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Authors: Fernando Vallejo

La puta de Babilonia (32 page)

BOOK: La puta de Babilonia
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La Puta católica, apostólica, romana y escolástica pretende pues demostrar por la razón la existencia de Dios. En cuanto a la Santísima Trinidad, la divinidad de Jesús, su resurrección y demás dogmas cristianos esenciales está en el mismo caso de las demás Putas seguidoras de Cristo, sólo cuentan con la fe, que a su vez depende de la autoridad, que pretende ser dueña de la tradición, que pretende conservar la revelación. Un tal dice que es profeta y que Dios le hizo tal revelación; la tradición empieza a repetir el cuento de la revelación al profeta; para legitimarse la Puta se adueña de la tradición y empieza a mandar, a quitar y poner reyes, a vender indulgencias, a exigir diezmos, a pedir limosnas, a quemar herejes y a santificar simplones; y finalmente la Puta pretende que tengamos fe en ella y creamos que ella es la dueña de la tradición que preserva la revelación que nos hizo Dios a través de su profeta. Como ven, la fe es el último eslabón de una cadena de argucias y engaños. Revelación, autoridad, tradición y fe son conceptos interdependientes ya que la revelación se debe aceptar por la autoridad, la autoridad por la tradición y la tradición por la fe. En sana lógica es imposible reconciliar razón y fe pues ésta lleva incorporada en sí la negación de aquélla. Si uno cree con los ojos cerrados y a pie juntillas, ¿para qué se tiene que poner a demostrar algo? La fe es rabiosamente antirracionalista. Ahora bien, uno puede llegar por la razón a la conclusión de que Dios existe sin tener que creer el rosario de dogmas de la Puta: que Jesucristo es el Hijo de Dios y que bajo Poncio Pilatos fue crucificado, muerto y sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos, etcétera, etcétera. Que es ni más ni menos (y me lo creerá el lector) lo que me pasa a mí, que no tengo fe en nada: ni en la virginidad de la Virgen, ni en la existencia de Cristo, ni en la resurrección, ni en la transubstanciación, ni en la anunciación, ni en la ascensión, ni en la transfiguración... y sin embargo creo en Dios. ¡Claro que Dios existe! Es un viejo malo y feo, vengativo y rabioso, muy proclive a la maldad y con las tripas podridas de rencores.

La oposición en Occidente al poder temporal de la Puta y a su corrupción empieza a fines del siglo XI con el surgimiento de los cátaros (del griego "puros") en los Países Bajos y en el norte de Francia. Perseguidos y expulsados de ambos lados, los predicadores cátaros se trasladaron entonces a las provincias del Languedoc en el mediodía francés, donde lograron una cálida aceptación. Por la ciudad de Albi, que se convirtió en el baluarte de su movimiento, se les conoció en adelante como los albigenses. Son éstos los de la sangrienta cruzada que desató contra ellos Inocencio III en 1209 y de la que ya hemos tratado. El rechazo de los cátaros o albigenses a las riquezas materiales y a los placeres del mundo, su abstención del sexo y de todo consumo de carne contrastaba ante los ojos de los humildes con el avorazamiento lujurioso y carnívoro de la clerigalla al servicio de la Puta, que se enriquecían más y más cobrando diezmos y primicias.

En junio de 1155, vale decir medio siglo antes del baño de sangre de la Cruzada anti albigense, y en la pequeña ciudad de Monterotondo de los Estados Papales italianos fue ahorcado Arnaldo de Brescia por denunciar lo mismo que los albigenses, la riqueza y la corrupción de los clérigos, y por oponerse como ellos al poder temporal del papado. Su cadáver lo quemaron y las cenizas las arrojaron al Tíber. Austero y de vida ascética Arnaldo de Brescia fue condenado primero en Italia como cismático por Inocencio II; luego en Francia, adonde huyó, el Concilio de Sens lo condenó como hereje a instigación del siniestro San Bernardo de Claraval; de vuelta a Italia fue excomulgado por Eugenio III, a quien llamaba "el sanguinario" y que fuera el artífice de la segunda cruzada predicada justamente por el rabioso santo; y finalmente Adriano IV (el primero en hacerse llamar Vicario de Cristo) lo hizo condenar por herejía y ejecutar. Tras la muerte de Arnaldo de Brescia a sus partidarios que insistieron en seguir denunciando la incompatibilidad entre el poder espiritual y las posesiones materiales de la Puta los condenó el Sínodo de Verona en 1184. En ese mismo sínodo y ese mismo año el papa Lucio III excomulgó a Pedro Valdo, el del movimiento de los pobres de Lyon o valdenses que había fundado en esta ciudad francesa, y promulgó contra ellos la bula Ad abolendam.

