La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (7 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—No hay motivos por los que estar enfrentados. No tiene sentido. Si tan solo pudiésemos hablar con su líder, discutir la situación como seres razonables, estoy seguro de que podríamos llegar a algún acuerdo aceptable que…

—Antony. Antony. —Travis no podía soportar seguir escuchándolo. Puso la mano sobre el hombro de su amigo y lo zarandeó—. Escúchame. Cállate y escúchame. Eso no va a pasar. No va a funcionar. Tienes que afrontar los hechos. No sé lo que quieren estos alienígenas, pero desde luego no es amistad, cooperación ni tolerancia. No podemos negociar con ellos. Solo podemos combatirlos.

—Pero mi padre solía decir que…

—Tu padre está muerto, Antony. Todos nuestros padres lo están. Y el mundo en el que vivíamos también está muerto. Pero nosotros estamos vivos y, si quieres que sigamos estándolo, tienes que afrontar la realidad de que las reglas han cambiado para siempre. Tienes que aceptar los hechos y cambiar con ellos o no nos podrás ayudar, Antony… ni a ti mismo. ¿Entiendes?

—Pero, Travis, todo en lo que creía… —Los ojos del desolado Antony se llenaron de lágrimas, como si estuviese de duelo—. Si todo es inútil, si nada sirve para nada, ¿para qué sirvo yo?

Y Travis sintió lástima por su amigo. Quizá había sido demasiado duro. Pero podía remediarlo.

—¿Quieres saber para qué eres bueno? ¿Y lo tienes que preguntar? Eres Antony Clive, delegado del colegio Harrington. Todavía eres el líder, Antony. Te necesitamos. —
Y ahora mismo
, pensó mientras la nave sobrevolaba la cara más alejada de la colina Vernham hacia su estacionada nodriza, cuyas puertas, las que habían visto anteriormente, se abrieron con expectación.

Antony también cayó en la cuenta de que se estaban aproximando a su destino.

—De acuerdo. De acuerdo. —Asintió e inspiró profundamente, intentando recuperar la calma—. Si me necesitáis, allí estaré. Y Travis… gracias.

—No hay problema —dijo Travis con sinceridad—. Pero escucha, hay algo más, hay otra cosa que aún no te he contado. Cuando vi al alienígena sin casco, también lo escuché hablar. Dios sabe por qué, pero hablan inglés.

—¿En serio? —Antony se esforzó en devolver la confianza a su voz. Había mostrado debilidad ante Travis. Aquello merecía una reprimenda. Los delegados del colegio Harrington no debían mostrar debilidad ante nadie—. Entonces podemos hacernos entender.

Los dos adolescentes permanecieron cerca del panel transparente a medida que la nave se deslizaba a través de la abertura de la nodriza, como un pedazo de comida devorado por unas fauces. Inmediatamente después, se detuvo sobre lo que claramente eran los hangares. Travis alcanzó a ver una nave como la que había abducido a Giles, rodeada por alienígenas vestidos con armaduras rojas y sin cascos. Su concepto de la fisonomía alienígena no mejoró con respecto a su anterior encuentro al ver aquellos cráneos blancos y desnudos y aquellas frentes protuberantes; no le sorprendió que la primera reacción de Antony al ver el aspecto de sus captores fuese de repulsa.

—Mi padre solía decirme que nunca hay que juzgar por las apariencias —dijo con frialdad. Aquel corte carmesí que tenían por boca… Aquellos lívidos ojos rojos—. Quizá en eso también estuviese equivocado.

De todos modos, no tuvieron demasiado tiempo para quedarse mirando a los alienígenas. De pronto, el panel transparente pareció deslizarse al interior de la pared, retrayéndose entre esta y el techo hasta desaparecer por completo.

Travis dio un paso atrás, sorprendido.

—Pero ¿qué…?

—No es la pared lo que se está moviendo —cayó en la cuenta Antony—. Son el suelo y el techo los que se están moviendo hacia abajo, a través del hangar.

