«Luego, en los siguientes seis siglos, el supercolisionador ecuatorial joviano quizá pueda producir material suficiente para crear una flota de naves solares pequeñas semejantes a la
Fénix.
Para entonces, la población que el enemigo haya producido dentro del Sol o en las ruinas de la Plataforma Solar quizá pueda ser derrotada por el mero peso del número. Esto supone que el ánimo civil y el respaldo al esfuerzo bélico no se colapsará instantáneamente después de las primeras muertes definitivas, cuando caiga el sistema de resurrección numénica, una suposición que es... bien...falsa. También supone que el enemigo no recibirá refuerzos desde fuera del sistema, ni ayuda de elementos traidores de nuestro propio sistema.
Miró a Diomedes al decir esto. Un pensamiento tácito pendía en el aire: el sistema exterior se beneficiaría por el daño causado al sistema interior, y los neptunianos, indemnes, muy lejos del alcance de las batallas, y quizá satisfechos por la debilidad de sus odiados rivales, los sofotecs, serían las potencias dominantes de la sociedad durante la reconstrucción de posguerra.
Diomedes vio esa mirada o adivinó ese pensamiento. Envió un moderado comentario a la red de discusiones:
—No subestiméis a los miembros de la Composición Tritónica. Aceptamos vidas de desolación, privacidad y peligro, y sí, el precio que pagamos por ello es cierto grado de vandalismo y caos bienhumorado. Pero no estamos locos. Ningún eremita de la oscuridad exterior robaría un gramo de antimateria no vigilada a un millonario, ni un bloque de aire que quedó descuidado en un parque, aunque estuviera muriendo de pérdida de energía, asfixia y congelamiento. Somos pobres, pero no somos bárbaros. Y aunque odiáramos a la necia y pomposa gente del sistema exterior, no expresaríamos ese odio colaborando con una invasión violenta, derramando sangre y pisoteando vuestros derechos: porque a continuación pisotearían los nuestros, invadirían nuestros hogares, derramarían nuestro ícor. ¿Por qué los básicos tenéis tan mala opinión de nosotros?
—Sois azules, fríos, viscosos y pegajosos, y pensáis mucho más rápidamente que nosotros; ésa es mi sospecha —sugirió Dafne.
—Gracias —ironizó Diomedes.
Faetón formó una rama de conversación que conducía de las especulaciones sobre la guerra al tramo principal.
Si la charla hubiera sido en vivo, se habría inclinado hacia Diomedes para preguntarle:
—Pero tú no lo harías, ¿verdad, Diomedes? No robarías algo por mucho que lo codiciaras o necesitaras. ¿Lo harías, Diomedes? Das por sentado que la gente está dispuesta a observar una conducta moral decorosa. ¿Qué dices de un ataque contra civiles sin provocación, negociación ni declaración de guerra? Nunca lo harías. ¿Por qué no?
Diomedes extendió las manos.
—Soy un hombre civilizado que vive en una era civilizada. Supongo que me portaría de otra manera si me hubieran generado y criado en la Ecumene Silente.
—Padre, ¿qué dices tú?
—¿Qué digo de qué? —preguntó Helión con una sonrisa—. ¿Atacaría a una víctima inocente como un cleptogenetista o el pirata de una ópera?
Oh, vamos. Creo que el modo en que he vivido mi vida testimonia cuánto valoro mi integridad.
—Mariscal Atkins.
—El ataque furtivo sólo es útil en situaciones de combate limitadas —dijo Atkins con aire aburrido—, o en ciertas circunstancias políticas, tales como una campaña de guerrilla. Sirve para alcanzar un objetivo militar definido, sin pleno conocimiento de las repercusiones. Es más característico de la guerra primitiva o de la guerra entre estados nación que de la guerra moderna. Habitualmente, es mejor para ambos bandos convenir ciertas normas de combate, y sólo romperlas si no es posible ninguna solución diplomática, ninguna retirada, ninguna rendición. Siempre que sea eso lo que preguntas. Pero hay muchas ocasiones en que considero que es moral y justificable atacar sin aviso. La sofisticación de los armamentos modernos hace que los ataques frontales y abiertos sean prohibitivos por sus costes. ¿A eso va la pregunta? ¿Todos creemos que lo que ha hecho Nada está mal? Ciertamente, espero que sí. ¿Pensamos que tú y tu virus podéis convencer a Nada, en una sola conversación, de desistir, decir que lo lamenta y rendirse? Ya me has oído opinar que no lo creo muy probable.
—¿Qué hay de ti? —le preguntó Faetón a Dafne.
—Creo en ti —dijo ella, con una sonrisa y un parpadeo.
Él sonrió a su vez.
—Gracias. Pero, ¿crees en lo que digo?
Dafne reflexionó un momento.
—Si la realidad es real —dijo—, si el universo es coherente y la moralidad es objetiva, entonces todas las mentes avanzadas llegarán a las mismas conclusiones. Si tal es el caso, no entiendo cómo puedes fracasar. Pero si la realidad es subjetiva, no entiendo cómo puedes triunfar.
