Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online

Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (35 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—¿Queréis que sabotee los escudos? —repitió el cosechador sin el menor entusiasmo cuando Travis hubo terminado.

—¿Es posible? —preguntó el adolescente.

—Es posible.

—¿Lo harás?

—¿Y permitir que vuestros tanques, los Josué… destruyan la Furion? ¿Conmigo a bordo?

Travis arqueó las cejas. No había pensado en ello.

—¡Ja! No te preocupes por detalles sin importancia. —Dyona se dirigió hacia su pareja y lo abrazó a la altura de los hombros—. Darion es lo bastante listo como para no hundirse con el barco, ¿verdad que sí, mi amor? Recuerda que hay procedimientos de evacuación de emergencia.

—Para nosotros —le recordó Darion—. No para los terrícolas que están en los criotubos y las celdas. Podrías matar a más miembros de tu propia especie que de la mía, Travis.

—Maldita sea. —Porque tampoco se le había ocurrido aquella terrible e irónica posibilidad. Puede que Darion tuviese razón al hablar del valor de la paciencia.

—Hay una solución para cada problema —intervino Antony—. Eso nos enseñaron en Harrington.

—¡Por supuesto! —exclamó Dyona—. Los criotubos no tardarán en estar llenos, ¿verdad, Darion?

—Si no lo están ya —contestó su pareja.

—¿Y por qué es eso una buena noticia? —quiso saber Mel.

—Porque extraerán la remesa completa de la Furion para transportarla a la crionave que está orbitando vuestro planeta, para reemplazarla por una nueva con criotubos vacíos. Pero mientras tanto, apenas habrá terrícolas a bordo de la Furion, si es que hay alguno.

—Así que, si atacamos entonces… —Travis imaginó la nave de los cosechadores en llamas—. Darion, tienes que ayudarnos.

—No sé, Travis. —El cosechador negó con la cabeza—. Si hago lo que tú me dices, muchos de los míos morirán. Por mi culpa.

—Se lo merecerán, amor mío —dijo Dyona, con fría crueldad.

—Tú solo los ves como esclavistas, Dyona —apuntó Darion— y, por lo tanto, imposibles de perdonar. Tú, Travis, Antony y Mel solo los veis como alienígenas, como enemigos… y no es que os culpe. Pero también son padres e hijos. Maridos. Hermanos. No son monstruos. Tiene que haber otro modo de resolver nuestro conflicto entre especies que no incluya un derramamiento de sangre.

—Una vez tuve esa esperanza —dijo Antony, abatido.

—No lo hay —dijo Travis—, Darion.

—Darion, por favor. —Mel pensó que una voz femenina contribuiría.

—Simpatizo con vuestra causa, amigos míos, ya lo sabéis —dijo Darion con un suspiro—, pero necesito tiempo. Necesito…

Etrion entró de nuevo como una exhalación. Travis pensó que su linaje debía de haber estado al servicio del de Dyona desde tiempos inmemoriales, pues parecía haber ganado ciertos privilegios a consecuencia de ello. Como el derecho a interrumpir a un miembro de las Mil Familias en mitad de una frase sin ser castigado.

Sin embargo, cuando explicó a toda velocidad el motivo con una voz aterrada, lo último en lo que pensó cualquiera de los presentes fue en castigarlo por su impertinencia.

—Los ha ejecutado —reveló Etrion—. El comandante Shurion. Ha ejecutado al resto de los terrícolas que fueron capturados con… —Y señaló con la cabeza a Travis, Antony y Mel—. Los terrícolas responsables del ataque al campamento no fueron conducidos a la Furion para ser procesados, sino que los llevaron a la celda de desechos. Y acabaron con ellos en cuanto llegaron.

—Dios mío. —Travis solo había odiado a una persona en el pasado… odiado, no solo rechazado o despreciado, sino aborrecido con una intensidad oscura, casi autodestructiva, y esa persona era el yonqui que mató a su padre. En aquel momento, los objetivos de su odio se multiplicaron por dos.

