—Comandante Skywalker, hemos de hablar, tal como acordamos. Reúnase conmigo en mi despacho lo antes posible.
La pantalla se apagó.
—El comandante Thanas —murmuró Luke.
—¿Dónde está su despacho? —preguntó Han.
—En algún lugar del complejo. Voy a averiguarlo.
Leia se alejó del ángulo de visión.
—Ven, Han.
Deseaba perder de vista a los imperiales, siquiera por unos minutos. Este lugar la estaba poniendo nerviosa. Cada vez que se daba la vuelta, casi esperaba ver una capa negra aleteante. ¡Vader estaba muerto! ¡Derrotado! No debía permitir que negros recuerdos la distrajeran de su vital misión.
—Creo que el comandante Thanas ha dejado un mensaje… —dijo Luke a la unidad empotrada en la pared.
Silencio. Después:
—Sí, perfecto. Estaré ahí dentro de una hora.
Se encaminó hacia el saloncito.
—¿Y bien? —preguntó Leia.
Luke enlazó las manos a la espalda.
—Tenernos naves ssi-ruuvi en el patio trasero otra vez. Thanas dice que parece un bloqueo, justo fuera del alcance de la red defensiva. A la distancia orbital de la segunda luna de Bakura, aproximadamente. También estoy invitado a visitar la, hum, guarnición imperial.
—¿Solo? —exclamó Leia.
Luke asintió.
—No lo hagas —dijo Han—. Cítales en algún lugar neutral.
Luke se encogió de hombros.
—Bakura no es neutral. Debe de haber mejores instalaciones allá arriba para discutir de tácticas que en el complejo Bakur.
—En ese caso, llévate a Chewie. Ese Thanas podría detenerte sólo por ser un Jedi, aparte de cargarte al emperador.
—Pero yo no…
—Aún no creen que el emperador haya muerto —interrumpió Leia—, pero llévate a Chewie, de todos modos. Aun desarmado es formidable.
Han acarició la mira de su desintegrador.
—¿Tardarías mucho en pedir ayuda?
—Tengo un comunicador. Un escuadrón de cazas X del
Frenesí
podría acudir en… digamos una hora.
—Eso podría ser demasiado tarde —insistió Leia.
El wookie rugió su acuerdo.
—Creo que yo debería quedarme aquí —sugirió Cetrespeó.
—Han, Leia, Chewie, sé cuidarme. —Luke se dejó caer en una esquina del saloncito, dispersando pequeñas almohadas azules—. Cuanto más actuemos como si confiamos en ellos, más nos seguirán la corriente. Leia ha hecho muchos progresos con el senado.
—No los suficientes. —Leia se humedeció los labios—. Una conversación sincera es nuestra única esperanza de conseguir un tratado duradero, un tratado que podría lograr la deserción de muchos imperiales desilusionados.
—Adelante. —Han agitó un brazo—. Decidme que os sentís bien trabajando con esta gente, pero miradme a los ojos cuando lo hagáis.
—Bueno… —Leia miró a Luke en busca de apoyo. Su hermano enarcó una ceja—. No —admitió por fin.
—Mmm, no —contestó Luke—. No me siento bien. Alerta.
—Exacto —dijo Leia—. La sensación de inquietud no puede interferir en nuestras negociaciones. Debemos empezar por algo. Lo haremos en Bakura.
Luke carraspeó.
—Prefiero llevarme a Erredós.
Erredós gorjeó una pregunta desde el rincón donde permanecía ignorado.
—Para compartir información.
—Oh —dijo Leia. Si Luke había ideado un plan, nadie le haría cambiar de opinión—. Háblame de los senadores. ¿Qué percibiste?
Se sentó al lado de Luke y cruzó las piernas sobre el saloncito. El campo repulsor era como un líquido invisible que les separara de la superficie.
—Eran hostiles —contestó Luke—. ¿Quién eres tú, qué haces aquí, de qué vas? Eso, al principio. Pero ese tal Belden se alegró de vernos. Y también otros. Otros… —Miró a Han, que se había alejado hacia la esquina situada entre las ventanas—. La historia de Leia les abrió los ojos. Produjo el primer cambio real en su actitud.
—Me alegro mucho —comentó Cetrespeó desde su puesto de protocolo, junto a la puerta—. Me gustaría regresar con los nuestros lo antes posible.
Erredós trinó algo que Leia consideró aprobación.
—¿Lo ves?
Leia miró a Han, con el deseo de que se volviera y diera alguna señal de que había aprobado su discurso. Una pared invisible se había alzado entre ellos en cuanto aquel alderaaniano la reconoció.
—Tiene que ser duro —concedió— trabajar a cara descubierta, después de tantos años de clandestinidad.
Han se volvió por fin, con los pulgares encajados en el cinturón.
—Es como exhibir tu juego demasiado pronto en una partida de sabacc. Ves cambiar las caras que te rodean. No me gusta. No me gusta esta gente. No me gusta Nereus, en especial.
Leia asintió vigorosamente.