«Amor mío, estás haciendo una apuesta. Una apuesta filosófica. Desde la Era de la Segunda Estructura Mental los filósofos debaten estas cuestiones. Nadie conoce la naturaleza definitiva de la realidad. El universo siempre es más vasto que las mentes que lo habitan.
«¿Vale la pena hacer la apuesta? Todos hemos oído el plan del mariscal Atkins para una guerra más convencional. Yo correría el riesgo, si fuera yo. Pero tú ya has tomado una decisión. ¿Por qué me preguntas a mí?
—Yo no lo veo como una apuesta —dijo Faetón—. No es una apuesta apostar que la realidad es real. Es una tautología. A es igual a A. —Si el formato hubiera contenido gestos, él habría extendido las manos, sugiriendo que nada podía ser más obvio.
—Hijo —intervino Helión—, ¿adonde llevan estos pensamientos? ¿Intentas demostrar que la Mente Terráquea piensa que la moralidad es objetiva? Ya lo sabemos. Lo ha dicho con frecuencia. ¿Y con eso qué? Estás dando un argumento de autoridad. El mero hecho de que ella sostenga esa opinión no es convincente por si mismo. Si no puedes convencernos a nosotros, que somos tus amigos y familiares, ¿cómo convencerás a un sofotec enemigo, una máquina que ni siquiera piensa como un ser humano?
—Presenta la argumentación que cargarás en el virus tábano —dijo Atkins—. Examinémosla. Si es sensata, deberíamos seguir con el plan de Faetón. No es que yo tenga muchas opciones: Kshatrimanyu Han y el Parlamento ya me han ordenado que colabore plenamente con la empresa. Y necesitaremos la ayuda de Helión. Él y yo podemos actuar como operarios de soporte meteorológico, guía y alcance desde la torre de la Plataforma, para que esto tenga alguna probabilidad de éxito. Lo cual pongo en duda. Así que escuchemos. Además, aunque no necesariamente nos convenza a nosotros, quizá convenza a un sofotec. Recordemos que no piensan como nosotros.
El diagrama de un archivo filosófico apareció en Sueño Medio. Había miles de árboles de conversación ramificados, creados por Radamanto Sofotec para prever toda posible combinación de objeciones y argumentaciones. Había cientos de definiciones, ejemplos y un compendio de metáforas y símiles con enlaces cruzados.
El resumen de la demostración decía:
«Axiomas: la afirmación de que no hay verdad, si es verdadera, es falsa. Asimismo, nadie puede declarar que haya percibido que todas sus percepciones son ilusorias. Y nadie puede ser consciente de no tener consciencia. Ni puede identificar el hecho de que no hay hechos y de que los objetos no tienen identidad. Y si dice que los acontecimientos surgen sin causa y no conducen a ninguna conclusión, no puede dar causas para decirlo, ni esto necesariamente conduce a ninguna conclusión. Y si niega que él tiene volición, tal negativa fue formulada involuntariamente, y esto atestigua que no tiene dicha creencia.
«Innegablemente, pues, hay actos volitivos, y seres volitivos que los realizan.
»Un ser volitivo selecciona tanto los medios como los fines. Seleccionar un fin implica que es preciso hacerlo. Seleccionar un medio que conspire contra el fin buscado es contraproducente; lo que no se puede hacer no se debería hacer. La autodestrucción frustra todos los fines, todos los objetivos, todos los propósitos. En consecuencia, no se debe buscar la autodestrucción.
»El acto de seleccionar medios y fines es volitivo en sí. Como ciertos objetivos y fines no deben seleccionarse (es decir, aquéllos que son autodestructivos y contraproducentes), el ser volitivo no puede llegar a la conclusión de que es preciso buscar un objetivo por el mero hecho de desearlo.
«Como las pautas subjetivas pueden modificarse por la volición de quien las selecciona, por definición, no se pueden usar como pauta. Sólo las pautas que no pueden ser cambiadas por la volición pueden servir como pautas para evaluar cuándo se deben hacer tales cambios.
«Por tanto, los fines y los medios se deben evaluar independientemente de la subjetividad del actor; se debe emplear una pauta objetiva. Una pauta objetiva de cualquier tipo supone por lo menos que el actor se aplique a sí mismo la misma regla que aplica a los demás.
»Y como no se debe desear la autodestrucción, tampoco se debe desear la destrucción a manos de otros; en consecuencia, nadie debe sentir inquina hacia los demás; en consecuencia, no se deben desear ni cometer los actos destructivos, como homicidio, piratería, robo y demás. Todas las demás reglas morales se pueden deducir de este fundamento.»
Helión desechó el texto.
—No necesito ver esto de nuevo. Yo escribí esta argumentación.
Dafne lo miró con aire sorprendido y escéptico.
—¿Y ahora dices que no la crees?
Helión extendió las manos.
—La creo, pero la creo porque otorgo gran valor a la lógica y vengo de una cultura científica avanzada. Los sofotecs son criaturas de lógica pura; así que naturalmente estarían convencidos de lo mismo. Pero la Ecumene Silente, por lo que sabemos, era una cultura que daba poco valor a la racionalidad. Sus máquinas estaban programadas para no escuchar a la razón. Así que es fútil usar la razón para convencerlas. Ése es mi argumento. La lógica es un constructo humano. Los humanos pueden ignorarla.
