La pierna quedó como entumecida. Luke trastabilleó e intentó saltar hacia atrás. Luchó por mantener el equilibrio, obtener de nuevo el control de la Fuerza. El arma dañaba centros nerviosos. Por lo tanto, Gaeri debía estar consciente.
—¡Sácala de aquí, Erredós! —gritó.
Cuando el pequeño androide rodó hacia la joven, los dos alienígenas aprovecharon la circunstancia. Se lanzaron hacia adelante y le acorralaron contra una mesa volcada. Percibió su extraño olor acre.
Saltó con la pierna izquierda, casi a los brazos de un alienígena, y alzó la espada. Al mismo tiempo, se relajó en la Fuerza y giró sin pensar. El zumbido de la espada no cambió de tono cuando cortó el arma del gigante azul, que soltó las dos partes y retrocedió, sin cesar de silbar.
Un arma menos. Erredós llegó al lado de Gaeri, la cogió por el cinturón y la arrastró hacia la puerta principal. Luke saltó con torpeza hacia la mesa más cercana. Su pierna derecha entumecida se torció cuando descargó todo su peso sobre ella.
Eso dolerá, más tarde
. Tuvo que emplear la Fuerza para mantenerse erguido.
Luke giró en redondo cuando oyó el silbido estridente de Erredós. Dev le apuntaba con un desintegrador imperial al torso, el clásico disparo aturdidor.
Luke soltó una mano de la espada y arrebató el desintegrador de la mano de Dev, mediante la Fuerza. Voló hacia él con lentitud. Lo cortó en dos, y las mitades cayeron sobre la mesa.
Ahora
, urgió a su sentido interno. Se concentró en la Fuerza y buscó el control hipnótico que esclavizaba a Dev Sibwarra. La sombra de algo enorme oscurecía casi todos los recuerdos de Dev.
No obstante, el muchacho poseía un tremendo poder en la Fuerza. Luke envolvió su voluntad alrededor del oscuro bloqueo y lo desintegró con Luz.
Dev se tambaleó hacia atrás, hasta apoyarse en otra mesa. En un momento, horripilantes recuerdos habían inundado su mente. Su ira se concentró, tan feroz como un ejército invasor p'w'eck. Parpadeó, desorientado. De repente, el monstruoso Skywalker se había convertido en un hermano humano. No se sentía furioso, tan sólo deprimido. No podía necesitar renovación…, a menos…
Miró a Skywalker, que seguía de pie sobre la mesa. Vio el brillo de sus ojos penetrantes y la tensión de su barbilla.
Dev acarició su mano izquierda y recordó cómo la había herido. ¡Firwirrung! Su amo le había encadenado con tierna lealtad tras años de abusivas manipulaciones. Dev abrió los ojos de par en par al mundo. Jamás había sentido tanto dolor o remordimiento, y tanta alegría de ser humano, al mismo tiempo. Pese a todo lo que le habían hecho…, todo lo que le habían hecho…, estaba maltrecho, pero entero.
—¿Te encuentras bien? —silbó Escama Azul.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Ahora lo recordaba todo, incluyendo las costumbres idiomáticas que había aprendido durante su encarcelamiento.
—Estoy bien. ¿Y tú, Anciano?
—Dile al Jedi que venga con nosotros. Prométele cualquier cosa.
Entonces, lo comprendió: los ssi-ruuk pretendían convertir a los humanos en animales para la reproducción y fuentes de energía. Mentirían, matarían, torturarían y mutilarían con tal de lograr su propósito. No merecían más que odio.
—El odio es del lado oscuro —gritó Luke Skywalker desde la mesa—. No te abandones a él.
¿Le había liberado tan por completo el Jedi?
—¿Qué? —preguntó el maestro Firwirrung—. ¿Qué te está diciendo?
Dev, confuso, contestó automáticamente.
—Ha pedido perdón por matar a uno de los nuestros, amo.
—Dile que salga. Hemos de darnos prisa.
