—¡Qué hijo de puta! —exclamó Alexia. Cogió un ejemplar de la novela, fue a la caja y pagó los 21 euros.
Ya en su despacho, Alexia no pudo contener su curiosidad y comenzó a leer. Y no pudo dejar de hacerlo durante toda la tarde y buena parte de la noche.
Miguel había cambiado los nombres de las personas, pero a la abogada no le costó reconocer en el personaje llamado Pablo al tío Tomás, ni en el viejo maestro de escuela apellidado Guzmán a su propio padre. Y ella, desde luego, era la abogada llamada Brenda que aparecía en la novela.
El libro relataba la muerte de Guzmán, aunque el relato aparecía podado de todo aquello que pudiera hacer pensar que el viejo maestro había sido asesinado. Y, por supuesto, no había una sola mención a Julio Verne. Sí aparecía, en cambio, el reloj de bolsillo con su inscripción latina:
Tempus fugit
. E igualmente había en el salón del viejo maestro un lúgubre cuadro titulado
Carpe Diem
. El reloj y el cuadro eran los únicos objetos que legó el tío Pablo, junto a la propia casa que el novelista situaba en Segovia, a su sobrino Guzmán.
Cuando Guzmán muere, todo queda en manos de su hija Brenda, a la que se describía físicamente como una mujer fascinante cuya mirada la asemejaba a la de Lauren Bacall —dato que hizo sonreír a Alexia por un instante—, pero a quien se presentaba como una persona fría e incapaz de amar a nadie. Aunque Guzmán le había contado a su hija que el tío Pablo se había hecho rico vendiendo unos cuadros inéditos de Picasso en el mercado negro después de habérselos robado a un oficial nazi en la Barcelona de 1940, ella jamás creyó aquella historia.
Después del entierro de su padre, Brenda regalaba el cuadro
Carpe Diem
al propio Capellán, quien sí aparecía en la novela con su verdadero nombre, pues la gracia de la aventura residía en demostrar que él mismo había recuperado un cuadro desconocido de la época azul de Picasso. El mismo que aparecía en la portada de la novela. El mismo que descubrió de un modo casual disimulado tras el óleo titulado
Carpe Diem
.
No era la primera vez que aparecían obras de Pablo Ruiz Picasso de las que nadie había oído hablar. Capellán fortalecía su historia con las informaciones periodísticas aparecidas en 2010 en diferentes medios de comunicación en las que se afirmaba que un electricista francés llamado Pierre Le Guennec, que dijo haber trabajado para Picasso en los tres últimos años de la vida del pintor, era dueño de 271 dibujos, pinturas y bocetos del famoso artista.
Anteriormente, señalaba Capellán, habían sido robadas y recuperadas con éxito dos obras de Picasso. Una de ellas era un retrato de su hija Maya y la otra, un retrato de su esposa Jacqueline.
Finalmente, se recordaba que la galería Turu, de Barcelona, había expuesto hacía poco más de un año dos obras inéditas de Picasso,
Gigantes de Cataluña
y
Lecitina Agell
, ambas pertenecientes a la época azul, que se desarrolló entre 1901 y 1904. La misma época creativa a la que pertenecía el
Picasso de la Orden Negra
.
Cuando Alexia terminó la novela, estaba perpleja. Capellán lo había conseguido: había regresado al éxito literario. Era el autor de moda, el tipo que había descubierto un Picasso inédito y lo había cedido al museo barcelonés del autor.
Hasta que no finalizó la novela, Alexia no reparó en la dedicatoria:
«Para el verdadero Guzmán, que me mostró el sendero que conduce a la inmortalidad».
Santiago de Compostela, el mismo día
E
strela estaba sentada junto a la ventana. Miró hacia la calle y vio los charcos.
—Chove en Santiago —se dijo. Como en aquella canción de Luar na Lubre.
Sentado en un sillón, Xoan Andrada leía una novela que le había regalado su nieta titulada
El Picasso de la Orden Negra
. Parecía disfrutar con la lectura.
Estrela lo miró.
Aquellos instantes maravillosos no hubieran sido posibles sin Bieito.
Estrela recordó aquel día en el que tanto lo echó de menos en un hotel de Amiens. El día en que, con el último Verne entre sus manos, se sintió tan sola. Ella no sabía francés, y él sí. Si él hubiera estado allí…
Fue entonces cuando decidió llamarlo y sacó el teléfono móvil de su abrigo. A continuación, buscó en la agenda el número de su antiguo novio, pero cuando estaba a punto de marcar tuvo una idea que le pareció mucho mejor. Fotografió con la cámara de su teléfono uno a uno los papeles escritos por Julio Verne y los envió al móvil de su amigo. Adjuntó un mensaje: «¿Podrías traducir esto? Regreso a casa».
