La reina de los condenados (71 page)

BOOK: La reina de los condenados
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»Tal vez haya sido una difusa sensación (recogida de todas esas señales) de que ha llegado la hora de dar cumplimiento a la vieja maldición. No puedo decirlo. Sólo sé que avanza en dirección norte, que su recorrido es errático, que todos los esfuerzos por mi parte, a través de Eric y de Mael, por encontrarla, han fracasado.

»Y no es a mí a quien busca ella. De eso estoy convencida. Es a la Madre. Y los errabundeos de la Madre la despistan y hacen que cambie de rumbo bruscamente.

»Pero, si es su propósito, encontrará a la Madre. ¡Encontrará a la Madre! A lo mejor se llegará a dar cuenta de que puede elevarse al aire como la Madre, y podrá, una vez hecho este descubrimiento, recorrer kilómetros y kilómetros en un abrir y cerrar de ojos.

»Pero encontrará a la Madre. Lo sé. Y no puede haber sino un final. O bien morirá Mekare o bien morirá la Madre, y con ésta todos nosotros.

»La fuerza de Mekare es igual a la mía, si no mayor. Es igual a la de la Madre; y puede extraer de su locura una ferocidad que ya nadie puede alcanzar o poseer.

»No creo en las maldiciones; no creo en las profecías; los espíritus que me enseñaron la validez de tales cosas me abandonaron hace miles de años. Pero Mekare creyó en la maldición cuando la pronunció. Fue una maldición que surgió de las profundidades de su ser; y ella la ha desencadenado ahora. Y sus sueños hablan sólo del principio, de las fuentes de su rencor, con el cual alimenta seguramente sus deseos de venganza.

»Mekare puede conseguir llevar a cabo el cumplimiento; y puede que sea lo mejor para nosotros. Y si ella no destruye a Akasha, ¿cuál será el resultado? Ya sabemos qué maldades ha comenzado a perpetrar la Madre. ¿Puede el mundo detener a ese ser si el mundo no comprende nada de él? ¿Sí no comprende que es inmensamente fuerte, aunque vulnerable; que tiene el poder de aplastar y que sin embargo su piel y sus huesos pueden ser agujereados y cortados? ¿Que puede volar, leer mentes y provocar incendios con sus pensamientos, pero que ella misma puede ser quemada?

»Cómo podemos detener a Akasha y salvarnos, ésa es la cuestión. Quiero vivir, siempre he querido vivir. No quiero cerrar los ojos a este mundo. No quiero que los que amo sufran daño. Haré trabajar a mi mente para que encuentre alguna manera de proteger a los jóvenes, a los que aún tienen que tomar vidas. ¿Está mal por mi parte? ¿O no somos una especie y compartimos con las demás especies el instinto de conservación?

«Reflexionad bien sobre lo que os he dicho de la Madre. Sobre lo que os he dicho de su alma y de la naturaleza del espíritu maligno que reside en su interior; su núcleo fusionado con su corazón. Pensad en la naturaleza de esa gran cosa invisible que nos anima a cada uno de nosotros, y que anima o animaba a todos los bebedores de sangre que han existido.

«Nosotros somos como receptores de la energía de ese ser; como las radios son receptores de las ondas invisibles que transportan el sonido. Nuestros cuerpos no son más que caparazones para esta energía. Somos, como la describió Marius hace ya mucho tiempo, brotes de un solo sarmiento.

«Examinemos este misterio. Porque si lo examinamos atentamente quizá podamos encontrar una manera de salvarnos.

»Y yo examinaría una cosa más en relación con ello; quizá la cosa de más valor que nunca he aprendido.

»En aquellos primeros tiempos, cuando los espíritus nos hablaban, a mi hermana y a mí, en la ladera de la montaña, ¿qué ser humano hubiera pensado que los espíritus eran seres irrelevantes? Incluso nosotras éramos cautivas de su poder, porque creíamos que era nuestro deber usar los dones que poseíamos para el bien de nuestro pueblo, como Akasha creería más tarde.

«Después de aquello, durante miles de años, la firme creencia en lo sobrenatural ha formado parte del alma humana. Había tiempos en que hubiera dicho que era natural, químico, un elemento indispensable del carácter humano; algo sin lo cual los humanos no podían prosperar, y no hablemos de sobrevivir.

»Una y otra vez hemos sido testigos de nacimientos de cultos y religiones, de las temibles proclamaciones de apariciones y milagros y de la subsiguiente promulgación de los credos inspirados en esos "acontecimientos''.

»Viajad por las ciudades de Asia y Europa, contemplad los antiguos templos que aún siguen en pie, las catedrales del dios cristiano en las cuales aún se cantan los himnos. Recorred los museos de todos los países: sus pinturas y esculturas religiosas deslumbran y humillan el alma.

»¡Cuán grande parece este logro; la misma maquinaria de la cultura dependiente del ardor de la creencia religiosa!

»Y, sin embargo, ¿cuál ha sido el precio de esta fe que galvaniza países y que envía ejércitos contra ejércitos, que divide el mapa de naciones en vencedores y vencidos, que aniquila a los fieles de los dioses extranjeros?

