La soledad de la reina (62 page)

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Authors: Pilar Eyre

Tags: #Biografico

BOOK: La soledad de la reina
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—Se va a cargar él solito la monarquía.

El rey está furioso. Primero con él mismo, aunque no lo confesará nunca. Se dice que en el momento de redactar la Constitución, cuando se llegó a ese célebre párrafo en que se reconocía la sucesión del rey únicamente por vía masculina, no fueron los «padres de la Constitución» los que insistieron en negar el acceso al trono de las mujeres, ya que eran personas progresistas, partidarias de la igualdad entre sexos, como lo demostraron en otros temas de nuestra Carta Magna. Según me cuentan de forma confidencial, fue el propio rey el que dijo:

—Que se haga así, porque la infanta Elena no está en condiciones de reinar.

Pero, sobre todo, el rey está furioso con su hijo, pero ya no se atreve a decirle nada. En su último enfrentamiento, Felipe le ha plantado cara valientemente delante de su madre:

—Tú no eres la persona adecuada para darme consejos matrimoniales… tú no puedes servirme de ejemplo…

Juan Carlos se deja el pelo largo, toma rayos UVA, se viste de forma más juvenil, muchas veces lleva pullover y fular en lugar de corbata. La reina está acostumbrada a detectar, desde su silencio, todas las vicisitudes de la vida sentimental de su marido. Sabe cuándo se enamora, cuándo es el cazador y cuándo el cazado.

Y cuándo está harto. Entonces remolonea por el palacio, juega en el jardín con los mastines que Tino le ha regalado, Atlas y Ajax, se va a acostar pronto y a veces pone ojos de cordero degollado.

Hasta que empieza otra vez.

El día en que lo ve con una pulsera de cuero alrededor de la muñeca, sospecha que ahora debe de ser muy joven. Y sí, es verdad, Julia solo tiene veinticinco años.

Se la nombra con frecuencia en la radio y en la prensa escrita.

No se dice quién es, pero las risitas de los periodistas dejan muy claro por qué ha venido a vivir a Madrid una atractiva alemana que estuvo como traductora en la Eurocopa del año 2004 que se celebró en Portugal. Juan Carlos estuvo en Lisboa, solo, varios días.

Delante de los periodistas, en las recepciones de Zarzuela, sigue echando mano de su viejo encanto, es capaz de entretener a un corrillo de concurrentes
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con sus chistes, de un machista subido:

—Una mujer llega a su casa con ropa nueva y su marido le pregunta que dónde la ha conseguido, y ella contesta ¡en el bingo!

A la semana llega con un abrigo de pieles carísimo y le dice al marido de nuevo ¡en el bingo! Después con joyas y otra vez ¡en el bingo! Al final, un día, la mujer se desnuda, se mete en la bañera y el marido asoma la cabeza por la puerta y le dice: ¡ten cuidado, no se te vaya a mojar el cartón!

¿Ustedes se han reído? Pues los del corrillo se tronchaban.

Pero el armazón para aguantar la monarquía cada vez es más débil y frágil. Las nuevas generaciones ya no recuerdan el 23-F, las infantas siguen siendo unas grandes desconocidas, perdido ya todo el glamour con sus matrimonios desiguales, y no interesan demasiado… El príncipe Felipe iba camino de convertirse en un solterón y está claro que no ha heredado el don de gentes de su padre.

El pequeño «partido» de la reina gana adeptos. Ella siempre está ahí, igual a sí misma. Sin halagar a las masas con demagogias baratas, sangre azul hasta el último átomo de sus venas, prestigiando al país en cada uno de sus viajes.

Aunque ella se sienta como un cascarón vacío y deba decirse con amargura:

—Ya no soy nada más que reina.

¡La reina!

También puede ser que tenga sus momentos de orgullo:

—Al menos esto lo he hecho bien —y pregunte mirando al cielo—, ¿no te parece, mamá?

¿Quién puede desbancarla? ¡Nadie! Desde luego ni una Eva Sannum, ni una Isabel Sartorius, ni una Gigi Howard, ni…

Ni una periodista de familia humilde y divorciada.

Letizia.

Quizás, al contrario de lo que muchos imaginamos, la primera reacción de Sofía al enterarse de quién es la mujer que su hijo ha escogido como reina fuera de humana satisfacción, ¿una señorita particular y encima divorciada, sentada en su trono?

¡Nadie llegará a lo que ella!

Sí, Letizia será reina, pero no «otra» Sofía. En las comparaciones, Sofía siempre saldrá ganando.

Como en el caso del 23-F del que hablábamos en otra página de este libro, el noviazgo del príncipe y la periodista ha hecho correr los consabidos y obsoletos ríos de tinta (habrá que modernizar el tópico), a pesar de la estricta censura que la Casa Real ha aplicado, sin fisuras, desde el primer momento, ¡en este tema no se iban a permitir frivolidades, ni bromas fuera de lugar, ni indiscreciones de ningún tipo!

