La puta de Babilonia (31 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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Es evidente que una lengua de la que tenemos inscripciones de hace tres mil años y que se habló en una extensión geográfica tan grande como la que constituyen el Asia Menor y el Oriente Medio tuvo que tener dialectos y que sus formas actuales han de diferir mucho de las antiguas. Pero sigue siendo una misma lengua, así como las Glosas silenses del monasterio de Santo Domingo de Silos y las Glosas emilianenses del monasterio de San Millán de la Cogolla, ambas del siglo X, son español. Pero el problema que nos tenemos que plantear en este punto, tratando del idioma que habló el pretendido Cristo, es: ¿en qué relación están el arameo y el hebreo? ¿El hebreo es un dialecto del arameo? ¿O es al revés? ¿O es que el arameo y el hebreo son dos formas de una misma lengua tal como lo son el español de España y el español de América, o el inglés de Inglaterra y el de los Estados Unidos? ¿O acaso el arameo y el hebreo son dos idiomas distintos pero cercanos, como es el caso del español y el portugués? Y más concretamente, precisando mi pregunta en el tiempo: ¿en qué relación están el hebreo y el arameo en el siglo I de nuestra era? ¿En el siglo I de nuestra era el arameo no podría ser la forma coloquial o hablada, y el hebreo la forma escrita o literaria, de una sola y la misma lengua? Puesto que la grabadora de Edison es de hace poco, creo que no tenemos los elementos para contestar estas preguntas. Ni los teníamos en 1813 cuando Wilhelm Gesenius fundó con su Gramática hebrea y su Diccionario de hebreo y caldeo (léase arameo) la lingüística semítica como contraparte de la lingüística indoeuropea que nacía por entonces con Rasmus Rask, Jacob Grimm y Wilhelm van Humboldt; ni los teníamos en 1884 cuando Emil Friedrich Kautzsch publicó su Gramática del arameo bíblico (una ampliación de la de Gesenius) o en 1894 cuando Gustaf Dalman publicó su Gramática del arameo judío-palestino y se empezó a imponer el nombre de arameo para la lengua de que venimos tratando; ni lo tenemos hoy día, a más de medio siglo del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto.

Los evangelios, que están escritos en griego, traen unas cuantas palabras en hebreo o en arameo (en especial nombres propios o de lugar) pero sin que podamos asignarlas con seguridad a uno u otro idioma. Por ejemplo, dice el Evangelio de Juan (19:16,17): "Tomaron pues a Jesús quien cargando la cruz salió hacia el llamado Lugar de la Calavera, llamado en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron". Pero Gólgota (Gulgaltá) lo consideran los lingüistas arameo. ¿Donde Juan dice "hebreo" no podríamos traducir "arameo"? Además de los nombres propios geográficos o de personas hay otras palabras arameas (que a lo mejor son hebreas) intercaladas en el griego de los evangelios y transliteradas, como abba (padre) y rabboni (maestro o rabí). Y además de las palabras sueltas hay una frase, una sola, en arameo, que pronuncia Cristo en la cruz a la hora nona a punto de morir: "Elí, Elí, lamá sabacthaní", y que el evangelista traduce como "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27:46 y Marcos 15:34). ¡Por fin! ¡Por fin una frase de Nuestro Redentor en su propio idioma, el arameo! Pero ay, la frase no es suya. Es el comienzo del Salmo 22, que según los remilgados en la versión canónica hebrea sería algo así como Elí, Elí, lamá zabtaní. No hay forma de agarrar a Cristo. Está más perdido que el hijo de Lindbergh.

