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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

La selva (21 page)

BOOK: La selva
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—¿Qué ha pasado? —preguntó Linda, que no había visto nada.

—Confía en mí —replicó Cabrillo con la voz un tanto entrecortada—. No quieras saberlo. Linda se encogió de hombros y se puso de nuevo manos a la obra. Había más objetos dentro de la tienda —envoltorios, un estuche de utensilios de cocina, más ropa—, pero no había cuerpos, ni siquiera sangre. Juan extendió el brazo por encima del hombro de Linda, apartando las cosas con las manos, concentrándose en lo que no veía más que en lo que estaba viendo. Buscó por la hierba y acabó encontrando el móvil de Soleil, o lo que quedaba de él. Una bala había atravesado limpiamente el reluciente dispositivo de alta tecnología.

También halló un puñado de casquillos usados de 7,62 milímetros. Sin duda disparados por un AK-47, el legado de la antigua Unión Soviética al mundo de la violencia. Llamó en voz baja a Lawless y a Smith.

—No están aquí —les informó—. Creo que les tendieron una emboscada, pero lograron escabullirse a la selva. Los atacantes arrasaron el campamento, se llevaron lo que querían... comida, al parecer, ya que no hemos encontrado nada... y luego fueron tras ellos.

La expresión de Smith no cambió salvo por una ligera tensión que se apreciaba en el extremo de sus ojos. Ese tipo era de piedra, pensó Juan.

—MacD, ¿crees que puedes seguirles el rastro?

—Dame un segundo. Se encaminó lentamente hasta el borde de la selva más próximo al asolado campamento. Clavó una rodilla en el suelo mientras estudiaba el terreno y luego examinó las ramas de los arbustos que quedaban más cerca.

Estuvo así casi cinco minutos antes de hacer una señal a los otros para que se acercaran. Cabrillo había aprovechado ese tiempo para llamar al
Oregon
y darle un informe a Max Hanley. En respuesta, este le dijo que todo estaba tranquilo por allí.

—¿Veis esto? —MacD señaló una rama rota. La pulposa rotura se había vuelto pálida—. A mí me parece zumaque venenoso. Este grado de decoloración significa que la rama fue arrancada hace una semana, puede que diez días.

—Así que, ¿puedes seguirles el rastro? —insistió Smith.

—Desde luego voy a intentarlo, pero no garantizo nada.

—Miró a Juan—. ¿Habéis encontrado zapatos o botas?

—No. Lawless se puso en el lugar de dos personas aterrorizadas que huyen para salvar la vida. Se internarían siguiendo un camino lo más recto posible. No habían encontrado calzado, lo que venía a significar que no estaban dormidos cuando los atacaron, por lo que era probable que fuera aún de día o que estuviera anocheciendo. Sí, correrían en línea recta, ya que sus perseguidores serían capaces de ver si se desviaban a izquierda o derecha. Se adentró en la selva, convencido de que el resto de su equipo le guardaría las espaldas para que pudiera concentrarse en la búsqueda. A dieciocho metros encontró una fibra roja enganchada en un espino y supo que estaba en el camino correcto.

Y así continuaron. Unas veces encontraba numerosas evidencias de que un grupo de gente había atravesado la selva. En otras recorrían más de cuatrocientos metros antes de divisar una vaga pista, normalmente una ramita rota o la huella de un pie medio borrada y apenas discernible. La mañana dio paso a una calurosa tarde. No se detuvieron a comer, sino que ingirieron barritas proteínicas y bebieron de sus mochilas cantimplora. Cabrillo pensó que habían cubierto dieciséis kilómetros como mínimo cuando la selva terminó de manera abrupta en un cañón que atravesaba el paisaje como el tajo de un hacha. Al fondo del mismo, a casi treinta metros de profundidad según sus cálculos, discurría un río revuelto que serpenteaba y zigzagueaba alrededor de rocas y rompía contra los rocosos márgenes.

—¿Derecha o izquierda? —preguntó MacD. Este examinó el suelo en ambas direcciones adelantándose más de noventa metros.

—¡Dios bendito! —exclamó. Los demás corrieron hasta donde se encontraba Lawless y vieron lo que le había hecho detenerse. Se trataba de otro complejo religioso como el que habían visto al abandonar el río principal, solo que este estaba construido en el acantilado opuesto, encastrado en la roca como si fuera un organismo vivo.

A Cabrillo le recordaba al poblado Anasazi de Mesa Verde, Colorado, excepto que el estilo arquitectónico de este era típicamente oriental, con estilizados tejados en punta y redondas pagodas escalonadas. Parte de la estructura debía de haberse derrumbado con el paso del tiempo, porque bajo los edificios, en el cauce del río, había montículos de mampostería ornamentada, cuyos tallados decorativos podían apreciarse todavía. En medio de los escombros se encontraban los restos de una noria que debió de propulsar un molino dentro del templo. Se había podrido en su mayoría, pero aún se conservaban gran parte de la estructura y de los soportes metálicos como para que quedara de manifiesto que tuvo que ser enorme.