Y estaba en lo cierto. Travis sintió el descenso en el estómago y a través de las suelas de sus zapatillas.

—Celda y ascensor, todo en uno. Entonces, ¿adónde nos llevan? ¿A la planta baja, a la libertad?

—Sea adonde sea, ya hemos llegado —murmuró Antony.

La celda-ascensor dejó de moverse. Una puerta se abrió donde los chicos pensaban que no había más que una pared.

Ante ellos se extendía lo que parecía ser una celda idéntica a la suya, aunque más profunda, más grande, llena de cuerpos amontonados, en cuclillas o tirados en el suelo con la apatía que caracteriza a los reos. Algunos vestían americanas y pantalones de traje. Había algunas mujeres.

Una de ellas tenía los rasgos de un hada y el cabello pelirrojo y corto.

—Los prisioneros de la Tierra entrarán a la celda adyacente de inmediato.

Travis y Antony no necesitaban que una voz incorpórea y alienígena se lo indicase. Atravesaron la puerta en un segundo, gritando de alivio y alegría. La puerta se cerró tras ellos, fundiéndose con el entorno, pero apenas se dieron cuenta. Al cabo de un instante, Tilo estaba en los brazos de Travis, con su cuerpo y sus húmedos labios oprimidos contra los suyos, y durante aquel instante, nada importó.

Richie Coker se alegraba, más o menos, de volver a ver a Naughton. No tanto como la hippie, por supuesto, que se le pegó como una lapa en cuanto cruzó aquella puerta que no estaba allí hace un minuto. Tampoco tanto como los miembros del harén de Travis: Morticia y Jessica Lane también se pusieron a besuquearlo (¿cómo demonios lo hacía Naughton?). No, a Richie Coker no le iba eso de demostrar abiertamente sus emociones, ni siquiera a través de escuálidos apretones de manos como el que Simoncete compartía con Naughton en aquel momento. La mejor opción, la más segura, era guardarse los sentimientos para uno mismo… de modo que nadie los pudiese pisotear. Así que se limitó a saludar a Naughton con un breve ademán vagamente afable cuando este volvió la mirada hacia él.

—¿Estás bien, Richie? —preguntó como si realmente estuviese interesado.

—Tirando. —Intentó que pareciese que no le importaba. Pero sí, se alegraba, más o menos, de volver a ver a Naughton.

Y también estaba celoso, en parte, aunque no tenía motivos para sentirse así. Era más grande que Travis Naughton, más alto, más fuerte y había pateado más cabezas. Nadie vacilaba a Richie Coker… o al menos así era antes de que llegase la enfermedad. Pero, para ser sincero, sí que tenía un motivo para envidiar a Naughton, una situación que no le resultaba nada natural a Richie. Los otros chicos apreciaban a Naughton; lo respetaban, querían ser como él (aunque fuesen más altos). Era obvio por cómo respondieron ante su reaparición: joviales, alegres, lanzando vítores en torno a él y al niño rico, aunque la mayoría solo conociese a Travis desde hacía un par de semanas. ¿Por qué? ¿Qué tenía Naughton para provocar aquella reacción? Richie no lo entendía. De haber sido él el que hubiese vuelto a aparecer tras un periodo de ausencia, la reacción hubiese sido de frío desinterés en el mejor de los casos, de abierta decepción en el peor. En aquel momento, a nadie le importaba que estuviese allí, compartiendo celda con el resto. Con la probable excepción de una persona, por supuesto. Travis Naughton.

Richie dio la espalda a la muchedumbre. De estar en Wayvale, se encontraría con un montón de colegas. Él sería el líder y exigiría respeto, que le sería concedido. La gente hubiese hecho lo que él hubiese ordenado. Pero solo porque los demás estarían demasiado asustados de que les fuese a dar una tunda si no obedecían. Para ser sincero, sabía que era así como funcionaba. Pero los chicos seguían a Naughton… lo estaban siguiendo ahora mismo, lo obedecían, dejaban que los liderase, no por miedo o por amenazas, sino por su propia voluntad, porque de algún modo los inspiraba con sus buenas acciones, su confianza en sí mismo y aquellos ojos azules capaces de ver tu interior. Había magia en Travis Naughton, una autoridad, aquello que la directora Shiels definía como integridad, algo que hechizaba a todo aquel que entraba en contacto con ello. Y eso aterraba a Richie Coker. Porque él también estaba cayendo víctima de esa influencia. En parte. Un poquito. Para ser sincero.

