—¿En otras palabras, aquí, en mi recinto privado?
—Sí, milord.
—¿Por qué se permitió que un intruso traspusiera mis puertas? ¿Por qué no fue detenido en el atrio, en la puerta interior, en las puertas de mando, o en mis puertas de privacidad?
—Por orden tuya —respondió el corifeo con su acento arcaico.
—¿Orden mía? Te ordené que protegieras mi soledad.
—En caso de que dos órdenes se contradigan, debo tener en cuenta la mayor prioridad. Esta orden es de la prioridad máxima que reconozco. Repetiré el texto.
Se oyó la voz de Helión, borrosa y débil como en una grabación antigua; las palabras seguían un ritmo arcaico, con expresiones que Helión no había usado en cuatro mil años. Casi no reconocía la voz como propia, tanto había cambiado su modo de hablar: «Os digo, si alguna vez mi amado amigo regresa, entero o parcial o como fuere, recibidle y dejadle pasar. Cancelad las puertas y barricadas, abrid los cortafuegos, superad las demoras, y traedlo con premura, a él o quien se presente como él: ¡él tiene mayor prioridad que toda otra cosa que yo esté haciendo o haga después, si tan sólo regresare! ¡Si tan sólo me visitare! Que sea admitido cualquiera que venga con el nombre de Jacinto Subhelión Séptimo Gris...»
—Éstas son tus órdenes de hace ocho mil años —dijo el corifeo—, nunca revocadas. ¿Qué ordenas ahora?
Jacinto Subhelión Séptimo Gris. Era el nombre de un muerto.
—¿Cómo puede ser Jacinto? —preguntó Helión.
—No se dijo que éste fuera Jacinto, señor —respondió el corifeo—, sólo que el visitante usa la identidad de Jacinto, y de un modo permitido por la Mascarada. ¿Cuáles son tus órdenes?
Oyó los pasos que sonaban en el balcón a la distancia. A través de una arcada, iluminada por ventanas de fuego a ambos lados, una silueta avanzó y se detuvo.
Helión se puso de pie, la mirada alerta. Con un gesto abrupto, dirigió un espejo a la figura, como para amplificar la visión y verle mejor el rostro; pero se contuvo. Era una violación de la cortesía Gris Plata examinar a un huésped con visores remotos, o hablar por cable, cuando el otro comparecía para una reunión personal.
Helión sólo vio una capa Gris Plata, con un bordado dorado y verde, y un atisbo de armadura blanca. Era un atuendo que Jacinto vestía cuando había perdido el derecho a ser Helión pero aún trataba de parecerse a él tanto como lo permitieran los derechos de propiedad intelectual y las leyes suntuarias.
El encapuchado permaneció inmóvil en el balcón, quizás escrutando a Helión tan atentamente como Helión lo escrutaba a él.
—Recibiré al visitante —le dijo Helión al corifeo—. Admítelo.
Desde la rotonda, un puente se extendió por el vasto espacio que iba hasta el balcón.
Helión observó cómo se acercaba la silueta de capa blanca. Desactivó un instante el filtro sensorial y examinó la forma verdadera del visitante: un cuerpo macizo y piramidal de carbono-silicio atravesaba la atmósfera densa y turbia. Helión no usaba la vista (la visión normal no era posible aquí) sino la ecolocación.
El cuerpo no le decía nada. Cualquiera que entrara en el ámbito especial de la Plataforma Solar tenía que adaptar su cuerpo a esta configuración; los materiales y rutinas para realizar la transfiguración se hallaban a bordo de todas las lanzaderas en órbita heliosincrónica.
Helión volvió a activar el filtro sensorial. La silueta de capa blanca estaba a menos de diez metros, al pie de la colina de gradas de cajas mentales donde Helión tenía su trono.
—¿Es un fantasma el que veo ante mí, surgido de un archivo inquieto? —dijo Helión—. ¿Acaso te ha despertado un poder imprevisto que la Mente Terráquea desata esta última noche, antes de que sumemos nuestras individualidades en omnímoda gloria? ¡En tal caso, regresa! Regresa al museo o cofre numénico que contuvo tus pensamientos muertos todos estos años. Los muertos no tienen nada que decir a los vivos.
Una voz neutra salió de la capucha. El envío tenía formato de texto, pero el filtro sensorial de Helión lo interpretó como voz, sin añadir inflexión, tono ni ritmo. Parecía la voz de un fantasma.
—Los muertos pueden permitir que los vivos evoquen sus vidas anteriores. Los muertos amados pueden advertir a los vivos sobre amores que pronto perderán.
—¿Quién eres?
—¿Te asusta mi apariencia? —dijo esa voz fría y siniestra—. Tuve que asumir esta forma para que me permitieran trasponer tus puertas. No puedo aparecer con mi propia forma. ¡Destino aciago sufre quien me ve tal como soy!
Helión entornó los ojos.
—Esa frase pertenece a un melodrama gótico de Dafne.
La abadía de Owlswick...
Ella escribió el guión de diagrama de flujo de esa escena.
—Muchos la consideran la mejor autora de estos tiempos. No la deshonro al pronunciar palabras que ella compuso.
