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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

La tumba de Huma (19 page)

BOOK: La tumba de Huma
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—¡Raistlin! —exclamó Sturm—. ¡Por todos los dioses, vas a pagar por la vida de tu hermano!

Olvidando al dragón y recordando sólo el cuerpo sin vida de Caramon, el caballero corrió hacia el mago con la espada alzada. Raistlin lo miró con frialdad.

—Mátame, caballero, y acabarás con tu vida y con la de los demás, pues a través de mi magia —y únicamente a través de mi magia—lograrás abatir a Cyan Bloodbane.

—¡Detente, Sturm! —a pesar de su sentimiento de aversión, Tanis sabía que el mago tenía razón. Podía sentir el poder que emanaba de su negra túnica—. Necesitamos su ayuda.

—No —dijo Sturm sacudiendo la cabeza y separándose del grupo cuando Raistlin se aproximó —. Ya lo dije antes... no confiaré en su protección. No pienso hacerlo. Adiós, Tanis.

Antes de que nadie pudiera detenerlo, Sturm se cruzó con Raistlin y avanzó hacia Cyan Bloodbane. El gigantesco dragón movía de un lado a otro la cabeza, como si intuyera aquel reto a su poder, el primero desde que había conquistado Silvanesti.

Tanis agarró a Raistlin.

—¡Haz algo! 

—El caballero se ha interpuesto en mi camino. Cualquier encantamiento que formule lo destrozaría a él también.

—¡Sturm! —gritó Tanis, y su voz resonó fúnebre.

El caballero vaciló. Escuchaba algo, pero no la voz de Tanis. Lo que oía era la aguda y penetrante llamada de la trompeta solámnica, una música tan fría como las nevadas montañas de su hogar. La llamada de la trompeta se elevaba con pureza y claridad sobre la oscuridad, muerte y desesperación, llegándole al corazón.

Sturm respondió a la llamada con un alegre grito de guerra y, luego, alzó su espada—la espada de su padre, con su antigua hoja coronada por la rosa y el martín pescador—. La luz de Solinari, que entraba por una ventana rota, envolvió la espada en una radiante luz blanca que traspasó la perniciosa atmósfera verde.

Cada vez que sonaba la trompeta, Sturm respondía de nuevo, pero, de pronto, la voz le falló, pues la llamada que acababa de oír había cambiado de tono. Ya no era dulce y pura, era agria y aguda.

«¡No, aquello era el sonido de los cuernos del enemigo! ¡Había caído en una trampa!», pensó Sturm horrorizado mientras se aproximaba al dragón. Un momento después vio que estaba siendo rodeado por soldados draconianos, quienes surgían de detrás del dragón y se reían cruelmente de él.

Sturm se detuvo, sosteniendo la espada con una mano que sudaba bajo el guante. El dragón —criatura imbatible— apareció ante él rodeado de parte de sus ejércitos, babeando y relamiéndose las quijadas con la lengua.

A Sturm se le hizo un nudo en el estómago; su piel se tomó fría y húmeda. La llamada del cuerno sonó de nuevo, terrible y maligna. Todo había acabado. El esfuerzo no había servido de nada. Le esperaba la muerte, una ignominiosa derrota. Descorazonado, miró a su alrededor con temor. ¿Dónde estaba Tanis? Necesitaba a Tanis pero no podía encontrarlo. Fruto de la desesperación, comenzó a repetir el Código de los Caballeros,
Mi Honor Es Mi Vida,
pero las palabras le sonaban huecas y faltas de sentido. El todavía no había sido investido caballero. ¿Qué representaba el Código para él? ¡Había estado viviendo en una mentira! El brazo con el que manejaba la espada comenzó a temblar; ésta resbaló de su mano y él cayó de rodillas, temblando y sollozando como un niño, ocultando su cabeza de la terrorífica imagen que tenía ante sí.

