La soledad de la reina (55 page)

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Authors: Pilar Eyre

Tags: #Biografico

BOOK: La soledad de la reina
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—Felipe, ven, esto todavía no se ha terminado.

De ese día yo me quedo con una fotografía significativa. El rey se deja abrazar por sus hijas, que lo miran con auténtica adoración; él se ríe de sus comentarios, el perro Baloo a sus pies. Un poco apartada, Sofía abraza a Felipe, quien, mimoso, apoya la cabeza en el hombro de su madre.

Las miradas de Juanito y Sofía no coinciden en ningún momento. Felipe tampoco mira jamás a su padre, y no se suelta del brazo de su mumy (así la llama).

Entonces el rey estaba muy atractivo, delgado, con unos insólitos pantalones rojos que se pusieron de moda y que a partir de entonces llevaron todos los señores «bien» en verano. Marcaba tendencia, como dirían los expertos, con mocasines sin calcetines, camisas oscuras, sin afeitar y el pelo ondulado, pero con gomina. Sus pupilas se veían muy claras en el rostro bronceado; a veces tensaba la mandíbula y se le instalaba un latido en una esquina, también a veces sabía poner los ojos líquidos y suaves, tenía las pestañas largas y rizadas, y su mirada podía ser muy turbadora. Era un hombre en la plenitud de su virilidad, que con una palmetada en la mejilla, un apretón en el brazo, amagando un puñetazo cariñoso, conquistaba a hombres y mujeres, ¡nadie se le resistía!

¡Si hasta decían que Ceaucescu, el tirano rumano, babeaba por el rey de España!

A veces, cuando tenía mucha confianza, aprovechaba esos abrazos para atraer a su interlocutor a su oreja buena y deslizarle alguna indiscreción.

A Kikín, por ejemplo, el alcalde de Granada que más tarde fue senador y al que, por tanto, vio frecuentemente, le pegaba un abrazo y aprovechaba para decirle en voz baja:

—¡Mi salvador! ¡De menudo trago me salvaste!

En otras ocasiones, no le importaba decírselo en voz alta delante de otras personas, incluso perfectos desconocidos.

—Es mi salvador, él ya sabe por qué.

Kikín se asombraba de la audacia de su majestad.

Otra de sus armas de seducción era la memoria legendaria de los Borbones, y no solamente para miembros de la nobleza, sino para un simple camarero:

—Tú eres Martínez y estabas en Horcher el año pasado, ¿cómo está tu mujer?

La reina, sin embargo, ¡ay, la reina!, todavía no había cogido la pauta indumentaria de los nuevos tiempos. Faldas anchas a la rodilla, pantalones que bailaban alrededor de sus piernas, empezaba a echar mano de los blusones largos de los que tanto suele abusar y de los colgantes de aspecto vulgar con piedras de colores.

¿Por qué ningún peluquero le ha aconsejado en estos años a Sofía un nuevo peinado?

He intentado averiguarlo, y la respuesta siempre es la misma:

—Su majestad no quiere cambios. —Y después, un batallón de respuestas vagas—: Las tiaras… el mismo perfil en todas las monedas… la reina de Inglaterra también siempre se peina igual…

Su primer peluquero, Isaac Blanco, intentó darle un aire más desenfadado y juvenil a su pelo y se quejó de que lo hicieran entrar por la puerta de servicio de Zarzuela.

Sofía sonrió. No le dijeron nada.

Sencillamente, no lo volvieron a llamar. Su sucesor, Fausto Sacristán, ya no se atrevió a aconsejar cambios.

La misma Sofía reconoce que tiene la cabeza grande. ¿Por qué magnificarla entonces con un peinado tan hueco, cuando una melena lisa hasta los hombros estilizaría su rostro? Tiene el cuello muy esbelto, es cierto, pero este detalle deja de ser bonito cuando el largo cuello está coronado por un peinado tan redondeado y voluminoso. En Mallorca se limitaba a ponerse una cinta ancha que todavía remarcaba más la rotundidad de su mandíbula.

Parecía que considerara que prestar atención a esas cuestiones rebajaba su papel como reina. Que quizás era inversamente proporcional a su papel como esposa.

Aunque en Mallorca ella también «marcaba tendencia». Puso de moda las abarcas, esas sandalias con suela de neumático que empezaron llevando los hippies, y también las alpargatas, relanzando ese calzado de cáñamo típico de los payeses de la zona.

Hoy en día la marca Castañer, por ejemplo, se ha convertido en un imperio gracias al empuje que le dieron la reina y las infantas. Que, por cierto, acuden todos los veranos a adquirir sus espardenyes y sus abarcas a Jaime III, pagando siempre religiosamente.

Aunque el primer verano la reina se limitaba a chasquear los dedos y entraba otra persona en la tienda para abonar el importe.

En cuanto al tema de la memoria, a Sofía le molesta que únicamente se refieran a don Juan Carlos. Ella y la mayoría de las personas reales la tienen también, ya que no se debe a una cuestión genética, sino a puro y simple adiestramiento. Tanto ella como Juanito habían hecho desde pequeños ejercicios para recordar nombres y rostros, era parte de su trabajo. Sofía también se dirige a los periodistas y les dice:

—Tú eres Marta, antes estabas en Informaciones y ahora estás en Diario 16.