Se alegraba de ver a Naughton vivo. Sin matices. Se alegraba. Porque parte de él quería ser Travis Naughton.

—¿Verdad que sí, Richie? —Era la voz de Morticia, llevándolo de vuelta al grupo.

Se volvió hacia los demás, fingiendo estar a otra cosa.

—¿Qué? ¿Verdad que qué?

—Le estoy contando a Trav lo que sucedió en el colegio. Nos encerraron en el dormitorio, ¿verdad que sí? Leo y sus chicos con americana nos pusieron bajo arresto domiciliario, como los muy pijos lo llamaban, como si fuésemos unos delincuentes. —Los ojos azules de Mel brillaron cuando dirigió su mirada hacia el derrotado Leo Milton, abatido y desconsolado sobre el suelo—. Porque éramos una influencia disruptiva. ¿Eso es lo que dijo, verdad que sí? Dijo que podíamos desmoralizar al resto de la comunidad. Menudo montón de chorradas. Deberías haber dejado a una chica al mando, Antony. ¿Cómo te sientes ahora que eres tú el que está encerrado, Leo? Eso sí que desmoraliza, ¿verdad?

—Ya es suficiente, Mel —dijo Travis—. Nos hacemos a la idea.

—Te lo dije —añadió Richie—. No se puede confiar en ninguno de estos pijos uniformados.

—Eso no es cierto. —Desde luego, Jessica parecía sentir que uno de los alumnos de Harrington era digno de su confianza. Después de saludar a Travis, dio un abrazo de bienvenida a Antony. Sus brazos no se estrecharon en torno a su cuello, pero aun así lo acercaron lo bastante como para que sus cuerpos estuviesen en contacto—. Lo que Leo hizo es solo culpa de Leo. De nadie más.

Travis estaba de acuerdo.

—Teniendo en cuenta lo que ha ocurrido desde entonces, supongo que ya no es tan importante.

—No hubiésemos podido defendernos de los alienígenas ni en libertad —dijo Tilo—. Se abalanzaron sobre Harrington disparando esos rayos en cuestión de minutos. Creo que no llegamos a causar ni una sola baja.

—Ni siquiera el Ejército hubiese podido detenerlos —gimió Simon.

—El Ejército no está aquí, Simon —dijo Travis—. Estamos solos. Y así es como tendremos que apañárnoslas.

—¡Naughton! —Richie no pudo contener una sonora carcajada de incredulidad—. Ahora sí que estás flipando. ¿De verdad crees que podemos plantarles cara a estos tíos?

Travis volvió su mirada al chico de la gorra de béisbol.

—Si no nos defendemos, Richie, caeremos.

Y Richie Coker permaneció en silencio. No era la primera vez que la convicción y la resolución de aquella mirada azul lo dejaba sin palabras, incluso sin aquellas que solo tenían cuatro letras.

En cuanto a Antony, había permanecido sumido en sus pensamientos durante la conversación, pero parecía haber tomado una decisión.

—Es importante —dijo llanamente, con aplomo.

—¿Antony? —Jessica jamás había visto antes aquella expresión, mezcla de ira y amargura, en su rostro.

—Lo que ocurrió en Harrington, lo que hizo Leo, es importante. Es importante porque constituye una traición. Eres un sucio Judas, Leo, ¿lo sabías? —Miró fijamente a su asistente con los puños cerrados e ira en sus ojos.

Leo, haciendo un alarde de sensatez, se puso en pie.

—No te acerques a mí, Clive.

