—De modo que mi padre te dejó copia de fragmentos de ese relato. —Mientras Alexia decía esas palabras, Miguel la vio agacharse y hurgar en la papelera que estaba bajo el escritorio. Instantes después, mostró los restos de unos papeles quemados—. Pues me temo que el resto de las copias terminó así.
Capellán estudió los restos fingiendo interés. Recordaba perfectamente aquellos papeles quemados, pues él mismo los había visto durante su registro la noche del posible asesinato.
—Entonces, ¿el ladrón se llevó el original y también las fotografías de la tumba?
Alexia no respondió.
—Tú sabes algo sobre esa carta, ¿no es cierto? —Esta vez fue él quien miró con dureza a la abogada.
—Lo que tú me acabas de decir —respondió ella sin pestañear—. Y, para que lo sepas, todas vuestras historias sobre conspiraciones, tesoros y demás bobadas nunca me han interesado, y siguen sin interesarme.
—Pues es posible que tu padre muriera por una de esas bobadas, como tú las llamas —replicó con dureza Capellán.
Alexia se mordió el labio inferior y se contuvo.
Durante unos segundos ambos permanecieron en un incómodo silencio, como si no supiesen adónde conducía el cruce de caminos al que acababan de llegar.
Miguel había sido casi sincero. No había mencionado la novela, pero sí había confesado cuanto sabía de la carta de Gaston. En cambio, ¿había sido del todo sincera ella? Observó que Alexia tenía entre los dedos el folleto de propaganda del centro geriátrico. Entonces se percató de que junto a la Olivetti había un par de biografías sobre Julio Verne. Conocía una de ellas, puesto que era uno de los libros que él mismo había comprado.
—¡Lo había olvidado! —exclamó.
—¿Qué habías olvidado? —preguntó Alexia sobresaltada. Capellán había quebrado el silencio inesperadamente.
—Lo de ese geriátrico, La Isla. —Miguel se levantó del sillón—. Déjame verlo un momento.
Las fotografías del pazo, el color verde, los árboles, la sonrisa de los residentes, el aspecto eficaz de los cuidadores… La propaganda era excelente. Y lo bueno del caso era que estaba cerca de Vigo.
—¿Qué pasa con esa residencia?
—Puede que nada, pero me resulta curioso que tu padre tuviera este folleto de una residencia en Vigo. —Capellán dudó si decir algo más, porque no podía confesar que ese mismo lugar se mencionaba en la novela que había robado.
—Reconozco que no sé qué había visto mi padre en un centro de ese tipo en un sitio tan lejano, la verdad —comentó Alexia. El cansancio estaba haciendo mella en su rostro, y las arrugas que la edad iba insinuando en su cara se acentuaban a medida que pasaban las horas de aquel día tan largo—. Pero de ahí a ver otro enigma en eso…
—Lo digo por Julio Verne.
—¿Qué tiene que ver Verne con Vigo?
Miguel cogió la biografía que había visto sobre la mesa, y mientras buscaba en el índice comentó:
—Cuando tu padre escribió el segundo de los artículos de los que te hablé, me picó la curiosidad y compré varios libros sobre Julio Verne. —Hablaba sin levantar la vista del índice del libro—. Me llamó la atención el hecho de que algunas biografías desmienten mitos que siempre había oído sobre Verne, como que no había viajado nada más que con la imaginación.
—¿Y? —Alexia no sabía adónde quería ir a parar
Tapioca
.
Capellán había encontrado la página que buscaba.
—Pues que sí que viajó, y mucho. De hecho, tuvo tres barcos a lo largo de su vida, y a todos les puso el nombre de
Saint Michel
. Pero lo que te quería decir es esto. —Dio un golpe con el dedo sobre la página del libro—. En la primavera de 1878, Verne emprendió una larga travesía a bordo del
Saint Michel III
. Lo acompañaba su hermano Paul y al menos uno de los hijos de este, Maurice, al que Gaston escribe en su carta. Puede que también viajara con él el propio Gaston. En este libro se menciona asimismo como pasajero a Jules Hetzel, el hijo de su editor, y alguna otra personalidad más. En aquel viaje hicieron escala precisamente en Vigo. Atracaron en el puerto al tiempo que un buque de guerra francés. Verne fue acogido en la ciudad como un héroe, asistió a fiestas y conciertos antes de proseguir rumbo hacia Lisboa, Cádiz, Gibraltar, Tánger y Argel, entre otras ciudades.
Alexia lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué tiene de extraño? Estuvo en Vigo, ¿y qué? ¿No me dirás que ves una relación entre una simple escala durante una travesía y el hecho de que mi padre tuviera ese folleto de un geriátrico gallego?
