Read La travesía del Explorador del Amanecer Online
Authors: C.S. Lewis
—¿Qué es ese cuchillo de piedra? —preguntó Eustaquio.
—¿Ninguno lo conoce? —inquirió la niña.
—Yo..., yo creo —dijo Lucía— haber visto algo semejante antes. Fue un cuchillo como ése el que La Bruja Blanca usó hace mucho tiempo para matar a Aslan en la Mesa de Piedra.
—Es el mismo —dijo la muchacha—, y fue traído aquí para ser honrado hasta el fin del mundo.
Edmundo, que parecía sentirse cada vez más incómodo durante los últimos minutos, habló por fin.
—Mira —dijo—, no soy un cobarde por no haber probado esta comida, y no pretendo ser grosero. Pero hemos tenido muchas aventuras extrañas en este viaje, y las cosas no siempre son lo que parecen. Al mirar tu cara, no puedo dejar de creer todo lo que dices; pero también es lo mismo que me pasaría con una bruja. ¿Cómo podemos saber que eres nuestra amiga?
—No pueden saberlo —dijo ella—. Simplemente tienen que creer o no.
Después de una pausa se oyó la vocecita de Rípichip.
—Señor —dijo a Caspian—, te ruego tener la amabilidad de llenar mi copa con vino de aquel jarro: es demasiado grande para que yo pueda levantarlo. Quiero brindar por la dama.
Caspian obedeció, y el Ratón, parado sobre la mesa y sosteniendo una copa de oro entre sus diminutas patas, dijo:
—Señora, brindo por ti.
Luego se puso a comer pavo real frío y, un segundo después, todos siguieron su ejemplo. Estaban muy hambrientos, y aunque la comida no era precisamente lo que a uno le gusta comer muy temprano al desayuno, era perfecta para una cena tardía.
—¿Por qué se llama Mesa de Aslan? —preguntó Lucía.
—Porque fue puesta aquí por mandato suyo —dijo la muchacha—, para aquellos que vienen de muy lejos. Algunos llaman a esta isla El Fin del Mundo, porque aunque se puede navegar más allá, es el principio del fin.
—Pero ¿cómo logran que la comida se mantenga fresca? preguntó Eustaquio, el práctico.
—Se come y se renueva cada día —dijo la niña—, ya lo verán.
—Y ¿qué haremos con los durmientes? —preguntó Caspian—. En el mundo de donde vienen mis amigos—aquí señaló a Eustaquio y a los Pevensie—, cuentan la historia de un príncipe o un rey que llega a un castillo donde todos duermen un sueño encantado. En esa historia él no pudo deshacer el encantamiento, hasta que besó a la princesa.
—Pero aquí —dijo la muchacha— es diferente. Aquí él no puede besar a la princesa mientras no haya deshecho el hechizo.
—Entonces —dijo Caspian—, en nombre de Aslan, dime cómo debo empezar ese trabajo de inmediato.
—Mi padre te enseñará —dijo la niña.
—¿Tu padre? —exclamaron todos—. ¿Quién es él? ¿Dónde está?
—Miren —dijo la niña dando media vuelta y señalando la puerta que estaba en la ladera del cerro.
Ahora pudieron verla mejor, ya que, mientras conversaban, las estrellas se habían comenzado a debilitar y en lo gris del cielo aparecieron inmensos claros de luz blanca.
Lentamente se volvió a abrir la puerta y salió otra figura tan erguida y alta como la niña, pero menos esbelta. No traía ninguna luz, pero la luz parecía brotar de ella. A medida que se acercaba, Lucía se dio cuenta de que se trataba de un hombre anciano. Su barba plateada caía hasta sus pies descalzos por delante, y, por su espalda, el pelo de plata colgaba hasta los talones; y su ropaje parecía estar hecho con la lana de una oveja de plata. Su aspecto era tan bondadoso y serio, que, una vez más, los viajeros se pusieron de pie y permanecieron en silencio.
Pero el anciano avanzó sin dirigirles la palabra y se detuvo al otro extremo de la mesa, frente a su hija. Luego los dos alzaron los brazos hacia adelante y se dieron vuelta para mirar en dirección al este. En esa posición empezaron a cantar. Me gustaría escribir la letra de la canción, pero ninguno de los allí presentes pudo recordarla. Más tarde Lucía dijo que el tono era muy alto, casi estridente, pero que era una canción muy bonita, “una canción de frío, una canción de muy temprano en la mañana”. Y mientras ellos cantaban, se levantaron las grises nubes del cielo oriental y los manchones de luz blanca se hicieron cada vez más grandes, hasta que todo fue blanco y el mar comenzó a brillar como si fuera de plata. Mucho después (pero ellos dos no dejaban de cantar), el oriente empezó a ponerse rojo y, por fin, ya sin ninguna nube, el sol salió por el mar y su rayo poderoso cayó a lo largo de la mesa, sobre los objetos de oro y plata y sobre el Cuchillo de Piedra.
