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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (14 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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Aquella aguda sirena no podía ser otra cosa. Era la alarma, reverberando por toda la nave. Travis tuvo una visión de innumerables cosechadores vestidos de negro portando subyugadores.

Parecía que el factor sorpresa iba a ser incluso más breve de lo que habían temido.

Entonces será mejor que le saquemos partido.

—¡Ahora! ¡Ahora! —dijo, conduciendo a la gente hacia el pasillo.

Se toparon con dos guardias que parecían recién incorporados a su turno, sorprendidos por el estridente alboroto primero, por la aparición de docenas de terrícolas corriendo en masa hacia ellos después. Los arrollaron. Travis estaba encima de uno de los guardias antes de que este pudiese sacar su subyugador de la funda. Propinó un puñetazo a aquella cara de enfermizo color blanco impulsado por la inercia de su cuerpo y la rabia que corría por su sangre, derribando al alienígena y haciendo que se precipitase contra el suelo. Siguió golpeando una y otra vez aquella carne, pálida hasta la náusea, hasta que de la nariz manó sangre del color de los ojos del cosechador, que ni siquiera pudo hacer uso de la protuberancia de su frente para defenderse. La rabia y el desprecio alimentaban el deseo de venganza de Travis, fortaleciéndolo. Parte de él quería seguir golpeando al guardián por placer, por pura satisfacción. Sin embargo, su parte más racional concluyó que una paliza prolongada resultaría contraproducente para la oportunidad de escapar que se presentaba ante los muchachos y, en cualquier caso, era innecesaria. El cosechador se había golpeado la cabeza contra el suelo de metal al caer. Ya estaba inconsciente.

También lo estaba su compañero, golpeado hasta perder el sentido por un grupo de miembros de Harrington. Antony se apropió del subyugador del segundo guardia. Travis se hizo con el de su víctima.

El arma le proporcionó una inyección de confianza. Se puso en pie y miró a ambos lados del pasillo. No había cosechadores a la vista. Pero Simon y los otros ausentes podrían encontrarse en algún lugar cercano. O puede que estuviesen en otra planta. ¿Habría abierto Darion las puertas de todas las celdas? Simon quizá se encontrase libre, pero asustado, en el pasillo del piso superior, o quizá del inferior. No había forma de saberlo. No había forma de ayudarlos. Travis le había prometido a Simon que no lo dejaría atrás.
Nunca lo he hecho hasta ahora, ¿verdad?

Lo acababa de hacer.

—Travis, ¿adónde? ¿Adónde tenemos que ir? —le preguntó Antony con premura.

Simon no era el único que dependía de él: había gente a su cargo, gente que en aquel instante tenía más posibilidades de salvarse de los criotubos y la esclavitud. Travis esperó que Simon entendiese lo ocurrido, si algún día lo descubría, y pudiese perdonarlo. En ocasiones, no quedaba más alternativa que la traición.

—Muy bien, ¡en marcha! —Travis vio la puerta de la celda cerrarse de forma inocente tras él. Darion no mintió cuando dijo que solo podría tener la puerta abierta durante unos segundos, pero con eso era suficiente. Él ya había cumplido con su parte. Ahora eran ellos los que tenían que hacer la suya.

La escalera de mantenimiento más cercana estaba al fondo y a la izquierda de la sección de las celdas.

Justo donde había cuatro guardias cosechadores. No estaban lo que se puede llamar distraídos, sino corriendo hacia los fugitivos. Armados. Y mucho más acostumbrados a manejar un subyugador que Travis y Antony.

La primera andanada redujo el número de los jóvenes en cuatro.

Rayos blancos. Seguían sin querer dañar el cargamento.
Puede que eso le dé una ventaja a la mercancía
, pensó Travis con amargura. Apuntó con su subyugador y disparó. El arma no retrocedió lo más mínimo. Su rayo, preciso y uniforme, alcanzó la armadura negra de su objetivo. Y parecía que los cosechadores eran tan vulnerables a sus propias armas como cualquier otra especie.

