Read La tumba de Huma Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (25 page)

BOOK: La tumba de Huma
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Derek esbozó una mueca de duda. Dejando cuidadosamente en el suelo la caja que llevaba, el caballero volvió a meterse en el agua. Pero de la oscuridad surgió una figura que lo detuvo.

—Es inútil, Derek. El barco se ha hundido —dijo Sturm. Sturm llevaba a Flint sobre la espada. Al ver que el caballero se tambaleaba de cansancio, Laurana corrió hacia el aguapara ayudarle. Entre ambos llevaron al enano a la orilla y lo tendieron sobre la arena. En el mar, los crujidos de la madera ya habían cesado, y esos sonidos se veían ahora reemplazados por los del interminable romper de las olas.

De pronto se oyó un chapoteo. Tasslehoff alcanzó la orilla tiritando pero con la misma sonrisa de siempre. Le seguía el capitán ayudado por Elistan.

—¿Dónde están los cadáveres de mis hombres? —preguntó Derek con sólo ver al capitán—.¿Dónde están?

—Había cosas más importantes que llevar —respondió ceñudo Elistan—. Cosas que necesitan los vivos, como armas y comida.

—Muchos hombres buenos han encontrado su morada final bajo las aguas. Me temo que vuestros hombres no serán los primeros... ni los últimos —añadió el capitán.

Derek pareció disponerse a responder, pero el capitán. con expresión triste y fatigada dijo:

—He dejado allí a seis de mis hombres esta noche, señor. A diferencia de los vuestros, estaban vivos cuando iniciamos el viaje. Por no mencionar el hecho de que mi barco, mi forma de ganarme la vida, también ha quedado allí. No creo que pueda añadir nada más, si comprendéis lo que quiero decir.

—Siento vuestra pérdida, capitán —respondió Derek con torpeza—. Y os admiro a vos y a vuestra tripulación por todo lo que intentasteis hacer.

El capitán murmuró algo y se quedó en pie, mirando vagamente la playa, como si se sintiera perdido.

—Enviamos a vuestros hombres por la orilla, en dirección norte —le dijo Laurana señalando—. Allí, entre aquellos árboles, podremos refugiarnos.

Súbitamente, como verificando sus palabras, apareció una luz brillante: las llamas de una inmensa hoguera.

—¡Están locos! ¡El dragón volverá a lanzarse sobre nosotros! —exclamó Derek furioso.

—Una de dos, o sucede eso, o moriremos de frío. Haga su elección, señor caballero. A mí poco me importa —dijo el capitán desapareciendo en la oscuridad.

Sturm se estiraba y gruñía, intentando relajar sus helados y ateridos músculos. Flint yacía sobre la arena, dolorido y tembloroso. Cuando Laurana se arrodilló para cubrirle con su capa, se dio cuenta del frío que ella misma sentía.

Con la agitación de intentar escapar del barco y la lucha contra el dragón, se había olvidado del frío. Casi no podía recordar los detalles de la huida, salvo que cuando alcanzaban la orilla había visto al dragón lanzarse sobre ellos, y que, entonces, había buscado su arco con dedos temblorosos y ateridos. Aún se preguntaba cómo alguno había tenido la suficiente presencia de ánimo como para intentar salvar algo.

—¡El Orbe de los Dragones! —exclamó temerosa.

—Aquí, en el arcón —respondió Derek—. Con el pedazo, de lanza y esa espada elfa a la que llamáis Wrymslayer y ,ahora, supongo que deberíamos aprovechar esa hoguera.

—Yo creo que no —una extraña voz resonó en la oscuridad, y al mismo tiempo numerosas antorchas llameantes rodearon al grupo.

Los compañeros se sobresaltaron e inmediatamente desenvainaron sus armas, agrupándose alrededor del indefenso enano. Pero tras un breve instante de paralización, Laurana reparó en los rostros iluminados por las antorchas.

—¡Esperad! —gritó—. ¡Son de los nuestros! ¡Son elfos!

—¡Sois de Silvanesti! —exclamó Gilthanas vehementemente. Dejando caer su arco al suelo, caminó hacia el elfo que había tomado la palabra—. Hemos viajado durante mucho tiempo en la oscuridad —dijo en idioma elfo, alargando una mano—. Bien hallado, herman...

