La travesía del Explorador del Amanecer (10 page)

BOOK: La travesía del Explorador del Amanecer
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Pero claro que sobre todos se cernía como una nube el problema de lo que harían con su dragón una vez que estuvieran listos para zarpar. Trataban de no comentarlo cuando él estaba cerca, pero Eustaquio no pudo evitar oír por casualidad cosas como “¿Cabrá a lo largo de uno de los costados de cubierta? Tendríamos que trasladar todas las provisiones para abajo, hacia el otro lado, para contrapesar el barco”, o “¿Qué pasa si lo remolcamos?” o “¿Será capaz de seguirnos volando?” y (más frecuente aún), “pero ¿qué haremos para alimentarlo?” El pobre Eustaquio comprendió cada vez más que desde el primer día que subió a bordo había sido una profunda molestia y que ahora era una molestia más grande todavía. Y esto corroía su mente así como aquella pulsera hería su pata. Sabía que tironear la argolla con sus grandes dientes sólo empeoraba las cosas, pero no podía evitar hacerlo, tirándola de vez en cuando, especialmente en las noches calurosas.

Una mañana, unos seis días después de desembarcar en la Isla Dragón, Edmundo se despertó por casualidad muy temprano. Estaba recién aclarando, de modo que podía ver los troncos de árboles si estaban entre él y la bahía, pero no en la otra dirección. Al despertar, Edmundo creyó oír que algo se movía; se levantó un poco, apoyándose en un codo, y miró a su alrededor. De pronto le pareció ver una figura oscura que andaba por el lado del bosque que da al mar. La idea que de inmediato cruzó por su mente fue: ¿Estamos bien seguros de que no hay nativos en esta isla después de todo? Luego pensó que podía ser Caspian (la figura era más o menos de su tamaño), pero sabía que él estaba durmiendo cerca suyo y pudo ver que no se había movido. Edmundo se aseguró de tener la espada en su lugar y se levantó a investigar.

Bajó lentamente hacia la entrada del bosque y la figura estaba aún allí. Ahora podía ver que era demasiado pequeña para ser Caspian y muy grande para ser Lucía. No se escapó. Edmundo desenvainó su espada y ya iba a desafiar al extraño cuando éste dijo en voz baja:

—¿Eres tú, Edmundo?

—Sí —contestó—. ¿Quién eres tú?

—¿No me reconoces? —preguntó el otro—. Soy yo, Eustaquio.

—¡Por Júpiter! —exclamó Edmundo—. ¡Es verdad! Mi querido amigo...

—Cállate —dijo Eustaquio, y se tambaleó como si se fuera a caer.

—Oye —dijo Edmundo, mientras lo sujetaba para que no se cayera—. ¿Qué pasa? ¿Estás enfermo?

Eustaquio permaneció tanto rato en silencio, que Edmundo pensó que se había desmayado, pero finalmente habló:

—Esto ha sido espantoso. No te puedes imaginar... Pero todo está bien ahora. ¿Podemos ir a conversar a alguna parte? No quiero encontrarme con los otros todavía.

—Sí, por supuesto, donde tú quieras —dijo Edmundo—. Podemos sentarnos en aquellas rocas. Oye, no te imaginas lo feliz que estoy de verte... eh... y de que eres tú otra vez. Me imagino que debes haber pasado momentos horribles.

Caminaron hasta las rocas y se sentaron mirando el otro lado de la bahía, mientras el cielo se volvía cada vez más pálido y desaparecían las estrellas, excepto una muy brillante, allá abajo, cerca del horizonte.

—No te contaré cómo me transformé en un..., en dragón, hasta que se lo pueda contar a todos los demás y olvidemos el asunto —dijo Eustaquio—. A propósito, yo no sabía qué
era
un dragón hasta que oí que todos ustedes usaban esa palabra cuando vine aquí la otra mañana. Quiero contarte cómo dejé de ser dragón.

—Dispara no más —dijo Edmundo.

—Bueno, anoche me sentía más desdichado que nunca y esa maldita argolla me estaba lastimando como diablo...