Antony también abatió a un guardia. Los supervivientes devolvieron el fuego disparando a los dos adolescentes armados. Travis se tiró al suelo y el rayo de energía pasó sobre él, dejando inconsciente a un chico al que él mismo había convencido para que se uniese a Harrington hace una semana, un chico que confiaba en él. Más remordimientos para luego. Travis no le dio al cosechador otra oportunidad de causar bajas.

Al otro lado del pasillo, Antony fue apartado de la línea de fuego del último guardia gracias a un empujón de Oliver Dalton-Booth, el estudiante de Harrington que quería ser médico. Mientras se desplomaba, ignorando que su sacrificio había permitido a Antony acabar con su último enemigo, le pareció que en lugar de médico debería contentarse con ser esclavo el resto de su vida.

—¡No! —protestó Antony—. Oliver.

—Lo sé —dijo Travis—. Pero Antony, no podemos ayudarlos.

De pronto, desde la retaguardia del grupo, se escucharon gritos y restallidos de los subyugadores simultáneamente. Más cosechadores se aproximaban a los jóvenes, abatiéndolos. Enebrina y los demás niños chillaron. Tilo avanzó sin separarse de ellos, esperando sentir en cualquier momento el frío y paralizante impacto del subyugador, que era el nombre por el que Travis se había referido a las armas. Entonces Travis dio media vuelta y, con ayuda de Antony, intentó abatir a los alienígenas que se aproximaban… pero era imposible apuntar en condiciones con los niños aterrados corriendo hacia ellos y chocando contra sus cuerpos, atropellándolos mientras intentaban huir, presos del pánico, del alcance de los cosechadores. Algunos no lo consiguieron.

—¡Travis, vete! —le gritó Antony—. Tienes que irte. Yo los contendré.

—No seas idiota, te…

—Largaos de aquí los dos. —Era Leo Milton. Él y otros estudiantes de Harrington se habían armado gracias al segundo grupo de guardias caídos—. Los demás os necesitan. —Disparó hacia los cosechadores—. A mí no me necesitáis. Los contendremos todo el tiempo que podamos.

—Leo…

—Eres el delegado, Clive —afirmó Leo Milton—. Siempre lo has sido.

—Gracias. Buena suerte, Leo —dijo Antony.

—Sí, gracias, Leo —añadió Travis. Porque en aquel momento no importaba que el pelirrojo le cayese bien, o viceversa. Leo Milton estaba plantando cara y aquello siempre era admirable. Asintió hacia Leo con respeto. Pero solo por un instante.

El sonido de los rayos de los subyugadores se fue alejando conforme el resto de los fugitivos, unos veinte, corría hasta tomar la curva del pasillo. Ante ellos, lo que solo podían ser unos ascensores; al lado de estos, una puerta con palabras escritas en la lengua de los cosechadores.

—Las escaleras —dijo Travis—. O eso espero. —Apretó el botón y la puerta se hizo a un lado, revelando unas escaleras de metal que se extendían hasta conducir a las plantas superior e inferior—. Gracias a Dios. —O a Darion. Hasta entonces, el cosechador había cumplido su palabra—. Venga, adentro. Rápido. Rápido —dijo mientras conducía al grupo al rellano.

—¿No iríamos más rápido cogiendo el ascensor? —preguntó alguien.

—Solo conseguiríamos que nos capturasen antes —respondió Travis de inmediato—. Aunque cupiésemos todos, seríamos como patos de feria ahí dentro. Seguimos adelante con el plan. No esperarán que tomemos las escaleras porque creen que ni siquiera sabemos cuál es la puerta que conduce a ellas. Las indicaciones están escritas en cosechador. —Travis cerró la puerta cuando todos la hubieron cruzado.