Con un sólo golpe de sus relucientes garras, Cyan Bloodbane casi acabó con la vida de Sturm, atravesando su cuerpo. Con una garra manchada de sangre, Cyan se desprendió del desventurado humano desdeñosamente, lanzándolo al suelo, y los draconianos se precipitaron sobre el cuerpo aún con vida del caballero para destrozarlo en pedazos.

Pero encontraron el camino bloqueado. Una reluciente figura, que bajo la luz de la luna irradiaba plateados destellos, corrió hacia el caballero. Agachándose rápidamente, Laurana alzó la espada de Sturm y tras enderezarse con igual presteza se enfrentó a los draconianos.

—Tocadlo y moriréis —dijo la elfa entre lágrimas.

—¡Laurana! —chilló Tanis intentando correr hacia ella para ayudarla. Pero los draconianos se lanzaron contra él, por lo que el semielfo intentó desesperadamente abrirse camino a cuchilladas. En el preciso instante en que llegó al lado de la elfa, oyó que Kitiara lo llamaba. Al volverse vio que estaba siendo atacada por cuatro draconianos. El semielfo se detuvo angustiado, dudando, y en ese instante Laurana cayó sobre los despojos de Sturm, atravesada por el acero de los draconianos.

—¡No! ¡Laurana! —gritó Tanis. Pero, cuando se disponía a inclinarse para examinarla, oyó que Kitiara gritaba de nuevo. Se volvió y, llevándose las manos a la cabeza, contempló vacilante e impotente como Kitiara caía bajo el enemigo.

El semielfo comenzó a sollozar, fuera de sí, sintiendo que comenzaba a sumirse en la locura, deseando que la muerte acabara con aquel terrible dolor. Agarrando con firmeza la espada mágica de Kith-Kanan, se abalanzó hacia el dragón con el único pensamiento de matar y ser matado. Pero Raistlin se interpuso en su camino, plantándose ante el dragón como un obelisco negro.

Tanis cayó al suelo, sabiendo que su muerte estaba fijada. Sosteniendo firmemente en su mano el pequeño anillo de oro, aguardó la muerte.

Entonces oyó que el mago formulaba unas extrañas y poderosas palabras, y oyó también al dragón rugir de rabia. Ambos estaban luchando, pero a Tanis no le importaba. Con los ojos bien cerrados, borró los sonidos que surgían a su alrededor, borró la vida. Tan sólo una cosa seguía siendo real. El anillo de oro que sostenía con fuerza en sus manos.

De pronto Tanis fue vivamente consciente del roce del anillo contra la palma de su mano: el metal era frío, y los bordes rugosos. Podía sentir en su carne el pinchazo de las afiladas hojas de enredadera.

Tanis cerró la mano, estrujando el anillo. El oro le pinchaba la carne, le pinchaba cada vez más. Sentía dolor... era realmente doloroso...

¡Estoy soñando!

Tanis abrió los ojos. La plateada luz de Solinari inundaba la torre, mezclándose con los rayos rojos de Lunitari. Yacía sobre un frío suelo de mármol. Su mano estaba cerrada con fuerza, con tanta fuerza que el dolor lo había despertado. ¡El dolor! El anillo... ¡El sueño! Al recordarlo, Tanis se incorporó aterrorizado y miró a su alrededor. Pero sólo había una persona en la sala. Raistlin se recostó contra la pared, tosiendo

El semielfo se puso en pie y caminó tembloroso hacia Raistlin. Al acercarse vio un hilo de sangre en los labios del mago. La sangre relucía roja bajo la luz de Lunitari tan roja como la túnica que cubría el cuerpo trémulo Y frágil de Raistlin.

El sueño.

Tanis abrió la mano. Estaba vacía.

11

Fin del sueño.

Principio de la pesadilla.

El semielfo miró a su alrededor. La sala estaba tan vacía como su mano. Los cadáveres de sus amigos no estaban. El dragón tampoco. El viento soplaba a través de una pared destruida, arremolinando la roja túnica de Raistlin, esparciendo por el suelo hojas secas de álamo. El semielfo caminó hacia Raistlin, alcanzando a sostener al joven mago en sus brazos antes de que éste se desmayara.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Tanis sacudiendo a Raistlin —. ¿Dónde están Laurana y Sturm? ¿Y los otros, y tu hermano? ¿Están muertos? ¿Y el dragón?