—¿Estás bien ahora?

Eustaquio se rió, con una risa muy diferente a la que Edmundo le oyera antes, y se sacó fácilmente la pulsera de su brazo.

—Aquí está —dijo—, y por mi parte, al que le guste que se quede con ella. Bueno, como te iba diciendo, yo estaba echado, despierto, y preguntándome qué diablos iría a ser de mí. De pronto... Pero, en realidad, puede que todo haya sido un sueño. Yo no sé.

—Sigue —dijo Edmundo con mucha paciencia. —Bueno, de todos modos, miré hacia arriba y vi lo último que habría esperado: un inmenso león se acercaba a mí lentamente. Y lo raro fue que anoche no había luna, pero había luz de luna donde estaba el león. Se me acercaba cada vez más. Yo le tenía mucho miedo. Seguramente pensarás que, siendo un dragón, fácilmente habría podido dejar fuera de combate a cualquier león. Pero no era esa clase de miedo. No temía que me fuera a comer, simplemente le tenía miedo a
él...
¿Me entiendes? Bien, llegó muy cerca mío y me miró fijo a los ojos. Y yo cerré los ojos, bien apretados. Pero no sirvió de nada, porque él me dijo que lo siguiera.

—¿Quieres decir que te habló?

—No lo sé. Ahora que tú lo dices, no creo que lo hiciera. Pero de todas formas me lo dijo. Y yo sabía que tenía que hacer lo que me decía, así es que me puse de pie y lo seguí. Me llevó muy lejos por las montañas. Y siempre había ese claro de luna alrededor del león, dondequiera que fuera. Al final llegamos a la cumbre de una montaña que no había visto jamás, y en la cumbre de esa montaña había un jardín, árboles y frutas, y muchas cosas más. Al medio había una fuente.

“Supe que era una fuente, porque vi las burbujas de agua que subían desde el fondo, pero era mucho más grande que la mayoría de las fuentes, como un gran baño redondo, con escalinata de mármol que bajaba al fondo. El agua era tremendamente clara; pensé que si me metía adentro y me bañaba, se calmaría el dolor de mi pata. Pero el león me dijo que antes tenía que desvestirme. La verdad es que no tengo la menor idea si dijo alguna palabra en alta voz o no”.

“Estaba a punto de decir que no podía desvestirme, porque no llevaba ropa, cuando me acordé de que los dragones son una especie de serpientes y que las serpientes botan la piel. ¡Oh!, claro, pensé, eso es lo que el león quiere decir. Y empecé a rascarme, y mis escamas empezaron a caer por todas partes; entonces me rasqué un poco más fuerte y, en vez de ser sólo escamas las que caían por aquí y por allá, toda mi piel comenzó a despellejarse maravillosamente, como ocurre después de una enfermedad, o como si yo fuera un plátano. En un par de minutos simplemente me salí de ella. La pude ver tirada detrás de mí, con un aspecto bastante desagradable. Fue una sensación muy deliciosa. Entonces empecé a bajar a la fuente, para darme un baño. Pero apenas iba a poner mi pie en el agua, miré hacia abajo y vi que estaba tan duro, áspero, arrugado y escamoso como antes. Está bien —me dije—. Quiere decir que tengo puesta otra vestimenta más ligera bajo la primera, y que también debo sacármela. Así es que comencé a rascarme y a desgarrar esta segunda piel, que se soltó a las mil maravillas, y salí de ella y la dejé tirada al lado de la otra y bajé al pozo para darme mi baño”.

“Pero ocurrió exactamente lo mismo. Me dije: 'Ay, Dios mío, ¿cuántas pieles más tendré que sacarme?' Ansiaba bañar mi pata. Me rasqué, pues, por tercera vez, y me saqué una tercera piel tal como las dos anteriores, y salí fuera de ella. Pero apenas me vi en el agua, comprendí que no había servido de nada”.

“Entonces el león me dijo, pero no sé si me habló o no: Tendrás que dejar que te desvista yo”.