Los narnianos se habían preguntado un par de veces antes si en estos mares el sol se vería más grande al salir de lo que se veía en casa. Esta vez estuvieron seguros. No se habían equivocado. Y el resplandor de su rayo en el rocío y sobre la mesa, era lejos el resplandor matinal más intenso que jamás habían visto. Y, como dijo más tarde Edmundo, “aunque en este viaje sucedieron muchísimas cosas que
suenan
más emocionantes, ese fue el momento más emocionante”. Porque ahora se dieron cuenta de que en realidad habían llegado al principio del fin del mundo.
Luego algo pareció volar hacia ellos desde el centro mismo del sol naciente; pero, como es de suponer, uno no podía mirar fijo en esa dirección para asegurarse. De pronto el aire se llenó de voces, voces que empezaban a entonar la misma canción que cantaban la Dama y su padre, pero con tonos mucho más violentos y en un lenguaje que ninguno conocía. Poco después fue posible ver a los dueños de estas voces. Se trataba de pájaros grandes y blancos, y venían por cientos y miles, y se posaban en todas partes: sobre el pasto y el pavimento, en la mesa, en tus hombros, en tus manos y en tu cabeza, hasta que parecía como si hubiese caído mucha nieve. Al igual que la nieve, no sólo dejaron todo blanco, sino también empañaron y desdibujaron todas las formas. Pero Lucía, mirando por entre las alas de las aves que volaban sobre ella, vio que una iba hacia el anciano llevando en su pico algo semejante a una pequeña fruta, a menos que fuera una pequeña brasa, que bien podría ser, pues era demasiado brillante para mirarla. Y el pájaro la depositó en la boca del anciano.
Después los pájaros dejaron de cantar y parecieron afanarse sobre la mesa. Cuando se levantaron otra vez, todo lo que había en la mesa que se podía comer o beber había desaparecido. Aquellos millares de pájaros terminaron su comida y se llevaron todo lo que no podía comerse o beberse, tales como huesos, cáscaras y conchas, y volaron de regreso al sol naciente. Pero ahora, debido a que ya no cantaban, el aleteo de sus alas parecía hacer temblar el aire.
Y allí estaba la mesa, limpia a picotazos y vacía, y los tres viejos caballeros de Narnia profundamente dormidos.
Luego el Anciano se volvió a los viajeros y les dio la bienvenida.
—Señor —dijo Caspian—, ¿puedes decirnos cómo deshacer el encantamiento que tiene a estos tres lores narnianos dormidos?
—Te lo diré con mucho gusto, hijo mío —respondió el Anciano—. Para romper este hechizo tienes que navegar hasta el Fin del Mundo, o lo más cerca que puedas llegar, y volver habiendo dejado al menos a uno de tus compañeros atrás.
—Y ¿qué le ocurrirá a ése? —preguntó Rípichip.
—Deberá seguir hasta el extremo de oriente y no volver nunca más al mundo.
—Ese es mi mayor anhelo —dijo Rípichip.
—¿Y estamos cerca del Fin del Mundo ahora?, señor —preguntó Caspian—. ¿Tienes algún conocimiento de mares o tierras que estén más al este de esta isla?
—Yo las vi hace mucho tiempo —dijo el Anciano—, pero fue desde una gran altura. No puedo decirles nada de lo que un marino necesita saber.
—¿Quieres decir que estabas volando por los aires? —dejó escapar Eustaquio.
—Estaba aun mucho más alto que el aire, hijo mío —respondió el Anciano—. Yo soy Ramandú. Pero veo que se miran unos a otros y que nunca antes han oído este nombre. No es de extrañarse, pues los días en que fui una estrella habían pasado ya mucho antes de que cualquiera de ustedes conociera este mundo, y todas las constelaciones han cambiado.
—¡Dios mío! —exclamó Edmundo—, ¡Pero si es una estrella
en retiro!
—¿Ya no eres más una estrella? —preguntó Lucía.