—Si… —Antony cayó en la cuenta, asustado—. Si nos hubiésemos quedado en el recolector…

—Nosotros también estaríamos muertos. —La expresión de Mel era ilegible—. Del todo.

Darion se hundió en una silla de trescientos años como si de pronto tuviese la misma edad. Agachó la cabeza hasta apoyarla sobre sus manos.

—Y eso no es todo —dijo Etrion—. Shurion está retransmitiendo la ejecución a través de todos los canales, con la esperanza de que los combatientes de la resistencia humana reciban la señal y aprendan las consecuencias de desafiar la voluntad de sus nuevos amos. Eso dijo. Ha grabado un mensaje. —Etrion miró de un lado a otro de la habitación, como pidiendo disculpas—. Pensé que querrían saberlo.

—Has obrado correctamente, Etrion. Gracias —dijo Dyona—. Ya puedes dejarnos. —Y así lo hizo. Dyona se volvió hacia su prometido—. ¿Darion? —Extendió el brazo para tocarlo.

—No. —Darion se puso en pie de un salto. Sus rasgos parecían más duros, más hoscos, y su belineo se asemejaba a los nudillos de un puño apretado, lleno de ira… de odio, pensó Travis, y sus ojos parecían lava. Era un Darion que los adolescentes no habían visto nunca antes.

Ni tampoco Dyona, al parecer.

—¿Darion? ¿Mi amor? ¿Adónde vas?

Este se encaminaba con paso firme hacia la puerta.

—Espera aquí, Dyona. Esperad todos.

—Iré contigo…

—Espera aquí. —Y los dejó solos.

Dyona intentó camuflar su asombro y su pesar con una risa.

—Cuando quiere es de lo más mandón, ¿verdad? —Pero no engañó a nadie.

Travis, Antony y Mel la apoyaron con débiles sonrisas. La habitación se sumió en un silencio que, evidentemente, iba a durar tanto como la ausencia de Darion. Sin embargo, el alienólogo solo se marchó unos minutos.

Regresó trayendo consigo un fino disco del tamaño de una mano.

—Lamento lo que ha sucedido —dijo—. Las noticias de Etrion… Lamento muchas cosas. Mi cobardía, principalmente.

—¿Cobardía? ¿De qué hablas, amor mío? —preguntó Dyona, con gesto confundido.

—Pues mi indecisión, si lo prefieres. Mis dudas a la hora de actuar. Mi obsesión con la precaución. Al final, el resultado es el mismo. Si me hubieses escuchado, Dyona, si hubiésemos retrasado la liberación de Antony y Mel hasta que hubiesen embarcado en la Furion tal y como yo propuse, nuestros amigos no se encontrarían entre nosotros. Mi falta de resolución los hubiese condenado a muerte. Se hubiesen perdido vidas inocentes y la culpa hubiese sido mía. Lo siento. Os pido perdón a todos. Lo lamento profundamente.

—No pasa nada, Darion —dijo Mel, comprensiva—. Estamos aquí. Estamos vivos.

—Pero muchos otros no —dijo Darion—, y muchos más tampoco lo estarán a menos que aquellos que creemos en la libertad, la hermandad y la igualdad de todas las razas encontremos en nuestro interior (por fin, en algunos casos) el valor para plantar cara al mal de la esclavitud y oponernos a aquellos que lo defienden, sea quien sea, no importa el precio. Dyona, antes he dicho que pensamos del mismo modo pero que no nos expresamos igual. Ahora, hablaremos con una sola voz. Desde este momento, prometo ser un disidente de acción tanto como de palabra.

—Darion. —Dyona abrazó a su prometido.

Travis intercambió miradas con Antony y Mel. La conversión de Darion a la acción directa era dramática y heroica (se sentía orgulloso del alienólogo), pero ¿en qué se materializaría el nuevo compromiso del cosechador con la causa?

No tardó en descubrirlo.