Capellán no podía mencionar que aquel mismo lugar era citado por Ávalos en su novela. En ella, el personaje de ficción Jesús Sinclair recibía una invitación para encontrarse con su Nemo particular en una residencia de ancianos llamada La Isla. Para Capellán no había duda de que Ávalos se había inspirado en su propia historia para construir aquel relato y dar vida a Sinclair. O lo que era lo mismo: también a él lo había citado Nemo en ese lugar, y por eso estaba pensando salir de viaje. Pero no podía decírselo a Alexia, de modo que buscó otro argumento.
—Sería una simple casualidad de no ser porque Verne parecía tener una debilidad por la ciudad de Vigo. —Buscó nuevamente en las páginas del libro—. Verás, en 1884 hizo su último crucero. Lo acompañaban de nuevo su hermano Paul y uno de sus hijos, seguramente Gaston, que tenía entonces veinticuatro años. Se trató de un viaje largo, que lo llevó por el Mediterráneo. Pero, antes, hizo escala nuevamente en Vigo.
Alexia dudó. ¿De nuevo una casualidad?
Sin darle tiempo a reaccionar, Capellán golpeó de nuevo.
—¿Has leído
Veinte mil leguas de viaje submarino
?
Ella movió negativamente la cabeza. El periodista llegó a advertir cierto rubor en el rostro de la abogada por aquella confesión.
—Pues deberías —dijo Miguel—. Y más ahora que andamos dándole vueltas a quién es ese Nemo que escribía a tu padre. Pero lo que te quería decir es otra cosa: en esa novela, el dueño del Nautilus ofrece un extraordinario viaje bajo las aguas a un profesor del Museo de Historia Natural de París llamado Pierre Aronnax. Durante ese viaje, no solo contemplan maravillas naturales, sino también cosas aún más extraordinarias, como las ruinas de la Atlántida. Y, ahí está lo bueno del caso, Nemo muestra también al profesor uno de los lugares de donde obtiene buena parte de su fortuna: ¡unos galeones hundidos en la bahía de Vigo!
Alexia guardó silencio. A Capellán le pareció que la coraza de la
Bacall
se había resquebrajado, pero, si eso era así, las palabras de la hija de Ávalos no lo demostraron.
—Admito que tienes capacidad para hilvanar tres datos aislados y convertirlos en una teoría delirante, pero te advierto que a mí no me impresionas. —La expresión del rostro de Alexia se había endurecido—. No olvides que pasé media vida escuchando historias mucho mejores que esa. Además, ¿qué importa todo eso? ¿Qué importa que Verne estuviera en Vigo hace más de cien años? ¿Qué tiene eso que ver conmigo y con mi padre?
—Hay una frase de Nemo en esa novela que siempre me ha parecido magnífica, y creo que te viene de perlas a ti. Te la regalo, y haz con ella lo que te parezca: «No rechace las cosas con tanta ligereza bajo el simple pretexto de que no ha oído hablar nunca de ellas».
… Nuestro tío se vio obligado a regresar a Francia precipitadamente al recibir un telegrama que le anunciaba el inminente nacimiento de nuestro primo. El parto y las obligaciones que del nacimiento de Michel se derivaron no alejaron de su mente las recomendaciones de Nemo. Jules ardía en deseos de interrogar a Dumas o Sand sobre aquel extraño individuo. ¿Lo conocían ellos?
De un modo que nuestro tío comprendió que no era nada casual, semanas después recibió una invitación de la duquesa para visitarla en su casa de Nohart. Y fue allí, en aquella imponente mansión donde Balzac, Flaubert, Delacroix y, por supuesto, Chopin habían compartido conversación y momentos más íntimos con Amandine, donde Jules escuchó hablar por vez primera de los Superiores Desconocidos, de la sociedad literaria a la que Sand, Dumas y otros artistas pertenecían, y de un libro extraordinario titulado
El sueño de Polifilo
[71]
.
Reconozco, querido hermano, que el tío nunca me reveló qué sucedió exactamente aquel fin de semana en compañía de la duquesa. Sí te puedo decir, en cambio, pues yo mismo he leído ese misterioso libro, que la obra no trata, como podría pensarse, de los amores del autor y una mujer llamada Polia. En realidad, oculta información cifrada en sus ilustraciones y a lo largo de unas páginas escritas en latín, griego, toscano, francés, hebreo, caldeo e incluso árabe. Aquella obra, descubrió Jules, era el libro de cabecera de la sociedad literaria a la que fue invitado a incorporarse aquel mismo día.
Jules habló en confianza con la duquesa sobre sus encuentros con el misterioso Nemo, y ella le reveló que aquel hombre era uno de los Superiores Desconocidos de los que le habían hablado. No obstante, le solicitó paciencia. El conocimiento llegaría, como establecía el ritual, de un modo gradual. Lo que debía hacer, le dijo, era ser dócil y escribir, que era lo que de él se esperaba.