—Los sofotecs no —respondió Faetón.
—Para mí esta argumentación es puro juego de palabras —objetó Atkins—. Podría abrirle un montón de agujeros, o buscar defectos en tus términos ambiguos. Y soy sólo un hombre. Si tuviera la mente de un sofotec, sin duda hallaría un millón de objeciones, un millón de razones por las cuales no se aplica a esta situación.
—Capitán —replicó moderadamente Helión—, esa síntesis se basa en volúmenes de argumentos, definiciones y clarificaciones. Es coherente consigo misma. Si coincides con una parte, tienes que coincidir con el resto. Quizá debas estudiarla más antes de decidir.
—No entiendes adonde voy. Faetón dijo que se trata de reparar una máquina rota, y tú, Helión, hablas como si esto fuera un club de debate, donde quien rompa las reglas convenidas de la lógica se retirará con espíritu deportivo. Pamplinas. El enemigo no se quedará quieto dejándose reparar si la reparación le hace perder la guerra. El enemigo no se someterá a ninguna regla si las reglas le imponen la derrota.
—No estoy seguro de que esta cosa sea un enemigo —dijo Faetón—. Quizá sea otra victima de la locura de la Segunda Ecumene. No es consciente del sentido o las implicaciones de sus actos. Está rota. Yo puedo repararla. En cuanto sepa que todo lo que sabía era una mentira, arderá por averiguar la verdad sobre sí misma. Cuando alguien descubre que le ocultan la verdad, trata de averiguarla.
—Te guías por tus propios deseos —dijo Atkins—. No todos ponen la verdad por encima de todas las cosas.
—Y tú te guías por los tuyos. No todos ponen la victoria por encima de todas las cosas.
—Los supervivientes sí.
—Los sofotecs no.
—Pero tú eres quien dice que esta cosa no es un sofotec —replicó Atkins—, que no es del todo consciente de sí, que no es una criatura de lógica pura. En realidad, no sabes qué es ni cómo piensa. No sabes nada sobre ella. Ninguno de nosotros lo sabe.
—Sé una cosa, y la sé con una certidumbre inconmovible: la realidad no puede carecer de integridad. Así es la naturaleza de la realidad. Una parte de la realidad no puede contradecir otra parte y ser real. Asimismo, un pensamiento no puede contradecir otro pensamiento y ambos ser verdad. Un deseo no puede contradecir otro deseo y ambos ser satisfechos.
»Si la realidad contradice tus pensamientos, eso es autoengaño. Si tus pensamientos contradicen tus actos, eso es locura. Si la realidad contradice tus actos, eso es derrota, frustración, autodestrucción. Y ningún ser cuerdo quiere el engaño, la locura y la destrucción.
»Y aquí, con esta filosofía legada por mi padre, el valor inspirado por mi esposa, la técnica dada por la Mente Terráquea, y esta gran nave que yo mismo he construido, tengo las herramientas, las aptitudes y el equipo que necesito para corregir el engaño, la locura y la destrucción que la Ecumene Silente ha desatado sobre nuestra pacifica sociedad.
«¡Caballeros, creedme! ¡Éste es un problema de ingeniería, un problema de lógica aplicada! Todas las eventualidades están contempladas. No me importa si la máquina Nada es mucho más lista que yo; he cerrado toda otra senda disponible, excepto la que conduce a mi éxito. ¡Este plan no puede fallar!
Faetón vio que todos lo miraban como si estuviera condenado.
—¿Y si no está en sus cabales? —preguntó Atkins.
Faetón no veía sentido en tratar de responder. Para él era obvio y evidente. Apretó los labios y sacudió la cabeza con una mirada triste.
Atkins se puso de pie, con aire torvo y enfadado, y se marchó sin otra palabra. Diomedes se dijo a sí mismo en voz alta:
—Bien, hemos oído a Faetón decir que él sabe de dónde vienen la locura y el engaño. Yo me pregunto de dónde viene el orgullo presuntuoso.
Con una suave sonrisa, se excusó y se marchó.
Helión también se levantó, y le murmuró a Dafne por un canal lateral:
—Cualquiera que crea que ha previsto perfectamente toda posible eventualidad tiene mucho que aprender sobre el caos que hay en el corazón de la realidad. Espero que su lección no sea tan dolorosa como ha sido la mía. Aquí hay en juego mucho más que una vida.
Pero los ojos de Dafne brillaban con sereno orgullo. Creía cada palabra que decía Faetón. Le respondió a Helión por un canal público, de modo que Faetón pudiera oírle:
—¿Cómo puedes dudar de la capacidad de Faetón para construir un plan impecable, un plan que deje a sus contrincantes sin opciones y sin probabilidades de derrotarlo? ¿No acabo de explicarte que eso fue exactamente lo que hizo contigo y tus Exhortadores, Helión? Ninguno de vosotros lo conoce como yo. ¡Observad y ved qué hace!