauta que no he visto antes.

—Es como el señor Crenshaw —digo. Alzo la voz; siento la tensión en ella pero es demasiado excitante—. No le gusta por el mismo motivo.

Me detengo de nuevo, intentando pensar con claridad. Extiendo la mano y conecto mi ventilador; las espirales giratorias me ayudan a pensar cuando estoy nervioso.

—Es la pauta de la gente que no cree que necesitemos apoyo y que lo lamenta. Si yo, si nosotros, lo hiciéramos peor, comprenderían más. Es la combinación de hacerlo bien y de tener apoyo lo que les molesta. Soy demasiado normal.

Miro al señor Stacy; él sonríe y asiente.

—Eso es una tontería —digo—. No soy normal. Ahora no. Ni nunca.

—Puede que a usted no le parezca así. Y cuando hace algo como lo que ha hecho con ese viejo dicho sobre la coincidencia y la acción hostil, resulta evidente que está usted por encima de la media... pero la mayor parte del tiempo parece normal y actúa de un modo normal. Sabe, incluso he pensado... Lo que nos enseñaron en las clases de psicología era que las personas autistas son silenciosas, retraídas, rígidas.

Sonríe. No sé qué significa la sonrisa cuando acaba de decir tantas cosas malas sobre nosotros.

—Y aquí me lo encuentro a usted conduciendo un coche, haciendo un trabajo, enamorándose, participando en torneos de esgrima...

—Sólo uno, hasta ahora.

—Muy bien, sólo uno hasta ahora. Pero veo a un montón de gente, señor Arrendale, que funciona peor que usted y a algunos que pretenden funcionar igual, sin apoyo. Ahora entiendo el motivo para los apoyos y su economía. Es como poner una cuña bajo la pata corta de una mesa... ¿Por qué no tener una mesa sólida con las cuatro patas equilibradas? ¿Por qué soportar una superficie inestable cuando una cosa tan simple puede convertirla en estable? Pero las personas no son muebles, y si otras personas ven esa cuña como una amenaza para ellas... no les gustará.

—No comprendo cómo puedo ser una amenaza para Don o para el señor Crenshaw.

—Puede que no lo sea personalmente. Ni siquiera creo que lo sean sus apoyos, para nadie. Pero algunas personas piensan en otros términos, y es fácil para ellos echar a otros la culpa de lo que va mal en sus propias vidas. Don probablemente cree que si usted no recibiera un trato preferente, tendría éxito con esa mujer.

Me gustaría que usara su nombre, Marjory. «Esa mujer» suena como si hubiera hecho algo malo.

—A ella probablemente no le gustaría, de todas formas, pero él no quiere aceptarlo: prefiere echarle la culpa a usted. Es decir, si es él quien está detrás de todo esto. —Mira su ordenador de bolsillo—. Por la información que tenemos de él, ha tenido una serie de empleos de poca monta, a veces ha renunciado a ellos y a veces lo han despedido... Sus logros son escasos... Puede que se considere un fracasado y esté buscando a alguien a quien echarle la culpa de todo.

Nunca había pensado que la gente normal tuviera necesidad de explicar sus fracasos. Nunca había pensado que tuvieran fracasos.

—Enviaremos a alguien a recogerle, señor Arrendale. Llame a este número cuando esté listo para volver a casa. —Me tiende una tarjeta—. No vamos a apostar un vigilante aquí, la seguridad de su corporación es bastante buena, pero créame: tiene usted que tener cuidado.

Es difícil volver al trabajo cuando se ha ido, pero me concentro en mi proyecto y consigo algo antes de que sea la hora de marcharme y llamarlos.

Pete Aldrin inspiró profundamente cuando Crenshaw salió de su despacho, cabreado por el «puñetero poli» que había venido a hablar con Lou Arrendale, y descolgó el teléfono para llamar a Recursos Humanos.

—Bart...

Era el nombre que Paul le había sugerido, un empleado de Recursos Humanos joven y sin experiencia que sin duda pediría indicaciones y ayuda.

—Bart, necesito descargar de tiempo a toda mi Sección A. Van a participar en un proyecto de investigación.

—¿De quién? —preguntó Bart.

—Nuestro. La primera prueba con humanos de un nuevo producto dirigido a los autistas adultos. El señor Crenshaw considera que es la principal prioridad de nuestra división, así que agradecería de verdad que consiguiera cursar un permiso indefinido. Creo que eso sería lo mejor. No sé cuánto tiempo llevará esto...

—¿Para todos? ¿A la vez?

—Pueden ir haciéndolo según avance el protocolo: no estoy seguro todavía. Se lo haré saber cuando se firmen los impresos de conformidad. Pero creo que será al menos de treinta días.

—No veo cómo...

—Aquí tiene el código de autorización. Si necesita la firma del señor Crenshaw...

—Es que no...

—Gracias —dijo Aldrin, y colgó.

Podía imaginar a Bart desconcertado y alarmado a la vez, y luego acudiendo a su supervisor para preguntar qué hacer a continuación. Aldrin tomó aire y luego llamó a Shirley, de Contabilidad.

—Necesito un depósito directo de los salarios en los bancos de los empleados de la Sección A mientras están de permiso indefinido...

—Pete, ya te lo he dicho: no funciona así. Necesitas un permiso...