Pero las reacciones no son las mismas como con Juanito. Un poco asustados ante lo que ellos interpretan como una expresión severa, los periodistas contestan:

—Sí —pensando que algo habrán hecho mal y que ahora llegaba la reprimenda—. Desde hace tres meses.

Muchas veces la misma reina aclara:

—No, que muy bien, que te felicito por el cambio.

Tengo un amigo periodista que pertenece al entorno balear que me dice:

—¡La reina, cuando te da la mano, te riñe!

Cuando le pido que me lo aclare, me explica:

—Bueno, te da indicaciones, te la tira abajo porque se la has dado demasiado alta, o te sube ella sola su mano a tu boca para que la beses, pero si depositas los labios en la mano, te la aparta rápidamente… Y lo que más te impresiona es que su rostro no cambia, nadie se entera, pero tú estás ahí, recibiendo la bronca in ocultis y pasándolo fatal…

Otro, habitual de las recepciones reales en Madrid, me cuenta:

—Era tremendo cuando estaba la poetisa Gloria Fuertes…

Cuando los veía aparecer, les pegaba, no besos, sino lametones, les dejaba las mejillas pringosas, se les colgaba del brazo, y como son tan educados, no podían ni limpiarse, y allí iban los dos con las babas colgando…

Lamentablemente, y aun ella sin quererlo, la presencia de la reina siempre enfría un poco el ambiente. El rey lo sabe y cuando está departiendo con un grupo de amigos en una recepción y la ve aparecer, dice en voz baja:

—Uf, me voy, que viene la reina.

Y a veces también:

—Rompan filas.

Como el rey está algo duro de oído, a veces levanta la voz, y como sus interlocutores nunca están seguros de si la reina lo ha escuchado, quieren reírse para halagar al rey pero sin que les vea la reina, y eso obliga a unas contorsiones faciales dignas de esos mimos que ya únicamente vemos en los semáforos de las grandes ciudades y que nos dan tanto miedo.

En una de esas recepciones la reina tuvo uno de los pocos rasgos de humor que le conocemos públicamente
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. Era el día de Corpus Christi, en un acto en el convento de las Huelgas Reales.

Juan Carlos se aburría y quería irse, pero Sofía se quedó rezagada hablando con un grupo de religiosas. Envió al amigo obsequioso a buscarla, y este le dijo discretamente:

—Señora, dice el rey que si pensáis meteros a monja de clausura…

A lo que ella contestó:

—Dile que no sería malo que se metiese él.

En 1977 se legalizó el Partido Comunista y se celebraron elecciones generales, que ganó la UCD de Adolfo Suárez, con el que el rey siguió teniendo muy buena relación, aunque le molestaba un poco la creciente popularidad del político abulense. ¡Después de Franco, Juanito no iba a consentir que nadie le hiciera sombra! Al año siguiente, los españoles votamos una nueva constitución, que salió adelante con el 87,79 por ciento de los votos, y sin que ningún Fraga Iribarne tuviera que hacer magia con las urnas, como pasaba en aquellos lejanos tiempos de los referéndums franquistas.

El 2 de noviembre Sofía cumplió cuarenta años. Hacía cuarenta años que nació la basilisa, sobre una mesa del palacio de Psychico.

Llegó al mundo ante los ojos extasiados de sus padres, Palo y la prinzessin Freddy, casi tan niña esta como lo son sus hijas ahora. A Sofía le gusta mirarse las manos: son las de su padre, dedos largos, uñas cortas, las venas cada vez más marcadas, los nudillos cada vez más abultados.

Se sentía algo melancólica en esta fecha. Sí, era reina, lo había conseguido, la pequeña Sofía, entre los centenares de miembros de su familia dispersados por Europa, había sido la única que había conseguido un trono, pero…

El rey, que tenía mucho que hacerse perdonar, le dio una sorpresa. Una fiesta en casa de su hermana Pilar, en su chalé de Somosaguas. Juanito le dijo:

—Pilar nos ha invitado a cenar en su casa.

Sofía aceptó a regañadientes, ¡no le apetecía! Cuando llegaron allí, se abrieron las puertas del salón y gritaron:

—¡Sorpresa! ¡Felicidades!

Eran un centenar de parientes. La primera a la que vio fue a la tía Catalina, la fiel compañera del exilio, con los mismos ojos de Palo, que la abrazó emocionada y le señaló a Sheila McNair, en un discreto segundo plano:

—¡Nursi! ¡Nursi!

Nursi era el refugio, el puerto más seguro y, por un momento, entre sus brazos, olvidó que se había convertido en reina y, lo peor de todo, en una mujer. La mantuvo cogida por el hombro y fue saludando a todos los invitados, los hermanos de Freddy, su tío Christian, que se apiadó de ella en la boda de Ernesto y Ortroud y la sacó a bailar a pesar de su vestido de organza demasiado pequeño y sus dientes salidos. Estaba con su mujer, Mireille, que le dijo a Sofía:

—Soy la única no alemana de la familia aparte de tu marido…

Pero una chica alta y muy resuelta la interrumpió:

—Yo tampoco soy alemana.

