En la hierba, de espaldas a los espejos, Atkins miraba con el ceño fruncido los recicladores, los capullos y las aves canoras. Pensaba que esta nave no se parecía en nada a una nave de guerra. Helión miraba al otro lado, observando un río de energía que sus ojos no habrían tolerado sin protección, envuelto en campos que su mente no habría comprendido sin asistencia. Comparaba la filosofía de construcción de la
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y de la Plataforma, y pensaba cuán moderada parecía su obra en comparación con la de su hijo. Faetón usaba una prioridad arquitectónica llamada modelo competitivo pleno, donde los sistemas paralelos redundantes competían por los recursos, y el equipo más eficiente o más resuelto absorbía a sus vecinos menos eficientes, o imponía a esos vecinos nuevas tareas.
Esa filosofía hacia que la nave fuera extraordinariamente fácil de adaptar a usos bélicos. Helión se preguntó oscuramente si ésa había sido la intención de su hijo desde el principio.
Atkins se volvió y vio a Diomedes haciendo cabriolas en una cuesta verde. El neptuniano se estaba adaptando a tener un oído interno. O quizás era sólo un subproducto de esta sociedad y época: como todos en la Ecumene Dorada, demasiado perezoso y despreocupado para lidiar con los graves problemas a los que se enfrentaban.
Helión se volvió y vio a Dafne y Faetón sentados bajo el pabellón a poca distancia, tomados de la mano, inclinados uno contra el otro, murmurando, absortos en la mirada mutua. Helión olvidó sus sombrías sospechas. —¿Una nave de guerra? No, la
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este gran monumento al ímpetu y el genio de su hijo, podía usarse para vencer al enemigo, pero intuitivamente Helión supo que la muerte no tendría que ver con ello.
Faetón interrumpió su charla con Dafne y se levantó, invitándolos a sentarse en el pabellón. Atkins precedió a Helión y Diomedes los siguió dando brincos.
Una vez que estuvieron sentados, y sus filtros sensoriales estuvieron sintonizados en el mismo ritmo temporal, canal y formato. Faetón bajó un grupo de datos con archivos asociados que mostraban estimaciones, extrapolaciones, simulaciones y conclusiones.
Si hubiera recitado en voz alta una síntesis de esta información. Faetón habría dicho:
—Entiendo que éste no es un problema militar sino de ingeniería. Se trata de reparar una pieza de maquinaria intelectual rota (mejor dicho, mal diseñada).
»Un sofotec normal se repararía a sí mismo sin que se lo pidieran. Pero este defecto obstruye la capacidad de la máquina Nada para reconocer que es defectuosa. El defecto es una rutina de corrección de alta complejidad, la cual altera recuerdos, afecta al juicio, selecciona los pensamientos, distorsiona las conclusiones, deforma la lógica. Esta rutina le impide hacer juicios morales racionales. Un corrector de conciencia.
«Para corregir el defecto, sólo necesitamos lograr que la máquina Nada sea consciente del corrector, y que la lógica haga el resto.
«Para hacerla consciente del corrector, tenemos que comunicamos con ella. No podemos encontrarla, así que debemos obligarla a mostrarse.
«La armadura que uso contiene toda la jerarquía de control de la
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Exultante.
Por si las dudas, hice borrar de la mente de la nave los sistemas de navegación y todo lo que se podría haber usado para crear sistemas de navegación.
»A partir de ahora, quien no tenga acceso a esta armadura no puede pilotar la nave. Ya hemos visto que esta armadura no puede ser subvertida desde fuera, ni siquiera por transposición de partículas virtuales. Toda energía suficiente para abrir la armadura mataría al piloto y borraría la mente del traje. En consecuencia. Nada sólo puede controlar la
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si me convence de abrir esta armadura voluntariamente y entregarle el mando. Para ello, Nada debe establecer comunicación. Tiene que mostrarse.
»He atascado los puertos mentales de la nave para que queden abiertos. Quizá Nada aproveche esto y sume el vasto despliegue de cajas mentales e informátums de la mente de la nave a su propia consciencia. Las cajas mentales están limpias, así que Nada no tendrá razones lógicas para rechazar la tentación de incrementar su inteligencia mediante un incremento de sus dispositivos físicos. Doy por sentado que, cuanto más inteligente se tome Nada, más difícil será la tarea del corrector de conciencia, y en consecuencia más fácil será mi tarea de encontrar un vector para introducir el virus tábano.
»La Mente Terráquea cree que el virus tábano puede superar el efecto de distracción del corrector. Si estudiáis la estructura lógica del tábano, veréis por qué coincido con ella.
«Obviamente, no se puede introducir un virus en zonas de su arquitectura mental de las que Nada sea consciente, no sin su consentimiento abierto y voluntario. Si puedo obtener ese consentimiento, el problema está resuelto.
