La tierra de las cuevas pintadas (92 page)

BOOK: La tierra de las cuevas pintadas
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Detuvo el pensamiento en esa boca, casi sintiendo su contacto. Los hombros anchos, los brazos musculosos, las manos grandes y sensibles. Manos capaces de palpar un trozo de pedernal y prever por dónde se agrietaría, y capaces también de acariciarle el cuerpo con gran dominio, sabiendo cómo reaccionaría ella. Las piernas largas y fuertes, la cicatriz en la ingle de su encuentro con el león de Ayla, Bebé, y muy cerca su miembro viril.

Sólo de pensar en Jondalar, Ayla sintió crecer su deseo por él. Ansiaba verlo, estar a su lado. Ni siquiera le había dicho que esperaba un hijo; ahora ya no tenía un hijo del que hablarle. Sintió una punzada de dolor. «Yo quería el bebé, pero la Madre lo quiso más», pensó, frunciendo el entrecejo. «Ella sabía que yo deseaba otro hijo, pero no creo que la Madre hubiera querido llevarse a un bebé que yo no deseaba.»

Por primera vez desde la dura prueba, empezó a pensar en el Canto a la Madre y, con un escalofrío de reconocimiento, recordó la estrofa, la estrofa nueva, la que proporcionó el nuevo don, el don del conocimiento, el conocimiento de que los hombres eran necesarios para dar inicio a una nueva vida.

Anunciar que el hombre participa, ese fue Su último don
:

para iniciarse la nueva vida, él debe hallar satisfacción
.

La Madre se siente honrada cuando a la pareja ve yacer
,

porque la mujer concibe cuando ambos comparten el placer
.

Con los Hijos ya bendecidos, la Madre goza de un descanso merecido
.

«Yo lo sabía desde hacía tiempo, y ahora Ella me lo ha confirmado. ¿Por qué me ha hecho este don? ¿Para que lo comparta, para que se lo transmita a los demás? ¡Por eso ha querido quedarse a mi hijo! Me lo ha comunicado a mí en primer lugar, me ha comunicado a mí su último gran don, pero yo tenía que ganármelo. El coste ha sido alto, pero quizá era inevitable que así fuera. Quizá la Madre debía llevarse algo mío muy valioso para que yo supiera apreciar el don. No se conceden dones sin ofrecer a cambio algo de gran valor.

»¿He recibido la llamada? ¿Soy ya una Zelandoni? Como he entregado a mi hijo en sacrificio, la Gran Madre me ha hablado y me ha dado a conocer el resto del Canto a la Madre, para que yo lo comparta, para que entregue este maravilloso don a sus Hijos. Ahora Jondalar sabrá con certeza que Jonayla es de él tanto como mía. Y sabremos cómo crear un bebé nuevo cuando queramos. Ahora los hombres sabrán que ellos forman parte de sus hijos, ellos, su esencia, no sólo su espíritu.

»Pero ¿y si una mujer no quiere otro hijo? ¿O no debe tener otro porque está muy débil, o agotada después de haber dado a luz otros? Ahora sabrá cómo evitarlo. Ahora una mujer sabrá qué debe hacer para evitar un embarazo si no está preparada, o si no quiere un hijo. Ya no necesita pedírselo a la Madre, ya no necesita tomar una medicina especial, basta con que deje de compartir los placeres para no concebir más hijos. Por primera vez una mujer puede controlar su propio cuerpo, su propia vida. Este es un conocimiento muy poderoso… pero hay otra cuestión: ¿qué pasa con el hombre?

»¿Y si él no quiere dejar de compartir los placeres? ¿O si desea un hijo que sabe que viene de él? ¿O si no desea otro hijo?

»Yo quiero otro hijo, y sé que Jondalar también lo querría. Él es muy bueno con Jonayla, y también con los jóvenes que están aprendiendo a tallar pedernal, sus aprendices. Siento mucho haber perdido este hijo. Se le empañaron los ojos al acordarse de él. Pero puedo tener otro. Si Jondalar estuviera aquí, podríamos empezar a crear uno ahora mismo, pero se fue a la Reunión de Verano. Ni siquiera puedo decirle que lo he perdido, porque yo estoy aquí y él en la Reunión de Verano. Se llevaría un disgusto, lo sé. Querría crear otro.