Hacia 1176, anticipándose en treinta años a Francisco de Asís, el rico comerciante Pedro Valdo renunció a sus bienes e hizo el primer voto de pobreza del segundo milenio, que habría de trastornarle en adelante la cabeza a la Puta más que cualquier atentado contra el dogma. Y es que las herejías doctrinales van y vienen, pero tocarle el bolsillo a la Ramera de Babilonia es crimen de leso papado. No hay nada que la saque más de quicio que recordarle que Cristo fue pobre. Del voto de pobreza los valdenses pasaron a predicar la Biblia en provenzal y no en latín; a reducir los siete sacramentos a sólo el bautizo y la comunión; y a rechazar la idea del purgatorio, las oraciones por los muertos y el culto a los santos, anticipándose con todo ello en tres siglos a la Reforma protestante. El movimiento de los valdenses se propagó como un incendio por España, el norte de Francia, Flandes, Alemania, el sur de Italia y llegó hasta Hungría y Polonia. La Puta los excomulgó; y no bien acabó con los albigenses y tuvo las manos libres para seguir con ellos, de la excomunión pasó a la persecución activa y a las ejecuciones. Todavía en 1487 Inocencio VIII andaba organizando una cruzada contra los valdenses del Delfinado y Saboya.

Siguiendo los pasos de Valdo y tomando al pie de la letra el Evangelio de Mateo donde dice "No llevéis oro, ni plata, ni monedas en el cinturón, ni provisiones para el camino, ni una túnica de más, ni sandalias, ni bastón" (10:9,10), a los 20 años y después de vivir desde su niñez una vida disoluta, Francisco de Asís renunció a los bienes materiales de su rica familia para acabar fundando luego, en 1209, la orden de los franciscanos basándola en el voto de pobreza y en una vuelta a lo que él creía que había sido el cristianismo primitivo. En su Cántico de las criaturas, que escribió en 1225, llama "hermanos" a los gorriones, los asnos, los lobos y otros animales, pero resulta que en su Cántico al hermano Sol, escrito poco antes, llama también "hermanos y hermanas" al sol, la luna, el viento, el agua y el fuego. Considerar hermanos nuestros a los animales habría sido toda una revolución en la limitada y mezquina religión de Cristo, que no tuvo una sola palabra de amor por ellos, si Francisco no hubiera extendido la hermandad a los seres inanimados, que no sienten, e incluso a las enfermedades y a la muerte. ¡Cómo va a ser la luna, un planeta inerte, nuestra hermana! Eso ya no es una nueva moral sino verborrea melosa de hippie marihuana. Una vaca en cambio sí es nuestra hermana y no tenemos derecho a acuchillarla en los mataderos para después comérnosla. El primer precepto de una religión basada en la compasión, una verdaderamente noble, debe ser: Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo. Por lo tanto los animales, y en especial los mamíferos cuyo sistema nervioso es el más desarrollado en la escala zoológica, son nuestro prójimo y no sólo el hombre. Las piedras no son nuestros hermanas, las vacas sí. Francisco de Asís fue un hipócrita: por sus biógrafos contemporáneos sabemos que su amor por los gorriones y los bueyes no le impedía comérselos, y así en las reglas de su orden no estipuló la abstinencia de carne como no fuera durante el ayuno de las fiestas religiosas. Al llamado San Francisco de Asís vamos quitándole pues de una vez por todas lo de santo. El cristianismo no tiene salvación. Es una religión perversa sin atenuantes.

Tras la muerte de Francisco su orden se dividió en dos: los espirituales, que continuaron fieles a su voto de pobreza y que después se llamaron los fraticelli; y los conventuales, que en el mejor estilo de la Puta se dieron a acumular propiedades y riquezas con el pretexto de que las necesitaban para sobrevivir y poder seguir predicando, y a fundar conventos. Desde su concubinato con Constantino, a la Puta rapaz y opulenta no le hacía ninguna gracia que vinieran unos revoltosos a denunciar su poder y sus riquezas y a recordarle la pobreza de Cristo. Así que fueron los conventuales, y no los fraticelli, los que recibieron el favor papal. En 1279 Nicolás III (el papa que por su nepotismo y avaricia Dante manda al infierno en su Divina Comedia) proclamó que la orden franciscana podía poseer propiedades y riquezas, aunque eso sí, él seguía siendo el último dueño de todas ellas al final de cuentas. Para fines del siglo algunos fraticelli, como Pierre Olivi, retomaron la expresión de "la puta de Babilonia" de los albigenses para designar a la Iglesia y el calificativo de "Anticristo" para el papa. En 1317 Juan XXII declaró herejes a los fraticelli, al año siguiente quemó a cuatro de ellos en Marsella, y en los años sucesivos le entregó a la Inquisición a ciento catorce para que los quemara por andar insistiendo en la pobreza de Jesús y sus apóstoles. Ya aludimos al capítulo general de los franciscanos que se reunió en Perugia en 1322 y que declaró que Cristo y los apóstoles no habían poseído nada. Juan XXII denunció la declaración de Perugia como herejía y en dos constituciones, Ad conditorem canonum y Quum inter nonnullos, proclamó que el derecho a la propiedad era anterior incluso a la caída de Adán y Eva y que en el Nuevo Testamento Cristo y los apóstoles sí aparecían con bienes. Quum ínter nonnullos empieza diciendo: "Como quiera que algunos hombres instruidos a menudo ponen en duda que nuestro Redentor y Señor Jesucristo y sus Apóstoles tuvieran algo, bien fuera individualmente o bien fuera como propiedad común, declaramos que afirmar pertinazmente lo anterior ha de considerarse herético (Quum inter nonnullos viros scholasticos saepe contingat in dubium revocari, utrum pertinaciter affirmare, Redemptorem nostrum ac Dominum Iesum Christum eíusque Apostolos in speciali non habuisse aliqua, nec in communi etiam, haereticum sit censendum). Ya antes en la constitución Gloriosam Ecclesiam ese mismo Juan XXII tachaba a los fraticelli de "impíos", "insolentes que manan de la fuente envenenada de los valdenses", "hijos de la temeridad y la impiedad que con el ímpetu de su ciego furor chocan contra el glorioso primado de la Iglesia Romana", y los condenaba por predicar la pobreza. ¿Y Mateo 19:21 qué? 'Jesús le respondió: 'Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes y reparte el dinero entre los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos'''. ¡Qué ingenuidad! Más vale un denario en mano en el reino cierto de este mundo que un tesoro en el incierto del otro. Hasta ahora el cielo no ha resultado ser más que nubes vaporosas. Versículos después, en Mateo 19:24, concluye Cristo: "Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los Cielos". Conclusión: hay que descanonizar a setenta y tres de los setenta y cinco papas que hasta el presente han sido ascendidos a los altares pues quitando a Pedro, que no existió, y a Pietro del Murrone o Celestino V, que fue un buen hombre como tantos otros y nada más, todos fueron ricos. En los infiernos han de estar ardiendo ahora todos estos ricachones asquerosos.

