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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (22 page)

BOOK: La tumba de Huma
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Aquello no era del todo verdad, pero Alhana sabía que quedarían muy extrañados al ver cómo el cadáver de su padre era confiado a la tierra —costumbre practicada únicamente entre los goblins y otras criaturas malignas. La idea le aterraba. Involuntariamente, su mirada se desvió hacia el torturado árbol que debía señalar la tumba de Lorac, presidiéndola como una terrible ave de presa. Rápidamente apartó la mirada.

—Hace ya tiempo que su tumba está preparada, y tengo alguna experiencia en estas cosas... No os preocupéis por mí, por favor.

Tanis vio la angustia reflejada en su rostro, pero no pudo negarse a respetar su demanda.

—Lo comprendemos —dijo Goldmoon. Un segundo después, con un impulso instintivo, la mujer bárbara de Que-shu rodeó con sus brazos a la princesa elfa y la apretó contra ella como si se tratara de un chiquillo asustado. Alhana, al principio, estaba rígida, pero luego se abandonó al compasivo abrazo de Goldmoon.

—Que la paz esté contigo —le susurró Goldmoon, retirando cariñosamente las hebras de cabello oscuro que caían sobre el rostro de la muchacha elfa.

—¿Qué harás después de enterrar a tu padre? —preguntó Tanis cuando Alhana y él se quedaron solos en los escalones de entrada de la torre.

—Regresaré con mi gente —replicó Alhana gravemente—. Ahora que nuestra tierra se ha liberado del mal, los grifos volverán a buscarme y me llevarán a Ergoth. Haremos lo que podamos para intentar acabar con lo maligno. Luego, regresaremos a casa.

Tanis miró a su alrededor. Silvanesti aparecía horrible incluso a la luz del día, por lo que de noche era tan terrorífico que no se podía expresar con palabras.

—Ya lo sé —replicó Alhana como respuesta a los silenciosos pensamientos del semielfo—. Este será nuestro castigo.

Tanis arqueó las cejas con escepticismo, pues sabía la lucha que la elfa debería librar para conseguir que su pueblo regresara. Pero al ver la convicción reflejada en el rostro de Alhana, supo que lo lograría.

Sonriendo, cambió de tema.

—¿Encontrarás tiempo para ir a Sancrist? —le preguntó—.Los caballeros quedarían muy honrados por tu presencia, especialmente uno de ellos.

El rostro de Alhana se tiñó de rubor.

—Tal vez... Aún no puedo saberlo. He aprendido muchas cosas, pero me llevará mucho tiempo conseguir que formen parte de mí misma —sacudió la cabeza, suspirando—. Puede que nunca llegue a sentirme verdaderamente cómoda con ellas. ¿Cómo aprender a querer a un humano?

Alhana alzó la cabeza y miró a Tanis a los ojos.

—¿Sería él feliz, Tanis, lejos de su hogar, ya que debo regresar a Silvanesti? ¿Y podría yo ser feliz, siendo todavía joven, y viéndole, en cambio, envejecer y morir?

—Yo me hice las mismas preguntas, Alhana. Si negamos el amor que se nos otorga y si nos resistimos a dar amor por temor al dolor de la pérdida, entonces nuestras vidas serán vacías y la pérdida mucho mayor.

—Cuando nos conocimos me pregunté cómo era que los demás te seguían a ti, Tanis Semielfo. Ahora lo comprendo. Tomaré en consideración tus palabras. Adiós, Tanis, hasta que el viaje de tu vida termine.

—Adiós, Alhana —dijo Tanis tomando la mano que ella le tendía. No encontró nada más que decir, por lo que se volvió y la dejó.

Pero al marchar no pudo evitar preguntarse: «¿Por qué, si aquello sonaba tan sensato, reinaba en su vida tanto desorden?»

Tanis se reunió con sus compañeros en la linde del bosque. Durante unos segundos se quedaron ahí, en pie, temiendo penetrar en él. Aunque sabían que el mal había abandonado aquellas tierras, la idea de viajar, durante varios días, entre aquellos árboles no era nada atractiva. Pero no tenían elección. Todavía sentían la misma sensación de urgencia que los había llevado hasta aquel punto. El tiempo iba transcurriendo y sentían que no podían desperdiciar ni un segundo, a pesar de no saber exactamente por qué.

—Ven, hermano —dijo Raistlin finalmente.

El mago los guió hacia el interior del bosque, alzando su Bastón de Mago para iluminar el camino. Caramon lo siguió con un suspiro. Uno por uno, los demás caminaron tras ellos. El único en volver atrás la mirada fue Tanis.