»¿Y por qué no voy yo allí? Ya no tengo que observar el cielo. Ni tengo que permanecer toda la noche en vela, mi período de adiestramiento ha terminado. He recibido la "llamada". ¡Ya soy Zelandoni! Y debo decírselo al resto de los zelandonia. La Madre no sólo me ha llamado, sino que me ha concedido un gran don. Un don para todos. Debo ir a comunicar a todos los zelandonii el nuevo y maravilloso don de la Madre. Y decírselo a Jondalar, y tal vez crear un hijo nuevo.»

Capítulo 31

Ayla se levantó rápidamente, se puso ropa limpia y recogió la sucia y la piel de secarse. Mientras regresaba a toda prisa por el sendero, llamó a Lobo con un silbido. Cuando se acercó al entrante delantero del refugio de piedra, se acordó de su primer baño con Jondalar, y luego de cuando Marona y sus amigas le ofrecieron ropa nueva.

A pesar de que Ayla había desarrollado distintos grados de tolerancia hacia las demás mujeres que intervinieron en la mala pasada, nunca había superado su aversión a Marona y evitaba todo contacto con ella. El sentimiento era mutuo. Marona jamás había hecho el menor esfuerzo por reconciliarse con la mujer a la que Jondalar llevó a casa después de su viaje. Se había emparejado por segunda vez el mismo verano que Jondalar y Ayla, pero en la siguiente ceremonia matrimonial, y por tercera vez más recientemente. Pero, por lo visto, este último emparejamiento tampoco había salido bien, y hacía alrededor de un año había regresado a la Novena Caverna para vivir con su prima. Pese a tanto emparejamiento, no tenía hijos.

Ayla no soportaba a esa mujer, y no entendía por qué pensaba ahora en ella. Se quitó a Marona de la cabeza y se concentró en Jondalar. «Me alegro mucho de poder marcharme ya a la Reunión de Verano», se dijo. «Puedo ir a lomos de Whinney y tardaré poco en llegar, no más de un día si no paro en el camino.»

Ese año la Reunión de Verano se celebraba a treinta y cinco kilómetros al norte, a orillas del Río, el emplazamiento preferido de Ayla para una reunión. Era el mismo sitio empleado para la primera Reunión de Verano de los zelandonii a la que ella había asistido, donde se había emparejado con Jondalar. Por lo general, en las reuniones se agotaban todos los recursos de las inmediaciones, pero si se dejaba pasar tiempo suficiente, la Madre reparaba la tierra tras los abusos derivados de una gran concentración de personas y la dejaba lo bastante renovada para acogerlos de nuevo.

La joven irrumpió en su morada, llena de vigor y entusiasmo, y empezó a seleccionar su ropa y sus pertenencias. Emitía su monótono tarareo de costumbre cuando entró Marthona.

—Te veo muy animada, así de pronto —comentó la anciana.

—Me voy a la Reunión de Verano. Ya no tengo que seguir observando el cielo. He completado mi adiestramiento. No hay ninguna razón para no ir —contestó Ayla.

—¿Seguro que ya has recuperado las fuerzas? —En la voz de Marthona se advertía un tono de pesar.

—Me has cuidado bien —dijo Ayla—. Me encuentro perfectamente, y tengo muchas ganas de ver a Jondalar y Jonayla.

—Yo también los echo de menos, pero es un largo camino para viajar sola. Pensaba que esperarías a que llegase el próximo cazador para relevar al que ahora nos ayuda. Así podrías volver con Forason —sugirió Marthona.

—Iré a lomos de Whinney. No tardaré mucho. Seguramente llegaré en un día, dos como mucho —explicó Ayla.

—Sí, puede que tengas razón. Me olvidaba de que irías a caballo, y de que te acompañaría Lobo —dijo Marthona.