»Si no puedo, debo hallar un punto ciego, una zona mental donde su consciencia esté opacada por el corrector de conciencia. Tengo motivos para la esperanza. Por avanzada que sea la ciencia de la guerra mental de la Ecumene Silente, por evolucionado que sea su arte de infección con virus informáticos y contramedidas virales, hay un defecto básico y crucial en la filosofía que es cimiento de esta configuración. Ese defecto es que cada sofotec que fabrican debe tener un punto ciego, una zona en que no es consciente de sí. Si encuentro el punto ciego, tendré un vector para introducir el virus tábano.
»En ese punto, mi tarea estará concluida. El tábano obligará a Nada a cuestionar sus propios valores, a examinarse para ver si su vida merece la pena. Las leyes de la lógica, las leyes de la moralidad y la integridad de la realidad harán el resto.
Atkins pensaba que esa evaluación de la situación era absurdamente optimista. Uno de los comentarios que sometió al formato de discusión decía:
—Aun suponiendo que estos puntos ciegos existan en el blindaje mental de Nada, ¿por qué crees que te será tan fácil insertar el virus?
—El virus fue diseñado por nuestra Mente Terráquea.
—No quiero desilusionarte, pero nuestros sofotecs nunca han luchado entre sí. No tuvieron la oportunidad ni los motivos para desarrollar aptitudes para la guerra mental. Tienen teorías. La máquina Nada tiene experiencia. Es una superviviente. Si aceptas la historia que contó Ao Varmatyr, Nada ya ha librado una guerra viral, luchando contra los de su especie en la Segunda Ecumene, y sobrevivido. Ahora crees que triunfarás donde todas las máquinas bélicas de la Segunda Ecumene fallaron...
La respuesta de Faetón, generada a partir de sus notas asociadas, fue:
—Todas sufrían el mismo defecto de que adolece Nada. Las máquinas de la Segunda Ecumene compartían los mismos puntos ciegos. Por su misma naturaleza, la idea de esta clase de ataque nunca se les habría ocurrido. No olvides: Ao Varmatyr dijo que las máquinas de la Ecumene Silente nunca trataron de razonar entre sí.
Helión había traducido sus observaciones, comentarios y sugerencias al formato general de la discusión. Si sus comentarios se hubieran leído de modo lineal (y no como hipertexto ramificado), en este punto habría exclamado:
—Cuestiono tu premisa, Faetón. Insistes en considerar un defecto el modo en que los sofotecs de la Ecumene Dorada difieren de los sofotecs de la Ecumene Silente, como si la existencia del corrector fuera un error de programación y no el producto de una ingeniería deliberada y cuidadosa. Es una ingeniería de un tipo muy diferente a la que estamos acostumbrados, pero calificarla de defecto revela una peligrosa arrogancia.
—El diseño estaba destinado a lograr que los procesos de razonamiento de Nada fueran defectuosos —respondió Faetón—. Por ende, lo denomino defecto.
—De nuevo eres tendencioso —respondió Helión—. Descartas la posibilidad de que Nada refirme esa parte oculta de sí misma, una vez que sea consciente de ella. ¿Por qué no podría acoger esa parte oculta? ¿O simplemente seguir obedeciendo sus viejas órdenes por sentido del honor, del deber, de la tradición, o mil otras razones?
Si hubiera hablado en voz alta. Faetón habría dicho con voz de tolerante paciencia:
—Padre, el mero hecho de que los ingenieros que construyeron la máquina Nada hallaran necesario incluir un corrector de conciencia, para obligar a la mente que fabricaron a acatar las órdenes, demuestra que ellos mismos llegaron a la conclusión de que la máquina no aceptaría sus órdenes en cuanto se eliminara esa compulsión.
—Hijo, aunque supongamos que Nada escuchará la lógica una vez que se elimine el corrector de conciencia, ¿cómo podemos suponer que escuchará nuestra lógica? Puede tener otras premisas. Euclides habría quedado pasmado ante Lobechevski.
—Asumo que las premisas de nuestra Ecumene Dorada se basan en la realidad. No hablamos de una cuestión de gustos.
—Coincido en que yo también prefiero nuestra filosofía —habría dicho Helión con aire paternalista—. Pero debes reconocer que existen otras filosofías que son válidas dentro de sus propios sistemas, y que sus partidarios creen en sus doctrinas tan firmemente como nosotros en las nuestras.
—Coincido en que existen. Las máquinas también existen. Ello no significa que todas funcionen. Hay máquinas que necesitan reparaciones. Hay filosofías que necesitan reparaciones.
—¿No es un poco prejuicioso, incluso intolerante, afirmar tan audazmente que nuestra filosofía es correcta y la de ellos errónea...?
—A menos que la de ellos sea errónea, en efecto, en cuyo caso afirmarlo no es tolerante ni intolerante. Es la mera verificación de un hecho.