»Pero en los últimos siglos, ha ocurrido un verdadero milagro que no tiene nada que ver con espíritus o apariciones o voces de los cielos que dicen a éste o aquél profeta lo que debe hacer.

»Hemos observado en el animal humano una resistencia infinita a lo milagroso, un escepticismo en cuanto a las acciones de los espíritus o respecto a los que afirman verlos, comprenderlos y transmitir sus verdades.

»Hemos observado cómo la mente humana abandona poco a poco la tradición de la ley basada en la revelación, para buscar verdades éticas por medio de la razón, para buscar un modo de vida basado en el respeto por lo físico y lo espiritual como algo percibido por todos los seres humanos.

»Y con esta pérdida del respeto por la intervención de lo sobrenatural, con esta poca credulidad por todas las cosas divorciadas de la carne, ha llegado la era más iluminada de todas; porque los hombres y las mujeres no buscan la más alta inspiración en el reino de lo invisible, sino en el reino de lo que es humano, en lo que es tanto carne como espíritu; invisible y visible, terrestre y trascendente.

»El médium, el clarividente, la bruja, si queréis, ya no tiene valor, estoy convencida de ello. Los espíritus ya no nos pueden ofrecer más. En definitiva: hemos superado nuestra susceptibilidad de caer en una tal insensatez y vamos hacia una perfección que el mundo nunca ha conocido.

«Finalmente la palabra se ha hecho carne, para citar la vieja frase bíblica con todo su misterio; pero la palabra es la palabra de la razón; y la carne es el reconocimiento de las necesidades y los deseos que todos los hombres y mujeres comparten.

»Y ¿cómo quiere intervenir nuestra Reina en este mundo? ¿Qué le dará, ella, cuya existencia es ahora irrelevante, ella, cuya mente ha permanecido cerrada durante siglos en un reino de sueños a oscuras?

»Tenemos que detenerla; Marius tiene razón; ¿quién puede no estar de acuerdo? Debemos prepararnos para ayudar a Mekare, debemos evitar desbaratar sus planes, aunque eso signifique el final para todos nosotros.

»Pero dejad ahora que exponga ante vosotros el capítulo final de mi historia, que mostrará con la más absoluta claridad la amenaza que la Madre nos pone a todos.

»Como ya he dicho antes, Akasha no aniquiló por completo a mi pueblo. Mi pueblo continuó viviendo en mi hija Miriam y en las hijas de ésta y en las hijas que nacieron de éstas.

»Después de veinte años regresé al pueblo donde había dejado a Miriam y la encontré hecha una joven; había crecido entre las historias que luego conformarían la leyenda de las gemelas.

»Bajo la luz del claro de luna, la llevé a la montaña y le mostré las cuevas de sus antecesores; le di los pocos collares y el oro que aún continuaban ocultos muy adentro de las grutas pintadas, donde otros no habían osado llegar. Y le conté todas las historias de sus antecesores que yo conocía. Pero la conjuré: permanece apartada de los espíritus; mantente lejos de todo trato con las cosas invisibles, sea cual sea el nombre que les dé la gente, y especialmente si las llaman dioses.

»Luego fui a Jericó, en cuyas calles era fácil cazar víctimas, hacer víctimas de los que deseaban morir y que por tanto no me turbaban la conciencia; y que eran fáciles de esconder a los ojos curiosos.

»Pero en el transcurso de los años iría muchas veces a visitar a Miriam. Miriam dio a luz a cuatro niñas y dos niños, y ésas dieron a luz a su turno a cinco bebés, los cuales vivieron hasta la madurez; de esos cinco dos eran mujeres, y de esas dos mujeres nacieron ocho hijos. Y las leyendas de la familia eran transmitidas de madres a hijos; también aprendieron la leyenda de las gemelas, la leyenda de las hermanas que habían hablado con los espíritus, que habían hecho llover y que habían sido perseguidas por un Rey una Reina malvados.

»Doscientos años después, escribí por primera vez todos los nombres de mi familia, porque por entonces ya formaban un pueblo entero, y me ocupó cuatro tablillas de arcilla completas anotar lo que sabía. Posteriormente llené tablillas y tablillas con las historias de los orígenes, con las historias de las mujeres que se remontaban al Tiempo Anterior a la Luna.

»Y aunque a veces durante un siglo completo deambulaba lejos de mi patria en busca de Mekare, recorriendo las áridas costas de la Europa Nórdica, siempre regresaba a mi pueblo, a mis secretos escondrijos en las montañas y a mi casa en Jericó, y anotaba de nuevo los progresos de la familia, las hijas que habían nacido y los nombres de las hijas que habían nacido de éstas. También de los hijos escribí con detalle, acerca de sus talentos, de sus personalidades y, a veces, de sus heroicidades, como hacía con las mujeres. Pero de la descendencia de éstos no. No era posible saber si los hijos de los hombres eran auténticamente sangre de mi sangre y la sangre de mi familia. De este modo, la trama fue matrilineal, y así ha sido desde entonces.