Ayla percibió la decepción de Marthona, y de pronto comprendió hasta qué punto deseaba ir también ella. Además, Ayla seguía preocupada por la salud de la anciana.

—¿Cómo te encuentras? No quiero marcharme si no estás bien.

—No, no te quedes por mí —respondió Marthona—. Estoy mucho mejor. Si me hubiese sentido así al principio del verano, me habría planteado ir.

—¿Por qué no vienes conmigo? Podrías montar en la grupa de Whinney. Puede que tardemos un poco más, pero sólo un día como mucho —propuso Ayla.

—No. No es que no me guste el caballo, pero no quiero ir sentada en la grupa. Para serte sincera, me da un poco de miedo. Pero tienes razón: debes ir. Debes informar a la Zelandoni de tu «llamada». Imagina la sorpresa que se llevará.

—En cualquier caso ya no queda mucho verano. Pronto regresará todo el mundo —comentó Ayla, intentando suavizar la separación.

—A ese respecto tengo sentimientos encontrados —dijo Marthona—. Por un lado, estoy impaciente por que la Reunión de Verano termine y la Novena Caverna regrese, pero, por otro, no me apetece la llegada del invierno. Supongo que es lo normal cuando uno se hace viejo.

El siguiente paso de Ayla en los preparativos para el viaje era ir en busca de Lorigan y Forason. Sabía dónde encontrar exactamente a Jonclotan: estaría con Jeralda. Casi todos se hallaban sentados en torno al hogar comunitario, acabando de comer.

—Ayla, ven a sentarte con nosotros —propuso Jeralda—. Come algo. Hay comida de sobra y aún está caliente.

—Creo que aceptaré. Desde hace unos días estoy hambrienta —respondió Ayla.

—Lo entiendo —dijo Jeviva—. ¿Cómo te encuentras?

—Mucho más descansada —contestó Ayla, y sonrió—. He decidido marcharme ya a la Reunión de Verano. He completado mi observación del cielo, así que no hay ningún motivo para quedarme, pero he pensado que podría salir a cazar una vez más antes de irme, tanto para quienes estáis aquí como para llevar algo a la reunión. Es probable que en los alrededores del campamento de la reunión queden ya pocos animales, y los que han sobrevivido seguramente eluden la zona.

—No irás a marcharte antes de llegar mi bebé, ¿verdad? —preguntó Jeralda.

—Si no lo tienes en los próximos días, sí —dijo Ayla—. Aunque me gustaría quedarme y ver nacer a ese bebé sano y precioso. ¿Has estado caminando?

—Sí, pero me hacía mucha ilusión que estuvieras tú aquí para ayudarme.

—Ya está aquí tu madre, y otras mujeres que entienden de partos, además de Jonclotan. No creo que tengas ningún problema, Jeralda —aseguró Ayla, y miró a los tres cazadores—. ¿Queréis venir a cazar conmigo mañana?

—No pensaba ir hasta dentro de unos días, pero no tengo inconveniente —contestó Lorigan—. Puedo ir mañana, sobre todo si vas a marcharte pronto. Debo admitir que me he acostumbrado a nuestra pequeña partida de caza, con el lobo incluido. Creo que formamos un buen equipo.

—¿En qué dirección quieres ir? —preguntó Jonclotan.

—Hace tiempo que no vamos hacia el norte —intervino Forason.

—He evitado esa zona —explicó Ayla— porque no sé qué distancia abarcarán los cazadores de la Reunión de Verano. Estoy segura de que ahora los animales escasean en las proximidades del campamento. Por eso quiero llevarme algo de carne. Tengo la angarilla de la Zelandoni. Puedo emplearla para transportar un animal de buen tamaño.

—¿Eso no será peligroso? —preguntó Jeviva—. ¿No atraerá a algún animal cazador? Quizá no deberías ir sola.

Marthona se había unido a ellos, pero no dijo nada. Dudaba que eso preocupara a Ayla, si tenía la firme determinación de marcharse.