Ya he citado el importantísimo pasaje de Mateo 5:17-19 en que Cristo afirma que no ha venido a abolir la Ley ni los Profetas y en que dice: "En verdad os digo que mientras duren el cielo y la tierra no pasará una iota o un trazo de una letra de la Ley hasta que todo se cumpla". Y es que la iota minúscula es la letra más pequeña del alfabeto griego. ¡Sólo que las minúsculas en griego no se usaron hasta el siglo IX! Todos los manuscritos griegos de los evangelios anteriores al siglo IX están en letras mayúsculas, pero resulta que la iota mayúscula tiene el mismo tamaño que cualquiera de las otras veintitrés letras mayúsculas del alfabeto griego. ¿Cómo resolver este misterio? Hoy se piensa que Mateo usó la palabra griega iota, que designaba esta letra del alfabeto griego, para significar la yod, la letra más pequeña del alfabeto hebreo y arameo, y en tal caso la palabra sería un ganchito de las letras de dicho alfabeto. Sí, eso se piensa pero no es una certeza sino una conjetura. Como todo en la Biblia, manuscrito por manuscrito, palabra por palabra, letra por letra, todo son suposiciones, hipótesis. Traducir por lo demás, en mayor o en menor medida, siempre es conjeturar. Para colmo el alfabeto hebreo y arameo, como todos los semíticos, no tenía vocales. De las cerca de seis mil palabras del hebreo del Antiguo Testamento, derivadas de unas quinientas raíces, sólo se escribían las consonantes. Es como si en español nos encontráramos escrito "lbr", y tuviéramos que decidir entre "libro", "libre", "libra", "librar", "liebre", "albor", "albur", "albura", etc. (o más exactamente "rbl" pues las lenguas semíticas se escribían de derecha a izquierda). El contexto más o menos dirá qué debemos entender con "lbr", pero siempre estaremos conjeturando, adivinando. En el hebreo y demás lenguas semíticas, que fueron las que inventaron el alfabeto, la situación en un principio no era tan grave como la estoy pintando pues en ellas las vocales tienen otro peso, pero con el correr del tiempo la lectura de los textos antiguos terminó convirtiéndose también en el ejercicio de la adivinanza.

Aquí estoy sosteniendo dos cosas: que Cristo no existió y que Dios no existe. El que pretenda lo contrario lo tiene que probar, la carga de la prueba le corresponde al que afirma. Yo puedo afirmar que existe una montaña de diamante en Marte. Y a usted no le toca probar que no: es a mí al que me toca probar que existe. En Colombia en mis tiempos teníamos una clase de apologética cuyo fin era enseñarnos a defender la religión católica hasta de misiá Pelotas: de los ateos, los judíos, los mahometanos, los protestantes, los comunistas... Nos la daba un curita. Todavía recuerdo sus argumentos de la existencia de Dios: el de la causa de las causas, el del primer motor inmóvil, el del ser necesario, el argumento analógico, el teleológico... Y marihuanada y media tomada del engendro máximo que mente humana pueda concebir: el gordo Tomás de Aquino, nacido de un huevo puesto por una mosca sobre carne putrefacta. Hoy me dedico a la antiapologética. A hacerles ver a los ciegos. A explicarles, por ejemplo, que el argumento de la causa de las causas se contradice a sí mismo: su conclusión de que Dios no tiene una causa contradice su premisa de que todo la tiene. Si la premisa es verdadera, entonces Dios tiene que tener causa. Si la conclusión es verdadera, entonces la premisa es falsa pues no todo tiene causa ya que Dios no la tiene. Aunque no me corresponde probar la inexistencia de Dios sí puedo hacerlo. No puede existir un Ser tan dañino que pudiendo en su omnipotencia hacer el bien haga la chambonada de este mundo con todos sus horrores: terremotos, maremotos, hambrunas, sequías, el hambre, la sed, el dolor, la angustia, la vejez, la enfermedad, la muerte, los animales comiéndose unos a otros... ¡y qué tiene que estar mandando Dios a su Hijo único a que lo crucifiquen para expiar por el pecado de Adán y Eva como si lo hubiera cometido todo el género humano como pretende Pablo! ¿Por qué tenemos que pagar justos por pecadores? Y si Dios quería que Adán y Eva no pecaran, no ha debido inculcarles la tendencia al pecado. ¡O qué! ¿No fue pues Él el que los hizo, el sexto día de la creación, sacando a Adán del barro y a Eva de una costilla de Adán?