Nunca pudo acabar de formular el antiguo saludo, pues el que dirigía el grupo de elfos dio un paso hacia delante, golpeó a Gilthanas en el rostro con el extremo de su vara y le hizo caer en tierra inconsciente.

Sturm y Derek alzaron inmediatamente sus espadas. El acero relampagueó a la luz de las antorchas.

—¡Deteneos ! —gritó Laurana en el idioma de los elfos. Arrodillándose junto a su hermano, echó hacia atrás la capucha de su capa para que la luz iluminara su rostro—.Somos vuestros primos. ¡Somos de Qualinesti y estos humanos son Caballeros de Solamnia!

—¡Sabemos perfectamente quienes sois! —el jefe elfo escupió las palabras—. ¡Espías de Qualinesti! y no nos parece nada extraño que viajéis en compañía de humanos. Hace mucho que vuestra sangre ha sido contaminada. Lleváoslos —dijo haciendo una señal a sus hombres—. Si no os acompañan pacíficamente, ya sabéis lo que tenéis que hacer. y averiguad qué han querido decir al mencionar el Orbe de los Dragones...

Los elfos dieron un paso hacia adelante.

—¡No! —gritó Derek dando un salto y situándose junto al arcón—. ¡Sturm, no deben arrebatamos el Orbe!

Pero Sturm ya había pronunciado el saludo de los Caballeros ante el enemigo y avanzaba empuñando la espada.

—Parece que va a haber pelea. Que así sea —dijo el cabecilla de los elfos alzando su arma.

—¡Os digo que esto es una locura! —chilló Laurana furiosa, situándose entre las relucientes espadas.

Los elfos se detuvieron indecisos. Sturm la agarró para hacerla retroceder, pero la muchacha consiguió soltarse.

—Los goblins y los draconianos, malignos y repugnantes, no caen en la bajeza de luchar entre ellos —la voz le temblaba de rabia—, mientras que nosotros, los elfos, antigua encarnación del bien, ¡pretendemos matarnos los unos a los otros! ¡Mirad! —la muchacha levantó la tapa del arcón y lo abrió—. ¡Aquí tenemos la esperanza de la salvación del mundo! Es uno de los Orbes de los Dragones. Lo sacamos del Muro de Hielo corriendo un grave riesgo. Nuestro barco ha quedado destrozado en las aguas. Conseguimos hacer huir al dragón que intentaba arrebatárnoslo. Y, después de todo esto... ¡resulta que lo máspeligroso es nuestra propia gente! Si esto es verdad, si hemos caído tan bajo, entonces matadnos ahora y os juro que ninguna persona de este grupo intentará deteneros.

Sturm, que no comprendía el idioma elfo, vio que los elfos bajaban las armas.

—Bueno, sea lo que sea lo que les ha dicho, parece que ha funcionado, —de mala gana, envainó su espada. Derek, tras un instante de vacilación, bajó su arma pero no la guardó en la funda.

—Tomaremos en consideración vuestra historia —comenzó a decir torpemente en común el jefe elfo, pero se interrumpió al oír gritos y chillidos a cierta distancia.

Los compañeros vieron que unas oscuras sombras rodeaban la hoguera. El elfo miró hacia allí, aguardó hasta que se hizo el silencio, y luego se volvió al grupo de nuevo, en particular a Laurana, que se había inclinado sobre su hermano.

—Puede que hayamos actuado precipitadamente, pero cuando hayáis vivido aquí durante algún tiempo, lo comprenderéis.

—¡Nunca llegaré a entenderlo! —exclamó Laurana entre sollozos.

Un elfo apareció en la oscuridad.

—Humanos, señor —Laurana le escuchó informar en el idioma elfo—. Por su apariencia son marineros. Dicen que su barco ha sido atacado por un dragón y se ha estrellado en las rocas.

—¿Lo habéis comprobado?

—Encontramos restos del naufragio flotando en la orilla. Los humanos están exhaustos y medio ahogados, no han ofrecido ninguna resistencia. No creo que hayan mentido.

El jefe elfo se volvió hacia Laurana.