Dev levantó la vista.
—Te quieren para… —empezó, en lenguaje humano.
Una sirena estridente retumbó en la cantina. De pronto, Dev recordó el momento más terrible de su niñez, la alarma de la defensa civil. Invasión.
Volvió al presente y contempló a sus amos, estupefacto. ¿Había atacado el almirante Ivpikkis a las naves en órbita? Había prometido que los ssi-ruuk se retirarían si Skywalker se entregaba. ¡Un eslabón más en su retorcida cadena de mentiras!
Luke miró por la ventana, pensando a toda prisa. Los ssi-ruuk tal vez habían atacado la gran estación orbital en forma de platillo. Si su intención era invadir, aquél sería su primer objetivo. Al otro lado de la verja que rodeaba la Plataforma 12, los andamios no se habían movido, y le impedían ver el
Halcón Milenario
. Chewie debía esperarle a bordo. Han estaría tratando de liberar a Leia (o Leia estaría intentando liberar a Han).
Erredós regresó sin Gaeriel. Confió en que la hubiera dejado en un lugar seguro. ¿Cuál era el alcance de la lesión que había sufrido en la pierna?
La confusión de Dev también le preocupaba. Aquel joven aprendiz en potencia presentaba graves cicatrices en su psique. De todos modos, había demostrado su energía. Los sufrimientos padecidos bajo la oscuridad le harían más leal a la luz. Luke miró de nuevo a Dev.
De pronto, el techo se inclinó. Luke vaciló y cayó.
Absorto en sus pensamientos, Dev casi no vio el veloz movimiento de la cola de Escama Azul. El Jedi se desplomó, alcanzado en la cabeza. Soltó su espada, que atravesó la mesa y se hundió en el suelo. Colgó en diagonal un instante. Entonces, el pomo cayó. La hoja verde siseó.
Dev permaneció inmóvil, fingiendo obediencia, pero su mente chilló:
Skywalker, ¿me oyes
?
Escama Azul se precipitó hacia adelante y apuntó su arma a la espina dorsal de Skywalker. Dev se obligó a correr hacia él.
—Bien hecho, amo —tartamudeó—. ¿Qué puedo hacer? ¿Está aturdido?
—Una contusión leve, diría yo —silbó Escama Azul—. El cráneo humano es sorprendentemente frágil. Puedes cogerle. Parece sin sentido.
—Oh, gracias.
Dev imprimió a su voz el grado correcto de entusiasmo. Se arrodilló y pasó los brazos de Skywalker por encima de su hombro.
Skywalker
, volvió a proyectar,
¿te encuentras bien
?
El Jedi no contestó. El murmullo de sus pensamientos se había interrumpido. Debía estar inconsciente, pues. Los alienígenas habían ganado…, de momento. Dev luchó por incorporarse. Su ira hervía cada vez que recordaba otra vejación. Emergían a la superficie de su memoria como burbujas repugnantes. No podía permitir que los ssi-ruuk ganaran, y no sólo por el bien de la galaxia. Le debían una vida. Una personalidad. Un alma.
—Bien —dijo Escama Azul—. Ahora, ayuda a Firwirrung.
Dev, tambaleante, dejó que el alienígena más pequeño se apoyara sobre su hombro. Firwirrung avanzó y cubrió su extremidad herida con la garra intacta. El doble peso provocó nuevos espasmos en la debilitada espalda de Dev. Se mordió la lengua. En teoría, le habían lavado el cerebro. Los ssi-ruuk consideraban a los humanos, al igual que a los p'w'ecks, como ganado…, animales experimentales…, seres carentes de alma.
Escama Azul se agachó y recogió la espada de luz.
¿Y la hembra
? Dev supuso que Escama Azul no querría llevársela. La resistencia de Skywalker la había salvado. Los ssi-ruuk, que sólo contaban con Dev como animal de carga, no irían en su busca. Incluso deberían dejar a su camarada decapitado.