—Haré lo que me pides, Travis. Regresaré a bordo de la Furion cuanto antes para que podamos coordinar el asalto de los Josués con el momento en el que retiren los criotubos. Entonces, en ese instante, deshabilitaré los sistemas primarios de la nave: defensa, vuelo, comunicaciones. Sé cómo hacerlo. La Furion no tendrá ni escudos ni escapatoria, y el comandante Shurion no podrá pedir ayuda. —Darion esbozó una oscura sonrisa—. Tenemos un dicho en nuestro planeta natal: «Un scarath sin garras no tarda en morir». Creo que podemos proporcionarle la primera victoria a vuestra gente en su guerra contra los cosechadores.

—Pero ¿cómo sabremos cuándo atacar? —La perspectiva de la victoria era inspiradora, pero Travis era consciente de que no había que dejar de lado los aspectos pragmáticos.

—Podéis contactar conmigo con este disco de comunicación. —Darion les enseñó a los tres adolescentes lo que había traído—. Es un dispositivo parecido a vuestros teléfonos móviles.

—Genial —dijo Mel—. ¿Significa eso que también podemos bajarnos vídeos de programas cutres de los cosechadores?

—Se sostiene colocando los dedos en estas hendiduras. —Cinco, convenientemente espaciadas en el reverso del disco. Darion les hizo una demostración—. Funciona mediante este teclado. —En uno de los lados del objeto había un sistema informático en miniatura, que incluía un altavoz y un auricular—. Os enseñaré qué hacer, pero hay otra cosa que debería mencionar antes, un posible peligro que nos afecta a todos.

—Adelante —dijo Travis. Desde la enfermedad, habían tenido que hacer frente a innumerables peligros. Dudó que ninguna «posible» amenaza llegase a preocuparle demasiado.

Por supuesto, estaba equivocado.

—Shurion ha reclutado un espía para encontrarte, Travis. No sé quién es, pero es un miembro de vuestra especie. Shurion sabe que un cosechador a bordo de la Furion os ayudó a escapar. Sabe que conocéis la identidad del traidor y espera que su agente la descubra.

Travis se encogió de hombros con toda tranquilidad.

—Bueno, no creo que debamos preocuparnos mucho por ello. ¿Cómo va a encontrarnos el espía ese? ¿Cómo va a saber quién soy? Travis Naughton no era un nombre que estuviese en boca de todos antes de la enfermedad.

—Ya se ha ocupado de eso —dijo Darion—. El agente de Shurion fue capturado con el resto de vosotros en el colegio Harrington.

—¿Qué? —intervino Antony—. ¿Un miembro de Harrington, un traidor? Imposible. —Pero se preguntó… ¿y si era Leo Milton?

Travis no dijo nada e intentó que su rostro no denotase nada en absoluto. Pero sabía quién era.

—¿Se os ha unido alguien desde que huisteis de vuestro cautiverio? —continuó Darion—. ¿Alguien que también afirmase haber huido de la Furion?

—No —dijo Travis con aplomo, una afirmación que hizo que sus compañeros lo mirasen con asombro. Saltaba a la vista que Mel y Antony recordaban lo que había tenido lugar recientemente de un modo muy distinto. Pero no le contradijeron. Su mirada cómplice hizo que permaneciesen en silencio… por el momento.

—Bueno —añadió Darion—, si alguien aparece de la nada, alguien a quien conozcas, Travis, con una historia como la que te he advertido, no lo creas. Ese será tu traidor.

Estrecharon las manos de Darion y Dyona, descubriendo que la carne de los cosechadores solo se diferenciaba de la de los humanos en la pigmentación, les dieron las gracias y le desearon a Darion en particular buena suerte en la tarea que había aceptado llevar a cabo. Intercambiaron sinceros anhelos, puesto que sus vidas pronto dependerían del joven alienólogo, y sentimientos tan honestos como recíprocos. Después huyeron de la residencia Clarebrook ocultos bajo un manto de oscuridad y se adentraron en los terrenos que la rodeaban.