—Parece que vuestra historia es cierta —dijo, hablando una vez más en común—. Me han informado que los humanos capturados son marineros. No os preocupéis por ellos. Desde luego los haremos prisioneros. No podemos permitir que los humanos ronden esta isla, con todos los problemas que tenemos. Pero los trataremos bien. No somos goblins—añadió agriamente—. Lamento haber golpeado a vuestro amigo...

—Hermano —replicó Laurana—. E hijo menor del Orador de los Soles. Soy Lauralanthalasa, y él es Gilthanas. Somos de la casa real de Qualinesti.

El elfo pareció palidecer al oír las noticias, pero inmediatamente recuperó la serenidad.

—Vuestro hermano será bien atendido. Haré llamar a un sanador ...

—¡No necesitamos a vuestro sanador! —dijo Laurana—. Ese hombre... —explicó señalando a Elistan— es clérigo de Paladine. El ayudará a mi hermano...

—¿Un humano? —preguntó el elfo en tono incrédulo.

—¡Sí, un humano! —chilló Laurana con impaciencia—. ¡Los elfos han golpeado a mi hermano! y recurro a los humanos para que lo curen. Elistan...

El clérigo dio un paso hacia adelante pero, a una señal de su cabecilla, varios elfos lo sujetaron rápidamente, inmovilizándolo. Sturm se dispuso a acudir en su ayuda, pero Elistan lo detuvo con un gesto, mirando a Laurana intencionadamente. El caballero retrocedió, comprendiendo el silencioso mensaje de Elistan. Sus vidas dependían de la elfa.

—¡Soltadlo! —ordenó Laurana—. ¡Dejadle ayudar a mi hermano!

—No puedo creer que sea un clérigo de Paladine, princesa Laurana —dijo el elfo—. Todos sabemos que los clérigos desaparecieron de Krynn cuando los antiguos dioses nos abandonaron. No sé quién es este charlatán ni cómo ha conseguido que le creyerais, pero no permitiré que este humano ponga sus manos sobre un elfo.

—¿Ni siquiera sobre un elfo enemigo?

—Ni aunque hubiera matado a mi propio padre y ahora, princesa Laurana, debo hablar con vos en privado para intentar explicaros lo que está sucediendo en Ergoth del Sur.

Al ver titubear a Laurana, Elistan dijo:

—Ve, querida. Eres nuestra única posibilidad de salvación. Yo me quedaré junto a Gilthanas.

—Muy bien —dijo Laurana incorporándose. Con expresión pálida se alejó del grupo con el elfo

—Esto no me gusta nada —dijo Derek frunciendo el entrecejo—. Les explicó demasiado cosas sobre el Orbe, y no hubiera debido hacerlo.

—Nos oyeron hablar de él—respondió Sturm fatigado.

—Sí, ¡Pero les dijo dónde estaba! No confío en ella... ni en su gente. ¿Quién sabe qué tipo de trato estarán haciendo...?

—¡Esto ya es demasiado! —rechinó una voz.

Ambos hombres se volvieron sorprendidos y descubrieron a Flint poniéndose en pie. Aunque sus dientes aun castañeaban, el enano le dirigió a Derek una helada mirada.

—Estoy com..completamente harto d...de ti, señor Su..supremo y Poderoso —el enano apretó los dientes para que dejaran de castañear el tiempo suficiente para poder hablar.

Sturm se dispuso a intervenir, pero el enano lo apartó a un lado para enfrentarse a Derek. La imagen era bastante cómica, y Sturm la recordó a menudo con una sonrisa. ¿Podría en alguna ocasión explicársela a Tanis? Flint, con su larga barba blanca empapada y desgreñada, con las ropas goteando, formando charcos a sus pies, y llegándole a Derek sólo a la altura del cinturón, regañó al alto y orgulloso caballero solámnico como podría haber regañado a Tasslehoff.

—¡Vosotros , los caballeros, habéis vivido tanto tiempo protegidos por las espadas y las armaduras que vuestros cerebros se han convertido en una masa amorfa! —profirió el enano—. Si es que alguna vez habéis tenido cerebro, cosa que dudo. He visto a esa muchacha pasar de ser una joven mimada, a convertirse en la bella mujer que es ahora y te digo que no existe persona más noble y valiente en todo Krynn. Lo que no puedes tolerar es que acabe de salvar tu pellejo. ¡Eso no puedes soportarlo!