—Es un burócrata imperial perfectamente normal. Luke, ¿qué más sentiste? Su reacción ante ti…
Luke frunció el ceño.
—La previsible, puesto que no estaban advertidos. ¿Por qué?
Leia analizó sus sentimientos para encontrar las palabras adecuadas.
Luke fue el primero en encontrarlas.
—Vader te vuelve a obsesionar, ¿verdad?
Ella le apuntó con un dedo, dolida.
—No quiero saber nada de cualquier cosa relacionada con Vader.
—Yo soy producto de Vader, Leia…
La joven cerró los puños a sus costados.
—Entonces, déjame en paz.
Luke cerró la boca sin terminar la frase que ella temía:
Y tú también
. Habría podido pronunciarla, pero herir con palabras no era su estilo. Leia ya se estaba arrepintiendo de su exabrupto. No era propio de ella perder los nervios con tanta facilidad.
—Oye —gritó Han—, arriba esos ánimos, princesa. Él sólo trataba de ayudar.
—¿Qué esperas de mí? —Leia se levantó de un salto y caminó hacia él—. ¿Qué me lo tome con calma? ¿Qué lo anuncie a Mon Mothma?
—Otra vez no —murmuró Han.
Leia plantó sus puños sobre las caderas. No sabía si amaba a aquel hombre, o si iba a matarle.
—¿Otra vez? —murmuró Luke.
—Escucha —dijo Han—, nadie va a revelar tu secreto. Ni siquiera Luke. ¿Verdad, Luke?
—Estamos de acuerdo. —Luke se encogió de hombros—. Durante un tiempo, al menos, nadie excepto nosotros sabrá que estás relacionada con quien sea.
Extendió una mano.
Leia la aferró. Han, de improviso, se acercó y cerró su mano alrededor de las otras dos.
Se oyó un rugido a su espalda. Una gigantesca pata peluda aterrizó sobre el hombro de Leia, mientras Chewie continuaba aullando y rugiendo.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Leia a Han.
La otra pata de Chewie se posó sobre la cabeza de Han.
—Que somos su Familia de Honor. —Han intentó agacharse. El pelaje del antebrazo cosquilleó su cara—. Es la unidad básica de la sociedad wookie. Es la mejor prueba de lealtad que jamás recibirás, Leia.
Esta vez, nada de sobrenombres, nada de bromas, sólo Leia.
Era la mejor prueba de lealtad que jamás recibiría de Han.
—Muy bien —dijo en voz baja—. Hay trabajo que hacer. Aprovechemos cada momento, hasta que Luke se marche o nos convoquen a otra sesión.
Chewbacca gruñó. Luke dejó caer la mano y se acercó al centro de comunicaciones.
—De acuerdo. —Han se zafó de un copiloto—. También hemos de comprobar las reparaciones. Nuestro grupo ha establecido una base provisional en el espaciopuerto. Plataforma Doce. Es la de Chewie.
—Ah. —Luke ya estaba tecleando—. Ya he encontrado nuestros nuevos datos. Erredós, ocúpate de buscar lo que no obtuviste de la nave teledirigida.
Erredós silbó alegremente.
—Mantén los ojos abiertos, muchacho —dijo Han.
—¡Y ten cuidado! —exclamó Cetrespeó.
Una lanzadera de la Alianza recogió a Luke en el aeródromo del tejado. Una vez cargado Erredós en el compartimento posterior, Luke vio la ciudad pasar de largo bajo sus pies, aposentada en círculos concéntricos sobre aquella increíble veta rocosa blanca.
Temía que su propio estado de nervios hubiera irritado a Leia, pero aún no se había atrevido a contar nada a sus amigos. Sólo él conocía los desesperados sufrimientos de los humanos tecnificados, y por tanto, el peligro que arrastraban todos si Bakura caía. Si eso ocurría, los recursos (y la población) bakuranos ayudarían a los alienígenas a conquistar otro planeta, donde se reaprovisionarían de más androides de combate teledirigidos para conquistar otro y otro, una reacción en cadena que podría extenderse hasta los planetas del Núcleo.
Tal vez tenían la intención de exterminar a toda la humanidad, o fundar planetas prisión para criar poblaciones. No le sorprendería averiguar que contaban con otros tipos de androides que funcionaban con energía humana. Ni él, ni Thanas, ni siquiera Nereus podían estar seguros de que se enfrentaban a toda la flota ssi-ruuvi.
Teniendo en cuenta la enormidad de la crisis, no tendría que haberse dejado distraer por la senadora Gaeriel Captison.
No obstante, las sensaciones que había experimentado cuando su presencia respondió al sondeo aún le producían cosquilleos. Antes de su repentina alteración, por supuesto. Jamás había experimentado un cambio tan radical de la atracción al desagrado. Ahora tenía que hablar con ella. Si se oponía a los Jedi con tal vehemencia, podría arruinar las negociaciones de Leia. Prefería su honrada oposición que ser ignorado. En principio, al menos.