La tierra estaba cubierta de una espesa oscuridad, como si también ella estuviera en duelo por la muerte de Lorac. Alhana seguía en la puerta de la torre de las Estrellas, su silueta se recortaba contra el alto edificio que relucía con la luz de los rayos de luna almacenados durante años. Lo único visible entre las sombras era el rostro de Alhana, que parecía un fantasma de Solinari. La elfa alzó una mano y hubo un breve y claro destello de luz pura y blanca —la joya Estrella—, luego la muchacha desapareció en las sombras de la noche.

LIBRO IV

Canción del quebrantador de hielo

La historia del viaje de los compañeros al castillo del Muro de Hielo y la derrota de Feal-thas, Señor del Dragón, se convirtieron en toda una leyenda para los bárbaros de Hielo que habitaban esas desoladas tierras. Los clérigos del lugar la seguían relatando esas largas noches de invierno, en las que se cantan canciones y se recuerdan hazañas del pasado.

CANCIÓN DEL QUEBRANTADOR DE HIELO

Yo soy el que los traje de vuelta.

Soy Raggart y esto es lo que os digo.

Nieve sobre nieve anula las huellas del hielo,

el sol sangra blancura sobre la nieve

con una luz fría eternamente insufrible.

Y si yo no os dijera esto,

la nieve descendería sobre las hazañas de los héroes, y su fuerza en mi canción

se tendería en un corazón de escarcha,

que no se levantaría nunca más,

nunca más mientras el aliento perdido se deshace.

Eran siete de las tierras cálidas.

Yo soy el que los traje de vuelta.

Cuatro espadachines de una orden del norte,

la mujer elfa Laurana,

el enano de las colinas,

el kender de huesos de halcón.

Empuñando tres espadas llegaron al túnel

de la garganta del único castillo.

Descendieron entre los Thanoi, los viejos guardianes,

donde sus espadas labraron el aire caliente,

destrozando tendones, destrozando huesos,

mientras los túneles se teñían de rojo.

Descendieron sobre el minotauro, sobre el oso de hielo, y las espadas silbaron de nuevo,

brillando al borde de la locura.

En el viejo túnel hallaron brazos,

hallaron garras, hallaron cosas indecibles,

mientras los espadachines descendían,

y un brillante vapor se helaba tras ellos.

Llegaron a las habitaciones del corazón del castillo donde los aguardaba Feal-thas,

señor de lobos y dragones, con armadura blanca,

que cubre el hielo cuando el sol sangra blancura.

Y llamó a los lobos, raptores de niños,

que se amamantaban de la muerte en el cubil de los ancestros.

Los héroes fueron rodeados por un círculo de cuchillos de ansia,

mientras los lobos avanzaban bajo la mirada de su señor.

Y Aran fue el primero en romper el círculo.

Un viento ardiente de la garganta de Feal-thas desenredó la devanadera de la caza perpetrada.

El siguiente fue Brian, la espada del señor de los lobos.

Lo envió en busca de tierras más cálidas.

Todos quedaron congelados en el filo de la navaja.

Todos quedaron congelados, excepto Laurana.

Cegada por una ardiente luz, que inflamaba la corona de la mente,

donde la muerte se funde con el sol poniente,

detuvo al quebrantador de hielo.

Y sobre el hervor de los lobos, sobre la muerte,

enfrentándose a una espada de hielo, enfrentándose a la oscuridad,

abrió la garganta del señor de los lobos.

Y, al ver su cabeza desplomarse, los lobos retrocedieron.

El resto es rápido de contar.

"Destrozando los huevos, el violento engendro de los dragones,

un túnel de escamas e inmundicia

los llevó a la terrible alacena,

los llevó más allá, los llevó al tesoro.

Allí el Orbe danzaba en azul, danzaba en blanco

henchido como un corazón en su interminable latir.

Me lo dejaron sostener. Yo soy el que los traje de vuelta.

Fuera del túnel más sangre, más sangre bajo el hielo.

Portando su propia e increíble carga,

los jóvenes caballeros silenciosos y andrajosos.

Ahora quedaban sólo cinco.

El último era el kender saltando con sus pequeñas bolsas.

Yo soy Raggart, y esto es lo que os digo.

Yo soy el que los traje de vuelta.

1

El viaje desde el muro de hielo.

El viejo enano estaba muriéndose.

Las piernas ya no lo sostenían. Notaba cómo sus intestinos y su estómago se retorcían como serpientes. Se sentía sacudido por oleadas de náuseas. Ni siquiera podía levantar la cabeza de la litera. Observó la lámpara de aceite que se balanceaba lentamente sobre su cabeza. Su luz parecía cada vez más tenue. « Ya está, esto es el fin. La oscuridad se cierne sobre mí...», pensó el enano.