Estuvo a punto de añadir un «te quiero», pero el recuerdo de la compañera de su antiguo amante evitó que lo hiciera.
No podía imaginar que horas más tarde aquel hotel ardería y que el fuego devoraría también el último Verne.
Cuando aquel periodista y su sofisticada amiga la encontraron y le preguntaron por aquellos papeles que había descubierto bajo aquella losa del patio de la casa de Julio Verne, Estrela no mintió. Era cierto que no tenía el manuscrito. El fuego lo había destruido.
Ni el periodista ni su elegante compañera preguntaron si los había fotografiado.
Estrela miró a su abuelo. Lo hacía cada día, y cada día se sentía igual de abrumada. Era extraordinario. Imposible de creer si no fuera porque lo veía día a día con sus propios ojos.
La eterna juventud
. El abuelo no solo había recuperado la salud, sino que había rejuvenecido. Cada vez se parecía más al difunto padre de Estrela. Las arrugas se habían borrado del rostro de Xoan, las manchas de vejez no existían, los músculos se habían tensado y la piel había adquirido un tono cada vez más firme.
Bieito pasó su mano por encima del hombro de Estrela. Ella sonrió.
Desde el momento en que tradujo el último Verne, él también estaba en peligro. Estrela debió confesarle de qué manera había llegado a su poder aquel manuscrito, y él le abrió su corazón: su relación con Maribel iba de mal en peor. No conseguía borrarla de su mente. No podía vivir sin Estrela.
Ella dudó. No podía meterse en medio de la relación que él mantenía con Isabel. Él respondió que ella no se metía en medio de nada, pues era él quien se salía de aquella relación. Estrela le dijo que la buscarían, que estaba en peligro, y también su abuelo. Si, a pesar de todo, él quería reunirse con ella, Bieito debía resolver su situación personal y, además, estaba segura de que a él lo interrogarían cuando repararan en su desaparición junto al abuelo.
Bieito, en efecto, recibió la visita de aquel periodista, el mismo que había escrito la novela que ahora el abuelo Xoan leía. Respondió a sus preguntas sin dudar, dando las mismas respuestas que le escuchó el inspector Ríos. No, les dijo a ambos, no había vuelto a ver a Estrela. Y no, no tenía ni la menor idea de dónde podría estar.
Meses después, Bieito se separó de Maribel. Ella no lo lamentó.
Dos meses más tarde, Bieito desapareció.
Estrela besó a Bieito y luego miró a su abuelo. Sabía que deberían huir de Galicia. ¿Cómo iban a pasar desapercibidos si el tiempo no pasaba por ellos? Si alguien comenzaba a rumorear al respecto, estarían en peligro.
Huir sería su destino. Era el precio que debían pagar al elegir el sendero que conduce hacia la inmortalidad y la eterna juventud.
En Amalur, octubre de 2012.
T
odos los hechos narrados en esta novela pertenecen a la ficción. Todos los personajes y situaciones son fruto de la imaginación del autor, con la excepción de los escritores y personalidades históricas que se mencionan en sus páginas.
Es cierto que Verne admiró a Victor Hugo, y que fue amigo personal de Alexandre Dumas padre y de su hijo. Igualmente es cierto que gozó de la amistad de George Sand.
La posibilidad de que algunos de ellos formaran parte de una sociedad literaria secreta conocida como La Niebla ha sido manejada por diferentes estudiosos de la obra de Verne, como el francés Michel Lamy, cuyo ensayo se cita en la novela.
Con motivo de las revoluciones de 1848 corrió el rumor por Europa de que una sociedad secreta las había orquestado entre las sombras. Idénticas sospechas se han esgrimido a propósito de la Revolución francesa y del proceso de independiencia de Estados Unidos.
Gaston Verne, el sobrino del novelista, existió realmente, al igual que Maurice, el hermano de Gaston. Asimismo, fue real el atentado que Gaston cometió contra su tío. A día de hoy, se desconocen las razones que lo llevaron a disparar sobre Verne. Tras aquel episodio se consideró que padecía una enfermedad mental, como consecuencia de la cual fue internado.
La tumba de Julio Verne se encuentra en el cementerio de La Madeleine, en Amiens, y es exactamente igual a como se describe en la novela. Es cierto también que Albert Roze, el escultor que la diseñó de acuerdo con los criterios de Verne, la bautizó como
Vers l’immortalité et l’éternelle jeunesse
. Y con ese nombre fue presentada en su momento.
Nadie sabe el motivo por el cual, cuando se dispuso el mausoleo en el cementerio, Roze no grabó en ningún lugar esa leyenda. Ese dato ha provocado toda suerte de especulaciones.