—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? Los cobardes como tú no peleáis cara a cara, ¿verdad que no? Esperáis a que alguien os dé la espalda antes de apuñalarlo.

—Antony. —Jessica cobijó uno de los puños del chico en su mano, intentando tranquilizarlo—. ¿Travis?

Travis se interpuso entre el delegado y el que iba a ser su sucesor.

—No es el momento ni el lugar.

—¿Por qué lo hiciste, Leo? —preguntó Antony de todos modos—. No es que me hayas traicionado a mí; has traicionado todo aquello que defiende Harrington. El deber. La justicia. La confianza.

—No soy yo el traidor, Clive —contestó Leo—. Tú lo eres. Fuiste tú el que traicionó los valores de Harrington dejando entrar a toda esa gente —dijo mientras hacía un gesto desdeñoso hacia el grupo de Travis y quienes habían llegado tras ellos—. Plebeyos. Ignorantes. Chicas. Niños llorones. Harrington nunca fue un lugar para ellos. Los auténticos miembros de Harrington son mejores que ellos, y si tú ya no estabas dispuesto a conservar aquello que era realmente bueno de nuestro colegio, pues yo sí lo estaba.

—¿Tú? —Antony se abalanzó sobre el pelirrojo, sujetándole de la solapa de su chaqueta a la vez que la retorcía—. Leo, eres una desgracia para este uniforme.

—No me toques, Clive —le advirtió su ayudante.

—Vale, vale, ya basta —intervino Travis a la desesperada, soltando la mano de Antony de la americana de Leo—. Pensaba que en los colegios privados se promovía la madurez. Yo que vosotros pediría que me devolviesen el dinero. Echad un vistazo a vuestro alrededor y recordad dónde nos encontramos. En una celda. En el interior de una nave alienígena. Y vosotros aquí, discutiendo acerca de quién es digno y quién no de un edificio que puede que no volvamos a ver jamás. Venga ya. Abrid los ojos. —Extendió el mensaje a todos los ocupantes de la celda—. Y esto también va para los que apoyaron el pequeño golpe de Leo. No es cuestión de clases. No es cuestión de bandos. Estamos juntos en esto y si lo olvidamos, ya podemos olvidarnos también de todo lo demás.

Antony miró a su alrededor. Los rostros de los miembros de la comunidad, ya fuesen estudiantes de Harrington o foráneos, estaban impregnados de abatimiento y angustia, y miedo. Y le avergonzó pensar que su enfrentamiento con Leo Milton posiblemente hubiese contribuido al malestar general. Los niños más pequeños sollozaban. Enebrina, Rosa y sus pequeños amigos se aferraban desesperadamente a Tilo. Menudo delegado que había resultado ser.

—Tienes razón —dijo—. Lo siento. —Escuchó a Leo murmurar algo parecido.

—Bien. —Travis estaba escudriñando la celda cuando una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro. El número de prisioneros allí encarcelados y su comprensible alegría al reunirse con sus amigos más próximos le habían hecho pasar por alto un detalle—. ¿Dónde están Giles y Hinkley-Jones? ¿Y Tolliver? ¿Y Shearsby? —Ninguno de sus compañeros capturados estaba presente.

—No los hemos visto —dijo Jessica—. ¿Quieres decir que todavía no los han liberado?

—Los alienígenas los capturaron antes que a nosotros —dijo Antony—. Y antes que a vosotros.

—Puede que los hayan metido en otras celdas, Trav —sugirió Tilo.

—Puede —admitió Travis—, pero me gustaría saber el porqué.

Pero la respuesta (si es que la había) tendría que esperar. Las paredes, el suelo, el techo, de pronto se convirtieron en pantallas. Los pálidos y hostiles alienígenas contemplaban inmisericordes a los prisioneros desde seis direcciones distintas. Los niños pequeños chillaron. Enebrina se aferró a la mano de Tilo con más fuerza que nunca. Algunos de los adolescentes de más edad se estremecieron ante aquella visión.

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