“No te puedo decir el miedo que me daban sus garras, pero ya estaba al borde de la desesperación; así es que simplemente me tendí de espaldas, para dejar que él me desvistiera.”

“El primer desgarrón que hizo fue tan profundo, que pensé que había ido directo a mi corazón. Y cuando empezó a arrancarme la piel, sentí el dolor más grande que he tenido en toda mi vida. Lo único que me dio valor para aguantar fue el placer de sentir cómo se despellejaba esa cosa. Tú sabes..., si alguna vez te has sacado la costra de una herida. Duele como diablo, pero es tan divertido ver como sale”.

—Entiendo perfectamente lo que quieres decir —dijo Edmundo.

—Bueno —continuó Eustaquio—, entonces el león me sacó esa maldita cosa por completo, tal como yo creía haberme arrancado las otras tres, sólo que ésas no me dolieron, y allí quedó tirada en el pasto, pero mucho más gruesa, más oscura y nudosa que las pieles anteriores. Y allí estaba yo, tan terso y suave como una varilla pelada, y más bajo que antes. Entonces el león me agarró, lo que no me gustó mucho, porque estaba muy delicado por dentro ahora que no tenía una piel encima, y me lanzó al agua. Me ardió muchísimo, pero sólo un momento. Después el agua se volvió deliciosa, y en cuanto empecé a nadar y a chapotear, me di cuenta de que el dolor de mi brazo había desaparecido. Y luego vi por qué. Había vuelto a ser un niño. Seguramente pensarás que soy un farsante si te digo lo que me parecían mis propios brazos. Yo sé que no son musculosos y que dejan bastante que desear si los comparas con los de Caspian, pero estaba tan contento de verlos... Después de un momento el león me sacó del agua y me vistió...

—¿Te vistió? ¿Con sus patas?

—Bueno, no me acuerdo muy bien de esa parte. Pero de una forma u otra lo hizo y con ropa nueva; en realidad, la misma que llevó puesta ahora. Y de repente me encontré de vuelta aquí, lo que me hace pensar que todo ha sido un sueño.

—No, no fue un sueño —dijo Edmundo.

—¿Por qué no?

—Bueno, en primer lugar está la ropa y, en seguida, porque has sido desdragonado.

—¿Qué crees que pasó entonces? —dijo Eustaquio. —Creo que has visto a Aslan —respondió Edmundo.

—¡Aslan! —dijo Eustaquio—. Muchas veces he oído mencionar ese nombre desde que nos embarcamos en el
Explorador del Amanecer,
y yo sentía, no sé por qué, que lo odiaba. Pero entonces yo odiaba todo. Y a propósito, quisiera disculparme, porque me temo que he sido lo más bruto que hay.

—No importa —dijo Edmundo—. Entre nosotros, te diré que no te has portado tan mal como me porté yo en nuestro primer viaje a Narnia. Tú sólo fuiste un burro; en cambio yo fui un traidor.

—Bueno, mejor no me lo cuentes entonces —replicó Eustaquio—, pero dime, ¿quién es Aslan? ¿Lo conoces?

—Bueno..., él me conoce a mí —dijo Edmundo—. Es el Gran León, el hijo del Emperador de Más Allá de los Mares, que me salvó a mí y salvó a Narnia. Todos lo hemos visto, pero Lucía lo ve más a menudo. Y tal vez es al país de Aslan a donde navegamos ahora.

Por un rato ninguno de los dos habló. Ya había desaparecido la última estrella brillante, y aunque no podían ver la salida del sol por las montañas a su derecha, supieron que ya amanecía, porque el cielo sobre ellos y la bahía al frente, tomaban el color de las rosas. Luego, un pájaro, parecido a los papagayos, gritó en el bosque, a sus espaldas; sintieron que algo se movía entre los árboles y, por último, sonó el cuerno de Caspian. El campamento ya estaba en movimiento.