El rostro de Derek enrojeció bajo la luz de las antorchas.

—No necesito que los enanos ni los elfos me defiendan... —comenzaba a decir Derek cuando Laurana regresó corriendo con ojos relampagueantes.

—¡Cómo si el mal no fuera ya suficiente, lo encuentro extendido entre los de mi propia raza! —murmuró la elfa con los labios apretados.

—¿Qué sucede? —preguntó Sturm.

—La situación es la siguiente: En estos momentos hay tres razas de elfos viviendo en Ergoth del Sur...

—¿Tres razas? —interrumpió Tasslehoff mirando a Laurana con profundo interés—. ¿Cuál es la tercera raza? ¿De dónde vienen? ¿Podría verlos? Nunca había oído...

Aquello era demasiado para Laurana.

—Tas, ve a quedarte con Gilthanas y dile a Elistan que venga —dijo en tono severo.

—Pero...

Sturm le dio al kender un empujón.

—Ve —le ordenó.

Tasslehoff, dolido, se dirigió desconsolado hasta donde se encontraba Gilthanas. El kender se dejó caer sobre la arena haciendo mohines. Antes de reunirse con los demás, Elistan le dio unos golpecillos en el hombro.

—Los elfos Kalanesti, conocidos en el idioma común como los Elfos Salvajes, son la tercera raza —prosiguió Laurana—. Lucharon a nuestro lado durante las guerras de Kinslayer. Como recompensa por su lealtad, Kith-Kanan les otorgó las montañas de Ergoth —eso fue antes de que Qualinesti y Ergoth quedaran divididos por el Cataclismo —. No me sorprende nada que nunca hayáis oído hablar de los Elfos Salvajes, o Elfos Limítrofes, como también se les llamaba. Son reservados y se mantienen apartados, son feroces luchadores que sirvieron bien a Kith-Kanan, pero nunca han amado las ciudades. Se mezclaron con los Druidas y aprendieron de su saber. También recuperaron las costumbres de los antiguos elfos. Mi gente los considera unos bárbaros —tal como vuestra gente considera bárbaros a las razas de las Llanuras.

—Hace algunos meses, cuando los Silvanesti se vieron obligados a dejar su antiguo hogar, se refugiaron aquí, pidiendo la aprobación de los Kalanesti para morar temporalmente en estas tierras. Luego llegó mi gente, los Qualinesti. De esta forma, una raza que había estado separada durante tantos cientos de años, ha acabado reuniéndose.

—No veo la importancia que esto pueda tener... —interrumpió Derek.

—Acabarás comprendiéndolo, ya que nuestras vidas dependen, en parte, de la comprensión de lo que está ocurriendo en esta triste isla... —a la elfa le falló la voz. Elistan se acercó a ella y la rodeó con el brazo intentando reconfortarla.

—Todo empezó bastante pacíficamente. Después de todo, las dos razas exiliadas tenían mucho en común —ambas habían tenido que abandonar su amada tierra natal debido al mal reinante en el mundo—. Establecieron sus hogares en la isla; los Silvanesti en la costa oeste y los Qualinesti en la este. Ambas costas están separadas por un estrecho conocido con el nombre de Thon-Tsalarian, que en Kalanesti significa «río de los Muertos». Los Kalanesti viven en las praderas que hay al norte del río. Al principio tanto los Silvanesti como los Qualinesti intentaron iniciar una relación amistosa entre ellos, pero pronto empezaron los problemas, ya que ambas familias de elfos no pudieron convivir ni siquiera después de cientos de años, sin que los viejos odios y diferencias salieran a la luz —Laurana cerró un instante los ojos—. El río de los Muertos bien podría llamarse Thon-Tsararoth, río de la Muerte.

BOOK: La tumba de Huma
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Parabolis by Eddie Han
Fallen Eden by Williams, Nicole
The Ugly One by Leanne Statland Ellis
The Gospel of Z by Stephen Graham Jones
Geek Heresy by Toyama, Kentaro
Paris Twilight by Russ Rymer
Scandalous-nook by RG Alexander