Da vergüenza ajena leer las primeras informaciones que aparecieron sobre este noviazgo: en muchos lugares se obvia el estado civil de Letizia, se cuenta que su matrimonio ha sido anulado, que mide un metro setenta y cinco centímetros, se la define como la mejor periodista de su generación y se la hace pertenecer a una «saga de periodistas», comparando las modestas carreras del padre y la abuela con las de los Luca de Tena o los Godó, cuyas familias han creado y mantenido La Vanguardia y ABC a lo largo de siglo y medio. Parientes impidiéndoles difundir información sobre la chica, se prohibió que el acontecimiento saliera en los programas rosas, dándole realce tan solo en los telediarios. También se secuestraron los expedientes médicos de Letizia, los ginecológicos, sus certificados académicos, su partida de matrimonio anterior, su sentencia de divorcio…

El CESID estuvo investigando durante seis meses todos los recovecos de la vida de Letizia Ortiz para no encontrarse ninguna sorpresa, para poder destruir aquello que pudiera hacerle daño o neutralizar lo irremediable… Su economía, sus amigos, sus costumbres, su relación con el alcohol y las drogas, todo fue investigado personalmente por altos mandos del CESID (ahora ya CNI) de máxima confianza e integridad. Había que identificar hasta la más pequeña de sus debilidades y solucionarla en secreto antes de que Letizia se convirtiera en un personaje público
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Aunque nunca ha llegado a confirmarse, se dijo que el bufete de abogados Uría redactó un contrato leonino con cláusulas concretas que contemplaban todas las posibilidades, desde hijos hasta divorcios, muertes y segundas y terceras bodas.

También se dijo que los directores de los principales periódicos españoles establecieron un pacto de autocensura para no interferir en este enlace. Si es cierto, fue una precaución inútil. Ussía ya lo confesó con cierto desánimo en un artículo de La Razón:

«No voy a escribir de la boda del príncipe de Asturias, es cosa hecha y sancionada por el rey. Presentarse como más monárquico que el propio rey es acción de cortesanía cretina».

Se apuntaló convenientemente el estatus profesional de la periodista Letizia Ortiz: de la CNN, un modesto canal codificado, pasó a TVE, cubrió los sucesos más impactantes de ese año, Irak, la catástrofe del Prestige en Galicia, el atentado de las Torres Gemelas, y se le dio la presentación del telediario más importante, así, cuando se anunció el compromiso, no era una oscura periodista, muy mona y lista, eso sí (aunque no muy simpática), sino una de las profesionales más importantes del país, que renunciaba a «un futuro brillante para casarse con el heredero de la Corona» (así nos vendieron en muchos periódicos la boda ¡y nosotros nos lo creímos!).

Sí, tenía novio cuando conoció al príncipe, pero esta circunstancia también quedó opacada por la brillantez del compromiso real. En verdad, nunca se nos explicó claramente ni cómo, ni dónde, ni cuándo se habían conocido el príncipe y la periodista.

Aunque ninguno de los implicados se pronunció al respecto, trascendió la versión más «correcta» y con más estatus: en casa de Pedro Erquicia, en una reunión con lo más granado del periodismo español.

Yo quiero aportar aquí nuevos datos que están en mi poder, de los que se deducen situaciones distintas. Es cierto que Letizia llevaba separada de su marido, Alonso Guerrero, dos años. Lo conoció todavía con calcetines en el instituto Ramiro de Maeztu, donde él era profesor. Aquella relación entre una alumna-niña y su profesor-adulto, que ha inspirado entre otros un libro inmortal, Lolita, causó en el colegio considerable revuelo, y muchos condiscípulos de Letizia recuerdan los chismes, los ojos llorosos de la chica, el aire disgustado de Alonso. Era una historia llena de matices románticos para apasionar a unos adolescentes con sus hormonas revueltas y la imaginación desbordada. Fueron momentos muy tensos, se trataba además de una menor, y fue un calvario para los padres. Hay quien dice que las tensiones de aquellos días derivaron en un divorcio entre Jesús y Paloma, hasta entonces un matrimonio unido y muy feliz.

También eran entonces republicanos y de izquierdas.

Cuando Letizia cumplió su mayoría de edad, dejó la casa paterna para irse a vivir con Alonso; después se casaron.

Al fin, este matrimonio entre Letizia y Guerrero apenas duró un año. Después Letizia, que llevaba emparejada desde que era prácticamente una niña, tuvo unos años de alegre independencia.

Por último, se ennovió bastante formalmente con David Tejera, su compañero en las tareas informativas de la CNN. Tejera nunca ha hablado de aquella relación. Hace pocos meses un equipo de Telecinco que estaba realizando un documental sobre la princesa de Asturias lo llamó por teléfono y le pidió su colaboración en el programa.

Su respuesta fue sorprendente:

—El día en que decidáis hacer un programa sin tapujos, contando la verdad y no dando versiones edulcoradas, contad conmigo.