En ese momento oyó un ruido a poca distancia, un crujir de tablas de madera, como si alguien estuviese acercándose furtivamente. Haciendo un esfuerzo, Flint se las arregló para volver la cabeza.

—¿Quién va? —graznó.

—Tasslehoff —susurró una voz solícita. Flint suspiró, extendiendo una nudosa mano. La mano de Tas se cerró sobre la suya.

—Amigo mío, me alegro de que hayas llegado a tiempo de despedirte —dijo el enano con debilidad—. Me estoy muriendo, muchacho. Voy camino de Reorx...

—¿Cómo? —preguntó Tas acercándose más.

—Reorx —repitió el enano irritado—. Voy a los brazos de Reorx.

—No, no nos dirigimos ahí. Vamos en dirección a Sancrist. A menos que te refieras a una posada. Se lo preguntaré a Sturm. «Los Brazos de Reorx». Hummm...

—¡Reorx, el dios de los Enanos, estúpido!

—¡Ah! —dijo Tas un segundo después —
Ese
Reorx.

—Escucha, muchacho—dijo Flint más sosegadamente—. Quiero que te quedes con mi casco, el que me diste en Xak Tsaroth, el de la melena de grifo.

—¿De verdad? Es muy amable de tu parte, Flint, pero ¿qué casco vas a utilizar tú?

—Donde yo voy no me va a hacer falta ningún casco.

—En Sancrist tal vez lo necesites. Derek cree que los Señores de los Dragones están tramando lanzar una ofensiva a gran escala, y en ese caso el casco puede serte de gran utilidad...

—¡No estoy hablando de Sancrist! —profirió Flint, haciendo un esfuerzo por incorporarse—. ¡No voy necesitar un casco porque estoy muriéndome!

—Yo una vez casi me muero —dijo Tas en tono grave. Tras colocar un humeante plato sobre la mesa, se instaló confortablemente en una silla para relatar su historia—. Fue en Tarsis, cuando un dragón derribó un edificio sobre mí. Elistan dijo que había estado a punto de fallecer. En realidad sus palabras no fueron exactamente éstas, pero dijo que sólo gracias a la inter...interces... oh, bueno, interalgo de los dioses, hoy estoy vivo.

Flint profirió un sonoro bufido y se dejó caer de nuevo sobre la litera.

—¿Es demasiado pedir que se me permita morir en paz en vez de estar rodeado de molestos kenders? —dijo dirigiéndose a la lámpara que se balanceaba sobre su cabeza.

—Oh, vamos... No estás tan mal, ¿sabes? Tan sólo estás mareado.

—Estoy muriéndome —dijo el enano obcecadamente—. He sido atacado por un peligroso virus y sé que estoy muriéndome. ¡Y la culpa pesará sobre vuestras cabezas! Vosotros me arrastrasteis a este maldito bote...

—Barco —interrumpió Tas.

—¡Bote! —repitió Flint furioso—. Me arrastrasteis a este maldito
bote,
y luego me abandonasteis moribundo en una habitación infestada de ratas...

—Te podíamos haber dejado en el Muro de Hielo, ¿sabes? con los hombres —morsa y...–Tasslehoff se detuvo.

Flint intentó incorporarse de nuevo, pero esta vez con un brillo de furia en la mirada. El kender se puso en pie y comenzó a caminar en dirección a la puerta.

—Bueno, creo que será mejor que me vaya. Sólo bajé para ver ...para ver si querías comer algo. El cocinero del barco ha hecho algo que él llama sopa de guisantes verdes...

Laurana, acurrucada en la parte anterior de la cubierta para evitar ser derribada por el viento, oyó un potente gruñido seguido de un ruido de cacharros rotos y se puso en pie alarmada. Le lanzó una mirada a Sturm, que se hallaba a su lado. El caballero sonrió.

—Flint —dijo.

—Sí —comentó Laurana preocupada—. Tal vez debería... Pero se vio interrumpida por la aparición de Tasslehoff, que iba cubierto de sopa de guisantes de la cabeza a los pies.

—Creo que Flint se siente mejor —dijo Tas solemnemente—. ¡Pero aún no lo suficiente para comer algo!

Los compañeros habían viajado al Muro de Hielo ya que, según Tasslehoff, en el castillo de este lugar se conservaba uno de los Orbes de los Dragones. En efecto, lo habían encontrado y habían vencido a su maligno guardián, Feal-thas, uno de los poderosos Señores de los Dragones. Tras escapar de la destrucción del castillo con la ayuda de los bárbaros de Hielo, ahora se encontraban en un barco rumbo a Sancrist.

El trayecto desde el Muro de Hielo había sido rápido. El pequeño barco surcaba velozmente las aguas marinas en dirección norte, ayudado por las corrientes y por los potentes vientos reinantes.

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