—El dragón se ha ido. El Orbe envió al dragón lejos de aquí al darse cuenta de que no podía vencerme —deshaciéndose de Tanis, Raistlin se separó de él, acurrucándose contra la pared de mármol—. No pudo vencerme tal como era... Ahora hasta un niño podría conmigo. Y por lo que se refiere a los demás... no lo sé. Tú, semielfo, has sobrevivido por la fuerza de tu amor. Yo he sobrevivido por mi ambición. Nos aferramos a la realidad en medio de una pesadilla. ¿Quién sabe lo que puede haberles ocurrido a los demás?

—Entonces Caramon debe estar vivo debido a su amor. Con su último aliento me rogó que respetara tu vida. ¿Dime mago, es éste el futuro que sabías irreversible?

—¿Por qué preguntar? ¿Me matarías, Tanis? ¿Ahora? —No lo sé —murmuró Tanis despacio, pensando en lasúltimas palabras de Caramon—. Tal vez.

Raistlin sonrió con amargura.

—Guarda tus energías. Mientras nosotros estamos aquí el futuro está cambiando, somos los juguetes de los dioses, no sus herederos como se nos prometió. Pero... —el mago seapartó de la pared—, aún falta mucho para que esto acabe. Debemos encontrar a Lorac, y el Orbe de los Dragones.

Raistlin se arrastró por la sala, apoyándose pesadamente en su Bastón de Mago que iluminaba la estancia ahora que la luz glauca se había evaporado.

La luz glauca. Tanis se quedó en pie en medio del corredor, perdido en un mar de confusiones, intentando despertar, intentado discernir lo soñado de la realidad, ya que el sueño parecía mucho más real que lo que ahora observaba. Contempló la pared destruida. ¿Realmente había habido un dragón? ¿Y una cegadora luz verdosa al final del corredor? Pero ahora éste estaba oscuro. Había caído la noche. Cuando todo aquello había empezado era de día. Las lunas no habían ascendido en el cielo y, sin embargo, ahora estaban llenas. ¿Cuántas noches habían pasado? ¿Cuántos días?

De pronto Tanis oyó retronar una voz en el otro extremo del corredor, cerca de la puerta.

—¡Raistlin!

El mago se detuvo, dejando caer los hombros. Luego se volvió lentamente.

—Mi hermano —susurró.

Caramon —vivo y aparentemente ileso estaba junto a la puerta, su silueta se recortaba contra la estrellada noche.

Tanis oyó a Raistlin suspirar suavemente.

—Estoy cansado, Caramon —el mago tosió y respiró jadeante—. Y aún hay mucho que hacer antes de que esta pesadilla acabe, antes de que las tres lunas se pongan —Raistlin extendió su huesudo brazo—. Necesito tu ayuda, hermano.

Tanis vio que Caramon se estremecía. El gran hombre entró en la habitación, acompañado del sonido de la espada repiqueteando contra sus caderas. Al llegar junto a su hermano, lo rodeó con el brazo.

Raistlin se sostuvo en él. Los gemelos caminaron juntos por el frío corredor, atravesando la destruida pared y dirigiéndose hacia la estancia donde Tanis había visto la luz verdosa y el dragón. Con el corazón lleno de presagios, Tanis avanzó tras ellos.

Los tres entraron en la sala de audiencias de la torre de las Estrellas. Tanis la miró con curiosidad, toda su vida había oído hablar de la belleza de aquel lugar. La torre del Sol de Qualinost había sido construida en memoria de esta torre, la torre de las Estrellas. Se parecían mucho la una a la otra, y sin embargo no eran iguales. Una era luminosa, laotra estaba llena de oscuridad. Tanis observó a su alrededor. La torre se elevaba sobre él formando espirales de mármol que brillaban con el fulgor de las perlas. Había sido construida para almacenar la luz de las lunas, tal como la torre del Sol almacenaba la luz del sol. Las ventanas talladas en la torre estaban labradas con gemas que absorbían y magnificaban la luz de Solinari y Lunitari, haciendo danzar rayos rojos y plateados por la habitación. Pero las gemas se habían roto, y ahora los rayos de luna que se filtraban estaban distorsionados; los plateados eran pálidos como cadáveres y los rojos, bermejos como la sangre.