Y así fue como nuestro tío se enfrascó en la redacción de aquella novela a la que pensó titular
Viaje por los aires
, cuya génesis jamás reveló
[72]
. No obstante, se puede percibir claramente la influencia de Edgar Allan Poe. Poe había escrito
El infundio del globo
, donde se narra la aventura de unos ingleses que se ven en la tesitura de sobrevolar el canal de la Mancha de ese modo y llegar hasta París, y
La aventura sin par de un tal Hans Pfaall,
un cuento singular en el que el protagonista, usando una composición secreta de gases, es capaz de llegar a la Luna en globo.
Sé que el tío le habló a todo el mundo de su pasión por la lectura de
Le tour du monde,
de revistas como
La nature de Tissandier, Revue Bleue, Revue des deux mondes,
o las obras de Arago. Igualmente, declaró que había tenido la fortuna de nacer en una época en la que existen unos diccionarios maravillosos capaces de ofrecer los datos que un investigador precise. Y lo cierto es que todo eso es verdad, pero verdad a medias.
Lo verdaderamente cierto es que Nemo fue quien orientó la dirección de aquella novela hacia los descubrimientos geográficos. Fue él quien supo ver el filón comercial que tenía aquella temática dada la pasión con la que el público seguía las andanzas de exploradores como Speke y Burton
[73]
, que en 1858 habían descubierto el lago Tanganica partiendo desde Zanzíbar, el mismo punto desde el cual comenzarán su aventura los personajes que nuestro tío ideó.
En cuanto al viaje en globo, la expectación por los avances en ese campo no era menor. Los hombres sin rostro pusieron en el camino de nuestro tío a Nadar .Nadar fue una pieza más de aquel plan, aunque él siempre negó haber tenido nada que ver con aquella novela. Se ha dicho que su encuentro con Jules fue posterior a la redacción del manuscrito, o que Jules conoció a Nadar por mediación de su editor, lo que me parece de una candidez increíble, pues desconocen qué papel jugó realmente Hetzel en los planes de los hombres sin rostro.
Nadar poseía la experiencia suficiente como para asesorar a Jules sobre el gran problema que planteaba su novela: cómo dirigir a voluntad un globo para que atravesara África siguiendo un itinerario previamente diseñado.
Todo estaba perfectamente orquestado. No puede ser considerado como mero azar que Nadar se lanzara a la aventura de elevarse sobre el Campo de Marte en un espectacular globo al que bautizó
Le Géant
el mismo año en que se publicó la novela de Jules. Como se comprenderá, aquella audacia congregó a miles de personas alrededor de la barquilla del artefacto, y semejante episodio no hizo sino conceder una publicidad añadida a la obra de Jules.
Desde la primera novela, nuestro tío fue fiel a lo que de él se esperaba. El protagonista, Samuel Fergusson, era inglés, como tantos otros héroes salidos de su pluma. Y tenía las características que desde la sociedad literaria en la que Jules ingresó se estimaron las más idóneas para sus objetivos: debían ser hombres apasionados por la ciencia, íntegros, de constitución robusta y capaces de ejercer la pedagogía en el lector. Porque, en el fondo, la misión de Jules era aportar un grano más de arena que favoreciese la transformación de la sociedad. La ciencia construiría un mundo nuevo gobernado de forma racional y equilibrada por un Rey del Mundo.
Los otros héroes de la aventura cumplían el rol que tantos otros como ellos tendrían en novelas venideras: Dick Kennedy sería el hombre de acción, el cazador; y Joe Wilson el abnegado criado de fidelidad inquebrantable. El objetivo de todos ellos, tal y como Nemo sugirió a Jules, era encontrar las fuentes del Nilo.
Planteado el argumento y puestas a su disposición las ayudas pertinentes, todo quedaba en manos del ingenio del autor. Si él demostraba capacidad suficiente, aún quedaría por sortear una nueva y, aparentemente, no pequeña dificultad: encontrar editor…
L
lovía sobre el camposanto de aquel pueblo manchego anónimo. Y lo hacía con saña, como si no hubiera llovido jamás o como si fuera el último día en que lo haría.
Los pies de quienes formaban el cortejo fúnebre chapoteaban al caminar sobre la tierra parda empapada. La tarde tenía el color del ánimo de Alexia, a quien acompañaba un puñado de compañeros de trabajo de su bufete. A su derecha caminaba Nati Varela, su secretaria. A su izquierda, Juan Ignacio Sampedro.
Recuerdos que creía enterrados para siempre bajo la tumba frente a la cual ahora se encontraba brotaron incontrolables. Miró sus pies y los descubrió abrigados por unos lujosos zapatos negros de tacón. Ya no era la adolescente que en otro tiempo lloró en aquel mismo lugar durante el sepelio de su madre. Pero, si no era aquella chica de quince años, ¿por qué no lograba detener las lágrimas?
Aquel día lejano su padre estaba a su lado mirando aquella misma tumba. Él intentó coger su mano en varias ocasiones, pero ella lo rechazó con firmeza. Estaba decidida a no perdonarle jamás su ausencia durante la muerte de Alejandra. En cambio ahora, tantos años después, Alexia daría lo que fuera por sentir el calor de la mano de su padre.