—Soy una estrella en reposo, hija mía —contestó Ramandú—. Cuando salí por última vez, más decrépito y viejo de lo que se pueden imaginar, fui traído a esta isla. Ahora no soy tan viejo como entonces. Cada mañana un pájaro me trae un grano de fuego de los valles del Sol, y cada grano de fuego me quita un poco de mis años. Y cuando llegue a ser tan pequeño como un niño nacido ayer, entonces saldré nuevamente, porque estamos en el extremo oriental de la tierra, y todo volverá a comenzar.
—En nuestro mundo —dijo Eustaquio—, una estrella es una inmensa bola de gas incandescente.
—Incluso en tu mundo, hijo mío, las estrellas no son eso, sino que de eso están hechas. Creo que en este mundo ya han conocido otra estrella, pues imagino que han estado con Coriakin.
—¿También es una estrella en retiro? —preguntó Lucía.
—Bueno, no exactamente —dijo Ramandú—, ya que no fue precisamente como un descanso que lo destinaron a gobernar a los Zonzos. Más bien pueden llamarlo un castigo. Si todo hubiese marchado bien, él debería haber brillado por miles de años más en el cielo invernal del sur.
—¿Qué fue lo que hizo, señor? —preguntó Caspian.
—Hijo mío —dijo Ramandú—. Un hijo de Adán, como tú, no puede saber las faltas que puede cometer una estrella. Pero vengan, estamos perdiendo el tiempo con esta conversación. ¿Están ya resueltos? ¿Navegarán más al este y volverán, dejando atrás a uno que no volverá jamás, para, de este modo, romper el encantamiento? ¿O navegarán hacia el oeste?
—Pero, señor —dijo Rípichip—, ¿hay alguna duda al respecto? Claramente es parte de nuestra búsqueda rescatar a estos tres lores de su encantamiento.
—Yo pienso lo mismo, Rípichip —replicó Caspian—, y aunque así no fuera, me rompería el corazón el no llegar lo más cerca del Fin del Mundo que nos pueda llevar
El Explorador del Amanecer.
Pero estoy pensando en la tripulación. Ellos se enrolaron para buscar a los siete lores, no para llegar al extremo de la tierra. Si navegamos hacia el este desde aquí, es para llegar al borde, al extremo oriental, y nadie sabe cuan lejos está. Son tipos valientes, pero veo señales de que algunos están cansados de este viaje y anhelan que pongamos proa a Narnia nuevamente. Pienso que no debería llevarlos más lejos sin su conocimiento y consentimiento. Y también está el pobre lord Rup; es un hombre deshecho.
—Hijo mío —dijo la estrella—. No serviría de nada, aunque así lo quisieras, navegar hacia el Fin del Mundo con hombres que no quieren ir o que irían engañados. No es así como se logran los grandes desencantamientos. Deben saber a dónde van y por qué. Pero, ¿quién es ese hombre deshecho del que hablas?
Caspian le contó entonces la historia de lord Rup.
—Yo le puedo proporcionar lo que más necesita —dijo Ramandú—. En esta isla se puede dormir sin límite ni medida, y dormir sin que se escuche ni la más leve pisada de un sueño. Dejen que se siente al lado de los otros tres y que beba olvido, hasta que ustedes regresen.
—¡Oh! ¡Hagámoslo, Caspian! —dijo Lucía—. Estoy segura de que eso es precisamente lo que él querría.
En ese minuto fueron interrumpidos por el sonido de muchos pasos y voces; eran Drinian y el resto de la tripulación que se acercaban. Se detuvieron sorprendidos al ver a Ramandú y a su hija y, luego, como era evidente que se trataba de grandes personajes, todos se descubrieron la cabeza. Algunos marineros miraron con ojos llenos de pesar las fuentes y botellas vacías sobre la mesa..
—Mi Lord —dijo el Rey a Drinian—, por favor, envía a dos hombres de vuelta al
Explorador del Amanecer,
con un mensaje para lord Rup. Dile que los últimos de sus antiguos compañeros de barco se encuentran durmiendo aquí, durmiendo sin sueños, y que él puede hacer lo mismo.
Cuando se cumplió la orden, Caspian dijo a los demás que se sentaran y les expuso la situación. Al terminar se produjo un largo silencio y algunos murmullos, hasta que de pronto se puso de pie el capitán Bowman y dijo:
—Lo que algunos de nosotros deseamos preguntar desde hace algún tiempo, su Majestad, es cómo haremos para llegar a casa cuando decidamos volver, ya sea que demos la vuelta aquí o en otro lugar. Todo el camino hemos tenido vientos oeste y noroeste, salvo una calma ocasional, y si esto no cambia, me gustaría saber qué esperanzas tenemos de volver a ver Narnia. No hay muchas posibilidades de que las provisiones duren si
remamos
todo el camino de vuelta.