—Pero ¿estás seguro de que estas son las escaleras correctas, Trav? —inquirió Mel—. Como has dicho, las indicaciones están en cosechador.

—Estoy seguro. Las de bajada llevan a las plantas de mantenimiento. A los estabilizadores.

—¿Los qué?

—Las cosas que mantienen anclada la nave. Hay compuertas de acceso al exterior para los técnicos. Al contrario que las salidas principales, en teoría no están vigiladas.

—En teoría —repitió Mel, sin parecer muy convencida.

—¿Qué está pasando? —exigió saber el comandante Shurion desde el puente. Había abandonado su sillón de mando para amenazar hasta casi llegar a las manos a una de las pantallas. Su ira se reflejaba en cada una de las profundas arrugas que surcaban su abultada frente.

El guardia que informaba al comandante desde la celda de los esclavos parecía querer estar mucho más lejos de lo que se encontraba, de vuelta en el mundo natal de los cosechadores, quizá.

—Ha habido un problema con la seguridad de la celda de contención principal, señor. Ha debido de ser una especie de corte de energía. Los esclavos terrícolas han escapado.

—Soy consciente de eso, Clyrion —gruñó Shurion—. Como también lo soy de que aún no los has vuelto a poner bajo vigilancia.

—Hemos detenido a algunos… a muchos de ellos, señor —se atrevió a decir el guardia.

—Ni «algunos» ni «muchos» significa «todos», Clyrion —observó Shurion, ácido—. Espero que, por lo menos, no haya habido problemas con la celda de desechos.

—Todos los sistemas han vuelto a la normalidad, señor. Parece que el corte fue extremadamente localizado. La celda de desechos no se vio afectada.

—Bien, Clyrion —dijo Shurion mientras le lanzaba una mirada fulminante—, pues a menos que quieras unirte a quienes están encarcelados en ella, te sugiero que busques y vuelvas a capturar a los prisioneros terrícolas que aún siguen libres.

—Sí, señor. Ahora mismo, comandante Shurion —concluyó, aliviado de poner fin a la transmisión.

—Mientras tanto… —Shurion dio la espalda a la pantalla para dirigirse hacia el puente—. Pasamos al nivel dos de alerta defensiva. —Entrecerró los párpados hasta que sus ojos se convirtieron en finos hilos de sangre—. Hay algo que está claro: los terrícolas no han actuado solos.

Cuando los el resto de los jóvenes llegaron al final de la escalera, la alarma cambió de tono y pasó a sonar solo cada cinco segundos.

—¿Eso significa algo, Travis? —preguntó Tilo.

—Puede —dijo Travis—. Pero no pienso pararme a preguntárselo al próximo cosechador que veamos. —El grupo se aproximó al unísono a una puerta cerrada que había ante ellos. Todos bajaron la voz por instinto—. Escuchad, ya casi estamos. Al otro lado de la puerta debería de estar el área de mantenimiento de los estabilizadores. Solo habrá técnicos, de los que visten de rojo. Puede que no haya guardias. Con suerte, los técnicos ni siquiera irán armados.

—Sí, y ya puestos, nos darán un apretón de manos y nos enseñarán la salida —murmuró Mel.

—Bueno, nosotros sí estamos armados. —Travis mostró su subyugador—. Y lo único que tenemos que hacer es abrirnos paso a través de la planta. Debería de haber una escotilla enfrente, a unos treinta metros, activada como cualquiera de estas puertas, así que el que llegue primero la abre y después echamos a correr hacia los árboles. Podemos conseguirlo.

—Travis y yo ya lo hemos hecho antes —añadió Antony para subir los ánimos.

Sí, y acabasteis aquí igualmente
, pensó Mel. Miró a Jessica. Eso no iba a ocurrirles a ellas.

—Os cubriremos con los subyugadores —dijo Travis—. ¿Listos?

Jessica miró hacia arriba en dirección a la escalera.

—Supongo que no tiene sentido esperar a Leo.