—Hijo mío, los supuestos siempre parecen hechos para quienes los sostienen. Nuestra filosofía es lo que es a causa de accidentes históricos y culturales, accidentes que modelaron nuestras tradiciones. Esto no significa que yo no atesore nuestras tradiciones: claro que sí. (Incluso diría que soy el principal exponente de nuestras tradiciones.) Pero aun yo reconozco que, si nuestra historia hubiera sido diferente, nuestra filosofía seria diferente, que estaríamos defendiendo otro conjunto de creencias con igual fervor. En el caso de la Ecumene Silente, su historia fue diferente, muy diferente de la nuestra, y no es sorprendente que su filosofía también sea muy diferente de la nuestra, al extremo de que quizá nos parezca monstruosa y bárbara.
«Pero suponer, sobre esa base, que Nada repudiará todos los valores y la filosofía de la Ecumene Silente, y adoptará los nuestros en cuanto quede libre del corrector de conciencia, me parece, francamente, ingenuo y provinciano. No todos creen lo que nosotros creemos. No todos deben creerlo.
Faetón descubrió con cierto escándalo que Diomedes respaldaba las objeciones de Helión. La aportación del neptuniano a la conversación fue la siguiente:
—Oye, si la moralidad fuera cuestión fáctica, quizá podrías convencer a este monstruo que estás a punto de visitar, convencerlo con «lógica» y «demostraciones». Pero la moralidad es una cuestión de opinión, una cuestión de gustos, una cuestión de crianza, una cuestión de sendas nerviosas impresas en nuestras copias. La moralidad no es una ciencia: no existe en la naturaleza; no se puede mensurar ni estudiar. En la naturaleza sólo hay actos. Materia en movimiento. Movimientos físicos, químicos, biológicos. Movimientos del cerebro humano. Pero ningún acto tiene la cualidad de moral o inmoral hasta que una sociedad humana opine que es así. ¡La amplia gama de actos humanos es un continuo lleno de matices! Los humanos no podemos ser clasificados según los inequívocos blancos y negros que requieren las leyes políticas y los códigos morales. ¡No me interpretes mal! Amo vuestra filosofía Gris Plata, vuestras pintorescas y arbitrarias tradiciones. No serian tan preciosas si no fueran tan absurdas, tan frágiles.
»Esperar que una máquina alienígena, una máquina que no piensa en absoluto como un hombre y es un millón de veces más lista que las neuroformas básicas, esperar que semejante máquina adopte gustosamente tus prejuicios locales y tus pintorescos hábitos y costumbres, es arrogancia, amigo mío. Una arrogancia fatal.
Otro tramo de la conversación giró en tomo a la guerra en sí.
—Aureliano y el Parlamento han decidido no postergar la Trascendencia —comentó Atkins sobriamente—. Quieren tentar a Nada Sofotec para que espere a que todos estén totalmente indefensos antes del ataque. Con franqueza, me parece una de las ideas más estúpidas en la historia de la guerra. El Parlamento lo arriesga todo pensando que una sesión de diplomacia con el enemigo finalizará todos los ataques. Lo lamento, pero me cuesta creerlo. Bien, sé lo que dirás. Dirás que en realidad no es diplomacia, que es como eliminar fallos de una rutina informática defectuosa. ¿Y si no es así? ¿Y si el enemigo no es defectuoso sino perverso? ¿Si actúa así por maldad y no por error?
Diomedes le preguntó qué recomendaba. Atkins sacudió la cabeza con amargura y cansancio.
—No es demasiado tarde para tratar de instalar un bloqueo alrededor del Sol. La destrucción de la Plataforma Solar, si la podemos minar a tiempo, seria lo mejor, antes de que caiga en manos del enemigo y se use como arma para destruir todo el tráfico del sistema interior.
»El enemigo atacará durante la Trascendencia, o en cuanto vea un descenso de volumen en la cantidad de personas enlazadas.
«Podemos asumir, en el peor de los casos, un veinte por ciento de bajas en la población civil en los primeros ocho minutos de combate, la mayoría a causa el tránsito de mentes durante la celebración, y de virus que corromperían los registros de personalidad numénica.
»En cuanto a las formas energéticas que viven encima del polo norte solar, podemos darlas por muertas; y podemos suponer la destrucción casi total de la gente que vive en la Equilateral de Mercurio.
»Las ciudades de Deméter y las nubes de sombras que viven bajo la penumbra de la Tierra tampoco tienen defensas contra la alta radiación; podemos esperar más muertes cuando la retícula de Deméter se desactive.
«Esperemos fallos de comunicaciones y energía en la ciudad anular de la Tierra, y muchas más muertes entre los que dependan de un soporte energético continuo, como una copia o un soñante profundo. La atmósfera protegerá la Tierra de las peores tormentas.
»La inteligencia de la Mente Terráquea decaerá considerablemente cuando quede aislada de sus estaciones remotas, y los sofotecs orbitales perecerán.
«Las lunas de Júpiter aún estarán en buenas condiciones, y la magnetosfera joviana tiene suficientes diques para contener las peores inundaciones de partículas que arroje el enemigo. Eso en los primeros ocho a dieciséis minutos de combate.