La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (31 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Antony se situó tras el manillar con torpeza, ya que su práctica a la hora de conducir se limitaba a la experiencia con
quads
y vehículos similares, con los que recorría los terrenos de su familia. Travis se sentó tras él.

—¿No vas a llevar un arma? —preguntó Antony, sorprendido.

—Esta noche no me preocupan los cosechadores, Antony —dijo Travis entre dientes—. Me preocupa Mel.

—Ya somos dos. —Y puso la moto en marcha.

El vehículo aceleró de golpe. Quizá debería haberle explicado a Travis cuántas veces había chocado con los quads en los viejos tiempos. Pero, sin duda, su amigo hubiese entendido aquel detalle como una excusa para cambiar de sitio y que Antony se viese relegado a ser el pasajero. Y los delegados del colegio Harrington no se conformaban con ir de paquete.

Podía conseguirlo, aunque aquella moto fuese más potente que cualquier otro vehículo que hubiese manejado con anterioridad. Podía hacerlo si la velocidad estuviese bien como estaba, o si solo tuviese que concentrarse en la dirección, pero tener que controlar velocidad y dirección al mismo tiempo… Estuvieron a punto de sacar a otro motorista de la carretera y esquivaron por los pelos la parte trasera de un camión del Ejército.

—¡Antony! —le gritó Travis al oído—. Puede que los cosechadores quieran matarnos, pero de ti sí que no lo esperaba.

—Perdón —gritó—. No, eh… no estoy acostumbrado a conducir sin casco.

Pero, paulatinamente, consiguió controlar aquella máquina. El único problema era que para ello tenía que aminorar la velocidad un poco. Lo que significaba que Rev y las motos que iban en cabeza alcanzaron a ver el campo de prisioneros mucho antes que ellos.

Mel lo vio por encima del hombro de Rev. Se parecía bastante a su descripción, aunque ella hubiese preferido verlo de día. De noche, aquel lugar tenía un aspecto siniestro, fantasmal. Los barracones y los puestos de vigilancia, circulares y a gran altura, como si caminasen sobre zancos, habían sido construidos con materiales luminiscentes y emitían un brillo azulado en la oscuridad. Igual que el entramado pulsante del campo de fuerza, que cubría los puestos de vigilancia. Mel creyó oír el murmullo de la energía desde la protección que ofrecían los árboles, aun a varios cientos de metros del campo.

—Mira qué luz… es perfecta, maldita sea. Veremos perfectamente adónde hay que disparar —anticipó Rev, regodeándose.

Tenían que apagar las luces de sus vehículos al abandonar la carretera para internarse en la arboleda que conducía a la residencia Clarebrook. Así los alienígenas no los verían venir. Ese era el plan. Las luces debían estar apagadas durante las primeras fases del asalto, para ocultar el número de atacantes, para utilizar la oscuridad como camuflaje. Ese también era el plan.

Pero Rev estaba improvisando.

—¡Encended las luces! —aulló—. ¡Todo el mundo con las luces encendidas! ¡Que esos cabrones vean quiénes les están disparando!

Y los haces de luz atravesaron la oscuridad hasta llegar al campo de prisioneros como los filos de unos asesinos. Bajo aquel súbito destello, Mel pudo ver los rasgos de Rev incluso con más claridad que durante el día. Eran los de un lunático. Reía como un maníaco y los estaba conduciendo al desastre, y eso la asustaba. Pero no tanto como un detalle sobre sí misma.

No le importaba.

Rev sostuvo su ametralladora y disparó varias andanadas hacia las copas de los árboles.

—¡Al ataque! —gritó—. ¡Al ataque!

11

El asalto empezó bien. O eso pensó Mel.

Tras una orden de Rev, una andanada de disparos centelleó desde el follaje…, quizá demasiado lejos del campamento como para causar daños, pero como declaración de intenciones era insuperable. Los primeros cohetes atravesaron el aire con un silbido, pero se quedaron cortos y aterrizaron para explotar inmediatamente a varios metros del puesto de vigilancia central. Sin embargo, sus llamas escarlatas avivaron la furia de los atacantes.

Las fuerzas de Rev avanzaron, desgarrando el suelo sobre el que pasaban. El histérico sonido de los disparos, el silbido de los misiles, los gritos de los atacantes y los rugidos alimentados por gasolina de los motores conformaron una cacofonía que merecía reclamar la victoria por sí misma. El viento acariciaba el rostro de Mel, cuyo pelo flotaba tras ella mientras Rev conducía la moto hacia el campo de prisioneros. Ella lo rodeaba con sus brazos, con sus sentidos alerta, sintiéndose viva. El caos, la violencia, la anarquía que la rodeaba era como sus pensamientos, como su estado de ánimo, como ella. Y cuando un cohete impactó contra el campo de fuerza y sacudió la pantalla azul con un atronador destello, cuando las defensas de los cosechadores temblaron mostrando su vulnerabilidad, pensó honestamente que las cosas iban bien.