El complejo apenas sobresalía por encima del distante abismo, y lo poco que se alzaba de él estaba cubierto de vegetación, como enredaderas y trepadoras que ascendían de forma sinuosa por la fachada. Los constructores de aquel templo lo erigieron de forma que resultara prácticamente imposible encontrarlo. —Capto vibraciones a lo Lara Croft, no cabe duda —dijo Linda mientras miraba boquiabierta aquella extraordinaria maravilla de la ingeniería. Avanzaron a lo largo del borde del cañón y se encontraron con otras dos sorpresas. Una era que en otro tiempo había habido un poblado en ese lado del río.

Si bien la selva lo estaba invadiendo poco a poco, la tierra había sido despejada de maleza y habían construido diques para formar arrozales; también había restos de varias docenas de chozas construidas sobre pilares. La madera de la mayoría de ellos estaba podrida, pero algunos se mantenían aún en pie de forma precaria, como ancianas achacosas demasiado orgullosas como para descansar.

La gente que vivió allí debió de atender a los monjes que moraban en el templo. La otra sorpresa fue el puente de cuerdas que cruzaba el precipicio de casi veinticinco metros de anchura. Este se combaba en el centro y parecía estar a punto de derrumbarse con la próxima ráfaga de viento. Estaba formado por un cabo principal de al menos treinta centímetros de grosor, con otras dos cuerdas guía a la altura del hombro sujetas a este por cuerdas, como los cables de un puente colgante. Debido a que eran más delgadas y susceptibles de pudrirse, muchas de esas sujeciones se habían roto y colgaban del cabo principal.

—¿No estarás pensando en...?

—Es posible hacerlo —respondió Juan a la pregunta que Linda casi le había hecho.

—Ni hablar, no pienso cruzar por ahí —replicó ella.

—¿Te apetece más descender, cruzar lo que parecen ser rápidos de nivel cinco y luego escalar la otra pared?

—Juan no esperó a que le contestara—. MacD, a ver si puedes decirme si Soleil o su compañero pasaron por aquí. Lawless estaba de pie junto a los pilares de piedra que anclaban el puente. Habían sido incrustados en hoyos excavados en la roca, y fueron rellenados de nuevo de forma que sobresalieran de la tierra cerca de un metro veinte.

Encima de cada pilar habían colocado remates de bronce con forma de cabeza de dragón. En uno de ellos había un pequeño trozo de tela roja enganchado en la boca del dragón, el mismo color de la fibra que habían encontrado antes. —Pasaron por aquí, sí —dijo, y mostró su descubrimiento.

—Juan —llamó Smith. Tenía en la mano un casquillo metálico mate como los que habían encontrado en el campamento. Cabrillo ojeó el desvencijado puente sin demasiado entusiasmo, pero supuso que si otros habían cruzado por allí en los últimos días, tendría que aguantar su peso. Se colgó el rifle al hombro cuando se aproximó a él.

—Estad alerta —dijo, y se agarró a los cabos guía que le llegaban al hombro. El cable principal estaba hecho de fibras entretejidas y parecía tan resistente como el hierro, si bien las guías tenían el tacto viscoso de la vegetación al pudrirse.

Cometió el error de mirar hacia abajo. Daba la impresión de que el río estuviera bullendo, piedras tan afiladas como cuchillas delimitaban la embravecida vía fluvial. Si caía al agua, estaba seguro de que se ahogaría, y si lo hacía sobre las rocas, se partiría en dos como si fuera un melón maduro. Poniendo un pie tras otro con mucho cuidado, y comprobando el aguante antes de apoyar su peso, Cabrillo fue avanzando despacio sobre el desfiladero; el sonido del agua de los rápidos de abajo se asemejaba al rugido del motor de un avión. Cuando llegó a la mitad, miró hacia atrás y vio que sus compañeros le estaban observando.

El cable se había combado lo suficiente como para que solo pudiera verles la cara. Linda parecía preocupada; MacD, intrigado; y Smith, aburrido. Ascender por esa cuerda era más complicado que descender, y en una ocasión se le resbaló por completo el pie. Se aferró a la guía, que se sacudió a causa de la tensión. Recuperó el equilibrio lentamente y volvió la vista, encogiendo un hombro con expresión atribulada. Logró recorrer el resto del puente sin más percances y exhaló de forma pausada cuando sus pies tocaron tierra firme. Linda cruzó a continuación, moviéndose con la agilidad de un mono y con la resolución estampada en su rostro.

MacD fue detrás, sonriendo de oreja a oreja como si aquello no fuera más que un juego para él. Cuando llegó al otro lado, Cabrillo levantó la mirada y vio que Smith había desaparecido.

—Ha dicho que necesitaba echar una meada —informó Lawless, y se encaminó en el acto hacia la entrada cubierta de enredaderas del templo. Parecía una cueva perfectamente cuadrada y el aire que se desprendía del interior llevaba consigo el frescor de la tierra. Smith salió de la selva y cruzó rápidamente el cañón mientras Juan le cubría con su REC7, en caso de que alguien emergiera detrás de él.

—¿Todo bien? —le preguntó Cabrillo.


Oui
.