Escama Azul caminó hacia las puertas batientes de la cocina, que golpearon a Dev. Perdió el equilibrio y casi dejó caer su fardo sobre una especie de cocina caliente. Las puntas del cabello de Skywalker se chamuscaron por obra del intenso calor. Cuando Dev recuperó el equilibrio, la siseante hoja verde se había desvanecido. Escama Azul dejó caer el silencioso mango en su bolsa, que se colgó al hombro, y avanzó entre los aparatos de la cocina con el desintegrador desenfundado. Firwirrung tropezó con Dev. Este buscó en su memoria la reacción apropiada.
—¿Te duele, amo? —preguntó en voz baja.
El alienígena gruñó.
Escama Azul sostuvo la puerta trasera para que Firwirrung saliera. Fuera, bajo el manto de polvo del espaciopuerto, se erguía la lanzadera imperial. Los ahora aturdidos milicianos la habían conducido hasta el
Shriwirr
, para transportar el grupo a tierra. Las sirenas habían surtido efecto: la Plataforma 12 y las demás arracimadas alrededor de la cantina parecían casi desiertas. Dos guardias p'w'ecks estaban agazapados detrás de la lanzadera, ocultos a la vista gracias a las alas.
—Ayudad a Dev a encerrar al prisionero —silbó Escama Azul.
Dev subió la rampa. El androide cilíndrico del Jedi intentó rodar tras él, sin dejar de farfullar en ssi-ruuvi. Dos p'w'ecks le empujaron por el borde de la rampa. Aterrizó con estruendo metálico y una última amenaza inútil. Dev depositó a Skywalker en un asiento trasero, diciéndose que aún quedaban esperanzas. Los p'w'ecks inmovilizaron las muñecas del Jedi y le rodearon con un arnés de vuelo. Sin que nadie se fijara en él, Dev buscó con la Fuerza alguna señal de vida. Aún inconsciente, la mente de Skywalker se le antojó más cálida, brillante y potente que la de los demás humanos.
¿Qué hacer? Si los ssi-ruuk imponían su voluntad a Skywalker, la humanidad estaba perdida.
Dev apretó los puños. Un paroxismo de dolor laceró su brazo izquierdo. ¿Era lo bastante fuerte para estrangular al Jedi, mientras Firwirrung y Escama Azul intentaban elevar la lanzadera humana?
Tal vez, pero no se decidió. Sería un sucio truco ssi-ruuvi. Skywalker simbolizaba todo cuanto Dev había aspirado a ser, si su madre hubiera sobrevivido para asignarle un maestro. No podía matar a Skywalker, excepto en el último momento, para evitar que los ssi-ruuk le absorbieran.
Si eso ocurría, Dev no viviría mucho para llorar a Skywalker. Los ssi-ruuk le matarían al instante.
Sin embargo, la humanidad viviría en libertad si Skywalker y él morían. Abrumado de dolor, se sujetó a su asiento.
—¿Cómo va por ahí arriba? —preguntó Leia en voz baja.
—Casi he terminado.
Han estaba subido a su silla repulsora reprogramada que colgaba sobre la cama. Practicó un amplio óvalo en el panel de madera del techo con su vibrocuchillo. Un pálido chorro de serrín cayó sobre el cobertor blanco de la cama.
—¡Ya! —exclamó.
Golpeó la elipse con las palmas de ambas manos, y más polvo cayó sobre su cabeza.
—¿Seguro que pasas? —preguntó Leia.
La silla se alzó. La cabeza y hombros de Han desaparecieron, y después el resto. Un momento después, reaparecieron la cabeza y los brazos.
—Tiene buen aspecto —dijo—. Apártate.
Tocó los controles de la silla.
Se desplomó sobre la cama. Leia cogió el desintegrador que había encajado en su cinturón y esperó a que un guardia abriera la puerta que daba al pasillo, pero no ocurrió nada. Trepó a la cama, enderezó la silla y volvió a conectarla. Se elevó hacia el agujero que Han había practicado, se cogió a sus brazos y dejó que la estirara hacia arriba. Dejaron la silla flotando.