A los fraticelli vinieron a sumárseles los hermanos apostólicos de Gerardo Segarelli, un iletrado que los fundó en 1260 en Parma pretendiendo restaurar la vida apostólica. En ese año, según la predicción del místico Gioacchino da Fiare, que se oponía también al poder temporal y a la opulencia de la Puta, debía empezar la era del Espíritu Santo. Los apostólicos sostuvieron que los bienes materiales y el dinero corrompen el alma humana. Vivían de limosnas y ni siquiera poseían la ropa que llevaban puesta: en sus reuniones públicas se desnudaban por completo y amontonaban las prendas para después repartírselas al azar. ¿Preludio este desnudamiento de los cuerpos de una gran orgía de las almas? Dios sabrá. En un principio la Puta no les prestó atención. Luego vio la amenaza que constituía esa santidad mendicante que tan mal la hacía quedar delante del populacho, y en 1275 los prohibió en un concilio. Luego los volvió a prohibir en otros dos, de 1285 y 1290. En 1294 quemó vivos a cuatro apostólicos en Parma y en 1300, para empezar el nuevo siglo escarmentando a estos exhibicionistas de la pobreza, quemó a Segarelli. Hoy la Gran Ramera, que ha sido siempre tan misericordiosa y que en el curso de los siglos no ha quemado ni torturado a uno solo, pide que no ahorquen a Saddam Hussein por sus inenarrables crímenes.

En fin, bajo la conducción del sucesor de Segarelli, Fray Dolcino, los apostólicos se volvieron abiertamente anticlericales y heterodoxos. Fray Dolcino se dio a predicar que el Espíritu Santo pronto destruiría a la Puta por su codicia, y en 1304 guió un levantamiento campesino en los valles alpinos del Norte de Italia buscando quitarse de encima su control y el de sus cómplices de la clase dominante. Sostenía que la era del Antiguo Testamento fue presidida por el Padre pero terminó a causa de la corrupción del sacerdocio judío; que la era del Nuevo Testamento que siguió fue presidida por el Hijo y que en ella los cristianos eran pobres, hasta que surgió la jerarquía católica de curas, obispos y papas rapaces; y que venía ahora la era del Espíritu Santo profetizada por Gioacchino da Fiare, en que sería destruida la Puta en castigo por su codicia. No dejaba de tener cierto sentido del pendant Fray Dolcino con su triple división de la Historia. La Puta, que no entiende de música de esferas ni armonías cronológicas sino del tintineo de las monedas de oro, convocó entonces otra cruzada, al estilo de la que había acabado con los albigenses, y con un gran ejército en tres años aplastó el movimiento de los apostólicos. A Fray Dolcino lo ejecutó en 1307 junto con ciento cincuenta de sus seguidores después de torturarlos. Estos apostólicos de Fray Dolcino por lo demás no eran almas inocentes como los albigenses y en el curso de los enfrentamientos con la Puta quemaron pueblos enteros de los que simpatizaban con ella. Culpables por igual, católicos y apostólicos habían logrado establecer en los idílicos Alpes italianos un verdadero reino del terror en que los unos mataban a cuantos sospechaban de colaborar con los otros. Exterminados los apostólicos la Puta pasó a quemar a los fraticelli y a las beguines de Beziers y de Narbona y a los fraticelli de Marsella. Las beguines, una secta de mujeres afín a los fraticelli, sostenían que Juan XXII y la Gran Ramera estaban más allá de toda posible redención y habían tenido como máxima exponente a Marguerite Porete, la autora del más grande tratado místico escrito en viejo francés, el Miroir des simples âmes o Espejo de las almas simples.

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