—¡Venid! —El susurro de Lawless procedía de dentro del templo. Los tres se apresuraron a entrar en el edificio de piedra de solo un piso y que carecía de adornos. Lawless se encontraba en medio de un tramo de escaleras talladas en la roca que descendía hacia las entrañas del complejo. Estaba en cuclillas apuntando con una linterna el cuerpo de un hombre joven. Era rubio, con barba de algunas semanas, y llevaba unos pantalones de algodón, camiseta roja de manga larga y botas.

No parecía tener una sola marca. De no ser por la lividez propia de la muerte, habría sido fácil imaginar que solo estaba descansando. MacD tiró con suavidad de él. Tenía cuatro agujeros de bala en la espalda. Lo más seguro era que no le hubieran causado la muerte de forma inmediata o no habría sido capaz de apoyarse contra la pared. O tal vez eso lo había hecho Soleil como un último acto de bondad.

—Es Paul Bissonette —dijo Smith—. Solía escalar con Soleil a menudo.

—Vaya con Dios —farfulló MacD.

—¿Y Soleil? —preguntó Linda.

—O siguió corriendo o
está en algún lugar ahí abajo
—Cabrillo señaló hacia las escaleras. Precedidos por la luz de la linterna, y con las pistolas desenfundadas, ya que los confines eran demasiado angostos para los rifles de asalto, los tres emprendieron la bajada con cautela. Cabrillo ordenó a MacD que se quedara en la entrada y montara guardia. A diferencia de las paredes lisas de la cámara superior, la escalera tenía elaborados tallados de figuras míticas y dibujos geométricos.

Cuando llegaron al pie, se encontraron en otra cámara sin ventanas, pero esta tenía un banco de piedra que abarcaba tres de las paredes y una chimenea en la cuarta. Estaba cubierta de mosaicos con teselas en rojo oscuro y amarillo, que no habían perdido ni un ápice de su lustre con los años. Había una entrada que conducía a otra escalera. Esta contaba con aberturas semejantes a ventanas que daban a los rápidos de abajo. En el siguiente nivel descubrieron pequeños cuartos parecidos a celdas, donde debían de dormir los monjes.

También había una cocina, con un horno y un hogar en medio que debió de utilizarse para cocer el arroz. Debajo se encontraba lo que debió de ser el templo principal. Estaba completamente vacío, si bien en algún momento del pasado debió de haber dorados por todas partes, hermosas alfombras cubriendo el suelo y una estatua ornamental de Buda sobre un alto pedestal de cara a los monjes. Todas las ventanas que había allí tenían balcones de piedra de estilo Julieta, intrincadamente tallados.

—¡Vaya! —Linda abrió los ojos como platos cuando se asomó al cañón. En el lado opuesto del desfiladero, donde estaban cuando divisaron el templo por primera vez, los monjes habían esculpido una imagen de Buda en la roca viva. No estaba realizada de forma precisa, sino que daba la impresión de que fuera una obra en proceso. Algunas partes estaban bellamente esculpidas en tanto que otras secciones eran tan solo meros esbozos.

—Debieron de colgarse de sillas de contramaestre para trabajar en ella —comentó Cabrillo.

—Este lugar debería ser patrimonio de la humanidad —declaró Linda.

—Tal vez fuera eso lo que Soleil y...

—¿Por qué seguía olvidándose del nombre del pobre tipo?

—Paul —apuntó Linda.

—Puede que fuera eso lo que estaban haciendo aquí. Smith estaba harto de estudiar la plataforma donde antaño se asentaba una estatua. Estaba construida con tablones de madera bien encajados, que habían sido lijados hasta dejarlos tan relucientes como un espejo.

El viento y la lluvia que se colaba con fuerza por las ventanas habían marcado y manchado el lateral más próximo, pero el que quedaba protegido mostraba aún la amorosa destreza requerida para fabricarla. Al examinarlo con mayor detenimiento, Cabrillo vio que habían forzado el lado más basto. La madera había sido apalancada y algunas piezas estaban esparcidas en el suelo entre la hojarasca que se había colado en la estancia. Debido a la antigüedad del pedestal de madera, resultaba imposible calcular cuándo había tenido lugar aquel acto de vandalismo. Se unió a Smith y echó un vistazo dentro del agujero. Se trababa del escondrijo donde los monjes habían guardado lo que consideraban sus objetos más sagrados: algún tipo de relicario, sin duda.

¿Era aquello lo que Soleil había ido a buscar, un tesoro religioso que había sido saqueado hacía mucho tiempo? Qué desperdicio. Se alejó sacudiendo la cabeza con tristeza. Había otro nivel más en el complejo situado debajo del templo principal. Aquella era la sección que se había derrumbado parcialmente sobre el río. Después de bajar y atravesar la entrada, se encontraron con una plataforma de unos tres metros sobre las aguas revueltas. La piedra estaba mojada por las salpicaduras de la corriente y resbaladiza a causa del musgo. Debajo de ellos estaba el armazón de la noria y a su alrededor, los restos de una máquina hecha de hierro, tan corroída por la herrumbre que se desmoronaba con solo tocarla.

BOOK: La selva
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