»Pero nunca, nunca, en todo aquel tiempo revelé a mi familia la maldición que había caído sobre mí. Estaba determinada a que este mal nunca tocase a mi familia; y así, si utilizaba mis poderes sobrenaturales que aumentaban sin cesar, era en secreto, y de manera que siempre tuvieran fácil explicación.

»Al llegar la tercera generación, yo ya era simplemente una pariente lejana que regresaba a casa después de pasar muchos años en otra tierra. Y cuando intervenía, si es que intervenía, en algo de la familia, era para regalar oro o dar consejo a mis hijas, como hubiera hecho cualquier otro ser humano, y nada más.

«Transcurrieron miles de años mientras observaba a mi familia desde el anonimato; sólo de vez en cuando jugaba el papel de la pariente alejada durante mucho tiempo de los suyos, que llegaba a este o aquel pueblo o a una reunión familiar para tomar a los recién nacidos en sus brazos.

»Pero durante los primeros siglos de la era cristiana, mi imaginación forjó una idea para mi persona. Y así creé la ficción de una rama de la familia que era la encargada de conservar todos sus documentos, ya que por entonces había tablillas y rollos de pergamino en abundancia, e incluso libros encuadernados. Y en cada generación de esta rama imaginaria, había una mujer imaginaria a quien se transmitía la tarea de ser la conservadora de los documentos. El nombre de Maharet iba unido al honor del cargo; y, cuando el tiempo lo exigía, la vieja Maharet moría, y otra joven Maharet la sucedía en el puesto.

»De este modo estuve siempre con la familia; y la familia me conocía y yo conocía el amor de la familia. Me convertí en una asidua escritora de cartas, en la benefactora, en la aglutinadora, en la misteriosa pero íntima visitante que parecía solucionar rencillas familiares y enderezar entuertos. Y, aunque miles de pasiones me consumían, aunque residí durante siglos en países diferentes, aprendiendo nuevas lenguas y nuevas costumbres, y maravillándome de la infinita belleza del mundo y del poder de la imaginación humana, siempre regresé al seno de la familia, de la familia que me conocía y que esperaba cosas de mí.

«Pasaron los siglos, pasaron los milenios, pero nunca me fui bajo tierra, como muchos de vosotros habéis hecho. Nunca me enfrenté a la locura de la pérdida de la memoria, como era corriente en los viejos, que a menudo se transformaban en estatuas enterradas bajo suelo, como la Madre y el Padre. No ha pasado ni una sola noche desde aquellos primeros tiempos que no haya abierto mis ojos, sabido mi nombre, observado con reconocimiento el mundo a mi alrededor y retomado el hilo de mi propia vida.

»Pero no era que la locura no estuviese al acecho. No era que la fatiga no me abrumara muchas veces. No era que la pena no me amargara o que los misterios no me confundieran, o que no conociera el dolor.

»Era que tenía que conservar los documentos de mi propia familia; que tenía mi propia descendencia que cuidar y que guiar en el mundo. Y así, incluso en las épocas más oscuras, cuando toda la existencia humana me parecía monstruosa e insoportable y los cambios en el mundo se me aparecían fuera de toda comprensión, me volvía hacia la familia como si fuera el manantial de la vida misma.

»Y la familia me enseñó los ritmos y las pasiones de cada nueva época; la familia me llevó a países extraños donde quizá nunca me hubiera aventurado a ir sola; la familia me condujo por los reinos del arte que podrían haberme intimidado; la familia fue mi guía a través del tiempo y del espacio. Mi maestra, mi libro de la vida. La familia lo fue todo.»

Maharet hizo entonces una pausa.

Por un momento pareció que iba a decir algo más. Luego se levantó de la mesa. Recorrió con la vista los rostros de los demás y por fin la fijó en Jesse.

—Ahora quiero que vengáis conmigo, quiero mostraros lo que ha llegado a ser la familia.

En silencio, todos se levantaron, esperaron a que Maharet diera la vuelta a la mesa. Maharet salió de la sala y ellos fueron tras ella por el rellano de hierro que daba a la escalera enterrada; siguieron a Maharet y entraron en otra gran sala en la cima de la montaña, con techo de cristal y muros sólidos.

Jesse fue la última en entrar, pero antes de cruzar la puerta ya sabía lo que vería. Un dolor exquisito recorrió su espinazo, un dolor lleno de memorias de felicidad y de anhelos inolvidables. Era la estancia sin ventanas en la cual había estado tanto tiempo atrás.

Qué claramente recordaba el hogar de piedra, y los muebles de piel oscura dispuestos al azar en la alfombra; y el ambiente de gran y secreta emoción, que sobrepasaba infinitamente la memoria de las cosas físicas, que desde entonces la habían embrujado siempre, absorbiéndola en sus medio sueños medio recuerdos.

Sí, allí estaba el gran mapa electrónico del mundo con sus continentes aplanados, recubierto de miles y miles de lucecitas encendidas.

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