Sin embargo, los cosechadores habían reparado en ellos.

De los puestos de vigilancia surgieron refulgentes destellos, barriendo el terreno que se extendía ante ellos. La luz cegó a Mel, al igual que a Rev, que soltó una sarta de insultos. Le daba la sensación de que aquella luminosidad le quemaba. Se sentía expuesta y desamparada, como un insecto bajo un microscopio.

Después llegaron los rayos amarillos.

Y los aullidos se convirtieron en gritos. El arma de energía de los cosechadores no lanzaba rayos intermitentes, sino que era un haz continuo que barría todo cuanto tocaba. Los tres puestos de vigilancia proyectaban sendos haces sobre el perímetro del campamento por el que avanzaba la banda de Rev, desatando el caos. Las motos que eran demasiado lentas para reaccionar a tiempo y los vehículos que carecían de la movilidad para apartarse de su camino fueron incinerados por los rayos amarillos en llameantes explosiones. Las motos reventaron como petardos y sus ocupantes se convirtieron en puro fuego en un destello, un espectáculo que sería hermoso de no ser por los gritos y los restos ennegrecidos y calcinados, por la carne quemada hasta el hueso.

Por Dios, si la llegaban a tocar, si uno de aquellos rayos la tocaba… Un momento de dolor insoportable y luego… Mel se preguntó si sentiría dolor o solo paz. Una vez muerta, ¿seguiría soñando con Jessica?

—¡Mierda! —Rev aceleró la moto mientras pasaba por debajo de los letales barridos de los rayos. Estaban a punto de llegar al campo de prisioneros, pero ¿de qué serviría? El campo de fuerza se alzaba inexpugnable ante ellos. Aquella superficie azul absorbía las balas de Rev como si estuviese disparando al agua. Mel sintió que, aunque le quedase muy poco tiempo por delante, le hubiese gustado haberles dado un poco más de esperanza a los niños cautivos.

El puesto de vigilancia central explotó.

Puro azar, por supuesto. Un cohete lanzado con mejor intención que puntería. De algún modo, el proyectil no se desvió de su trayectoria. El autor del disparo incluso tuvo tiempo de vocear un grito triunfal antes de que los rayos amarillos de las torres que coronaban las esquinas lo redujesen a cenizas. Pero por lo menos su última acción fue positiva.

El puesto de vigilancia ardió. En su interior, cosechadores ataviados de negro se retorcían y gritaban en llamas. Los atacantes que habían sobrevivido se vieron recompensados con una consecuencia aún mejor: el campo de fuerza que protegía el perímetro del complejo se desvaneció.

Travis y Antony lo vieron parpadear y desaparecer mientras atravesaban el campo, que ya no estaba despejado, sino cubierto por chatarra humeante, como piras funerarias. Un camión del Ejército ardía como una tea, como un cadáver con ruedas. Una moto explotó a su izquierda y sus ocupantes salieron disparados. Pero otros seguidores de Rev ya estaban en plena retirada.

—No los mires, Antony —lo apremió Travis—. Mira a Rev. Mira a Mel. —Ambos iban en cabeza de los pocos restos de la carga, sobrepasando los puestos de vigilancia hasta adentrarse en el campo de prisioneros—. Tenemos que ir tras ellos.

—Lo sé —dijo Antony—. Eso haremos. —Sabía que cada segundo contaba. Los cosechadores podían reparar el campo de fuerza de un momento a otro.

—¡Sí, sí, sí! —oyeron ante ellos. Rev estaba aullando y Mel chilló de alegría mientras se adentraban en el complejo. Sin embargo, no fueron recibidos por niños felices de que los fuesen a rescatar, sino por soldados de los cosechadores vestidos con armaduras negras que se unieron a la refriega con subyugadores y otras armas de energía. Rev devolvió los disparos con su ametralladora—. ¿Qué? ¿Queréis pillar? ¿Queréis pillar cacho, cabrones alienígenas?

Mel hurgó en sus bolsillos en busca de granadas mientras el corazón le latía a toda velocidad. El suelo tembló bajo los pies de los cosechadores. Los alienígenas que aún conservaban sus piernas huyeron, dispersándose.

Pero se reagruparon. Y traían refuerzos. Y el puñado de motoristas que se había adentrado en el complejo junto a Rev y Mel se vio obligado a dar vueltas en círculos al no tener espacio para hacer mucho más. Se estaban convirtiendo en objetivos. Huyeron allí donde pudieron.