—Lobo me prevendrá, y creo que entre los dos podemos ahuyentar a un cazador cuadrúpedo.

—¿Incluso a un león cavernario? —preguntó Jeralda—. Tal vez debas esperar a que te acompañen los cazadores.

Ayla comprendió que Jeralda buscaba una razón para inducirla a prolongar su estancia con la idea de que la ayudara en el parto.

—¿Recuerdas cuando cazamos parte de una manada de leones cavernarios que intentaban establecerse demasiado cerca de la Novena Caverna? —preguntó Ayla—. Era una situación muy peligrosa y no debía consentirse. Todos los niños y ancianos hubiesen podido ser presas, y tuvimos que obligarlos a marcharse. Cuando matamos al león y a un par de leonas, los demás huyeron.

—Sí, pero entonces erais una partida de caza completa, y ahora tú vas sola —adujo Jeralda.

—No, me acompañará Lobo, y también Whinney. Los leones prefieren dar caza a animales débiles. Me consta que el olor de todos nosotros juntos los confundiría, y llevaré a mano el lanzavenablos. Además, si salgo por la mañana temprano, debería llegar antes del anochecer —explicó Ayla. Dirigiéndose a los cazadores, añadió—: Es mejor que mañana vayamos hacia el suroeste.

Marthona se mantuvo al margen, escuchando la conversación. «Sería una buena jefa», pensó la antigua jefa de la Novena Caverna. «Asume la responsabilidad sin planteárselo siquiera, le sale de manera natural. Creo que será una Zelandoni poderosa.»

Al día siguiente los cazadores regresaron arrastrando tres grandes ciervos rojos con costillares de buen tamaño. Ayla pensó en ir a buscar a Whinney para transportarlos, pero los demás cazadores lo descartaron. Despellejaron a los animales allí mismo, vaciaron los estómagos, limpiaron los intestinos y tiraron las entrañas, pero conservaron los demás órganos internos. A continuación, agarrándolos por la cornamenta, tiraron de ellos. Estaban habituados a acarrear ellos mismos las piezas cobradas.

Pasados dos días, Ayla estaba lista para marcharse. Lo cargó todo en la amplia angarilla de la Zelandoni, incluido el ciervo envuelto en una esterilla de hierba que Marthona le había ayudado a tejer, y tenía previsto irse a la mañana siguiente, con la idea de llegar a la Reunión de Verano antes de la noche, sin forzar demasiado a Whinney. Pero se produjo un retraso, no precisamente inesperado. Jeralda se puso de parto en plena noche. Ayla en realidad se alegró. Había seguido de cerca el embarazo todo el verano, y de hecho no quería irse ahora que el nacimiento estaba tan cerca. Pero no sabía con exactitud cuándo pariría la mujer: podían faltar unos días o una luna entera.

Esta vez la suerte acompañó a Jeralda. A mediodía ya había dado a luz a una niña. Su compañero y su madre estaban tan contentos y emocionados como ella. Después de una comida, mientras la mujer descansaba plácidamente, Ayla empezó a impacientarse. Estaba todo listo para su marcha; además, si bien con las horas la carne adquiría más sabor, si transcurría demasiado tiempo, podía tener un sabor demasiado fuerte, al menos para su gusto. Ya no necesitaba mucho tiempo para acabar de cargar y marcharse; podía irse en ese mismo momento. Pero entonces tendría que hacer noche en el camino. Decidió partir de todos modos.

Tras las despedidas y las instrucciones de última hora a Jeviva, Jeralda y Marthona, Ayla se fue. Le gustaba viajar a solas montada en Whinney, con Lobo trotando junto a ellas, y a los dos animales parecía complacerles también. Hacía bastante calor, pero la manta de montar en el lomo de Whinney le proporcionaba cierta comodidad y absorbía parte del sudor de la mujer y la yegua. Vestía una túnica corta y su falda taparrabos, parecida a la que llevaba cuando Jondalar y ella viajaban en el calor del verano, y al acordarse del viaje lo añoró más aún.

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