Las obras de Julio Verne que se citan en esta novela existen. Es igualmente constatable que Verne jugaba con los nombres de los personajes, y que era aficionado a trufar sus obras con enigmas y acertijos. Su capacidad para anticipar la evolución de determinados inventos y técnicas sigue provocando discusión entre los estudiosos de su obra.
Las leyendas o misterios que se mencionan en la novela (las teorías sobre el grial de Cuenca, sobre los caballeros templarios, sobre la vinculación que los alquimistas medievales establecían entre su obra y el Camino de Santiago, la historia del llamado «Duende de Zaragoza» o la del espíritu del legionario del cementerio de Algeciras, entre otras) circulan entre los apasionados por este tipo de literatura. También es cierto que en octubre de 1940 Heinrich Himmler, jefe de las SS, visitó el monasterio de Montserrat en compañía de una delegación nazi con la esperanza de localizar allí el Santo Grial.
Finalmente, las informaciones periodísticas que se mencionan sobre el robo y descubrimientos inéditos de cuadros de Pablo Ruiz Picasso son reales.
La casa del número 2 de la calle Charles Dubois, en Amiens, es hoy en día un museo dedicado al novelista. La descripción que de ella se hace en la novela se ajusta a la realidad. Es, en cambio, invención del autor el hecho de que bajo una piedra del enlosado del patio se ocultara el último Verne. ¿O no?
Esta novela no hubiera sido posible sin el apoyo y la confianza depositada en ella por Silvia Bastos Agencia Literaria, y en especial debo mencionar las sugerencias, entusiasmo y puntualizaciones acertadas que me hizo Pau Centellas.
Como ya ocurriera en mi anterior novela,
Las violetas del Círculo Sherlock
, ha sido decisivo el hecho de que mi editor, Gonzalo Albert, creyera en el manuscrito. Debo darle las gracias, al igual que a todo el equipo editorial de Suma de Letras, de Santillana Ediciones Generales (Prisa Ediciones), por sus correcciones y opiniones para enriquecer el relato.
Una vez más, doy las gracias a Mariam Echevarría por dejarse arrastrar hasta Nantes y Amiens, y por soportar estoicamente horas de soledad.
Deseo hacer constar mi agradecimiento a Yésica Balbás, por tener la amabilidad de acercarme con una sonrisa siempre en el rostro al mundo de las acrobacias en telas y hablarme de su formación en el Centro de Artes Circenses de Chambéry, en Francia. Al verla trabajar en las telas surgió la primera idea para dar vida a Estrela.
Finalmente, quiero dar las gracias a María y Adam, de Senkiu Labs, Graphic Designer, por su amabilidad al diseñar mi página web (
www.marianofernandezurresti.com
) y facilitarme el aterrizaje en el mundo virtual.
MARIANO F. URRESTI, es licenciado en Historia. Nacido en Santander, vive en Santillana del Mar (Cantabria). Ha sido asesor del Consejo de RTVE en Cantabria. Es autor de casi una veintena de libros sobre enigmas históricos, entre los que destacan
Los Templarios y la palabra perdida, La vida secreta de Jesús de Nazaret
o
Felipe II y el secreto de El Escorial
. Es, además, coautor de libros como
Gótica
(Ed. Aguilar) o
Las claves del Código Da Vinci
. Asimismo, ha ganado el III Premio Finis Terrae de Ensayo Histórico con su obra
La España expulsada. Las violetas del Círculo Sherlock
fue su primera incursión en el mundo de la ficción y le granjeó el reconocimiento de la crítica y los lectores.
La tumba de Verne
es su segunda novela.
[1]
El casco antiguo de la ciudad de Cuenca se encuentra enclavado entre las hoces de los ríos Huécar y Júcar. Uno de los rasgos característicos de su arquitectura es la verticalidad de sus construcciones, como las existentes en la zona del barrio de San Martín. Desde la Edad Media se excavó en la roca viva para ganar espacio, y el paso del tiempo ha confeccionado la insólita apariencia de algunos edificios que tienen tres, cuatro o cinco plantas en la fachada de acceso a los mismos (los números impares de la calle Alfonso VIII), mientras que en la fachada posterior, la que se asoma a la hoz del Huécar o a la calle de Santa Catalina, pueden alcanzar los diez o doce pisos de altura. De manera que entrando en esos edificios por los minúsculos portales situados en la acera de enfrente a la casa del personaje de la novela el visitante se siente desconcertado, pues en ocasiones puede ver cómo en lugar de subir baja por una escalera, por debajo del nivel de la calle desde la cual accedió al edificio. La casa de Ávalos, sin embargo, muestra una estructura diferente, pues se trata de una única vivienda cuyas diferentes piezas se sitúan en cada uno de los pisos uniéndose entre sí a través de una angosta escalera.
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