—El señor Crenshaw lo considera una prioridad. Tengo el código de autorización del proyecto y puedo conseguir su firma...

—¿Pero cómo voy a...?

—¿No puedes decir que están trabajando en un emplazamiento secundario? Eso no requeriría ningún cambio en los presupuestos departamentales existentes.

Pudo oírla rechinando los dientes al otro lado del teléfono.

—Podría, imagino, si me dijeras dónde está ese emplazamiento secundario.

—Edificio Cuarenta y dos, campus principal.

Un silencio. Luego:

—Pero eso es la clínica, Pete. ¿Qué estás intentando colar? ¿Doble sueldo para los empleados de la compañía como sujetos de investigación?

—No intento colar nada —dijo Aldrin con tanto aplomo como pudo—. Estoy intentando dar cumplimiento a un proyecto en el que el señor Crenshaw está especialmente interesado. No habrá doble sueldo si cobran el salario y no los honorarios.

—Tengo mis dudas —dijo Shirley—. Veré qué puedo hacer.

—Gracias —contestó Aldrin, y colgó. Estaba sudando; notaba el sudor corriéndole por las costillas. Shirley no era ninguna novata: sabía perfectamente bien que era una petición extraña, y lo investigaría.

Recursos Humanos, Contabilidad... Legal e Investigación iban a continuación. Rebuscó en los papeles que Crenshaw había dejado hasta que encontró el nombre del jefe científico del protocolo: Liselle Hendricks... No era la persona que habían enviado a hablar con los voluntarios. El doctor Ransome aparecía en la lista del personal técnico como «médico asociado, reclutamiento».

—Doctora Hendricks —dijo Aldrin unos minutos más tarde—. Soy Pete Aldrin, de Análisis. Estoy a cargo de la Sección A, de donde proceden sus voluntarios. ¿Tiene ya preparados los impresos de consentimiento?

—¿De qué está hablando? —preguntó la doctora Hendricks—. Si quiere contactar con el reclutamiento de voluntarios, tiene que marcar la extensión tres-treinta-y-siete. Yo no tengo nada que ver.

—Usted es la jefa científica, ¿no?

—Sí...

Aldrin imagina la cara de desconcierto de la mujer.

—Bueno, estaba preguntándome cuándo nos van a enviar los impresos de consentimiento para los voluntarios.

—¿Por qué debería enviárselos? —preguntó Hendricks—. Se supone que el doctor Ransome se encarga de eso.

—Bueno, todos trabajan aquí —dijo Aldrin—. Podría ser más sencillo.

—¿Todos en una sección? —Hendricks parecía más sorprendida de lo que esperaba Aldrin—. No lo sabía. ¿No le causará eso algún problema?

—Me las apañaré —dijo Aldrin, forzando una risita—. La cosa es que no todos se han decidido. Estoy seguro de que lo harán, de un modo u otro, pero...

La voz de Hendricks se agudizó.

—¿A que se refiere con de un modo u otro? No los estará presionando, ¿verdad? No sería ético...

—Oh, yo no me preocuparía por eso —dijo Aldrin—. Naturalmente que no se puede obligar a nadie a cooperar, no estamos hablando de ese tipo de coacción, por supuesto, pero son tiempos difíciles, económicamente hablando, como dice el señor Crenshaw...

—Pero... pero... —Fue casi un tartamudeo.

—Así que si pudiera enviarme pronto esos impresos, se lo agradecería de verdad —dijo Aldrin, y colgó.

Entonces llamó rápidamente a Bart, el hombre con quien Paul le había dicho que contactara.

—¿Cuándo va a tener esos impresos de consentimiento? —dijo—. ¿Y de qué tipo de calendario estamos hablando? ¿Ha hablado con Recursos Humanos?

—Esto... no. —Bart parecía demasiado joven para ser importante, pero probablemente lo había nombrado Crenshaw—. Es que creía, creo que el señor Crenshaw dijo que él, su sección, se encargaría de los detalles. Todo lo que yo tenía que hacer era asegurarme de que estaban cualificados para el protocolo. Respecto a esos impresos, no estoy seguro de que los hayamos cursado ya...

Aldrin sonrió para sí. La confusión de Bart era una ventaja: cualquier directivo podía pasar fácilmente por encima de alguien tan desorganizado. Ahora tenía una excusa para haber llamado a Hendricks; si tenía suerte (y le parecía que la tenía), nadie se daría cuenta de a quién había llamado primero.

Ahora la cuestión era cuándo ir más arriba. Hubiese preferido llevar toda la historia cuando los rumores empezaran a escalar, pero no tenía ni idea de cuándo sucedería eso. ¿Cuánto tiempo aguantarían Shirley o Hendricks con los nuevos datos que les había suministrado antes de hacer algo? ¿Qué harían primero? Si iba directamente arriba ahora, la dirección lo sabría dentro de unas horas, pero si esperaba, podría pasar hasta una semana.

El estómago le ardía. Se tomó dos tabletas de antiácido.

14

El viernes, la policía se las arregló para recogerme y llevarme al trabajo. Remolcaron mi coche hasta la comisaría para examinarlo: dicen que me lo devolverán el viernes por la noche. El señor Crenshaw no viene a nuestra sección. Hago un montón de progresos en mi proyecto.

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