Sofía dudó:

—Tú…

—¡Chantal, la novia de tu primo Ernesto!

Ernesto, guapo, alto, rubio, con su mujer formaban una pareja sofisticada que tomaba cócteles y fumaba con boquilla. Chantal le contó a Sofía:

—Tu marido lleva meses contactando con todos nosotros…

No podíamos contarte nada so pena de decapitación…

Sofía estaba sorprendida, toda la noche se le fue en:

—Entonces tú, ¿vives en Inglaterra y te has casado con una alemana?

Y el interfecto se explayaba sobre la larga genealogía de su mujer, que estaba emparentada al parecer con todos los nobles del imperio austrohúngaro sin dejarse ni uno, mientras un chico joven esperaba para besar a su prima, que lo reconoció enseguida:

—Hola, Welfo, ¿has traído también a tío Jorge?

Los hermanos de Freddy se habían reproducido largamente, y todo se convirtió en un concierto de erres y carcajadas en tres tiempos, mientras Pilar, a pesar de ser la anfitriona, y la otra hermana de Juanito, Margot, se mantenían un poco al margen, porque las conversaciones eran en alemán y se sentían excluidas.

Los invitados advirtieron que en ningún momento Sofía le dio las gracias a Juanito, y todos creyeron que, enemiga de toda efusión, se contenía para hacerlo en privado. ¡Ellos eran prusianos y se congratulaban de que su prima no se hubiera contaminado con la exuberancia latina, venga besos y toqueteos más dignos de una película de Hollywood que de nobles de sangre tan azul como la suya!

Solo Tatiana sabía la verdad.

Realmente Juanito tenía mucho que hacerse perdonar, porque ese año había estrechado su relación con una elegante decoradora mallorquina.

Un par de semanas después la pareja real fue de visita oficial a Perú, con un grupito de periodistas entre los que estaban Iñaki Gabilondo, Jaime Peñafiel y J. J. Benítez, entonces reportero de La Gaceta del Norte. Le doy voz a uno de ellos:

—La reina apenas se hablaba con el rey, se hizo muy amiga de Juan José Benítez, que le hablaba de ovnis y de cuerpos astrales, a ella le interesaban mucho estos temas, decía que su padre había sido un iniciado —el colega aventuraba una opinión—. Yo creo que Juan José se enamoró un poco de ella, hasta le compuso un soneto que nos leyó por la noche en el hotel. Muy bonito.

La reina y el después popular escritor de ciencia ficción visitaron juntos las ruinas de Nazca y mantenían largas charlas en las que él la instruía sobre la huella de los incas en las civilizaciones posteriores:

—No puedo olvidar la atención que ponía doña Sofía, ¡el rey se reía de todo aquello!

Cuando regresaron a España, el grupo de periodistas, a sugerencia de Benítez, decidió hacerle un obsequio a la reina:

—Adquirimos en Perú una piedra presuntamente enviada por los incas desde algún planeta, un ovni, vamos, con unos garabatos que nos habíamos convencido de que eran mensajes a la humanidad.

Pidieron audiencia. Emocionada por ser ella por una vez la protagonista, la reina los recibió en la puerta de Zarzuela, a ellos y a la piedra que pesaba tres mil kilos y que llevaban en un remolque.

—La instalaron en la piscina, donde sigue en la actualidad. Doña Sofía estaba encantada, todo eran exclamaciones de «muchas gracias, qué interesante, así que decís que pone aquí, ah, sí, yo también lo veo».

Y Benítez le hizo una traducción del astral o inca al español.

De pronto llegó el rey. Desenvuelto, estrechando manos, repartiendo abrazos aquí y allí, preguntándole a uno por su caída de caballo, al otro por su mujer. La reina mientras aguardó a que su marido terminara su brillante función teatral con una sonrisa tímida, y al final le dijo:

—Mira, Juanito… un regalo para mí… la piedra… las inscripciones…

El rey se acercó, miró aquellas señales que podían ser letras, pero también cualquier otra cosa, y guiñándoles un ojo a los periodistas, les dijo:

—Ah. ¿Ahí sabes lo que pone, Sofi?

La reina levantó la mirada con un centelleo ilusionado:

—¿Qué?

—¡Beba Coca-Cola, Sofi! ¡Beba Coca-Cola!

La sonrisa de la reina se borró de golpe, como una persiana que se cierra, y todos se sintieron un poco ridículos.

Ninguno de los periodistas que estaban allí sabía entonces nada de la decoradora balear, por supuesto. Diez años menor que Sofía, divorciada, íntima amiga de Marieta Salas y Zourab Tchokotua.

Se ha escrito mucho sobre esta relación, pero ella nunca ha hecho ningún comentario, aunque tampoco lo ha negado. Sí cabe decir que en esos primeros años, creyendo que se trataba tan solo de una aventura pasajera, la sociedad mallorquina miró para otro lado mientras la pareja se veía en diversos lugares públicos de la isla.

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