Un pasadizo estrecho recorría el edificio de un extremo a otro. El tejado se inclinaba por ambos lados. Pálidos rayos de sol iluminaban una habitación bastante grande situada en uno de los extremos.
—Respiraderos a cada lado —murmuró Han—. Los aerocoches están aparcados fuera, en la esquina derecha. —Apuntó hacia la luz—. Camina con sigilo. Te van a oír.
—No. ¿De veras? —dijo con sarcasmo Leia.
Gateó hacia adelante, con cuidado de no apoyarse demasiado sobre las vigas. Aquella especie de desván se le antojó mucho más antiguo que cualquier habitación humana en la que había estado. Rodeó una gruesa columna de madera y reptó hacia un respiradero.
—¿Cuchillo? —susurró.
Han sacó el vibrocuchillo y cortó las sujeciones del respiradero.
—Coge ese extremo —indicó—. Tira hacia ti.
Leia obedeció, y ambos quitaron la tapa, que dejaron en silencio sobre el polvo, junto a un montón de exoesqueletos insectoides. Han se acuclilló y escudriñó el nuevo agujero, casi invisible gracias a su mugriento camuflaje. Leia se acercó.
Varios vehículos estaban aparcados a mitad de camino entre el pabellón y el muro exterior, rodeados por cinco milicianos. Ladeó la cabeza para ver y apuntar un desintegrador al mismo tiempo. Han la imitó.
—¿Preparado? —preguntó Leia.
—Ya —susurró él.
Leia apretó el gatillo. Cayó uno. Cayeron dos. Cayeron tres. El cuarto y el quinto se lanzaron detrás de un vehículo.
—Adiós.
Han se lanzó por el agujero. Los rayos desintegradores zumbaron. Leia localizó al miliciano que disparaba contra Han y lo derribó. El otro no mostró la cabeza. Han saltó y corrió hacia el coche más cercano. Un relámpago de luz atravesó su pie izquierdo.
Leia saltó, rodó para aminorar la caída, y después brincó a un lado. Otro rayo chamuscó el punto donde había aterrizado. Giró en redondo y disparó, pero el miliciano se agachó.
El rugido de un vehículo atrajo su atención. Zigzagueó hacia el aparato, subió a bordo y abrió una barra de aceleración. Algo olía a cuero quemado. Al instante, Han movió la palanca de elevación. Pasaron por encima de los muros del recinto.
—¿Te alcanzaron? —gritó Leia sobre el ruido del viento, cuando sobrevolaron un bosque verde.
En dirección sur, colinas, la ciudad y llanuras esmeralda se extendían hacia un océano azul. Columnas de humo se alzaban en el centro de la ciudad.
—No creas que atravesó la suela —respondió Han con los labios apretados.
Leia examinó su rostro y vio dolor.
No podía hacer nada hasta que llegaran al
Halcón
. Era evidente que Han aún estaba en forma.
—Vivir contigo nunca es aburrido.
Acarició su áspero mentón.
Han esbozó una sonrisa.
—Claro que no —gritó.
El viento se llevó sus palabras hacia el bosque.
Leia desvió la vista. Tuvo la impresión de que el rugido del vehículo adquiría un tono más agudo. No, era otro.
—Han…
—Tenemos compañía —la interrumpió Han—. Allí.
—También hay uno por mi lado. Dos… ¡No, tres!
Estaban rodeados.
—Así que era una trampa —masculló Han—. Así podrán derribarnos y librarse de nosotros.
—La ley de fugas —definió Leia.
—¡Cógete!
Han imprimió un giro cerrado al vehículo y lo dirigió hacia las colinas. Otros dos aparatos imperiales aparecieron frente a ellos. Han ascendió y giró al mismo tiempo. Leia se revolvió en su asiento y disparó contra un aparato. Se sentía como un animal acorralado, rodeado de sabuesos, con sólo uñas y dientes para luchar.