Helión, con pesada lentitud, volvió a sentarse y apoyó el codo en el brazo del trono, ocultando una media sonrisa detrás del nudillo, mirando desde bajo la frente.
—¿Y cuál es la advertencia que me traes, viejo fantasma?
—Sólo ésta: no pierdas a tu hijo. Faetón, como perdiste a tu entrañable amigo Jacinto. No te pierdas a ti mismo. Faetón conoce los pensamientos que tu yo anterior tuvo al morir: tú y él hablasteis antes de tu muerte, durante una tormenta en que los sistemas de grabación no estaban alerta. Con ese pensamiento puedes reconstruir tu memoria por extrapolación, puedes transformarte en aquello que Helión habría sido, si hubiera vivido. La Curia te llamará Helión y te dará su nombre, lugar, fama y propiedad. De lo contrario, eres Helión Segundo, y Faetón se lleva toda tu fortuna al exilio; esta Plataforma Solar, la casa de Helión, sus cofres de memoria, riquezas, royalties, derechos mentales, todo. Pero si te avienes a prestar a Faetón fondos suficientes para saldar las deudas provocadas por su nave estelar, y le devuelves el título de propiedad de la nave, él te dirá todo lo que sabe o, si eso no logra transformarte en Helión, te entregará tu fortuna.
Helión miró un rato esa figura con capa y capucha. Suspiró.
—Dafne —dijo con voz cansada—, sabes que no puedo aceptar esas condiciones. Hace tiempo juré defender al Colegio de Exhortadores, único dique contra la marea de inhumanidad que acecha para anegamos. No romperé ese juramento, ni siquiera para recobrar mi viejo yo, mientras ame el honor más que la vida.
Dafne se quitó la capucha y gesticuló para indicar que renunciaba a la Mascarada. Helión vio su rostro y oyó su voz.
—A partir de ahora sufrirás el exilio, si tratas conmigo a sabiendas —dijo—. Pero creo que deberías unirte a nosotros: ¡Temer Lacedemonio está aquí, afuera, más allá de la sociedad, y también Aureliano Sofotec!
—¿Qué?
—¡Sí!
—Eso significa que la Trascendencia...
—No incluirá a los Exhortadores —dijo Dafne, sonriendo—. Con lo cual no estarán en nuestro futuro, ¿verdad? ¿Te sumarás a la interdicción y dejarás que el futuro que soñaste, el futuro que tanto aman los Pares, se pierda sin ser oído?
Helión frunció el ceño.
—Debería eliminarte de mi filtro sensorial y no oír nada de esto... Pero... ¿Aureliano en el exilio? Él se comunica con la Mente Terráquea. ¿Ella también está en el exilio?
—¿Por qué crees que ninguno de los sofotecs habla?
—Creí que se preparaban para la Trascendencia...
—¡Se preparan para la guerra!
La rutina idiomática de Helión buscó esa palabra en la memoria antigua y revisó sus connotaciones.
—No dirás que el conflicto de Faetón con los Exhortadores es una guerra, ¿verdad? —dijo—. Esto no es una metáfora.
—Me refiero a la guerra con la Segunda Ecumene, que mató a mi caballo y mediante una treta persuadió a los Exhortadores de exilar a Faetón. ¡El ataque contra él fue real! Todo lo que decía Faetón era cierto! ¿Por qué no le creíste en vez de escuchar a los demás? ¡Él nunca habría dejado de creer en ti, sin importar las circunstancias!
El sofisticado sistema mental de Helión le permitía adoptar súbitos cambios de perspectiva sin desorientación. Los circuitos de asistencia de su Tálamo e hipotálamo hicieron conexiones, reevaluaron reacciones emocionales, calcularon una multitud de implicaciones.
Se enderezó en el trono y habló con calma y rápida voz:
—La Última Transmisión tardó mil años en llegar al Sol desde Cygnus X-1. La gente de Vafnir envió naves robot que, desplazándose muy por debajo de la velocidad de la luz, llegaron tres mil años después de la recepción de ese mensaje. Tiempo suficiente para que reviviera una civilización. Ninguna civilización respondió a sus requerimientos de construir un láser decodificador. Las naves atravesaron el oscuro sistema del Cisne con sus velas lumínicas extendidas, y hasta hoy continúan rumbo al infinito... Mientras las sondas atravesaban el sistema Cygnus X-1, sus lecturas mostraron que las condiciones eran tal como las pintaba la Última Transmisión. No había indicios de actividad cultural, ni ruido de radio. Silencio. Muerte.
«Pero los supervivientes de ese acontecimiento pudieron haberse ocultado. No sería difícil. Es muy posible que nuestros astrónomos pasaran por alto las señales de una civilización extrasistémica, especialmente a mil años luz de distancia.
—O bien los mensajes presuntamente enviados por las sondas robot —dijo Dafne— no venían de ellas. Es posible que destruyeran las sondas. Pudieron falsificar el contenido de sus mensajes. Hablamos de unos mil años luz de distancia, ¿verdad? No pudo ser una señal muy fuerte ni compleja. Y nuestros astrónomos la reciben mil años después que fuese emitida.