Antes de que Luke se sintiera preparado, la lanzadera aterrizó en el borde de la oscura superficie artificial donde habían instalado a la guarnición. El nervioso piloto de la Alianza ayudó a Luke en la descarga de Erredós, y luego se alejó hacia el norte, en dirección al espaciopuerto. Luke contempló el perímetro de la guarnición. Tras una verja de alto voltaje, los milicianos paseaban por pasillos elevados que comunicaban enormes torres de observación. Un campo de fuerza destellante bloqueaba la entrada situada entre las torres de guardia. Patrulleros androides convergieron sobre él desde tres direcciones distintas.
Esto era el Imperio, no cabía duda. Luke avanzó con audacia hacia la puerta.
—Vamos, Erredós.
Un par de milicianos navales salieron de detrás de una caseta. El campo de fuerza se desactivó.
—¿Comandante Skywalker? —preguntó un miliciano, con la mano sobre su desintegrador.
Vengo en son de paz
. Luke juntó las palmas frente a su pecho.
—Vengo a hablar con el comandante Thanas.
—¿Y el androide?
—Almacén de información.
El miliciano lanzó una breve carcajada.
—Espionaje.
—Creo que proporcionaré más información al comandante Thanas de la que obtendré a cambio.
—Espere aquí.
El miliciano desapareció en el interior de la caseta.
Luke miró a través de la valla. Un explorador caminante AT-ST pasó no muy lejos, como una enorme cabeza metálica gris con patas. La guarnición principal se alzaba al otro lado de una amplia zona despejada. Debía de ser «corriente», pero desde cerca parecía inmensa. Luke calculó que tendría ocho pisos de altura. Tórrelas de turboláseres brillaban en cada nivel superior, como guardianes de un gigantesco castillo. Desde aquel ángulo, divisó dos grandes rampas de lanzamiento que apuntaban al cielo. El número de cazas TIE almacenados en su interior era un misterio. No habría osado acercarse a este lugar con un escuadrón de cazas X. Solo, era más seguro. Eso esperaba, al menos.
El miliciano regresó con un cepo Propietario y un disco repulsor con aletas laterales gemelas.
—El androide entrará con el disco cerrado —dijo—. Puede llevar su Propietario personal, pero cualquier reactivación no autorizada será considerada un acto de hostilidad.
Erredós lanzó un pitido nervioso.
—No pasa nada —dijo Luke—. Tranquilo.
Dejó que el miliciano desactivara el principal convertidor de energía de Erredós. Una vez sujeto el silencioso androide al disco repulsor, Luke comprobó los cierres para asegurarse de que su amigo metálico no se caería. Tocó su Propietario, que colgaba junto a la espada de luz. También le recordó su sueño de Endor.
En cualquier caso, nunca le habían gustado los cepos. Era probable que el personal del gobernador Nereus también tuviera Propietarios, que les permitieran controlar a Erredós y Cetrespeó pese a la programación prioritaria de los androides.
—Sígame —dijo el miliciano.
Le condujo a un esquife abierto. Luke ocupó un asiento del medio y enganchó el cable de remolque del disco repulsor a un costado. Volaron sobre la base. La superficie, que le había parecido muy oscura cuando llegó, parecía ahora permacreta llana de color gris oscuro.
Pero cuenta con que la burocracia imperial cubrirá cualquier cosa natural
.
La lanzadera atravesó unas enormes puertas situadas entre un par de monstruosas torres de vigilancia, y entró en una rada para vehículos impregnada de los olores militares habituales a combustibles y maquinaria.
Los milicianos aparcaron el esquife en una cubierta para bicicletas de alta velocidad, invadida por técnicos de mantenimiento. Luke experimentó una gran curiosidad.
Lo siento, no soy un prisionero. Todavía no
. Mientras soltaba a Erredós, la curiosidad se convirtió en hostilidad. Levantó un dedo y lanzó una línea de Fuerza. Algo cayó desde un lado de la cubierta.
Los técnicos se precipitaron hacia el ruido. Luke, olvidado, pasó entre ellos, detrás del miliciano que manejaba el disco repulsor de Erredós. Se internaron por un estrecho pasillo de paredes desnudas que ascendía hasta un techo más estrecho, y entraron en un turboascensor. El estómago de Luke protestó cuando el ascensor subió.
Salieron a otro nivel, al final de un pasillo largo y recto. Casi todo era gris (las paredes, el techo, el suelo, los muebles, las caras), de modo que los contrastes se notaban al instante. Un oficial uniformado de negro corría de una puerta a otra. Había milicianos apostados ante cada puerta, con armaduras blancas. Luke pasó de largo, con la vista clavada en el frente, pero sus sentidos Jedi atentos a todo cuanto le rodeaba y la mano cerca de la espada.
En una zona de recepción circular, Luke divisó a un hombre que se acercaba desde el otro extremo de un pasillo. Su postura erecta y andar sereno le delataron. El rostro enjuto y el ralo cabello rizado confirmaron la suposición de Luke, que se adelantó a saludarle.
—Comandante Thanas.
—Comandante Skywalker. —Thanas le miró desde lo alto de su nariz aguileña—. Sígame, por favor.