Hasta que de pronto, ni siquiera pudieron retirarse. El último vehículo acababa de adentrarse en el complejo cuando un chisporroteo eléctrico señaló la puesta en marcha del campo de energía, una barrera azul que encerró a los pocos adolescentes supervivientes en el interior del campamento.

Mel cayó en la cuenta de que aquello era el fin.

Así que no le sorprendió cuando un rayo de los cosechadores alcanzó a la moto y, de pronto, ya no estaba sujeta a Rev, sino volando, cayendo. El impacto contra el duro suelo le sacó buena parte del aire de los pulmones, pero no todo. Le quedó lo suficiente para seguir viva y, milagrosamente, sin un hueso roto. Rev, por otra parte…

Era el fin, y a Mel no le sorprendió que estuviera moribundo.

De su boca manaba sangre mientras yacía con la columna destrozada. Le recordó al modo en el que acabó su padre cuando le llegó la hora.

—Lo hemos conseguido… ¿verdad que sí, nena? —dijo Rev entre toses, con debilidad—. Les hemos dado su merecido a esos… cabrones alienígenas, ¿verdad?

—Del todo —dijo Mel, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Se fue. Estaba muerto. Los vivos no tenían esa mirada. Rev. Se preguntó cuál sería su verdadero nombre.

Cabrones. Tenía razón. Cabrones alienígenas. Encontró una última granada en su bolsillo. Una última oportunidad de acabar con todo en un destello de gloria… aunque no lo mereciese.
Muy bien, Melanie
, se dijo a sí misma.
Ponte en pie
.

Los cosechadores avanzaban hacia ella, encontrándose todavía a unos veinte metros de distancia. Podía alcanzarlos con la granada. Y ellos podían alcanzarla a ella con los subyugadores. Pero ¿quién alcanzaría a su enemigo primero? Echó el brazo hacia atrás para lanzar el explosivo y tanteó en busca de la anilla.

Travis chocó contra ella, llevándola al suelo.

—No. ¡No! —Le quitó la granada y la tiró a un lado—. No vas a hacer que te maten.

Y entonces ella se echó a llorar, y de sus ojos manaron lágrimas como una herida profunda y letal manaría sangre.

—Trav, por favor. Suéltame. Déjame… No lo merezco. No merezco salvarme.

—Mel, claro que lo mereces. Por supuesto que sí. Te quiero.

—No, no digas eso. No merezco que se me quiera. Trav, no sabes…

—Esto, Travis… —Antony estaba de pie, a su lado. Tenía las manos en alto, en un signo de rendición, al igual que los pocos supervivientes.

Travis miró hacia arriba hasta contemplar a los guerreros que los rodeaban. Suspiró. Rev estaba muerto y su ataque había fracasado… en todos los aspectos, salvo en uno. Travis, Antony y Mel habían sido capturados una vez más por los cosechadores.

Simon empezaba a pensar que era un espía nato. Ser el saco de todos los golpes tenía muchos aspectos en común con ser un agente secreto. Aprendías a valorar el silencio, a hacerte invisible. Planeabas con antelación y no dabas nada por hecho.

Así que incluso entonces, en mitad de la noche, sabía cómo mantenerse alerta. No debería de encontrarse con nadie entre su habitación y la salida del Enclave, pero no podía estar seguro. Coker y sus matones tenían la costumbre de aparecer en el momento más inesperado y en aquel lugar solo podía saberse la hora gracias a los relojes, ya que la iluminación del Enclave era constante en todo momento.

Había decidido, después de que esa idiota de la doctora Mowatt lo hubiese encontrado en el centro de seguimiento y comunicaciones, que el único modo de contactar con el comandante Shurion era seguir el ejemplo de Travis (como había hecho siempre) y dirigirse por su propio pie hacia la nave de los cosechadores. En cuanto se encontrase con un alienígena, Simon solo tendría que explicarle quién era, que este le comunicase su nombre al comandante y listo. La misión sería un éxito, mandarían a Darion a la mierda, y con razón, y Simon sería libre de la vida de esclavitud que les sería impuesta a sus antiguos amigos… oh, y no cabía duda de que Shurion desataría la muerte y la destrucción sobre el Enclave. Simon revelaría la existencia de aquel lugar como un añadido, para demostrar que realmente era un agente valioso.

En caso de que el comandante Shurion empezase a pensar lo contrario.

Porque en aquel momento le urgía cumplir su misión. Cabía la posibilidad de que Shurion encontrase a Travis antes de que Travis encontrase a Darion, o puede que incluso diese con el Enclave por sus propios medios. Eso podría llevarle a pensar que Simon era leal a su antiguo bando, a los humanos. Podría considerar a Simon un enemigo de los cosechadores, en vez de un amigo.

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