Pero no sólo Dios es un ser inmoral: además es estúpido. ¡A quién se le ocurre confiar su palabra a lenguas humanas, inciertas, ambiguas, cambiantes, pasajeras! Hoy ni el más erudito de los eruditos puede determinar, tras pasarse la vida estudiando hebreo, arameo y griego y comparando manuscritos, cuáles fueron las revelaciones de Dios a los escritores sagrados. La palabra es voluble y deleznable, se la lleva el viento o la borra el tiempo.

Con que Cristo habló arameo... ¡Cuál Cristo, cuál arameo! Cristo no existió y ésta es la hora en que no sabemos a ciencia cierta qué entendemos por arameo. Y no les voy a decir que la materia no tiene por qué haber sido creada y que forzosamente debe existir y ser eterna porque "materia" es una palabra engañosa: parece ciencia pero no, es metafísica como la de Aristóteles y la de Tomás de Aquino, humo de marihuana. Con que Dios es el creador de la materia... ¡Cuál Dios, cuál material Cuando Napoleón le preguntó al astrónomo Laplace por qué no mencionaba a Dios en sus escritos aquél le contestó: "Señoría, yo no necesito de esa hipótesis". Lástima que Laplace, con todo y su inmenso Traité de mécanique céleste en cinco gruesos volúmenes llenos de formulitas y formulotas, tampoco haya logrado explicar nada. Decía que el estado actual del universo es el resultado de su estado anterior y la causa del que sigue, y que en consecuencia si pudiéramos conocer el presente de todo el universo conoceríamos todo su pasado y todo su futuro. Lo cual es una solemne tontería. ¡Cómo vamos a conocer el presente de un universo ilimitado, si el conocimiento de algo complejo es sucesivo y no simultáneo! Para conocer un presente ilimitado en el espacio necesitaríamos toda la eternidad del tiempo, no un simple nanosegundo, que es lo que es el presente. ¡Frasecitas a mí, Peñaranda! Mejor ponte a trabajar, a ganarte el pan con el sudor de tu frente. Ah, el marqués de Laplace, a quien llamaban "conde", fue Ministro del Interior de Napoleón. Duró seis semanas. De una patada en el non plus ultra el emperador lo despidió.

—Dios no es material.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no tiene límites.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no es visible.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no cambia.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no es describible.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no es finito.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios no es temporal.

—Tampoco lo que no existe.

—Dios es malo.

—Ah, eso sí, compadre. ¡Malísimo! Más malo que un hijo de Wojtyla engendrado en la concha de la madre Teresa.

Antes del siglo VI la Puta no necesitó de teólogos pues Dios sólo se conocía paulinamente, a través de la fe. Como lo dice el Credo de Nicea: "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos", etc. Adoptado en el Primer Concilio de Nicea en el 325, éste es el Credo que aprendemos de niños en el catecismo y que en esencia (con el Filioque o sin él) vale por igual en las Iglesias católica, ortodoxa, anglicana y protestante. De los doce artículos que forman dicho Credo sólo el primero, "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra", podría ser objeto de la razón además de serlo de la fe, que, como bien nos dice el catecismo, "es una virtud sobrenatural por la cual creemos firmemente todas las verdades que Dios ha revelado y nos enseña por su Iglesia".

—¿Cuál Iglesia, compadre?

—¡Pues la Puta de que aquí tratamos, carajo! Usted sí es como retardado mental. ..

—Ah, pero para creer firmemente en todas las verdades que Dios ha revelado y nos enseña por su Iglesia primero hay que creer en Dios y en su Iglesia.

—Exacto, compadre. Usted sí es muy inteligente. Se va a escapar del infierno.

—¿Y eso qué es?

—Es el lugar en donde los réprobos son condenados a padecer eternamente con los demonios.

—¿Y ahí que le hacen a uno?