—¿Os acordáis de lo que os dije sobre cogernos de la mano? —susurró Tilo a los niños—. Pues ahora es cuando más fuerte tenéis que sujetaros.

—Tilo, tengo miedo —gimió Enebrina.

Tilo sonrió, comprensiva. Ella también.

—Libertad —dijo Travis mientras apretaba con la palma de la mano el botón de la pared—, allá vamos.

Antony y él abrieron fuego en el instante en el que cruzaron el umbral, incluso antes de fijar un objetivo. Vieron de refilón bancos de ordenadores, equipos de seguimiento, maquinaria en varias fases de reparación, todo ello bañado por una luz roja que recordó a Travis a las inclemencias del procesamiento. Era tarea de la tripulación operar aquellos instrumentos y los técnicos se afanaban en ello. Eran un montón. Antony prácticamente chocó con uno cuando entró de golpe en la sala y el impacto del rayo de su subyugador catapultó a aquel desafortunado hasta dejarlo a medio camino de la compuerta, que estaba ahí, según lo prometido. A la vista. Travis estuvo a punto de querer a Darion. Y los técnicos no eran ni guardias ni guerreros. Reaccionaron con lentitud a aquella súbita invasión. Travis y Antony despacharon a un par más cada uno antes de que los cosechadores respondiesen con idéntica violencia.

Hasta los técnicos estaban armados con subyugadores.

Pero los jóvenes ya se encontraban en la sala de mantenimiento, corriendo a toda prisa hacia la salida. Richie se detuvo brevemente para agacharse y coger el arma de un alienígena caído; Mel hizo lo mismo. El fuego de cobertura de los fugitivos se multiplicó por dos.

—Quédate conmigo, Jessie —gritó Mel.

Los técnicos se escudaron tras la maquinaria, las estaciones de trabajo y los ordenadores. Pasaron a ser mucho más difíciles de alcanzar, aunque los adolescentes fuesen mejores tiradores que ellos.

Jodie, la músico, fue la primera en llegar a la compuerta. Tanteó en busca del mecanismo de apertura. El haz de un subyugador la encontró antes.

Jessica tuvo mejor suerte… y a Mel cubriéndole la espalda. La compuerta se abrió con un siseo quejoso. La luz pura y saludable del sol de primavera llenó la estancia, cegando a Jessica. El brillo. El cielo. La libertad, tan cercana.

—¡Corre, Jess, corre! —Mel no se limitó a protegerla sino que la sacó a empujones. Los haces de los subyugadores pasaban por encima de su cabeza hasta impactar en las paredes o el marco de la compuerta. Alguien cayó a su izquierda. Jessica echó a correr.

Y le encantó volver a sentir la tierra bajo sus pies, aunque estuviese calcinada y desprovista de hierba. Era como si le proporcionase fuerza, valor y coraje, como si la animase a escapar, como si quisiese que todos fuesen libres de los cosechadores. O quizá, como se le ocurrió a Jessica mientras corría (y fue una posibilidad que le sorprendió), la auténtica fuerza estuviese en su interior.

Tras ella, Tilo conducía a los cinco niños a través de la escotilla abierta mientras Travis, Antony, e incluso Richie, mantenían a los técnicos a distancia disparando sus subyugadores sin parar. Los niños gritaban, pero no se soltaban: Brina estaba aferrada a una mano, con Rosa y la pequeña Sauce a su izquierda; los chicos, Río y Zorro, pegados a su mano derecha. Travis les gritó que echasen a correr y eso mismo hicieron. Tilo vio a Jessica y a Mel correr hacia los árboles que cubrían la ladera de la colina Vernham, separada de sus amigas por un puñado de miembros de Harrington. Los chicos también se pusieron en marcha, disparando a sus espaldas para disuadir cualquier intento de persecución, pero sin molestarse mucho en apuntar, no fuesen a tropezar y caer.

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