Hubo gran alegría cuando Edmundo y el recuperado Eustaquio se unieron al círculo para desayunar alrededor de la fogata del campamento. Y ahora sí, todos escucharon la primera parte de la historia. La gente dudaba si el otro dragón habría matado a lord Octesiano varios años atrás, o si el mismo Octesiano era el viejo dragón.

Las joyas con que Eustaquio se había repletado los bolsillos en la cueva, habían desaparecido junto con la ropa que llevaba entonces, pero ninguno de ellos, y Eustaquio menos que nadie, quería volver a ese valle en busca de más tesoros.

Algunos días después, con mástil nuevo, recién pintado y bien abastecido, el
Explorador del Amanecer
estaba listo para zarpar. Antes de embarcarse, en un peñasco liso que miraba hacia la bahía, Caspian hizo grabar la siguiente inscripción:

ISLA DEL DRAGON

DESCUBIERTA POR CASPIAN X, REY DE NARNIA, ETC.

DURANTE EL CUARTO AÑO DE SU REINADO

AQUI, SEGUN SUPONEMOS, ENCONTRO LA

MUERTE LORD OCTESIANO

Sería acertado, y casi, casi la verdad, decir que “desde ese momento en adelante, Eustaquio fue un niño diferente”. Para ser realmente precisos, comenzó a ser un niño diferente. Tuvo sus recaídas, y aun había muchos días en que se ponía muy pesado. Pero no haré caso de estas cosas. La cura había empezado.

La pulsera de lord Octesiano tuvo un curioso destino. Como Eustaquio no la quiso, se la ofreció a Caspian, y Caspian a su vez se la ofreció a Lucía, a quien no le interesó tenerla.

—Muy bien, entonces, que la agarre cualquiera —dijo Caspian y la lanzó al aire.

Esto ocurrió cuando estaban mirando la inscripción. La argolla se elevó, resplandeciendo con la luz del sol y, limpiamente, como si se tratara de un tejo bien lanzado, se enganchó y quedó colgando del filo de la roca. Nadie podía trepar a buscarla desde abajo y nadie podía bajar a sacarla desde arriba. Y allí, hasta donde yo sé, debe estar todavía colgando y es posible que siga así hasta el fin de ese mundo.

Dos escapadas milagrosas

Todo el mundo estaba feliz cuando el
Explorador del Amanecer
zarpó de la Isla Dragón. Apenas habían salido de la bahía los cogió un viento favorable, y muy temprano a la mañana siguiente llegaron a la tierra desconocida que algunos de ellos habían visto al volar sobre las montañas, cuando Eustaquio aún era un dragón. Se trataba de una isla plana y verde, y que estaba habitada sólo por conejos y algunas cabras. Pero al ver las ruinas de casuchas de piedra, y lugares ennegrecidos donde se habían prendido fogatas, dedujeron que había estado poblada no mucho tiempo atrás. También había algunos huesos y armas rotas.

—Obra de piratas —dijo Caspian.

—O tal vez del dragón —dijo Edmundo.

Lo único que encontraron aparte de esto fue un pequeño bote o barquilla de cuero en la arena. Estaba hecho de piel estirada sobre una armazón de mimbre. Era un bote diminuto, de escasamente un metro de largo, y el remo que aún estaba tirado dentro era de tamaño proporcional. Pensaron en que o bien había sido hecho para un niño, o los habitantes de ese lugar habían sido enanos. Rípichip decidió que se quedaría con él, porque era perfecto para su medida, así es que lo subieron al barco. A esta isla le dieron el nombre de Isla Quemada, y zarparon de allí antes de mediodía.

Durante cinco días navegaron con viento sur sureste, sin ver tierra, ni peces, ni gaviotas. Luego un día hubo una lluvia que duró hasta la tarde. Eustaquio perdió dos juegos de ajedrez con Rípichip y nuevamente empezó a portarse como el antiguo y desagradable Eustaquio; y Edmundo decía que ojalá se hubieran ido a Estados Unidos con Susana. En eso Lucía miró hacia afuera por la ventana de popa y dijo:

—¡Oigan! Creo que está parando. ¿Y qué es
eso?

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