—Las penas esenciales para los réprobos son dos: una, la privación eterna de la vista de Dios o pena de daño; y dos, el tormento del fuego o pena de sentido.

—A mí la primera me importa un comino. La segunda es la que me aterra. ¿Y quiénes van al infierno, aparte de los réprobos?

—Al infierno van todos los que mueren en pecado mortal aunque no sean culpables más que de uno solo. Así que, compadre, deje ese ayuntamiento permanente en que vive con hombres y animales.

—¡Si pudiera!

—Intente o no se salva.

—Yo sí me salvo porque creo en Dios, aunque poquito.

—Nada de poquito. O todo o nada. O cree o no cree. Y si no cree es ateo. ¿Y sabe cuáles son las funestas consecuencias del ateísmo? Uno, degrada al hombre y le quita el consuelo de las miserias de la vida. Dos, destruye la moral despojándola de toda autoridad y sanción eficaz. Y tres, es una causa de desórdenes y de ruina social.

—¡Ay qué miedo, Dios libre y guarde!

"Hasta donde puedas, agrega la razón a la fe" dice la última frase de un tratadito sobre la Santísima Trinidad que escribió Boecio a principios del siglo VI. Y aquí es cuando entran los teólogos a aguar la fiesta de la fe. En esa frase aparentemente inocua está la semilla del máximo engendro de la Edad Media, la escolástica, una filosofía pantanosa de sutilezas estériles, escrita en mal latín y puesta al servicio del oscurantismo teísta de los papas, que habría de germinar entre los siglos XI y XIII en las obras de Pedro Abelardo, Pedro Lombardo, San Anselmo, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás Aquino y Duns Escoto, y que tan despreciada habría de ser a partir del Renacimiento y hasta fines del siglo XIX cuando al condenado de León XIII le dio por revivirla con su encíclica Aeterni Patris. Boecio, famosísimo en la Edad Media por su Consolación por la filosofía, fue comentador y traductor al latín de Aristóteles, quien no supo nada de fe pero a quien se le ocurrió la perniciosa idea de que se puede probar la existencia de Dios por la razón. Y no. La razón, la tan cacareada Diosa Razón del Siglo de las Luces, para eso no sirve, no está hecha para empantanarse en grandilocuencias ociosas. Dios es la vuelta del bobo, una explicación superflua. ¿Dios, que es eterno, creó el universo? ¿Y quién dijo que al universo tenían que crearlo? ¿No ha podido estar desde siempre ahí? Ahí estaba cuando yo nací, y ahí estará cuando me muera. Al que no le cuesta trabajo decir que Dios es eterno tampoco le tiene por qué costar decir que el eterno es el universo.

En fin, en los mismos siglos en que los escolásticos cristianos de Occidente adoptaban el racionalismo que Aristóteles había puesto al servicio de la idea de Dios y se lo sumaban a los dogmas religiosos de la fe, lo mismo hacían Averroes en el Islam y Maimónides en el judaísmo. Sólo que ni Averroes ni Maimónides cambiaron en lo más mínimo el curso de sus religiones, que no necesitaban de la razón pues la fe les bastaba. No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor zángano que el que no quiere pensar. Ni el mahometismo ni el judaísmo han necesitado nunca de teólogos. Para ellos Alá y Yavé son axiomas, como para mí lo es el universo: ahí está y no hay nada que discutir. E igual piensan la Puta ortodoxa, que se escapó de la escolástica, y la protestante, que habría de surgir con Lutero, enemigo de teólogos y mula terca con tapaojos. A la razón la llamaba "la novia del diablo", "una bella ramera" y "el peor enemigo de Dios". "No hay mayor peligro —escribía— que la razón, especialmente si se ocupa de los asuntos del alma y de Dios, pues es más fácil enseñarle a un asno a leer que acallarla y enderezarla". Y esto otro: "La fe debe pisotear la razón y el entendimiento y taparles lo que ven para que no pretendan conocer nada distinto de la palabra de Dios".

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