Tanis, temblando, alzó la mirada. En Qualinost había pinturas en el techo, retratos del sol, de las constelaciones y de las dos lunas. Pero aquí sólo se apreciaba un agujero tallado en el extremo más elevado de la torre. A través de él únicamente podía verse una vacía negrura. Las estrellas no relucían. Era como si una esfera negra y perfectamente redonda hubiese aparecido en la estrellada oscuridad. Antes de poder reflexionar sobre qué podía significar aquello, oyó a Raistlin hablar en voz baja y se volvió.

Allí, entre las sombras, en el otro extremo de la sala de audiencias, estaba el padre de Alhana, Lorac, el rey elfo. Su encogido y cadavérico cuerpo casi desaparecía en un inmenso trono de piedra caprichosamente labrado con aves yotros animales. Seguramente debía haber sido muy bello, pero ahora las cabezas de todos los animales eran calaveras.

Lorac estaba inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás, con la boca abierta en un silencioso grito. Su mano reposaba sobre una esfera de cristal.

—¿Está vivo? preguntó Tanis horrorizado.

—Sí —respondió Raistlin—, a su pesar, indudablemente.

—¿Qué le ocurre?

—Está viviendo en una pesadilla —respondió Raistlin señalando la mano de Lorac—. Ahí está el Orbe de los Dragones. Por lo que se ve, ha intentado manipularlo. El Orbe llamó a Cyan Bloodbane para que guardara Silvanesti, y el dragón decidió destruirlo, murmurando pesadillas al oído de Lorac. Lorac llegó a creer tanto en el sueño, pues el amor a su tierra era muy grande, que la pesadilla se convirtió en realidad, Así, el sueño que vivimos al entrar era el suyo. Su sueño... y el nuestro. Al entrar en Silvanesti, también nosotros caímos bajo el poder del dragón.

—¿Tú sabias que íbamos a enfrentarnos a esto!— exclamó Tanis agarrando a Raistlin por los hombros y obligándolo a girarse—. ¡Sabias hacia dónde nos encaminábamos cuando dejamos la orilla del río...!

—Tanis —dijo Caramon amenazadoramente, forzándolo a soltar a su hermano—. Déjalo en paz.

Antes de poder responder, Tanis escuchó un sollozo. Sonaba como si procediera de la base del trono. Lanzándole a Raistlin una furibunda mirada, Tanis se separó de él y miró hacia las sombras, avanzando hacia ellas con la espada desenvainada.

—¡Alhana! —la doncella elfa estaba acurrucada a los pies de su padre, con la cabeza sobre su regazo, llorando. No pareció oír a Tanis, que se acercó más a ella—. Alhana...

La elfa elevó la mirada sin reconocerlo.

—Alhana.

La muchacha parpadeó y se estremeció, asiendo la mano que Tanis le tendía, como aferrándose a la realidad.

—¡Semielfo! —susurró.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Qué ha sucedido?

—Oí decir al mago que todo era un sueño y... y me negué a creer en ello. Desperté, ¡Pero sólo para descubrir que la pesadilla era real! ¡Mi bella tierra llena de horrores! —Alhana escondió el rostro entre las manos y Tanis se arrodilló junto a ella.

—Me abrí camino hasta aquí. Me llevó... días. Días de pesadilla. Cuando entré en la torre el dragón me capturó. Me trajo aquí, junto a mi padre, con el propósito de hacer que Lorac me asesinara. Pero mi padre no fue capaz de dañar a su propia hija, ni siquiera en sueños. Por tanto Cyan lo torturó con visiones de lo que podría hacer conmigo.

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