Solo cuando ya se habían alejado a varios kilómetros de los cosechadores y la noche era tan densa como el bosque que los rodeaba, Antony pidió hacer una pausa.

—¿Para qué? —se quejó Travis—. Deberíamos continuar. Tenemos que volver al Enclave cuanto antes…

—Es posible —admitió Antony—. Soy consciente de ello, y no sé lo que pensará Mel, pero creo que hay un asunto en cuestión que deberíamos discutir antes de llegar. En una palabra: Simon.

—¿Qué pasa con Simon? —Travis agradeció que sus compañeros no pudiesen ver su rostro claramente en la oscuridad, su expresión de dolor e incredulidad, la apabullante desilusión que se reflejaba en sus ojos.

—Trav, Antony tiene razón —dijo Mel—. Ya sabes qué pasa con Simon. ¿Por qué no le dijiste a Darion que tiene todas las papeletas para ser el espía?

—Primero, porque no quería decir nada que hiciese que Darion se lo pensase dos veces antes de jugarse el cuello para ayudarnos. Segundo, porque no creo que sea verdad. Simon… no puede ser un traidor.

—¿Por qué no? —inquirió Antony—. ¿Porque tú lo dices, Travis? ¿Porque no quieres que lo sea? No todo el mundo resulta ser como te gustaría. Esto es la vida real, no una novela en la que puedes crear y controlar a tus propios personajes y…

—De acuerdo, Antony —le cortó Mel sin miramientos—. Gracias por el análisis intertextual. —Después se volvió hacia Travis, más sosegada—. Ya, ya sé que te va a costar aceptar que precisamente sea Simon cuando precisamente él te debe tanto, cuando de no ser por ti estaría pudriéndose en Wayvale o metido en un criotubo, pero tienes que ser honesto contigo mismo. Tienes que reconocer que la cosa no pinta bien para Simon. Si te pones a pensar en su historia, quiero decir, a fondo, con sentido crítico, eso de que estuviese horas a bordo de la nave de los cosechadores y se encontrase por casualidad con una escotilla de salida…

—Haces que suene como una coincidencia, pero no fue así, Mel —se resistió Travis, pero a duras penas—. Simon dijo que encontró un mapa de la nave en una pared…

—Hmm. Sigue sonándome mal. Lo siento, Trav.

—Puede que a Travis le preocupe que le haga quedar mal —comentó Antony, ácido—. Pero la cosa no va contigo, Travis. Que haya un traidor entre nosotros nos pone en peligro a todos. Simon podría haber dado con el modo de contactar con sus amos cosechadores…

—Si lo hubiese hecho, ¿crees que Darion seguiría libre? —le rebatió Mel.

—No. Tienes razón. Pero me reafirmo en lo que he dicho —insistió Antony—. Tienes que valorar la situación fríamente, Travis, no emocionalmente. Leo Milton me traicionó cuando creía que podía confiar en él. ¿Por qué no iba a traicionarte Simon Satchwell?

Porque…
, pensó Travis, recordando al lloroso y acobardado Simon del colegio Wayvale. La víctima. El perdedor. Vulnerable y sin amigos. Y recordó lo que le había prometido a Simon antes de la enfermedad, antes de los cosechadores: «Si necesitas ayuda…, si necesitas un amigo, aquí lo tienes». ¿Acaso Simon no le había creído? ¿Por qué no habría podido ser más fuerte?

—Vale —admitió Travis a regañadientes—. Es posible. —Las palabras le quemaban en la boca, como plomo fundido—. Simon podría ser el agente de Shurion. Pero no voy a condenarlo de buenas a primeras. Sigue siendo Simon. Mel, sigue siendo el Simon al que hemos conocido durante años. Empezamos juntos en el colegio. No voy a… Le daré la oportunidad de defenderse.

—Pero Trav —dijo Mel, que no parecía muy convencida—, puede limitarse a negarlo todo. No tenemos pruebas…

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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