La versión oficiosa nos ha explicado, pues, que el príncipe y Letizia se conocieron en casa de Pedro Erquicia en el verano del año 2001. Yo tengo que decir que, según mi investigación, probablemente este hecho no sea cierto.

En esa época Letizia no estaba saliendo con David Tejera. Ignoro si se habían peleado definitivamente o si se habían tomado un descanso para planear mejor su futuro. Porque en esos meses Letizia estaba saliendo con otra persona. Joven, atractivo, audaz, «famoso», muy bien relacionado, amigo del príncipe Felipe, el tipo de hombre que más podía gustar a una ambiciosa Letizia: el aventurero Kitín Muñoz.

Entonces de treinta y un años, nacido en Sidi Ifni, hijo de militar, este navegante, trotamundos y científico se ha dedicado desde niño a emprender travesías románticas e imposibles; sus proyectos intentan reproducir las formas de navegación primitivas, explorar nuevos territorios y estudiar el comportamiento de los aborígenes desde un prisma humanitario y ecologista. Es embajador honorario de la Unesco.

Es un personaje inclasificable, con su barco Mata Rangi, realizado con fibra de totora, intenta cruzar el Atlántico. Lleva una bandera española donada por el propio rey.

Nunca, hasta este momento, ha trascendido esta relación. Kitín, que disfrutó de una larga soltería llena de chicas guapas y conocidas, siempre ha guardado el más hermético de los silencios y, naturalmente, Letizia nunca ha contado nada en absoluto, aunque en esa época los dos estaban solteros y fue un noviazgo en libertad.

La relación duró dos meses. Hasta que Kitín conoció a la encantadora princesa búlgara Kalina y se enamoró perdidamente de ella.

Y aquí, digo yo, ¿no sería posible que Kitín, para romper de una forma caballerosa con Letizia, se la presentara al príncipe?

¿Podría ser que, inteligente y perspicaz como es, se diera cuenta de que el príncipe y Letizia estaban hechos el uno para el otro?

¡El príncipe heredero, cuyo papel empezaba a ser cuestionado, pues no había podido ni siquiera crear una familia propia como era su obligación, y la chica ambiciosa, lista, valiente y perfeccionista capaz de todo para lograr sus objetivos!

A Kitín, persona dotada de gran psicología, según todos los que lo conocen, la jugada le salió bien. Pudo retirarse galantemente, dejando a Letizia en brazos de Felipe, y casarse con Kalina, conformando una de las uniones más sólidas y felices de nuestro panorama social.

Un Felipe que todavía estaba saliendo con Eva Sannum, una relación que simultanearía con su amistad con Letizia, hasta que al final se decidió por esta. Cuando se reunió en Zarzuela con los periodistas que cubren la información de Casa Real para informarles de que había roto con la noruega, seguramente ya habría decidido casarse con Letizia.

¿Podría ser que las cosas hubieran ocurrido así?

Podría ser.

Me temo que nunca lo sabremos con seguridad. Letizia, a despecho de su antigua profesión, ya no habla nunca con la prensa; a diferencia de sus homólogos europeos, ni ella ni el príncipe han concedido jamás ninguna entrevista fuera de los estereotipados «la princesa y yo estamos muy contentos de visitar…».

No sabemos si el matrimonio ha resultado satisfactorio para Letizia y para Felipe, tanto como imaginaban cuando se casaron.

Desde luego, cada uno sabía muy bien cómo era el otro, pues estuvieron conviviendo bastante tiempo antes de anunciar su compromiso y también después, hasta el día de la boda, que se celebró el 22 de mayo de 2004. Recordemos que se conocieron en el año 2001. Tres años. Hay una anécdota poco conocida acerca de este periodo de intimidad, lo que antes se llamaban «relaciones prematrimoniales». Ante los hechos consumados:

—O Letizia o lo dejo todo.

El rey tuvo que apretar los dientes y resignarse. Llamó a sus amigos para que recibieran a la novia de su hijo con el fin de que fuera acostumbrándose a tratar con un tipo de personas que hasta entonces no formaban parte de su círculo. En una de estas ocasiones fue cuando Letizia dijo, muy finamente, en el momento de colocarse la servilleta sobre las rodillas:

—Que aproveche.

Uno de los amigos a los que recurrió el rey fue Juan Abelló, quien invitó a los novios a una cacería en su finca Las Navas, en Toledo. A su llegada, Letizia vio que les habían preparado habitaciones separadas y le dijo al príncipe en un tono airado que todos oyeron perfectamente:

—Yo me voy. ¿Qué se han creído estos?

Ana Gamazo lo había dispuesto así. Cuando alguno de sus cuatro hijos iba con su pareja, tampoco dormían en la misma habitación. Era una norma de la casa que ella, que había recibido una educación alemana, no pensaba romper ni siquiera por el príncipe de Asturias.

Se les advirtió, como a todos los cazadores:

—Los hombres abajo a las ocho, las mujeres a las diez.

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