—En cualquiera de ambos casos —dijo Helión, con un destello en los ojos—, suponemos toda una cultura que toma medidas extraordinarias para permanecer oculta. Si es así, ¿qué estrategias habría adoptado? Sugiero que la Ecumene Silente, si podía costearse los recursos, habría fundado colonias adicionales, para dispersar sus fuerzas, y despachado observadores... ¿Cómo es el antiguo término?
Dafne conocía la palabra.
—Espías.
—Gracias. Y despachado espías a nuestra Ecumene, para obstruir cualquier proyecto que condujera a su descubrimiento.
—¿Dices que los silentes pueden haber fundado colonias? Tal como quería Faetón... ¿Dónde? ¿Cuántas?
Helión alzó una mano y envió una imagen al filtro sensorial de Dafne. Súbitamente la rotonda donde estaban pareció flotar en el espacio profundo, con estrellas arriba y abajo, una amplia configuración tridimensional.
—Aquí esta Cygnus X-1 —dijo Helión—. Observa: la rodeo con burbujas concéntricas del probable tiempo de viaje de las naves del tipo
Naglfar
de Ao Ormgorgon, construidas con tecnología de la Quinta Era. Los candidatos probables como colonias estelares aparecen en blanco... Ahora ordeno las posibles colonias según su viabilidad como escondrijos, no como colonias, teniendo en cuenta la presencia de polvo nebuloso y fuentes naturales de ruido de radio que podrían ocultar la actividad industrial a gran escala a los astrónomos de la Ecumene Dorada.
Una esfera rodeó Cygnus X-1, y números luminosos marcaron las estrellas que estaban dentro de la esfera. Delgadas líneas partían de Cygnus X-1, mostrando posibles trayectorias; ninguna se aproximaba al espacio cercano al Sol.
—Ahora, haciendo una estimación general de los recursos naturales de la Ecumene Silente (y sus recursos tienen límites, pues su agujero negro puede producir una tremenda cantidad de energía útil, pero es inmóvil), llego a la conclusión de que en estas posibles estrellas, y asumiendo expediciones del tamaño de la nave multigeneracional
Naglfar,
podría haber entre quinientos y mil doscientos sistemas coloniales, habiendo al menos doscientas expediciones todavía en vuelo, que se proponen llegar a destino dentro de los tres próximos milenios...
Más cifras y luces aparecieron cerca de ciertas estrellas, y ciertas trayectorias se iluminaron, mostrando la posición de posibles expediciones en vuelo.
—Si asumimos un método de propagación con costes menores, por ejemplo, paquetes de esporas de nanotecnología microscópica impulsados por vientos estelares, o por láser de vela fotónica, la posible área de las colonias es menor, porque el tiempo de viaje es mayor.
Una esfera de luz más pequeña que la primera apareció alrededor de Cygnus X-1. Ésta ni siquiera se acercaba al Sol.
—Así que podemos asumir que la colonización se efectúa con naves —dijo Helión.
Dafne no había terminado de regañar a Helión por su conducta ante Faetón, y quería volver al tema del acuerdo que deseaba imponerle. No obstante, se sintió fascinada por las especulaciones de Helión.
—Entonces la Ecumene Silente es... ¿qué? ¿Un imperio interestelar?
—No lo sé. Los planetas estarían demasiado distantes para ser sometidos a un control imperial central, ni podrían asistirse entre sí con recursos mutuamente beneficiosos. Las distancias son demasiado grandes. Sin embargo, una sociedad organizada por sofotecs, o incluso por hombres inmortales de gran tenacidad, podría fundar dichas colonias para cumplir un plan que requiriera miles o millones de años.
Dafne trató de imaginar una empresa en escala tan vasta.
—¿Con qué propósito...?
—Lo ignoro. Pero supongamos que es uno que concuerda con su deseo de permanecer ocultos. ¿Por qué? ¿Porque temen nuestra competencia? Pero, ¿cómo alguien en su sano juicio puede temer la Ecumene Dorada? Somos la más tolerante y justa de todas las civilizaciones posibles.
—En tu visión del futuro, la que ibas a ofrecer a la Trascendencia...
—Continúa.
—¿Cuánto tiempo necesitaría la Ecumene Dorada para expandirse más allá del sistema solar?
—No sucedería hasta que se hubieran agotado las fuentes primarias de energía solar. ¿Cuál sería la necesidad?
—¿Quizá cinco, diez mil millones de años? Extrapola el crecimiento de la Ecumene Silente en las estrellas circundantes durante ese período.
Aparecieron señales luminosas en todas las estrellas circundantes. No quedaban estrellas libres en ninguna zona vecina al Sol. El sistema solar estaba rodeado.
—Ahora bien —dijo Dafne—, ¿alguien en la Ecumene Dorada tomaría un planeta, o invadiría la propiedad de otro, o tomaría algo, sólo porque lo necesita, por mucho que lo necesite, sin el consentimiento del propietario?
—No somos bárbaros.
—Así que estaremos atrapados sin tener adonde ir, acotados por nuestros principios, confinados a un sistema cuya estrella agoniza. Y todo porque no tuvimos la previsión de actuar como desea Faetón.